PRÓLOGO
I. UN IMPERATIVO: VOLVER A CRECER
De la falacia cuantitativa a la “economía de la
felicidad”.
La disrupción del coronavirus.
La incidencia decisiva de las instituciones.
La dicotomía de Amartya Sen: el modelo de ejercicio del
poder.
II. ABORDAJE DEL ANÁLISIS PARA EL DISEÑO DE UN
PROYECTO NACIONAL
El Triángulo del Desarrollo: un modelo para armar.
Las dicotomías de Bert F. Hoselitz en los procesos de
desarrollo.
El sistema de poder, el triángulo y las dicotomías de
Hoselitz en la pandemia.
Hacia una hoja de ruta del desarrollo argentino.
III. LOS EJES DEL CONSENSO: CUATRO CUESTIONES BÁSICAS
A RESOLVER
La dicotomía de Amartya Sen: GALA o BLAST?
¿Cómo reconstruir el triángulo del desarrollo de
Argentina?.
Las dicotomías de Hoselitz: geoeconomía, geopolítica y
mercado.
El último y esencial interrogante: la calidad institucional.
IV. EL TEMIDO ESPEJO DE 2002
¿Y ahora qué? ¿Otra vez en 2002?
Argentina inmersa en el círculo vicioso de la pobreza.
Porqué fracasan los países: el rol de las instituciones.
Escenarios institucionales: opacidad, carrusel argentino,
perfil industrial obsoleto.
V. POST PANDEMIA Y NUEVA NORMALIDAD
¿Una nueva normalidad o la nueva realidad del cambio
permanente?
Un mundo abocado a superar el nuevo jaque mate
tecnológico.
Argentina frente al mundo: los ejes geoestratégicos del
nuevo desarrollo.
La madre de todos los problemas: “Son las instituciones…”
V. DE LA “AVENIDA DEL MEDIO” A LA “EXPLANADA DEL
CONSENSO”
GALA: combate a la pobreza a través de la planeación
indicativa del desarrollo.
Triángulo: reindustrialización inteligente para ingresar
a la sociedad del conocimiento.
Hoselitz: modelo expansionista, multipolar, economía de mercado
con parámetros sociales.
Consensos institucionales: hacia grandes acuerdos
superadores de la grieta.
PRÓLOGO
El
presente ensayo está basado en la presentación efectuada en setiembre de 2020
ante la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Argentina, en
oportunidad de su reciente concurso “Desafíos y propuestas políticas,
económicas y sociales post pandemia”.
Sus
conclusiones están enfocadas tanto en el pasado, al que nos remiten a las
causas profundas del estancamiento argentino de las últimas décadas, como en el
futuro, que aún nos ofrece oportunidades inéditas para imaginar un regreso
inteligente a la senda del desarrollo integral.
Como
nexo ineludible entre ambos hitos transita este complejo presente de fines de
2020, que abre el camino a decisiones políticas y a protagonismos sociales que
marcarán a fuego ese futuro. El esbozo de las grandes líneas de una posible
hoja de ruta del desarrollo constituye un modesto aporte al debate profundo que
todavía se debe el país a sí mismo sobre los contenidos de un proyecto nacional
compartido por todos en el marco de la tolerancia y el libre juego de las
instituciones democráticas.
Alfredo Pérez
Alfaro
I. UN IMPERATIVO: VOLVER A CRECER
De la “falacia cuantitativa” a la “economía
de la felicidad”
La concepción del desarrollo en las primeras
décadas del Siglo XXI fue influenciada por la corriente encabezada ya desde
fines del siglo pasado por Amartya Sen, inspirador de la creación del Índice de
Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas. Sen sostiene que lo más
importante como impulso al desarrollo sería preservar los derechos humanos y
fomentar la libertad dentro de la sociedad. En conclusión, Sen admite que la
concepción del desarrollo debería abarcar todos los elementos que favorezcan la
protección de las libertades individuales, la cooperación, la participación
efectiva en la toma de decisiones y la libertad de elección lejos de toda
acción coercitiva. Para Sen, el desarrollo solo prospera en tales condiciones.
Se acentuaba así el rechazo a la llamada “falacia
cuantitativa”, que pretende manejar únicamente números y solo dimensiones de
carácter económico para definir el desarrollo, condicionando su éxito a la mera
relación entre el aumento de la producción y el número de habitantes. Autores de
la talla del Premio Nobel W. Arthur Lewis llegaron a definir al desarrollo como
“el crecimiento de la producción por habitante”[1].
A contrario sensu, los enfoques “finalistas” se
alimentan de contribuciones como las de la Iglesia Católica, en particular con
sus encíclicas Populorum Progressio y Centesimus Annus.
Ya ingresados al Siglo XXI, una de las mayores
contribuciones al fortalecimiento de las concepciones éticas, solidarias y
humanistas del desarrollo proviene de la sanción por las Naciones Unidas de la
Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (ODS 2030), que plantea 17 objetivos
y 169 metas a considerar cumplidas en el año 2030, que abarcan las esferas
económica, social y ambiental[2].
A tono con el ODS número 1, el Premio Nobel de
Economía 2019 fue conferido a tres economistas por sus estudios sobre el
hambre. Dos de ellos, Abhijit Banerjee y Esther Duflo, escribieron
"Repensar la Pobreza", un libro que aborda las estrategias para
combatirla[3]. Sostienen que
el gran problema de los programas para reducir la pobreza y el hambre es que
quienes los diseñan no escuchan a los pobres.
Tanto Sen como los ODS 2030 empoderan los
argumentos de quienes plantean un nuevo enfoque de la “economía del bienestar”
desplazándola hacia un concepto más amplio y abarcativo: la “economía de la
felicidad”. Un claro ejemplo de ello es el Happy
Planet Index (Índice del Planeta Feliz) desarrollado por la New Economic
Foundation. Alineado a los ODS número 3, 6 y 7 de Naciones Unidas, el Índice
del Planeta Feliz IPF mide el grado en el cual los países permiten a quienes
viven en ellos desarrollar vidas largas, felices y sustentables.
El IPF se calcula a través de una fórmula que
combina mediciones del bienestar, la esperanza de vida y la sensación de
felicidad de las personas, ponderándolas por la “huella ecológica”, que mide el
impacto promedio que cada residente de un país coloca en el medio ambiente.
Desde las nuevas realidades que impone la
pandemia, cobran vigencia las teorías endógenas del desarrollo, con trabajos como
los de Romer, Grossman y Helpman. Introducen el capital humano, el conocimiento
y el progreso tecnológico en la ecuación del crecimiento. Destacan al respecto
el valor de tres instituciones clave: las asociaciones industriales, las nuevas
formas de producir y hacer negocios y las agrupaciones regionales de
industrias. Consideran a la creación privada de conocimiento como un factor no
prescindible del desarrollo.
Tal como lo explica Carolina Hernández Rubio:
“Mientras que el modelo neoclásico toma al progreso tecnológico como
exógenamente determinado, esta nueva teoría considera al progreso tecnológico
como un factor de producción que queda determinado dentro del propio sistema.
En este sentido, la teoría del crecimiento endógeno hace hincapié en los efectos
del learning by doing en la producción de bienes intensivos en
tecnología, y los efectos externos dinámicos derivados del crecimiento del
sector exportador, que actúa como agente principal de la difusión de tecnología
moderna hacia otros sectores e industrias”[4].
La idea de la endogenizacion es funcional al
impacto en la globalización generado por las restricciones físicas de
circulación impuestas por la pandemia a las personas y a los suministros a
cadenas de valor globales. Esto conduce al concepto de “glocalización”, que
nace de la articulación entre globalización y localización, desarrollado
inicialmente en Japón en la década de 1980. “Pensar globalmente, actuar
localmente”.
La
disrupción del coronavirus
Las carencias de la post pandemia demandarán la
máxima profundidad en la consideración de estos enfoques, y pondrán en
evidencia la urgencia en implementarlos en la economía y la sociedad, cuando
comience el retorno a una actividad razonablemente normalizada.
En el escenario argentino las condiciones del
regreso al desarrollo no son las mejores: una sociedad estresada, el aparato
económico parcialmente desintegrado, niveles inéditos de pobreza y
marginalidad, y fuera de nuestras fronteras un mundo apartado de la
globalización, inmerso en la preservación de intereses domésticos.
Está claro que le corresponderá al Estado un
fuerte protagonismo en el desafío colectivo de generar espacios de construcción
social que nos permitan alcanzar acuerdos y coincidencias. Como agente inductor
de la recuperación de la economía dispondrá de una enorme ampliación de su rol
y su poder fáctico, generada por las medidas de excepción que se fueron
aplicando durante las diversas fases de la pandemia.
La
incidencia decisiva de las instituciones
En esas instancias aparecerá como un requisito
fundamental la calidad del institucionalismo necesario para articular los
objetivos y aplicar los recursos estratégicos que nos allanen un camino de
crecimiento de bases sólidas en el marco de las nuevas concepciones del
desarrollo que se han descripto. Será el tiempo de las instituciones.
Para Robert E. Goodin “una institución es un
patrón de conducta recurrente, valioso, estable y repetitivo. Por lo tanto, el
institucionalismo es el proceso a través del cual las organizaciones y sus
procedimientos adquieren valor y estabilidad. Estabilidad y predictibilidad
representan la razón por la que valoramos los patrones de conducta
institucionalizados”[5].
Aquí es donde adquiere importancia el análisis
desde las instituciones de Daron Acemoglu, tema también abordado por Aldo
Ferrer. Acemoglu expresa que “el éxito económico de los países difiere debido
al tipo de las relaciones y articulaciones entre sus instituciones (políticas y
económicas), a las reglas fijadas por la política que influyen en cómo funciona
la economía y a los incentivos que motivan a las personas”[6].
Acemoglu distingue, tanto en el ámbito económico
como en el ámbito político, entre instituciones inclusivas e instituciones
extractivas. Las instituciones inclusivas posibilitan y fomentan la
participación de la gran mayoría de las personas en actividades económicas que
aprovechan mejor su talento y sus habilidades, y son esencialmente abiertas y
pluralistas. En cambio, cuando tanto las instituciones políticas como las
económicas son extractivas –ineficaces, anacrónicas, de baja calidad y sesgadas
por intereses sectoriales- no hay incentivos para la destrucción creativa y el
cambio tecnológico, ingredientes esenciales del progreso de las naciones. Se
pueden asignar recursos y personas por decreto para promover el desarrollo
-sostiene Acemoglu- pero sus resultados estarán limitados intrínsecamente.
Aldo Ferrer se refiere a lo mismo cuando explica
que las asimetrías en el desarrollo económico de los países dependen tanto de
la forma en que logran adaptarse a la globalización, como de la existencia de
factores endógenos e instituciones que actúan como instrumentos clave para el
desarrollo y que permiten utilizar la globalización como una vía y no como un
obstáculo[7].
Pertenece a Aldo Ferrer el concepto de “densidad
nacional”, tal como lo sintetiza el investigador del CENES Pedro Gaite: “la
densidad nacional abarca el conjunto de circunstancias que determinan la
calidad de las respuestas de cada nación a los desafíos y oportunidades de la
globalización. La capacidad de respuestas exitosas descansa principalmente en
cuatro puntos: 1) cohesión y movilidad social; 2) liderazgos nacionales; 3)
fortaleza de las instituciones; 4) pensamiento crítico”[8].
Desde los conflictos en el seno de la Primera
Junta sobre la forma de gobierno de una nación en ciernes, pasando por la
fallida Constitución Rivadavia de 1826, por las guerras civiles que precedieron
a la Constitución de 1853, y por todo lo que vino después, los grandes
desencuentros de los argentinos tuvieron que ver con las instituciones. La
economía, obediente al vaivén de los acontecimientos, es un espejo que a lo
largo de la historia se limita a mimetizarse con la imagen que devuelve lo
mejor y lo peor de esa porfía.
La dicotomía de
Amartya Sen: el modelo de ejercicio del poder
Superada la crisis del coronavirus, muchos países
se enfrentarán a la dicotomía que plantea Amartya Sen: recuperar el desarrollo
según la concepción que él denomina BLAST (Blood,
And Sweat and Tears, en español “sangre, sudor y lágrimas”), o según la
concepción GALA (Getting by, with A
Little Assistance, en español “pasar, con un poco de ayuda”)[9].
En el modo BLAST, cuando se necesitan altos
niveles de acumulación para alcanzar el desarrollo económico se recurre en el
corto plazo a limitar los niveles de bienestar de la población, con el fin de
alcanzar mayores beneficios en el futuro. Se los considera sacrificios
necesarios que deben sufrir los individuos de una sociedad si quieren
progresar. Sen expone los defectos de este enfoque: problemas como la pobreza,
la educación, el alimento, la vivienda y la productividad económica surgen
irremediablemente, dado que este modelo, en pos del mayor beneficio que se
conseguirá en el futuro, no prioriza la solución de las necesidades presentes.
Este método rechaza las medidas distributivas o equitativas argumentando que
los beneficios llegarán a todos a su debido tiempo a través de la filtración
(el “derrame”). Otra de las consecuencias de la concepción BLAST es la
afectación temporaria de los derechos humanos, civiles y políticos en las
etapas tempranas del desarrollo. Un ejemplo contemporáneo de este modelo sería
la experiencia autoritaria china de las últimas décadas.
En cambio, la concepción GALA define el
desarrollo como un proceso amigable que se alcanza con cooperación entre los
individuos, a través de la interdependencia entre el bienestar social, un novedoso
concepto de la felicidad, la capacidad productiva y el desarrollo potencial de
una economía, de una manera más armónica, es decir, que las condiciones se
tratan como un todo y no las dos últimas como requisito sin el cual no se
pueden mejorar las primeras en el presente. Los modelos escandinavos de
desarrollo, centrados en un concepto superador de la alicaída “economía del
bienestar” se inscriben en el modo GALA. He aquí la primera de las cuestiones que deberá
resolver el modelo de desarrollo a implementar en la post pandemia.
II. ABORDAJE
DEL ANÁLISIS PARA EL DISEÑO DE UN PROYECTO NACIONAL
Argentina ha
sido lanzada por la fuerza de los hechos a una realidad planetaria compleja y
convulsionada por los efectos demoledores del coronavirus. Y ese protagonismo
debe asumirlo bajo circunstancias muy adversas. Por un lado, una crisis que si
bien fue acentuada por la pandemia reconoce claros orígenes prevalecientes, y
por el otro, con la ausencia de explicitación de un proyecto nacional
convocante, claro y coherente.
Arnold Toynbee
definía los momentos supremos en la vida de los pueblos como “tiempos de
desafío y respuesta; desafío, concebido como un llamado del destino; respuesta,
concebida como la facultad de responder”. Y bien, la Argentina de este tiempo
se encuentra desafiada, intimada a encontrar una respuesta. Y esa respuesta puede
concebirse como la proposición consensuada de un Proyecto Nacional.
Así lo expresaba Ortega y Gasset: “La
nación, antes que poseer un pasado común, tuvo que crear una comunidad de
objetivos e intereses. Y antes que crearla tuvo que soñarla, que quererla, que
proyectarla. Y basta con que una nación posea un proyecto de sí misma para que
esa nación exista”[10].
Cuando al General De Gaulle se le preguntaba cuál era el
Proyecto Nacional que él concebía para su país, él solía responder: “es una
cierta idea de Francia”.
Decir Proyecto,
recalca el carácter consciente y voluntarista de los nuevos horizontes
buscados. Y decir Nacional, es referirse a un país concreto y a una situación
concreta: su “hoy” y “aquí”. Podemos definir al Proyecto Nacional como una
imagen de la nación deseada, compatible con las posibilidades existentes y con
las predecibles, cuya realización se impone la sociedad a sí misma, por un acto
razonado de voluntad. El Proyecto Nacional es una proposición de un destino
para la nación, que encarna una empresa común a realizar, la que a su vez se
asume colectivamente.
El proyecto
contiene una serie de valores y objetivos que deben estar ordenados y que deben
ser coherentes entre sí. Estos valores y
objetivos están integrados por cualidades que se exaltan, por el tipo de
sociedad que se desea construir, por la ubicación que se aspira a lograr en el
mundo, y está coronado por una serie de definiciones éticas, sociales,
políticas y económicas que hacen a las relaciones entre la sociedad y las
personas y a las relaciones de las personas entre sí.
El conjunto de
valores asumidos constituye globalmente un estilo que distingue al Proyecto
Nacional. Cuando en la definición se habla de un acto razonado de voluntad, se
refiere a la reflexión política que lleva implícita la definición de un modelo.
Existen cuatro dimensiones de la reflexión política: la doctrina (una
concepción del hombre), la ideología (un modelo de sociedad), las políticas de
largo plazo (afines a la doctrina y a la ideología), y la coyuntura (generación
de políticas de mediano y corto plazo coherentes con la visión de largo plazo).
A lo largo de esas dimensiones quienes
gobiernan deben plantear e instrumentar una agenda pública para cuya ejecución
corresponderá elegir alternativas y resolver dicotomías. El Proyecto Nacional
es necesario para la acción política tanto como los planos y los anteproyectos se
requieren para ejecutar cualquier obra. Se trata de definir un “hacia dónde”
muy claro, un “cómo hacerlo” bien programado, y un “por y para quién hacerlo”
claramente establecido. Alguien ha comparado al Proyecto Nacional como un faro
en el mar, del que los navegantes necesitan siempre, y mucho más en los
momentos de peligro, agitación y desorientación.
Cabe suponer que un común
denominador básico de la sociedad argentina es la convicción de que el país debe
retomar con urgencia la senda del desarrollo, como una prioridad ineludible
para la concreción exitosa de un proyecto nacional. Los caminos a emprender
para lograrlo tendrán mucho que ver con la “idea de país” que los contenga.
¿Existe la posibilidad de
establecer una Hoja de Ruta de las decisiones políticas, sociales y económicas
que deben tomar los países para recorrer exitosamente los caminos del
desarrollo bajo las circunstancias y condicionantes propios del Siglo XXI?
En ese intento, la resolución de la
dIcotomía GALA/BLAST de Amartya Sen apunta al sistema de poder desde donde se
generará y ejecutará esa agenda. Y otras tres herramientas de análisis nos
ayudarán a imaginar los posibles rumbos del “viaje” al desarrollo que
emprenderá Argentina luego del shock de la pandemia:
- La noción del “triángulo del desarrollo”
de Jorge Sábato como facilitador de una visión macro de la realidad de un país.
- Las dicotomías de Bert Hoselitz como
definitorias de los rasgos esenciales de los modelos de desarrollo.
- El carácter inclusivo o extractivo de
las instituciones, según los planteos de Daron Acemoglu.
Analizaremos a continuación la incidencia
de cada uno de estos vectores en la formulación de una posible hoja de ruta del
desarrollo argentino.
El triángulo del
desarrollo: un modelo para armar
Inspirado en las propuestas de John
Kenneth Galbraith[11],
el físico argentino Jorge A. Sábato plantea una visión del desarrollo apoyada
en la fortaleza de los que él denomina “triángulos del desarrollo”. Sus
vértices son: el gobierno, el aparato productivo y la infraestructura
científico-tecnológica y educativa. Cada uno de estos vértices está integrado
por múltiples instituciones.
- El gobierno está representado por el
sistema político, y las formas en que las instituciones nacionales,
provinciales y municipales ejercen el poder.
- El aparato productivo está conformado
por el conjunto de las empresas y demás sectores de la producción, sus
microeconomías, sus asociaciones y el sistema de inversiones que los
contiene.
- La infraestructura científico-tecnológica
está integrada por el sistema educacional, los centros de investigación, las
instituciones de planeamiento y las variadas usinas culturales y creativas de
la sociedad.
Dentro de cada vértice pueden darse intra
relaciones de distinta intensidad. En cuanto a los lados del triángulo,
representan las inter relaciones entre los vértices. Cualquier política de
desarrollo a implementar debiera apoyarse en un triángulo nacional de vértices
con intra relaciones muy consolidadas, y con lados de gran solvencia y fluidez,
capaces de asegurar un ida y vuelta virtuoso en sus inter relaciones.
Las dicotomías de Bert F.
Hoselitz en los procesos de desarrollo
Para Hoselitz, los procesos nacionales de
desarrollo transcurren a través de la resolución de tres grandes dicotomías. El
modelo resultante estará supeditado a la elección que realizan las sociedades y
sus gobiernos en relación con las siguientes alternativas:[12].
- La primera dicotomía es de carácter
geoeconómico. De acuerdo con ella los procesos de desarrollo pueden acontecer a
través de una paralela agregación de espacios territoriales, en cuyo caso se
los define como “expansionistas”, o bien operar sobre espacios nacionales no
ampliables, en cuyo caso se trata de procesos “intrínsecos”. Hablar de
agregación de espacios no se refiere hoy a la idea literal del ensanchamiento
de las fronteras políticas por la fuerza, sino a la participación en mercados
más amplios, a la regionalización transnacional, a los acuerdos de libre
comercio y a la proyección económica y comercial hacia otras latitudes
geográficas.
- La segunda dicotomía es de carácter
geopolítico, y tiene que ver con el grado de autodeterminación nacional. Cuando
un país se desarrolla soberanamente y
sus objetivos, metas y condiciones no se subordinan a los de otras voluntades
nacionales, se asiste a un proceso calificado por Hoselitz como “autónomo”. En
cambio, cuando la voluntad nacional se halla de alguna manera condicionada por
“efectos de dominación”[13] e influencias provenientes de otra u otras
voluntades nacionales, se configura un modelo “satélite”.
- La tercera dicotomía tiene que ver con
el grado de libertad de acción concedido a los agentes económicos. Si las
unidades económicas – productores, consumidores, ahorristas, empresas, bancos,
etc. - se rigen en sus actos exclusivamente por los mecanismos del
mercado y las reglas de la competencia, se trata de un modelo ”espontáneo”. Si
por el contrario existe algún grado de planificación, incentivos, intervención
o direccionamiento de la economía, nos hallamos ante un proceso “inducido”.
- ¿En términos geoeconómicos, el modelo a
implementar será “expansionista” o “intrínseco”?
- ¿En términos geopolíticos, el nuevo
crecimiento será “autónomo” o “satélite”?
- ¿En términos del juego de las leyes del
mercado, el planeamiento se basará en la hipótesis de un desarrollo
“espontáneo” o “inducido”?
El
sistema de poder, el triángulo y las dicotomías de Hoselitz en la pandemia
Pasaremos revista a la forma en que estas
herramientas de análisis discurrían en la realidad política, económica y social
argentina en los momentos previos al estallido de la pandemia, y al impacto en
su resolución producido por las largas
cuarentenas.
1. En marzo de 2020 el país se encontraba
inmerso en una etapa de asentamiento y puesta en funciones por parte de las
nuevas autoridades que asumieron sus cargos en diciembre de 2019. Se iba
consolidando un sistema de poder que todavía no había desplegado en plenitud su
impronta política; aun tenuemente, algunas tensiones incipientes anticipaban la
controversia GALA/BLAST.
2. El triángulo del desarrollo argentino
presentaba serias debilidades e inconsistencias, muy acentuadas a partir de la
crisis cambiaria de 2018.
- En el vértice gobierno la preocupación
dominante giraba en torno a las negociaciones encaminadas a lograr el
refinanciamiento de la deuda externa. Desde muchos sectores se reclamaba un
plan económico.
- El vértice del aparato productivo
enfrentaba las secuelas de una profunda recesión, con el telón de fondo de un
estancamiento de décadas y de una de las inflaciones más altas del mundo. En
ese escenario de estanflación, se asistía a un conjunto de medidas de coyuntura
que procuraban reactivar el consumo como recurso casi excluyente para lograr la
reactivación económica, mientras se producía una importante retracción de la
inversión.
- El vértice de la infraestructura
científico tecnológica, en particular en el plano educativo, aparecía dominado
por cuestiones coyunturales: dudas sobre el inicio puntual de las clases y
discusiones de la paritaria nacional docente, sin agenda todavía para el
profundo debate que se debe el país sobre la calidad, eficiencia y efectividad
de la educación ante los desafíos de la desigualdad y de la revolución
tecnológica.
3. Similar situación de incertidumbre se
percibía en torno a las dicotomías de Hoselitz[14],
en suspenso desde la asunción de un nuevo gobierno situado en las antípodas del
anterior.
- La dicotomía geoeconómica [expansionista
/ intrínseco], históricamente irresuelta, aparecía flanqueada por cuestiones
tales como el debate en torno al acuerdo de comercio entre el Mercosur y la
Unión Europea, la falta de sintonía política entre los gobiernos de Argentina y
Brasil, o la incertidumbre sobre la continuidad del proyecto de Vaca Muerta.
- En cuanto a la dicotomía
geopolítica [autónomo / satélite], Argentina aparecía confrontada, como toda
América Latina, con la disyuntiva entre la irrupción de China como el mayor
inversor externo y proveedor de tecnología
en la región y la firme posición de Estados Unidos en cuanto a no ceder
posiciones en su “patio trasero”, reflejada en nuestro caso por su incidencia
en las inminentes negociaciones ante el Fondo Monetario Internacional. Todo
ello en un mundo hiper globalizado e interdependiente.
- Y en cuanto a la dicotomía de mercado
[espontáneo / inducido], se percibía un retroceso de las políticas pro mercado
vigentes hasta fines de 2019, lo que podría resumirse en una sensación
generalizada: “vuelve el Estado”.
En este estado de cosas, el país se vio de
pronto inmerso en la aparición de la pandemia del coronavirus y su efecto de
shock. La sociedad se abroqueló detrás de una dicotomía excluyente: [salud /
economía]. Y la mayoría de la población apoyó la decisión de priorizar la
salud, aun al precio de afectar la economía.
La vida argentina ha transcurrido desde
entonces en el “limbo” económico social de largas cuarentenas, con
consecuencias difíciles de evaluar en
toda su dimensión. Entretanto, el país aguarda el esbozo de una hoja de ruta
que permita vislumbrar el final de esta transición, donde por fin quede claro
el sistema de poder que prevalecerá en la post pandemia, por dónde se comenzará
a reconstruir creativamente el triángulo, e incluso si Argentina estará en
condiciones de resolver con acierto estratégico su modelo de regreso al
desarrollo. ¿expansionista/intrínseco? ¿autónomo/satélite? ¿espontáneo/
inducido?, ¿se lo promoverá con instituciones inclusivas o con instituciones
extractivas?.
En este tiempo de resiliencia, el mayor
compromiso de nuestra dirigencia política, social, empresarial, sindical y
cultural consistirá en generar y compartir un liderazgo de crisis para
construir una visión compartida sobre las cuestiones básicas abordadas en estos
capítulos a fin de estar en condiciones de encontrar el camino más equilibrado
que nos permita volver al desarrollo.
Hacia una
hoja de ruta del desarrollo argentino
En base al precedente marco conceptual,
sería posible bocetar una hoja de ruta del desarrollo argentino, cuyos grandes
trazos surgirán de las opciones que el país ejerza sobre las dicotomías y
alternativas expuestas.
Los siguientes capítulos se ocuparán del
comportamiento de estas variables fundamentales del desarrollo.
III. LOS
EJES DEL CONSENSO: CUATRO CUESTIONES BÁSICAS A RESOLVER
En los Capítulos anteriores se han
expuesto las llaves de una hoja de ruta del desarrollo argentino, en base al
análisis de las diferentes opciones y alternativas que se presentarán a los
países en el doble compromiso de reconstruir sus estructuras económicas y
sociales y a partir de allí retomar la senda del desarrollo.
El diálogo y la concertación entre todos
los componentes de la sociedad es el instrumento idóneo para arribar a
coincidencias sobre ese derrotero, tanto desde los actores políticos como desde
las expresiones sociales, laborales, productivas y culturales que componen
nuestra realidad nacional.
El proyecto nacional de desarrollo
finalmente implementado tendrá mucho que ver con las opciones que elija el país
–a través de su gobierno, su sociedad, su voluntad de Nación en los términos
que usaba Ortega y Gasset - en las cuatro líneas de análisis planteadas:
1. El sistema de poder instrumentado por
las clases dirigentes que conduzcan el proceso (la dicotomía de Amartya Sen).
2. El estado en que hayan quedado, luego
del derrumbe económico, los vértices y los lados del “triángulo del
desarrollo”.
3. Las posturas que prevalezcan en cuanto
a lo geoeconómico, a lo geopolítico y a la actitud hacia las leyes del mercado
(las dicotomías de Hoselitz).
4. La existencia en los vértices y en los
lados del triángulo, de instituciones inclusivas, en el sentido en que lo
explica Daron Acemoglu, para promover un desarrollo integral sustentado por
iniciativas como la agenda 2030 de las Naciones Unidas para el desarrollo,
considerando a los ODS2030 como un conjunto universalmente aceptado de
objetivos nacionales “finalistas”.
La dicotomía de Amartya
Sen: ¿GALA o BLAST?
Como ya se expresara, una vez que regresen
a un primer plano las prioridades económicas la principal responsabilidad en
planificar el regreso al desarrollo recaerá sobre el Estado y sus iniciativas.
La magnitud y las prioridades del gasto público jugarán un rol fundamental en
la recuperación del potencial productivo del país.
Esas políticas deberán orientarse por
igual tanto hacia una reconstrucción creativa del sector privado de la
economía, como hacia la adecuación de nuestro sistema educativo y científico
tecnológico para ponerlo en condiciones de brindar asistencia al vértice
gobierno y al vértice productivo en el marco de un mundo post pandemia
caracterizado por una adaptación explosiva de la humanidad a la utilización de
tecnologías que ya se están incorporando aceleradamente a la vida diaria de
personas, empresas e instituciones por efecto de la digitalización impuesta por
la pandemia.
Visto el problema desde la dicotomía de
Amartya Sen, la sociedad argentina enfrentará el dilema de asumir el lanzamiento
de un programa de crecimiento desde estructuras de poder abiertas, consensuadas
y respetuosas de un equilibrio armónico de intereses sectoriales (GALA), o
bien, desde la inercia generada por la formidable concentración de atribuciones
conferidas de hecho a los gobiernos por el caos de la pandemia, implementando
una continuidad de ese formato de ejercicio del poder, fijando de motu propio
prioridades y/o postergaciones sectoriales descompensadas (BLAST).
A estas cuestiones se refiere el filósofo Byung-Chul Han: “Con un rigor y una
disciplina que para los europeos serían inconcebibles, los asiáticos están
venciendo al virus. Sus rigurosas medidas evocan aquella sociedad disciplinaria
que durante la época de la epidemia de peste se instauró en Europa y que desde
entonces ha caído en un olvido absoluto… ¿hemos de temer que a raíz de la
pandemia también Occidente acabe regresando al estado policial y a la sociedad
disciplinaria que ya habíamos superado?”[15]
Cómo se resolverá esta dicotomía se verá
reflejado, entre otras cosas, en el tipo
de planificación aplicado.
Existen tres caminos posibles por los
cuales encarar la Programación del Desarrollo: la promoción espontánea, la
promoción compulsiva y la promoción indicativa.
a) La promoción espontánea supone una
presencia mínima del Estado en la
economía, dejando que los mecanismos del mercado actúen como reguladores de
última instancia en el sistema de precios y en la asignación de los recursos.
La preocupación fundamental de este enfoque consiste garantizar la libre
competencia, neutralizando cualquier intrusión monopólica. Las experiencias de
este modelo se pueden encontrar, con matices diferenciadores, en el desarrollo
económico de los países anglosajones durante el Siglo XIX y principios del
Siglo XX, hasta la Gran Depresión.
b) La promoción compulsiva es el formato
prevaleciente en los países de la órbita socialista, encabezados por la
experiencia soviética y sus satélites de Europa Oriental en la implantación del
comunismo. En Rusia, el gran asignador de recursos de la economía era el
Estado, con su Gosplan, determinando el plan nacional de producción y el
sistema de formación de los precios, basando sus decisiones en los objetivos
del Politburó del Partido.
c) En la promoción indicativa del desarrollo
hay una presencia activa del Estado, que
deja de ser un simple suministrador de las reglas de
juego, para propender a la adopción de un plan articulado con el sector privado
de la economía, donde, en contextos de recursos escasos, interviene en la
fijación de prioridades y sanciona políticas de estímulo a todas aquellas
actividades e iniciativas orientadas al cumplimiento de los objetivos
estratégicos del plan. A
través de espacios institucionales de cooperación, se crea una atmósfera de
unidad nacional e inter sectorial, favorable para la implantación del plan,
dando lugar a una proyección coherente de la situación económica futura.
La evolución de esta primera dicotomía
deberá resolverla el transcurso de la política, entendida como el formato que
presidirá las relaciones entre el gobierno y la oposición y sus consecuencias.
¿Cómo reconstruir el triángulo del desarrollo de
Argentina?
Teniendo
en cuenta que las circunstancias previas al estallido de la pandemia ya eran
inciertas en los tres vértices del triángulo nacional argentino, es posible
inferir que este problemático punto de partida incidirá fuertemente en la
precariedad de las condiciones en que lo encontrará la puesta en marcha de la
economía post pandemia.
1. En el vértice Gobierno:
- Aparecerá un Estado agigantado en
términos de su participación en el PBI nacional, soportando con emisión monetaria un gasto público masivamente
orientado al consumo, sin el contrapeso de una oferta en estado de shock, con
los consiguientes riesgos inflacionarios.
- La conclusión de las etapas finales de
la refinanciación de la deuda externa será determinante: si prosperaran
razonablemente las tratativas con el Fondo Monetario Internacional Argentina
quedaría en mejores condiciones de corto plazo para remontar el colapso de la
economía, aunque con dudas sobre la sostenibilidad de la situación en el
mediano y largo plazo.
- Se habrá producido una gran
concentración de poder fáctico en el Estado, a partir de las crecientes
condiciones de excepcionalidad en su gestión, con el riesgo de una incipiente
descompensación en el equilibrio de poderes.
2. En el vértice productivo.
- El aparato productivo se verá
profundamente dañado y fracturado, donde se podrán identificar diferentes
situaciones frente a la crisis:
a) sectores que preservarán sus
estructuras y al menos parte de sus niveles de actividad por estar ligados a
áreas esenciales que han seguido demandando sus productos o servicios durante
la cuarentena;
b) otros sectores que habrán sobrevivido
luego de soportar el cese de sus explotaciones por efecto de la cuarentena
merced a un hiper endeudamiento de reembolso presumiblemente dificultoso, para
atender penosamente al menos los salarios de su gente;
c) un amplio sector de prestaciones de
servicios y producciones –pymes o cuentapropistas- que a despecho de la
cuarentena han proseguido precariamente con sus actividades bajo hipótesis de
supervivencia;
d) una enorme cantidad de empresas
medianas y pequeñas, de grandes empresas no ligadas a áreas esenciales de
demanda durante la pandemia, como así también de muchas profesiones y
ocupaciones por cuenta propia, que habrán quebrado y/o simplemente desaparecido
del mercado. La dimensión de estos sectores dependerá de la sensatez de las
regulaciones y de los momentos de la salida de la cuarentena.
- Niveles inéditos de desempleo, pobreza y
marginalidad, concurrentes con un estrés de oferta sufrido por la economía al
paralizarse la producción de numerosos sectores durante los momentos más
álgidos de la cuarentena. Según un informe que publicaba INFOBAE el 28 de abril
“En términos de valor agregado o producto bruto, no menos del 50% de la
economía está comprometida”[16].
- Indicadores de inversión a tasas
negativas, no solo por efecto del congelamiento de nuevos emprendimientos y
proyectos de expansión sino también por el desmantelamiento de las empresas
quebradas y/o desaparecidas, el que una vez producido será de muy difícil
recuperación y puesta en marcha en un hipotético nuevo ciclo de expansión.
3. En el vértice científico tecnológico y
educativo.
- La investigación financiada por el
sector público se encontrará virtualmente paralizada –excepto los loables
esfuerzos realizados en el combate a la pandemia-, y se enfrentará a la
necesidad de replantear las prioridades de los proyectos vigentes, en función
de la escasez de recursos y la mutación dramática de necesidades.
- La investigación financiada por el sector
privado, ya de muy bajo tenor antes de la pandemia, se verá reducida a niveles
todavía menos relevantes, por los ajustes presupuestarios que deberán realizar
las escasas empresas que todavía sostengan programas de ese tipo.
- La educación en todos sus niveles estará
concentrada en la compleja tarea de estimular la educación a distancia mientras
se regresa a la presencialidad en un modelo híbrido; entretanto se habrá
acentuado la profundización de dos grietas que se han hecho evidentes durante
el transcurso de los sucesivos períodos de cuarentena:
a) la brecha generada entre los sectores
dotados de recursos, docentes y tecnologías adecuadas para lograr una rápida
reconversión hacia la docencia remota bajo condiciones de continuidad educativa
y aquellos otros sectores que por falta de recursos o por el difícil acceso de
sus educandos a los implementos y requisitos tecnológicos estén experimentando
retrasos sustanciales en el aseguramiento efectivo de la continuidad.
b) la otra brecha, de carácter cognitivo,
comenzará a gestarse dentro de las instituciones reconvertidas, y tendrá que
ver con las diferencias de calidad pedagógica que deberán saldarse entre la
educación a distancia implementada de urgencia y con recursos dispares y la
tradicional educación presencial.
4. Los lados del triángulo.
Al mismo tiempo, se podrán observar
vulnerabilidades en los tres lados del triángulo:
- Las políticas y los incentivos del
Estado para lograr la recuperación del aparato productivo continuarán privilegiando
el apoyo al consumo y la supervivencia, con escasos incentivos a la inversión.
- Se habrá generado una pérdida abrupta en
la capacidad contributiva del sector empresarial para sostener el gasto público
a través del sistema impositivo, acentuando de esa manera el déficit
presupuestario de la Nación, las provincias y los municipios, el que deberá ser
financiado con más emisión o nuevo endeudamiento.
- Se acentuarán los obstáculos en el
circuito de ida y vuelta del lado del triángulo que relaciona al vértice
productivo con el vértice científico tecnológico y educativo.
- El lado que vincula al sector público
con el aparato científico tecnológico deberá enfrentar nuevas prioridades,
acentuando el divorcio secular preexistente entre ambos vértices.
Ante este panorama, quedaría definida con
certeza la segunda de las condiciones que plantea la hoja de ruta expuesta,
referida a la situación del triángulo del desarrollo argentino: extrema
debilidad en el punto de partida.
- ¿Qué iniciativas y políticas podrán
colocar el triángulo al servicio de una recuperación del crecimiento, en el
marco de las concepciones “finalistas” del desarrollo superadoras de la
“falacia cuantitativa” y a tono con la revolución tecnológica y las
restricciones ecológicas que caracterizan a esta primera mitad del Siglo XXI?
Las dicotomías de
Hoselitz: geoeconomía, geopolítica y mercado
Sobre el final de las cuarentenas, aun
bajo los efectos de una pandemia no totalmente superada, y resuelta en un
sentido o en otro la dicotomía de Amartya Sen, habrá llegado el momento de
avanzar desde el vértice Estado del triángulo en la planificación destinada a
recuperar el aparato productivo y a direccionar el vértice científico
tecnológico hacia los requerimientos de los nuevos escenarios emergentes de la
crisis.
Para que ello ocurra, el plan deberá
ejercer cada una de las opciones que plantean las dicotomías de Hoselitz:
- La opción geoeconómica
Una de las consecuencias más evidentes de
la pandemia en el mundo es la crisis de la globalización, no solo como
consecuencia de una cuarentena prácticamente universal, sino también frente a
las nuevas condiciones de vínculo que imperarán de ahora en adelante en la vida
de los países.
Se observa en muchos casos un regreso al
nacionalismo y el recurso a soluciones unilaterales y proteccionistas frente a
las repercusiones económicas de la crisis. Pero también desde los países en
vías de desarrollo habrá quienes apuesten a enfoques renovados de cooperación
internacional, como los convenios de libre comercio, donde la prioridad pasará
por compartir el acceso a las tecnologías del nuevo sistema tecnoeconómico imperante
con las sociedades más avanzadas.
Sobre estos temas, en el Mercosur deberán
resolverse algunas diferencias respecto de las tratativas de acuerdos de libre
comercio con Canadá, Corea del Sur y otros países. A ello se sumará el debate
pre pandemia respecto del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, aun
irresuelto.
Estos antecedentes inducen a vaticinar un
perfil geoeconómico del modelo inclinado hacia un modelo “intrínseco”. “Vivir con lo nuestro”, diría
Aldo Ferrer.
- La opción geopolítica
En vísperas de la pandemia el mundo
asistía a una confrontación creciente entre los Estados Unidos y China por
ganar la delantera en la carrera tecnológica. Ese era en realidad el verdadero
trasfondo de las escaramuzas comerciales y arancelarias sostenidas por los
presidentes Trump y Xi Jimping.
Un claro ejemplo de ello es lo que ha
venido ocurriendo en torno a la adopción de la tecnología móvil 5G. Ya a
comienzos de 2019 se afirmaba en la versión impresa de La Voz: “quien domine la
tecnología 5G tendrá una ventaja importante en el diseño de la nueva estructura
política, económica y cultural de la nueva época, inclusive si el mundo
encuentra caminos de cooperación. La llamada guerra comercial entre Beijing y
Washington se trata de un conflicto estratégico por el dominio de las
tecnologías de punta, planteado en términos de que el que gana se lleva el
premio completo”[17].
El conflicto no ha mermado durante la
pandemia; va quedando en evidencia que detrás de los esfuerzos por salvaguardar
sus economías frente a las consecuencias impuestas por las cuarentenas y los
confinamientos, el primero de ambos colosos tecnológicos que logre poner
nuevamente a pleno su capacidad productiva 4.0 antes que el otro habrá
conseguido una ventaja quizás irrecuperable en la carrera a la singularidad.
Estados Unidos aparece como el menos
favorecido por los acontecimientos. Tal como lo sostiene Katrin Bennhold en un
reciente artículo en el New York Times, “La pandemia del coronavirus está
sacudiendo las suposiciones básicas sobre la excepcionalidad de los EE.UU. Esta
es quizás la primera crisis global en más de un siglo en la que nadie busca que
Washington lidere. ´Estados Unidos no lo ha hecho mal, lo ha hecho
excepcionalmente mal´, aseveró Dominique Moïsi, politólogo y asesor senior en
el Institut Montaigne, con sede en París”[18].
La posición de China, en cambio, es
diferente. Encabezando actitudes similares a las de otros países orientales
–Corea del Sur, Taiwan, Singapur- ha logrado resultados contundentes en la contención
de la pandemia, basados en dos grandes argumentos: el uso masivo de tecnologías
de punta y la tolerancia ancestral de incursiones a la privacidad por parte de
su población.
Así lo expone Byung-Chul Han en su
reciente colaboración en la Revista Eñe de Clarín: “Como consecuencia de la
pandemia, Europa ha perdido todo su carisma. En estos momentos Europa mira a
Asia con asombro y envidia. Los países asiáticos han sabido controlar muy
rápidamente la epidemia. ¿Qué hacen los asiáticos mejor que los europeos? A
pesar del neoliberalismo, los estados asiáticos siguen siendo, a diferencia de
Occidente, sociedades disciplinadas. En Asia impera un colectivismo con una
fuerte tendencia a la disciplina. En ese contexto se pueden imponer, sin mayor
problema, medidas disciplinarias radicales que en los países europeos toparían
con un fuerte rechazo. Se perciben como el cumplimiento de deberes colectivos
más que como restricciones de los derechos individuales”[19].
Existe por cierto un reflejo de esta
disputa en la vocación de China y Estados Unidos de ejercer supremacía e
influencia en América Latina. Ello tanto desde el punto de vista económico y
financiero como desde su condición de vínculo necesario para que los países
latinoamericanos puedan generar el salto tecnológico que les permita sortear
etapas en su desarrollo post coronavirus. Como consecuencia de ello aparecerá
en el mundo un renovado concepto de dependencia: la dependencia tecnológica. Y
autores como Yuval Noah Harari alertan sobre el surgimiento de un nuevo
imperialismo: el imperialismo tecnológico[20].
Será muy difícil para países como los
latinoamericanos evadir los efectos de esa dependencia y sustraerse a los
intereses de ese nuevo imperialismo: la pandemia aceleró exponencialmente la
digitalización de la vida y por lo tanto ha potenciado la necesidad de acceder a los beneficios de
la revolución tecnológica para apuntalar el regreso al crecimiento.
Al respecto resultan premonitorias las
reflexiones del escritor y crítico literario español Jorge Carrión: “El
coronavirus está multiplicando exponencialmente nuestra dependencia de los
dispositivos y de las grandes empresas tecnológicas (de Google a Netflix). La
revolución está siendo completada por una pandemia. La paradoja es evidente: la
biología —y no la tecnología— está acelerando la digitalización del mundo. Un
virus que afecta a los cuerpos y que se transmite cara a cara o por la
superficie de los objetos está multiplicando exponencialmente nuestra
dependencia de los dispositivos. Un fenómeno biológico nos está hundiendo en la
virtualidad. Si al ritmo del año pasado la transición digital se hubiera
completado en treinta o cuarenta años, es muy probable que tras la pandemia ese
plazo se reduzca drásticamente”[21].
¿Quién se convertirá en el socio
tecnológico y financiero obligado de su recuperación post pandemia en la
América Latina en vías de desarrollo? Como lo advierte Laureano Pérez
Izquierdo, Director de Infobae América: “China ha iniciado -desde hace ya algunos
años- un lento pero constante proceso de ´neo colonización´ sin freno.
Principalmente en América Latina. Los rígidos estándares morales impuestos por
el Partido Comunista (PCC) a la población y a su clase dirigente le impedirían
al régimen someter a otros pueblos a fuerza de crucifijos o evangelios tal como
ocurriera en siglos pasados. Tampoco los actuales tiempos permitirían
invasiones militares... Sus funcionarios ofrecen dólares. Muchos dólares. De a
miles de millones. Y parece funcionar”[22].
Será difícil que los países de América
Latina puedan evadir los efectos dominación (corrientes de fuerza, poder y
coacción incluso sin que exista la voluntad expresa de ejercerlas)[23] provenientes de la porfía financiera y
tecnológica de China y Estados Unidos en la región. En estos momentos la
segunda dicotomía de Hoselitz, referida a la alternativa geopolítica, podría
calificarse como incierta: ni totalmente “autónoma” ni tampoco “satélite”:
probablemente como una situación de hecho de “autonomía condicionada”.
- La actitud ante el mercado
El fin de las sucesivas cuarentenas
seguidas de aperturas parciales encontrará a Argentina con una economía
masivamente intervenida por el Estado, con las empresas sujetas a una serie
inédita de disposiciones y regulaciones financieras, fiscales, cambiarias,
operativas y preventivas de emergencia.
Con el cepo extremo al dólar, la
prohibición de los despidos, el congelamiento de precios, la suspensión de
actividades de muchos rubros comerciales e industriales, la concesión de
créditos a tasa cero, la intervención en el mercado de las telecomunicaciones y
muchas otras medidas de emergencia, el Estado se arrogó atribuciones que
hubieran sido impensables en otros momentos.
La gran debilidad de las estructuras
productivas, comerciales y de servicios y la situación precaria de numerosos
emprendimientos podría inducir a dar continuidad a muchas de esas medidas
excepcionales. El Estado deberá planificar con inteligencia para conducir
racionalmente el reingreso a la “nueva normalidad”.
Como lo sostiene Alberto Follari: “Mucho
se ha hablado de que la pandemia muestra que sólo el Estado puede hacerse cargo
del cuidado poblacional en las emergencias. Efectivamente es así, y la
situación ha sido elocuente. Por unas semanas, los panegiristas del mercado
callaron desde la impotencia: se habían quedado sin discurso. El Estado, aún
golpeado por las políticas neoliberales de tantos años, exhibe en todo caso su
necesidad y pertinencia, y de ello seguramente quedará rastro y memoria para el
futuro inmediato de nuestros pueblos”[24].
Lo resalta también Diego Sztulgart:
"… la fórmula: ´es la hora del Estado´. Una vez más, y quizás esta vez más
justificadamente que nunca, el Estado ´fuerte´ emerge como figura aclamada. …
priorizar la salud (´la vida´) implica defender el gasto público para afrontar
circunstancias excepcionales”[25].
Ese Estado fuerte, esa economía débil y la
necesidad de un plan nos permiten avizorar la probable resolución de la tercera
dicotomía de Hoselitz: un proceso “inducido”.
El último
y esencial interrogante: la calidad institucional
Ha quedado delineado gran parte del camino
a recorrer en la imaginaria hoja de ruta del desarrollo argentino. A partir de
la apreciación de circunstancias y su probable evolución se ha discurrido sobre
la probable evolución del dilema GALA/BLAST, la forma en que se encaminará la
reconstrucción del triángulo y el probable enfoque de las tres dicotomías de
Hoselitz.
No obstante, aún faltaría resolver la
última de las cuestiones bajo análisis: el institucionalismo con el que el gran
protagonista –el “Estado fuerte” de Diego Sztulgart- se hará cargo de
planificar la marcha al desarrollo bajo las condiciones del modelo a
implementar. Aparecerán entonces otros interrogante:
-¿Qué tipo de instituciones políticas
predominarán en el sector público de Argentina en la post pandemia? ¿Inclusivas
o extractivas?
-¿Podrán las instituciones políticas
reconvertir en inclusivas las instituciones evidentemente extractivas de la
economía?
-¿Dispone el estado argentino del nivel
necesario de calidad institucional que le permita gestionar un camino eficiente
hacia el desarrollo?
“Estado fuerte” no necesariamente equivale
a “Estado eficiente”. El diagnóstico de situación al finalizar la pandemia
delata una inusitada debilidad del cuerpo social y económico; el ejercicio del
poder y el avance de la tentación autoritaria dependen de la fortaleza de
nuestra democracia; el modelo posible presenta alternativas geoeconómicas,
geopolíticas y de mercado relativamente previsibles, aunque no necesariamente
las mejores. ¿Cómo responderán las Instituciones?. La respuesta a esta pregunta
cerrará la llave final de la hoja de ruta
del desarrollo argentino post pandemia.
IV. EL
TEMIDO ESPEJO DE 2002
Desde la
crisis de 2018, durante el agravamiento de la situación económica y social a lo
largo de todo el año 2019, y con renovada intensidad a partir del estallido de
la crisis del coronavirus, muchos se han empeñado a comparar estas realidades
con los sucesos acaecidos entre 2001 y 2002.
Una y otra vez
aparecen los fantasmas de la hiperinflación, la desintegración social, la
incertidumbre frente al futuro. Muchas de las sensaciones, dudas y
padecimientos que jalonaron gran parte de 2002 se suceden en la mente de todos
los argentinos. ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué hemos dejado de aprender de las
experiencias de aquellos acontecimientos?
¿Y ahora qué? ¿Otra vez en
2002?
Desde aquel Otoño-Invierno de 2002,
todavía en el remolino de la debacle, el autor ha conservado sus apuntes
personales sobre aquellos acontecimientos tan críticos y dolorosos.
Diez y ocho años después, resulta
asombroso comprobar que –aunque ciertas
circunstancias son distintas- muchos de los juicios de valor expresados
entonces podrían aplicarse a los dilemas de este Otoño-Invierno de 2020. A
pesar del tiempo transcurrido, algunos comentarios resultan sorprendentemente
actuales. Pareciera que como en el milenario juego de la OCA, una y otra vez
los dados nos devuelven al casillero de partida… y como siempre, culpamos a los dados.
Me permitiré recurrir a la transcripción
de algunas de aquellas reflexiones, en momentos en los que aquel dramático fin
de la convertibilidad se ha transformado en esta implosión del coronavirus.
Reflexiones personales en aquel
Otoño-Invierno de 2002[26]:
“Cuando ´el día después´ Argentina pueda
evaluar sus alternativas de regreso a la ruta del desarrollo, cuando pueda
volver a pensar en el largo plazo, será necesario regresar a las fuentes,
definir a qué desarrollo se apuntará, qué atajos habrá que tomar para recuperar
parte del tiempo perdido, y seleccionar cuidadosamente los elementos de la
teoría del desarrollo que deberán participar en el análisis. No habrá tiempo
que perder, habrá que hacer lo que haya que hacer, y hacerlo bien”.
"Por lo pronto habrá
que encontrar previamente una explicación integral, no sólo financiera y
bancaria - prisma que por ahora parece prevalecer - a las causas de semejante
aterrizaje en la decadencia. No se trata de quedar atrapados en el diagnóstico,
como tantas veces nos ha ocurrido en el pasado. Es que ninguna terapia que se
ensaye tendrá sentido sin una cabal autocrítica basada en la comprensión de las
debilidades culturales, sociales, políticas y económicas que nos condujeron a
esta encrucijada. Es algo muy serio, muy patológico, lo que ha sucedido con
nuestra sociedad, como para poder explicarlo simplemente desde el punto de
vista de la convertibilidad, del ´corralito´, del nivel de las reservas del
Banco Central o de otras anomalías financieras".
Y continuaba: “Habrá que tener en cuenta la impiadosa profundización del dualismo
económico y social, la proliferación de regiones de indigencia e inviabilidad,
la desarticulación del aparato productivo todavía a cargo de las empresas
pequeñas y medianas nacionales, la franca vocación de retirada de numerosas
empresas globales, el aislamiento del país respecto de los organismos
financieros internacionales, la indiferencia estructural de los Estados Unidos
hacia Argentina, la subordinación de facto al Brasil en el Mercosur, y otros condicionantes que exigirán, para su
resolución, el concurso de mucho más que buenos negociadores de la deuda
externa, teóricos de los grandes
centros o economistas con buenos amigos en Washington”.
“Preparar el regreso
al desarrollo será una tarea mucho más cultural que económica, mucho más
comunitaria que política. La imaginación y la creatividad estarán mucho más
presentes en las gentes del tercer sector que en los pliegues de una dirigencia
política cortoplacista (oficialismos y oposiciones). Habrá mucha más fuerza
local y regional, que directivas del puerto unitario, definitivamente
inoperante. La plataforma del nuevo despegue será mucho
más primitiva que la que generalmente evalúa la burocracia económica
internacional. Los recursos
disponibles, serán mucho más elementales y estrechos.[27]”
Algunas de estas reflexiones sobre
aquellos acontecimientos se conectan con este presente donde el gran desafío
pasa por no reincidir en los errores del pasado.
Argentina
inmersa en el círculo vicioso de la pobreza
Utilizado primeramente por Ragnar Nurkse,
y desarrollado luego por Gunnar Myrdal, el principio del círculo vicioso de la
pobreza pone de relieve la interacción mutua de las diversas fuerzas políticas
y económicas que intervienen en la persistencia de la pobreza en los países
insuficientemente desarrollados.
Mientras que bajo el supuesto de
equilibrio económico todo cambio inicial provoca un cambio secundario que lo
neutraliza, aquí por el contrario toda modificación en un factor desencadena un
proceso en el cual el cambio del factor secundario sirve para reforzar al
primero, y este espiraliza y reacciona a su vez sobre el segundo. Es el efecto feed back.
De esta interacción mutua nacerá un
proceso acumulativo circular en el sentido de la alza o de la baja, según la
orientación del cambio en el factor inicial. En los países insuficientemente
desarrollados, la persistencia de la pobreza, y la dificultad de liberarse de
ella, se explica por una causalidad circular de los efectos acumulativos en el
sentido de la baja.
En la misma línea de pensamiento, para
Elías Gannagé estos son los principales círculos viciosos que impiden a un país
superar su situación de pobreza: el círculo malthusiano, indicador del
crecimiento de la tasa de población por sobre la tasa de producción; el círculo
del capital, que revela la insuficiencia del ahorro y de la inversión, a partir
de escasos niveles de ingreso; la paradoja de la distribución de los ingresos,
donde en medio de la pobreza los ricos se tornan más ricos y los pobres más
pobres, y por fin, las dificultades externas que refuerzan la pobreza de los
países subdesarrollados, pronunciando sus rasgos de dependencia[28].
TaTal pareciera que el mal desempeño
argentino de los últimos cincuenta años se caracteriza por el atascamiento
irresuelto de sus instituciones en esta persistente causación circular
acumulativa de la pobreza.
Porqué
fracasan los países: el rol de las instituciones
Una de las explicaciones del subdesarrollo
de los países considera que se genera como consecuencia de dos graves
carencias: deficiencias sustanciales y deficiencias institucionales.
Las deficiencias sustanciales aluden al
déficit relativo que puede padecer cada país en cuanto a la disponibilidad de
uno o varios de sus factores de la producción: recursos naturales, trabajo,
capital, empresa, tecnología e ideación.
Las deficiencias institucionales se
reflejan en todos aquellos impedimentos del desarrollo originados en actos de
gobierno o en manifestaciones de la política económica y monetaria de un país,
que tienen por consecuencia deformaciones estructurales de la economía o el
estancamiento a largo plazo de la producción y el progreso.
En muchas experiencias nacionales es
posible comprobar que el subdesarrollo es imputable en mucho mayor grado a las
deficiencias institucionales que a las sustanciales, o sea que el déficit que
puedan padecer los países en cuanto a uno o varios factores específicos de su
función de producción juega un papel secundario frente a los efectos de un
pobre desempeño de sus instituciones. Es lo que pareciera aseverar la famosa
comparación de algunos economistas entre los destinos de Argentina y Japón.
En su libro titulado “Porqué fracasan los
países”, Daron Acemoglu trata de contestar los mismos interrogantes:
-¿Qué es lo que determina que un país sea
rico o sea pobre?
-¿Cómo se explica que, en condiciones
similares, en algunos países haya hambrunas y en otros no, como es el caso de
las dos Coreas?
-¿Qué papel juega la política en estas
cuestiones?
Y llega a conclusiones parecidas: el
subdesarrollo y el empobrecimiento tienen mucho que ver con la nociva presencia
en los países de instituciones políticas y económicas extractivas. Sostiene
Acemoglu: “Los países fracasan hoy en día porque sus instituciones económicas
extractivas no crean los incentivos necesarios para que la gente ahorre,
invierta e innove. Las instituciones políticas extractivas convierten a las
instituciones económicas también en extractivas para consolidar el poder de
quienes se benefician de la extracción. Las instituciones políticas y
económicas extractivas, aunque varíen en detalles bajo distintas
circunstancias, siempre están en el origen de este fracaso“[29].
Cada uno de los vértices del triángulo del
desarrollo contiene un enjambre de instituciones: políticas, ejercidas por los
gobiernos a cargo de la gestión del vértice Estado, y económicas, que rigen el
funcionamiento de las empresas que componen el vértice del aparato productivo y
su perfil industrial. Equidistante de ambos vértices, el vértice del aparato
científico tecnológico y sus instituciones educativas y de investigación
complementan el escenario donde se define el carácter extractivo o inclusivo de
cada componente.
Recorriendo la hoja de ruta trazada en el
capítulo anterior, parece quedar claro que en el momento en que se deban tomar
decisiones estratégicas irreversibles, más allá de la elección del camino GALA
o el camino BLAST que decida recorrer el poder vigente, más allá del estado de
fortaleza o deterioro estructural del triángulo, e independientemente del
perfil geoeconómico, geopolítico o del formato pro/anti mercado que ese sistema
de poder proponga a la sociedad, el éxito o el fracaso de nuestro proyecto de
país dependerá en grado sumo de la calidad, eficiencia, eficacia y efectividad
de las instituciones políticas y económicas encargadas de concretarlo. Para
expresarlo en términos de Acemoglu: el predominio o la ausencia de
instituciones inclusivas o extractivas en los vértices de nuestro triángulo
será determinante para cualquier modelo de desarrollo a implementar, más allá
de su impronta ideológica.
Escenarios
institucionales: opacidad, carrusel argentino, perfil industrial obsoleto
Las políticas de desarrollo a encararse
inmediatamente después de la pandemia deberán resolver varios escenarios
institucionales particularmente críticos:
a)
¿Será
posible despejar la opacidad argentina para volver a conectar a Argentina con
el mundo?
La condición de opacidad de un país es un
índice que creó y desarrolló a principios del 2001 la firma de consultores y
auditores Price Waterhouse Coopers. Ese índice trata de medir los efectos de la
opacidad en el costo y disponibilidad de capital a nivel internacional. Según
Price, opacidad significa la falta de prácticas claras, precisas, formales, de
fácil discernimiento y ampliamente aceptadas en el mundo de los mercados de
capitales, los negocios y el gobierno. La metodología propuesta se detiene
especialmente en un elemento: ¿Cuánto cuestan económicamente ciertos
comportamientos políticos de un país y cuáles son los aspectos más relevantes
que afectan los flujos de inversión?
Los factores determinantes del índice
pueden sintetizarse en la sigla inglesa CLEAR, donde:
C= grado de corrupción (corruption).
L = eficacia del sistema legal (legal
system).
E = política económica (economic policy).
A = prácticas
contables (accountant and reporting standards)
R = régimen regulatorio (regulatory
regime).
Los valores de un índice ponderado de
opacidad, marcarían, en sus tramos bajos, un atributo virtuoso frente a lo
problemático y retardatario que representan sus valores altos. En aquellos
apuntes personales de Otoño-Invierno de 2002
se tomaba nota de los bajos valores del índice de Argentina,
especialmente en el tema corrupción y en el tema del régimen regulatorio,
compartiendo con Brasil el podio de la opacidad en América Latina, en tanto que
Chile y México, elegidos ya por los Estados Unidos como socios para la
concreción de proyectos asociativos de ampliación de mercados, mostraban los
valores más bajos.
Trabajar sin pausa para la superación de
las variables que componen el índice CLEAR reclama ante todo instituciones
inclusivas. Estos no son temas de soberanía, dependencia o autodeterminación,
ni tampoco ideológicos; simplemente, son temas de gerenciamiento eficaz en la
conducción política de los países.
b) ¿Podrán las instituciones de Argentina
eludir la trampa del “carrusel argentino”?
En los apuntes de aquel Otoño-Invierno de
2002, el autor anotaba los siguientes conceptos: “La sociedad argentina vive atrapada, tanto en su cotidianeidad como
en sus raíces profundas, por una mezcla recurrente de corrupción, violencia
delicuencial y justicia imprevisible. Su recurrencia persistente podría
compararse a la imagen de un carrusel: está en movimiento y gira
constantemente, pero siempre permanece en el mismo lugar”.
“A lo largo de los
vaivenes de las últimas décadas se ha edificado un capitalismo de rapiña, donde
las clases dirigentes solo han atendido a sus intereses sectoriales de
supervivencia. Se ha visto aflorar una catarata de delitos violentos que
delatan detrás de un robo, un secuestro o un asesinato, una especie de
subyacente revancha de clase. Y nadie confía ya en la Justicia, cuyos fallos
absurdamente garantistas o de marcada intencionalidad política poco contribuyen
a corregir este estado de cosas. Como sucede en las ´tormentas perfectas´, se
han logrado acumular todos los males posibles”.
“Queda muy claro:
mientras no se restaure la vigencia de la ley, hacia dentro y hacia fuera,
mientras no se respete la vigencia de los derechos de propiedad, mientras se
continúen mancillando las instituciones con el sostenimiento de todo tipo de
inequidades y privilegios corporativos, mientras no se restauren el orden y la
seguridad interior, pocas esperanzas habrá de lograr condiciones ciertas de
desarrollo, de confiabilidad y de reinserción en el capitalismo global[30]”.
c) ¿Existen las condiciones objetivas para
que las instituciones políticas argentinas diseñen instituciones económicas
inclusivas, capaces de reformular un nuevo perfil industrial adaptado al Siglo
XXI?
Resultará imposible para la economía
argentina recobrar un impulso hacia el crecimiento sostenido si lo intentase a
partir de las ruinas remanentes del obsoleto perfil industrial vigente al
comienzo de la pandemia. Visto desde otro ángulo, semejante nivel de
destrucción masiva de empresas y empleo podría derivar en la oportunidad
histórica de reconstruir nuestro aparato productivo en los términos que hoy
demanda el impacto sin precedentes de la cuarta revolución industrial.
Los problemas que plantea el rápido avance
tecnológico de hoy ya eran advertidos con admirable intuición a fines del siglo
pasado por Alvin Toffler: "Pasan siglos y milenios y de pronto, en nuestro
tiempo, estallan en pedazos las fronteras y se produce un súbito impulso hacia
delante. La razón de esto es que la tecnología se alimenta de sí misma. Es la
misma tecnología la que hace posible una mayor cantidad de tecnología”.
"Al tornarse la información más importante que nunca, la nueva
civilización reestructurará la educación, redefinirá la investigación
científica y sobre todo, reorganizará los medios de comunicación[31]."
No habrá opciones frente a la necesidad
imperiosa de sumarse –saltando etapas- a ese mundo 4.0 avizorado por Toffler,
que aun sufriendo los últimos embates de la pandemia, no detendrá la carrera
tecnológica: inteligencia artificial, blockchain, big data, robótica, 5G,
realidad virtual, impresoras 3D, fabricación digital, Internet de la energía,
nanotecnología, bioingeniería, proyecto CALICO, ciudades inteligentes,
e-learning, gobierno digital, la era de la singularidad… esos son los temas que
volverán a preocuparnos, aun con mucha mayor intensidad gracias al acortamiento
de etapas generado por la “vulgarización” de la vida digital producida durante
las cuarentenas.
Para Argentina, subirse a este tren de un
futuro que ya llegó se convertirá en su “ser o no ser” como país. Decía John
Kenneth Galbraith: “un país puramente agrícola
tiene todas las posibilidades de no prosperar, ni siquiera en la
agricultura”. Y sostenía Víctor Flores Olea: “en tanto la industria no mejore
la tecnología de las zonas rurales, no promueva la transformación local de los
productos primarios, creando nuevas oportunidades de trabajo y educación, y no
reconfigure sustancialmente la relación de intereses entre la ciudad y el
campo, es una mistificación hablar de auténtico desarrollo”. El Presidente
Carlos Pellegrini había ido aún más lejos: “sin industria no hay nación”,
decía. Pero en estas instancias surge una pregunta crucial ¿qué industria?.
Ante todo debemos tener en cuenta que,
acelerado por la pandemia, el mundo asiste al quiebre del sistema
tecnoeconómico que prevaleció hasta fines del Siglo XX. Cada época en la
evolución económica del mundo está asistida por su propio sistema
tecnoeconómico: una combinación de tecnologías, materias primas, fuentes de
energía e infraestructuras afines, que definen las maneras de producir y los
estándares prevalecientes de productividad.
El fin de la
pandemia enfrenta al mundo con un momento bisagra en el que se está produciendo
el quiebre del sistema tecnoeconómico que prevaleció hasta comienzos del Siglo
XXI. Tal como lo describe Joaquín Ledesma: “Se Podría redefinir la historia
económica como la historia del nacimiento, desarrollo, decadencia y sustitución
de sucesivos sistemas tecnoeconómicos. La decadencia y sustitución ocurre
cuando cada sistema se encuentra frente a su ´jaque mate tecnológico´, es decir
cuando el antiguo sistema tecnoeconómico alcanza la frontera de su
productividad, encontrándose en un callejón del que solo puede salir mediante
la revolución tecnológica”[32].
Las sucesivas
cuarentenas, forzando la digitalización, aceleraron de manera exponencial el
tránsito de la economía a un nuevo sistema tecnoeconómico signado por la
irrupción de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana de personas, empresas
y gobiernos.
En un artículo de abril de 2020, en plena
pandemia, Jeremy Rifkin aludía a otros cambios concurrentes que también se
avecinan en el mundo: “Ya nada volverá a ser normal. Esta es una llamada de
alarma en todo el planeta. Lo que toca ahora es construir las infraestructuras
que nos permitan vivir de una manera distinta. Debemos asumir que estamos en
una nueva era. Si no lo hacemos, habrá más pandemias y desastres naturales.
Estamos ante la amenaza de una extinción. Lo primero que debemos hacer es tener
una relación distinta con el planeta. Cada comunidad debe responsabilizarse de
cómo establecer esa relación en su ámbito más cercano. Y sí, tenemos que
emprender la revolución hacia el Green
New Deal global, un modelo digital de cero emisiones; tenemos que
desarrollar nuevas actividades, crear nuevos empleos, para reducir el riesgo de
nuevos desastres. La globalización se ha terminado, debemos pensar en términos
de glocalización. Esta es la crisis de nuestra civilización, pero no podemos
seguir pensando en la globalización como hasta ahora, se necesitan soluciones
glocales para desarrollar las infraestructuras de energía, comunicaciones,
transportes, logísticas”[33].
Estas nuevas realidades, que prefiguran
grandes cambios en los formatos inmediatos de la globalización, consolidan la
vigencia de las teorías de la endogenización del crecimiento citadas en el
Capítulo 1[34].
Tomando conciencia de estas perspectivas,
nuestro nuevo desarrollo se deberá apoyar en un radical proceso de
reindustrialización orientado al uso masivo de las nuevas tecnologías, a las
exigencias de las producciones limpias y a la glocalización de la que habla
Rifkin, aupado en la marcha forzada
hacia la digitalización impuesta por la cuarentena.
Reconstruir la economía conlleva
necesariamente a la reconstrucción industrial. La definición de un nuevo
proyecto nacional supone la definición de un nuevo perfil industrial superador
de las estructuras industriales ineficientes del pasado inmediato, eludiendo la
tentación de reeditar nuestra anacrónica resignación pastoril basada en el
aprovechamiento mezquino de nuestras menguadas –aunque aún importantes-
ventajas comparativas. Ya es tiempo de reconocer que los males endémicos de Argentina no se resuelven
con algunas buenas cosechas o con los esporádicos buenos precios de nuestros
productos primarios.
La adopción de un modelo de desarrollo por
parte de una comunidad nacional, supone la orientación de sus objetivos hacia
pautas muy definidas. A partir de claros principios orientadores y juicios de
valor, el modelo requerirá la vigencia de instrumentos y políticas que hagan
factible su funcionamiento. Resulta imprescindible la correspondencia entre los
fines del modelo y los resortes institucionales con que esos fines habrán de
ser alcanzados.
Así, junto con la conformación consensuada
de un entramado social, ético y colaborativo, podrá aparecer un desarrollo
económico a su servicio; ello no será posible si no se cuenta con renovadas
instituciones políticas inclusivas que establezcan los requisitos productivos,
fiscales, tecnológicos, financieros y educativos que sustentarán el proceso.
Definir una estructura productiva
significa definir la forma de asignar los recursos económicos entre las
diferentes actividades y regiones, la combinación de estos recursos y el nivel
de productividad con el que se trabajará en cada sector. Hablar de
reindustrialización en la economía de la post pandemia apunta mucho más al
surgimiento de nuevos sectores a cargo de nuevos emprendedores, que a la mera
resurrección vegetativa de actividades de la vieja guardia. Solo a través de
una planificación estratégica capaz de encarar una rigurosa selectividad de
objetivos podrá ponerse en marcha un nuevo perfil industrial capaz de sustentar
el revolucionario salto cualitativo que exige nuestro desarrollo.
La conformación estructural del perfil
industrial reconoce la interacción de cuatro componentes
1. El pilar finalista.
2. El pilar estructural.
3. El pilar primario-transformador.
4. El pilar tecnológico e innovador.
1. El pilar finalista, generador de
calidad de vida, atiende la oferta plena y accesible de los bienes de consumo
social básico.
Está orientado al consumo masivo de la
población. Se trata de estructurar y sostener un conjunto de industrias capaces
de asegurar al modelo una oferta organizada de bienes de consumo social básico.
Serán industrias sólidas y rentables, orientadas a producir bienes y servicios
relacionados con la salud, la vivienda, la educación, la alimentación esencial,
la vejez y el esparcimiento. Su función social-motora será la de incrementar
sustancialmente la calidad de vida de las mayorías y superar la exclusión y el
dualismo económico y social. Las pequeñas y medianas empresas tendrán un rol
importante en este sector de la economía.
2. El pilar estructural, de industrias
básicas, orientado al autoabastecimiento del mercado interno y su proyección
regional latinoamericana.
Le corresponde armonizar la
interdependencia regional con la salvaguardia de la capacidad de decisión
nacional. Se trata de un conjunto de industrias fundamentales para el objetivo
de autodeterminación del perfil planteado. Energía, petroquímica, siderurgia,
automovilística, transporte, comunicaciones, telecomunicaciones y muchas otras,
serán industrias concebidas en torno a la integración latinoamericana,
articuladas en un ambiente económico pragmático, en el marco de una protección
sensata y una apertura estratégica a la inversión externa.
3. El pilar primario-transformador, de
proyección exportadora, y por lo tanto financiador de los demás pilares.
Asegurará la transformación industrial
generalizada de nuestros productos primarios. Armonizará una economía de plena
disposición en el mercado interno con los objetivos de expansión del comercio
exterior.
El pilar primario-transformador se
asentará en una revolución exportadora de Argentina, capaz de devolverle sus
históricos coeficientes de participación en el comercio mundial. Asegurará la
disponibilidad de volúmenes multiplicados de bienes primarios elaborados.
Agricultura, ganadería, alimentos, pesca, agroindustria, vitivinicultura,
productos regionales, minería, con cargas de valor industrial agregado y alta
productividad, abrirían la puerta de acceso a una Argentina exportadora,
integrada en lo nacional, y con peso específico internacional.
4. El pilar tecnológico e innovador,
estratégico, movilizador de inteligencia. Propulsor del proceso de
endogenización del crecimiento argentino.
Brindará amplia disponibilidad tecnológica
a las otras industrias rectoras del perfil. Se trata del conjunto de industrias
del conocimiento, apuntalado por las “fintech”, no solo concebido como un nuevo
y voluminoso sector económico exportador de servicios, sino también orientado a
asegurar a los otros pilares el acceso al “paquete tecnológico” imprescindible
para producir competitivamente en el Capitalismo del Siglo XXI que sobrevendrá.
El hábitat laboral natural de este perfil será el teletrabajo, impulsado por
instituciones laborales ad hoc.
Para sobrevivir en el nuevo paradigma
económico que planteará la revolución tecnológica, caracterizado por una
batalla de la productividad en todos los órdenes de la actividad humana, el rol
de este pilar asume una importancia crítica. Ya lo adelantaba Jeremy Rifkin
antes de la pandemia: “Parece que nos hallamos en las primeras etapas de una
transformación revolucionaria en los paradigmas económicos. En el ocaso de esta
era del capitalismo está surgiendo un modelo económico nuevo y más adecuado
para organizar una sociedad hiper competitiva en la que cada vez hay más bienes
y servicios casi gratuitos”[35].
Estos cuatro pilares deberán apoyarse en
un proyecto político capaz de convocar y conciliar las enormes energías humanas
y materiales todavía disponibles en nuestra sociedad. Ello requerirá un
institucionalismo previsible, inclusivo, capaz de revertir el círculo vicioso
de la pobreza en un círculo virtuoso de progreso y bienestar.
V. POST PANDEMIA
Y NUEVA NORMALIDAD: ARGENTINA Y EL MUNDO
Tras el impiadoso paréntesis –social, económico y
emocional- impuesto por muchos meses de cuarentena, ya sobre la finalización de
2020 se inician los aprestos para la aprobación y aplicación de la tan esperada
vacuna.
Como si ello implicara la mágica puerta de acceso a
la imagen de un mundo sin pandemia, en todos los países las expectativas de
centran en lo que vendrá después, a la espera de señales que detecten el
comienzo de una nueva etapa plena de desafíos e interrogantes: la post
pandemia, y que con ella se descorra finalmente el velo que nos permita conocer
las características de una “nueva normalidad”.
¿Una
nueva normalidad o la nueva realidad del cambio permanente?
La crisis del coronavirus está devorando vidas,
empleos, economías e ilusiones. Pero también está devorando palabras, que de
pronto van siendo cada vez menos apropiadas para describir lo que pasa, y mucho
menos para imaginar lo que puede llegar a pasar.
-¿Qué significa y en qué dimensión de tiempo y
espacio se ubica la “post pandemia”?
-¿Qué significa y en qué dimensión de tiempo y
espacio se ubica la “nueva normalidad”?
-¿Y si el cambio ya se ha producido, se está
produciendo y seguirá en proceso permanente?
Constantemente se utilizan esos términos;
sociólogos, filósofos, economistas, sanitaristas, periodistas, políticos y
politólogos suelen incluir en sus expresiones o en sus escritos referencias a
una quimérica “post pandemia”, momento inasible pero tan esperado, a partir del
cual brotará una “nueva normalidad” que acomodará las cosas, se ajustará la
brújula de la humanidad y todos regresarán por fin a una renovada vida
“normal”.
Para los que quedan atrapados en ese marco
conceptual, el mundo estaría sometiéndose a una agenda temporal de tres fases:
1) enfrentamiento de la pandemia, cuarentenas y vacuna; 2) derrota de la
pandemia, por lo tanto ingreso en la “post pandemia”; 3) a partir de la “post
pandemia”, conquista final de una “nueva normalidad”.
Se percibe claramente en este enfoque una mirada
estrecha, de calendario, de un “antes” y un “después”, cuando lo que sucede es
que esos dos tiempos son sólo uno. Aunque muchos aun no lo perciban, ya estamos
inmersos en el “después”: el “después” es hoy.
La inexistencia de certezas en el horizonte y el
profundo cambio de expectativas que nos sorprende día a día nos están
demandando nuevas dimensiones de análisis para describir ese “después”. Por lo
pronto, no parece que la revolución tecnológica en curso prometa un “después”
estable.
Así lo advierte Yuval Noah Harari en un reciente
diálogo con Impact Theory: “… no estamos siquiera cerca del potencial máximo de
la inteligencia artificial. La velocidad a la que se desarrolla sólo se va a
acelerar, probablemente. Así que lo que realmente vamos a enfrentar es una
sucesión de revoluciones en el mercado laboral, en las relaciones, en la
política y en otros ámbitos de la vida. Tendremos una gran perturbación en
2025, sí. Y tendremos una mayor en 2035, y tendremos una aún mayor en 2045. Y
así”.
Según estos vaticinios, más que el ingreso futuro a
una “nueva normalidad”, el mundo ya está experimentando una “nueva realidad”,
que es el cambio permanente, impulsado por el comportamiento exponencial de la
tecnología, con los consiguientes desafíos de adaptación; pero el fenómeno
tecnológico, lejos de ser autónomo, convivirá a su vez con dos exigencias que
se imponen por su propio peso: a) la prolongada batalla que a partir de la
vacuna permita erradicar definitivamente la pandemia -con la cual se empieza a
convivir- que no reconoce fecha cierta de vencimiento; b) la aplicación
impostergable de paliativos ante los efectos catastróficos del cambio climático
en todos los órdenes de la vida.
Es de imaginar un proceso sinérgico donde la
tecnología, cada vez más “inteligente”, se orientará a resolver el vector salud
y el vector ecológico aplicando recursos cada vez más potentes, algunos de los
cuales ni siquiera conocemos en este momento.
Pierde así significancia la utilización facilista
del término “post pandemia” como un cómodo punto de referencia ubicado en un
momento todavía impreciso del futuro, a partir del cual recién se podrán poner
en marcha planes, políticas y estrategias nacionales. Por el contrario,
presente y futuro aparecen enlazados en un monumental cambio de época que ya ha
comenzado, aunque el dramatismo diario de la pandemia impida todavía apreciarlo
en toda su virulencia.
Un mundo
abocado a superar el nuevo jaque mate tecnológico
Estamos entrando a un mundo “5.0” superador del
virus, inmerso en la aceleración profunda de la sociedad del conocimiento y
limpio de amenazas ecológicas; los países que continúen distraídos con sus
penurias coyunturales y sus rencillas domésticas, serán los grandes perdedores.
No hay “post pandemia” que justifique no tomar ya
mismo el rumbo correcto, y la “nueva normalidad” se va convirtiendo en una
entelequia sin contenido. Hay sí, una “nueva realidad”, un “mundo VICA” por
delante, (Volátil, Incierto, Complejo, Ambiguo) que no tendrá compasión con
aquellos países que no comiencen desde ahora a planificar sus estrategias de
desarrollo sobre esas premisas.
Aunque algunas sociedades logran intuir estas
disyuntivas históricas, siempre se necesitan liderazgos que encarnen esas
convicciones para motorizarlas en el momento preciso. Es el tiempo de líderes
visionarios que sepan elevarse sobre las dificultades del presente para
avizorar estratégicamente las nuevas reglas de juego y actuar en consecuencia.
Líderes despojados de prejuicios ideológicos que estén dispuestos a dejarse
guiar exclusivamente por la grandeza de miras, el sentido común y la fuerza de
los hechos.
Argentina
frente al mundo: los ejes geoestratégicos del nuevo desarrollo
Frente a ese mundo cambiante, las
políticas de desarrollo a implementar potenciarán –al ritmo de estos tiempos-
las cuatro grandes yugulares geoestratégicas del crecimiento argentino, que se
asientan en profundas raíces históricas. Es allí, en cada uno de estos
verdaderos circuitos espaciales del desarrollo, donde se deberán aprovechar
todas las oportunidades que cada uno de ellos representa. Son ellos:
a) El eje litoral, o de la Cuenca del
Plata.
b) El eje mediterráneo, andino o del
Pacífico.
c) El eje del Atlántico Sur, con su
proyección a la Patagonia, Malvinas y la Antártida.
d) El eje del Atlántico Norte, de
proyección europea y africana.
a) El eje del litoral, o eje de los ríos,
o eje mesopotámico.
Este eje está orientado hacia la Cuenca
del Plata, considerada una de las regiones más feraces y potencialmente
desarrolladas del planeta. Una de las primeras decisiones de la Primera Junta
fue organizar la campaña del Paraguay. El General San Martín libra su primera
acción bélica sobre la región mesopotámica, en la batalla de San Lorenzo. Las
misiones jesuíticas constituyen un antecedente importante de progreso y
asentamiento civilizador en la región. Dos conflagraciones han tenido lugar en
esta región a lo largo de la historia: primero fue la guerra con el Brasil,
ganada en el campo de batalla, pero perdiendo luego La Banda Oriental en la
mesa de negociaciones. Y luego la guerra de la Triple Alianza contra el
Paraguay.
El eje litoral apunta de lleno al
Mercosur. Dos grandes conglomerados industriales desempeñan allí un fuerte
protagonismo: el triángulo Buenos Aires – Rosario – Córdoba, y el triángulo San
Pablo – Belo Horizonte – Rio de Janeiro. La evolución de las relaciones entre
Argentina y Brasil después de la pandemia, y las diferentes actitudes de los
miembros respecto de la apertura de sus economías jugarán un papel decisivo en
la suerte del Mercosur como herramienta válida de integración.
b) El eje mediterráneo, o eje andino,
orientado hacia la salida al Océano Pacífico.
Este es el eje latinoamericano por
excelencia, inspirado en la primitiva visión virreinal; su fluidez y
operatividad será decisiva para el destino de nuestro NOA. La expedición al
Alto Perú, dispuesta por la Primera Junta, y el cruce de Los Andes encarado por
el General San Martín, son antecedentes manifiestos de la enorme importancia
estratégica de este direccionamiento geopolítico.
Hoy es la puerta a los crecientes mercados
del oeste sudamericano, el oeste centroamericano y el oeste norteamericano. El
acceso al océano Pacífico, aspiración geopolítica fundamental para los
intereses argentinos, nos conduce también a los grandes mercados consumidores
de Asia, tanto como a las fuentes primordiales de alta tecnología de China,
Corea del Sur y el Sudeste asiático. Es el eje de los corredores bioceánicos,
un recíproco derrotero de ida y vuelta de Chile y Perú con salida al Atlántico
y de Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay con salida al Pacífico.
c) El eje del Atlántico en su
direccionamiento Sur: el vector patagónico.
El eje del Atlántico Sur es tanto marítimo
como territorial. Las campañas militares de Rosas y Roca, los duros diferendos
limítrofes con Chile y la guerra de Malvinas jalonan militarmente los énfasis
nacionales vinculados a la ocupación de la Patagonia, donde muchas cosas están
aún por resolverse, como ocurre con la explotación de Vaca Muerta. Las demandas
de los pueblos originarios, la pesca, la energía eólica, el gas y el petróleo,
nuestra soberanía sobre las islas Malvinas y nuestras pretensiones sobre la
Antártida son asignaturas pendientes de enorme significado estratégico, algunas
dominadas por una fuerte impronta emocional.
d) El eje del Atlántico en su
direccionamiento Norte: el vector europeo y africano.
Su proyección se remonta a los tiempos y
las instituciones extractivas de la Colonia, que luego de la independencia
marcaron a fuego las relaciones entre el puerto unitario y el interior federal,
y apunta a los vínculos con la Unión Europea, a la conexión con África y a la
incidencia decisiva de la inmigración europea plurinacional en la conformación
de la cultura del esfuerzo y el emprendedurismo.
La madre de todos los problemas: “Son las
instituciones…”
Para articular
el nuevo potencial industrial a las oportunidades que ofrecen estos ejes se
requiere un institucionalismo inclusivo orientado a la articulación de nuestra geoeconomía
con un criterio de conexión de fronteras, promoviendo polos industriales
regionales y clústers que nos
integren con países vecinos, con la vista puesta en un proyecto asociativo
global latinoamericano. Solo de esta manera podrá lograrse el regreso de
provincias hoy feudalizadas o convertidas en “enclaves subnacionales híbridos”,
como las denomina Carlos Gervasoni[36],
a razonables condiciones de viabilidad social, económica e institucional, en el
marco de un moderno federalismo regional.
Durante una campaña presidencial en los
Estados Unidos, se hizo famosa una frase del entonces presidente Bill Clinton,
quien refiriéndose a la clave de salida de las dificultades que en ese momento
afrontaba su país pronunció su célebre “es la economía, estúpido”. En el caso
argentino, la explicación final de “la madre de todos los problemas” bien
podría resumirse en una frase del mismo estilo, aunque con una importante
modificación: “son las instituciones…”, como nos lo advertiría Clinton.
Por fuera de los argumentos ideológicos,
académicos, matemáticos o economicistas que pretenden aportar al país sus
soluciones particulares a la problemática elemental de crecer, y buscando
fórmulas racionales apoyadas en el sentido común, se podría sintetizar así la
“Ecuación cualitativa de la Felicidad Argentina”:
SENSATEZ = CONSENSO
CONSENSO = SUPERACIÓN DE LA GRIETA
SUPERACIÓN DE LA GRIETA = CONFIANZA
CONFIANZA = CRECIMIENTO CON SOLIDARIDAD
SOCIAL
CRECIMIENTO CON SOLIDARIDAD SOCIAL =
DESARROLLO
DESARROLLO = FELICIDAD
Simplificando las variables intermedias:
SENSATEZ = FELICIDAD
V. DE LA “AVENIDA DEL MEDIO” A LA “EXPLANADA DEL
CONSENSO”
A menudo se
recurre en la política argentina a la figura de “la avenida del medio”, para
expresar una idea reduccionista del país apartada de la grieta, proponiendo
implícitamente el aislamiento de las “banquinas”; algunos de sus propulsores no
dudan en promover la exclusión de los extremos en la construcción de
coincidencias, como el precio a pagar por el sistema para superar posiciones
presuntamente irreductibles. Los hechos han demostrado una y otra vez que los
caminos que abrevan en la polarización tienen pocas perspectivas de convertirse
en una alternativa capaz de aportar soluciones a largo plazo.
Argentina
asiste desde hace tiempo a un árido triple empate entre tercios, donde el
“tercio del medio”, lejos de poder prevalecer, se convierte una y otra vez en
el árbitro circunstancial entre turnos de gobierno alternativos de los otros
tercios.
Estos a su vez
se ocupan en desmontar las instituciones de sus predecesores y a reconstruir
las suyas, sin lograr que esas instituciones terminen siendo instaladas en la
sociedad como instituciones de Estado. En el largo plazo el resultado es un
proceso político de suma cero, causa fundamental del “carrusel argentino”.
Jorge Liotti
lo describe con precisión cuando cita a quienes han venido anunciando este
estado de cosas: “Un grupo de académicos estudió los déficits de la Argentina
posperonista de mediados de los 50 a los 70, que iba y venía entre efímeros
gobiernos democráticos y golpes militares, y acuñó términos como ´el juego
imposible´ de Guillermo O'Donnell, o el ´empate hegemónico´, de Juan Carlos
Portantiero. Todos reflejaban las limitaciones de un sistema atrapado entre dos
polos alternativamente capaces de vetar los proyectos de los otros, pero sin
recursos suficientes para imponer de manera perdurable los propios”[37].
Ha llegado el
tiempo de superar la evocación poco feliz de la estrecha y ambigua “avenida del
medio” por otra figura más esperanzadora, aunque por cierto más exigente:
reunirnos todos, sin exclusiones, en la ancha “explanada del consenso”[38],
único escenario desde donde Argentina podría comenzar a superar con madurez una
saga secular de desencuentros que nos recuerda a la fábula del perro del
hortelano.
Los temas
tratados en este ensayo pretenden acercar ideas al punto de partida de un diálogo
integrador entre todas las fuerzas políticas y sociales, sin exclusiones, donde
bajo las premisas de escuchar al otro y de reconocer los límites de cada
posición, pueda arribarse como mínimo a un conjunto básico de no-negaciones que
se convierta en común denominador de nuestro proyecto de país, enmarcado en el
juego natural de la democracia y los principios republicanos. Según un aforismo muy divulgado en estos
días, se necesita –en sentido figurado- un espacio de debate donde concurran
“Corea del Norte, Corea del Sur y Corea del Centro”.
El solo hecho de generarse un debate
abierto y plural en torno a las cuatro categorías de análisis presentadas sería
el primer paso de un proceso arduo pero esperanzador hacia una mirada
compartida que permita arribar a
propuestas superadoras desde una mesa del consenso donde se pueda comenzar a
superar la insólita grieta que nos paraliza.
GALA: combate a la pobreza a través de la planificación indicativa del
desarrollo
Habida cuenta
de las tensiones extremas que afrontará la sociedad en la post pandemia, se
abrirá camino la idea de un Estado capaz de implementar una planificación
estratégica del desarrollo, de manera de asegurar los cuatro frentes de
inducción que promueve la concepción GALA que nos propone Amartya Sen: a) el
crecimiento económico, b) una capacidad productiva adaptada al Siglo XXI, c) la
preservación del bienestar social y d) un concepto solidario de la felicidad
colectiva.
A esos fines,
la programación indicativa del desarrollo puede presentarse como un instrumento
idóneo para asegurar una masa crítica de consenso, en un marco de paz social y
coincidencias mínimas capaces de engendrar políticas de Estado.
Triángulo: reindustrialización inteligente para
ingresar a la sociedad del conocimiento
Los acuerdos
básicos por lograr apuntarían, desde el colapso del aparato productivo
argentino, al aprovechamiento de la oportunidad histórica de reformular un
nuevo perfil industrial adaptándolo a las exigencias del nuevo sistema
tecnoeconómico emergente en el mundo, como nuestra respuesta inteligente al
jaque mate tecnológico que sobreviene.
En su rol de
promotor de las instituciones económicas requeridas, corresponderá al Estado
otorgar prioridad absoluta en términos fiscales, financieros, arancelarios y
laborales a las industrias del pilar tecnológico-innovador del perfil.
Hoselitz: modelo
expansionista, multipolar, economía de mercado con parámetros sociales.
Siguiendo el enfoque de Hoselitz, el perfil del modelo a concertar
debiera ser “expansionista”, en el sentido de concebir un desarrollo proyectado
espacialmente hacia los ejes geoestratégicos que nos permitirán ser parte
activa de un mundo que ingresa mucho más aceleradamente que antes de la
pandemia a un nuevo sistema tecnoeconómico centrado en la revolución de las
nuevas tecnologías.
Pero por los múltiples efectos del coronavirus, esa
proyección ya no implicará sumarse a una globalización como se la conocía hasta
ahora. Acontecerá flanqueada por dos perfiles que la condicionarán: el enfoque
hacia la “glocalización” a la que hace referencia Rifkin: pensar globalmente y
actuar localmente. Y la ineludible orientación hacia la “producción limpia”, en
respuesta a las amenazas cada vez más palpables del cambio climático.
En términos geopolíticos, si hay acuerdo en
apuntalar un modelo “no condicionado” orientado a la economía del conocimiento,
ello implicará para Argentina la conveniencia de
consensuar nuestra relación con el mundo de manera de asegurarnos una posición
equidistante frente a los tres grandes polos de poder tecnológico con los que
habrá que negociar en la salida de la pandemia: Estados Unidos, China, y el
“mundo Rollerball” al que parece acercarnos el auge y el poderío planetario per se que acumulan las grandes empresas
tecnológicas[39].
Tal como lo
expone Ariel Torres, "Si antes de la pandemia un puñado de tecnológicas
concentraban un poder nunca visto, ahora esos monopolios han acentuado ese
poder a una escala incomprensible”[40].
Y en cuanto a
la última de las dicotomías, el camino de consenso a recorrer desde la planeación estratégica del
desarrollo se sustentaría en una economía de mercado flanqueada por fuertes
parámetros sociales, muy centrada en el emprendedurismo y en las pequeñas y
medianas empresas argentinas que surjan del pilar tecnológico-innovador del
nuevo perfil industrial a promover.
Consensos institucionales: hacia grandes acuerdos
superadores de la grieta
Una estrategia
de desarrollo como la que se ha esbozado a lo largo de este ensayo no podría
implementarse sin el acompañamiento de un institucionalismo consolidado, que
aporte pautas estables con garantías ciertas de permanencia en el largo plazo.
Ello demanda
la construcción consensuada de un enjambre de instituciones facilitadoras, inclusivas
en el sentido en que lo plantea Acemoglu, lo que se logrará a través de la
gestación de grandes acuerdos sobre un paquete interconectado de reformas: la
reforma judicial, la reforma laboral, la reforma fiscal, la vigencia plena del
régimen de coparticipación federal que establece la Constitución, la reforma
educativa, la reforma previsional y otras especialmente funcionales al tránsito
de Argentina hacia una sociedad más justa, incorporada a un mundo post pandemia
signado por la digitalización con resguardos ecológicos.
Si los
argentinos lo hacemos –y podemos hacerlo-
mereceremos que don José Ortega y Gasset, desde el podio de los grandes
pensadores políticos de la historia, nos distinga con el honroso calificativo
de “Nación”.
Alfredo Pérez Alfaro