lunes, 9 de junio de 2008

KLIKSBERG: ÉTICA Y ECONOMÍA

Para Kliksberg "hay que vincular ética y economía”. Ello no habla sólo de números sino de valores humanos y de igualdad social.
Es un economista diferente. Dice que “los países más éticos son los más desarrollados” y que, “en la Argentina, el egoísmo no es una patología congénita”.


Hombre de fe. Kliksberg es una persona con un profundo sentido religioso. “No tengo una esperanza ilusoria, me baso en los datos. La ética hace a los países más eficientes y al ser humano, más pleno y feliz”, asegura.


Bernardo Kliksberg tiene un hablar pausado, cansino. “No soy un iluso. Soy un hombre de esperanza”, dice, y sentencia: “Hay que volver a vincular la economía con la ética”. Autor, junto al premio Nobel de Economía 1998 Amartya Sen, del libro Primero la gente. Una mirada desde la ética del desarrollo a los principales problemas del mundo globalizado, este hombre esmirriado que toma un austero jugo de naranja en un bar de Barrio Norte es el asesor principal de la Dirección del Programa Regional del PNUD para América Latina y uno de los impulsores de la teoría de la responsabilidad social de las empresas.

Sus libros anteriores, Hacia una economía con rostro humano y Más ética, más desarrollo, fueron verdaderos best seller económicos “La desigualdad actual tanto a nivel planetario como latinoamericano no tiene antecedentes históricos, es grosera –denuncia Kliksberg–. Latinoamérica tiene la peor desigualdad del planeta. En Estados Unidos, la diferencia entre el 10% más rico y el más pobre es de 13 veces, pero en América Latina es de 50.

En Noruega, el país más evolucionado socialmente, es sólo de 6 veces. Durante muchos años el tema de la desigualdad en América Latina fue marginado e ignorado, lo que llegó a su apogeo en la Argentina de los 90, donde las medidas económicas generaban desigualdad permanentemente. Ahora el tema está en el centro de la escena, primero por una cuestión ética, pero también porque es disfuncional para la economía, reduce el mercado interno, mata al consumidor y obstruye la capacidad de ahorro nacional.”

–En su libro usted habla de más de una desigualdad, ¿cuáles son? –La desigualdad no es una sola, se habla sólo de los ingresos, pero en el libro propongo cinco tipos distintos: la del ingreso, la del acceso a los activos productivos (como la tierra), al crédito, a la educación y a la salud. Ésta es una región bendecida por la divinidad, que tiene una tercera parte de todas las aguas limpias del planeta tierra, pero hay 60 millones de personas sin agua potable, 120 millones sin instalaciones sanitarias, 130 viviendo en tugurios. Esas desigualdades minan la salud y provocan muertes, el año pasado murieron 300 mil niños en América Latina por pobreza y 23 mil madres durante el embarazo, una tasa muy superior a las internacionales.

–América Latina no es la región más pobre del mundo, sin embargo es la más desigual, ¿por qué?– 
No es producto de la naturaleza ni de los españoles, a los que se les echa la culpa por lo que pasó hace 500 años. Es producto de las políticas económicas que se aplican en la actualidad. Hay medidas que aumentan la desigualdad y otras que la reducen. En América Latina vinieron las dictaduras con su lema de achicar el Estado y agrandar la Nación y después las medidas económicas ortodoxas. En la Argentina de Carlos Menem la desigualdad se duplicó como consecuencia de las medidas: se concentró el crédito en manos de oligopolios, hubo privatizaciones, desnacionalizaciones, etcétera. No es que hay pobreza y hay desigualdad, hay pobreza porque hay desigualdad.

–¿Por qué las elites no asumen la desigualdad como un problema? ¿Por qué los países se suicidan?– 
No se trata de países. Hay dictaduras donde sólo opinan los tiranos, que simplemente quieren salvar su vida, proteger lo suyo, y hay democracias de alta intensidad y de baja intensidad. En las de alta –los países nórdicos–, todo el mundo opina sobre todo permanentemente, y si hay errores los gobiernos cambian, la gente es la dueña de las decisiones, en cambio en América Latina domina la democracia de baja intensidad, una versión mediocre, se vota una vez cada cuatro años y el gobernante no tiene mayores controles. Ahora, eso está cambiando. Hay una profundización de la democracia en el continente. Y la prueba es que entre 1993 y 2006 trece presidentes fueron destituidos antes de terminar su mandato, no por golpes militares sino por la población civil, sin dañar el proceso institucional. La ciudadanía está más activa y ésa es la garantía de que las elites finalmente van a sincronizarse más con las necesidades sociales. Así que habrá mejor representabilidad política.

–Su idea de la concertación social más distribución de la riqueza es filosóficamente sólida pero, teniendo en cuenta la naturaleza del ser humano, ¿no es impracticable?– 
Se necesita que haya una gran discusión sobre la ética y la economía, pensando en el mediano y el largo plazo. 

Como en las sociedades donde la ha habido –Finlandia, Noruega, Suecia, Holanda, Canadá–, donde la gente ha discutido la eticidad de las políticas públicas, no en abstracto, donde ha discutido la responsabilidad ética de los actores sociales, de los funcionarios, pero también de los empresarios privados, la responsabilidad social de las empresas, de los medios masivos de comunicación. 

La ética debe regular la economía y hacerle acordar que la meta última es que la gente debe vivir con más libertad, y que no puede vivir en libertad si no tiene salud ni agua ni luz. Si la ética empieza a regir la economía, el asunto de la igualdad surge como tema central. En Noruega la distancia entre el más rico y el más pobre es de 6 a 1, los empresarios, cuando discuten los salarios, no lo hacen por paritarias obligatorias; hay una cultura en cuanto a que la distancia no puede ser mayor, la sociedad cree en el ecualitarismo. 

Y los empresarios noruegos ganan mucho menos que los de otros países desarrollados, pero explican que a cambio tienen una sociedad armónica, coherente, y tienen una participación de sus obreros en las fábricas con niveles de productividad mucho más altos. 

En Noruega está muy mal visto ser muy rico, porque el valor allí es la igualdad. En América Latina hace falta recorrer un largo camino para crear una cultura pro igualdad, pero hay países como Costa Rica, que es pobre en recursos naturales pero tiene una cultura pro igualdad muy fuerte, con un consenso político para invertir en educación y salud. Una economía que no sea medida en metas éticas –bajar la mortalidad infantil y la mortalidad materna, que haya oportunidad para chicos excluidos– es tecnocrática, se agota en sí misma y es ineficiente.

–La concertación social necesita de una noción de colectividad que permita sacrificar la ganancia particular en bien de un todo, ¿cómo se consigue eso en la Argentina?– 
En la Argentina, en los momentos de hundimiento, con un 58% en la pobreza, se movilizaron como voluntarios 10 millones de personas. El egoísmo en nuestro país no es una patología congénita. Hay un impulso a la solidaridad, que hay que educar y abrirle camino. No tengo una esperanza ilusoria, me baso en los datos. Los países más éticos son los más desarrollados. La ética hace a los países más eficientes y al ser humano más pleno y feliz. No es una imposición; está en la naturaleza del ser humano.

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