jueves, 18 de septiembre de 2008

Crónicas de la crisis. "Abróchense los cinturones"

Abróchense los cinturones. Por Nicholas von Hoffman
NUEVA YORK.? Al cruzar el Rubicón, Julio César sabía que estaba iniciando un nuevo sistema político. Al gastar miles de millones de dólares en rescatar a AIG, el gobierno de Bush no tiene ni la menor idea del proceso que está iniciando. Y ahora ni siquiera sabe cómo seguir.
Lo único que sabía el secretario del Tesoro, Henry Paulson, era que si permitían que AIG cayera se desencadenarían todos los infiernos. Podría incluso haber pánico en las calles.
El secretario y sus colaboradores sabían que un fondo de inversión había perdido tanto dinero cuando Lehman Brothers declaró la quiebra que tuvo que suspender los retiros de sus clientes. Pero Lehman no es nada comparado con AIG, una gigantesca aseguradora.
Si quebraba, muchos más fondos de inversión corrían el riesgo de ser congelados. Los estadounidenses han depositado más de 3,5 billones de dólares en esos fondos, y si ese dinero no podía retirarse nos veríamos frente a un pánico similar al de 1933, cuando miles de personas golpeaban las puertas de los bancos para recuperar sus ahorros perdidos. Incluso ahora muchos están tan asustados por la posibilidad de perder su dinero que se están refugiando en los bonos del Tesoro, con un interés de apenas 0,02 por ciento.
Era cuestión de actuar o hacerse a un lado y dejar que todo se viniera abajo. Paulson, y especialmente el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, que es un estudioso del tema, saben lo que pasó en 1933, cuando todo el mundo se quedó congelado mientras Wall Street primero, y luego todo el resto, se desmoronó.
Enfrentados a estas dos únicas opciones, los dos empresarios republicanos eligieron nacionalizar AIG tal como lo habían hecho pocos días antes con Fannie Mae y Freddie Mac, las gigantescas hipotecarias.
Desde el punto de vista de los accionistas de AIG, no se trata de un acuerdo muy agradable. El interés que AIG debe pagar por el préstamo de 85.000 millones de dólares que necesita para permanecer a flote es del 11,5 por ciento. Es casi el interés que cobran las tarjetas de crédito. Además, el gobierno se queda con el 79,9 por ciento de las acciones y tiene derecho a despedir a los ejecutivos, nombrar nuevos y hacer todo lo que se le antoje.
Para bien o para mal, el gobierno ahora es el propietario de AIG. Esperaba que fueran empresas del sector privado las que salieran en rescate de AIG, pero éstas estaban muy asustadas o no tenían esa clase de capital. Todo el mundo está tan golpeado que reunir sumas tan grandes puede resultar imposible en este momento.
El rescate de AIG no acaba con la crisis. En cuanto se anunció el acuerdo, empezaron los rumores de que Goldman Sachs y Morgan Stanley, las dos últimas grandes corredoras, serán las próximas en caer. Algunos creen que tendrán que ser absorbidas por otra empresa o esperar a ver cómo se derrumba el precio de sus acciones.
Candidatas a desaparecer
Goldman y Morgan no son las únicas candidatas a la extinción. También los nombres de Wachovia, un gran banco y agente financiero, y Washington Mutual, la asociación más grande de ahorro y préstamo del país, están en la lista letal. El miedo y la sospecha invaden el mundo de las finanzas y el dinero. Los bancos hasta tienen miedo de prestarse dinero entre sí.
Más allá de Wall Street, crece la furia a medida que la gente sufre despidos, el desempleo aumenta, se ejecutan viviendas, los estudiantes luchan para conseguir préstamos estudiantiles, se evaporan los fondos de retiro y al mismo tiempo se ve que se gastan sumas demasiado grandes, casi incalculables, para rescatar millonarias empresas en dificultades. Las noticias que hablan de ejecutivos corruptos que salen airosos, con muchos millones de dólares en el bolsillo, de derrumbes que ellos mismos provocaron, están cayendo muy mal entre la gente.
El gobierno, tras haber lanzado al país hacia una nueva era de capitalismo estatal, es incapaz de explicarle al pueblo lo que está haciendo. Todas las explicaciones le tocan a Paulson, un ex ejecutivo de Goldman Sachs que tiene una fortuna de casi 750 millones. Pero es incapaz de comunicarse con nadie fuera del mundo financiero o el gobierno.
Aunque pudiera hablar en un lenguaje que la gente común entienda, tendría poco para decir. Vive día a día, exhausto, enfrentando las crisis a medida que se le vienen encima. No tiene un plan de acción, sólo la doctrina de mercado que aprendió, y que le ha fallado. No hay que preguntarle a Henry Paulson cómo o cuándo se abatirá esta terrible tormenta.
Tampoco se puede recurrir a los candidatos presidenciales. John McCain, que acaba de convertirse en un defensor de mayores regulaciones, no tiene idea de lo que está diciendo. Barack Obama sí tiene idea de lo que dice, pero no viene al caso. No sirven de mucho los debates sobre cómo hay que cambiar las reglas y las regulaciones. No sabemos qué quedara para regular para esta altura del año que viene.
Por ahora, se trata de enfrentar la crisis día a día, hora a hora, minuto a minuto. Así que abróchense los cinturones.

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