El profesor del MIT dijo que el país, al igual que Brasil, corre el riesgo de haberse enfocado demasiado en los recursos naturales, porque eso profundiza el conflicto distributivo
19 de agosto de 2021. Sofía
Diamante. LA NACION
El economista Daron Acemoglu,
autor del libro Por qué fracasan los países, hace un llamado de atención sobre
la poca regulación que tiene el avance tecnológico. En particular, advierte
sobre el ritmo de la automatización y su impacto en el empleo y la desigualdad,
y señala que esta inequidad tiene a su vez un efecto directo sobre la estabilidad
de las instituciones democráticas.
El profesor del Massachusetts
Institute of Technology (MIT) acaba de publicar su último libro El Pasillo
Estrecho: Estados, Sociedades y Cómo alcanzar la Libertad, escrito junto con el
economista James Robinson (trabajaron juntos en el primer libro también), en
donde concluyen que la sociedad se vuelve más fuerte a medida que el Estado
asume más responsabilidades.
¿Cómo llegan a esta reflexión?
En primer lugar, Acemoglu explica que, desde 1990, si bien creció la producción
de bienes y servicios, los salarios se estancaron y en algunos sectores cayeron
los puestos de trabajo. “En los últimos años, los trabajos y salarios del grupo
demográfico con menor grado educativo crecieron muy poco o bajaron. Esto genera
inequidad y las consecuencias sociales son bastante obvias, está relacionado
con la falta de paz social y el reclamo a las instituciones e incluso a la
democracia”, dice el economista turco, en el seminario internacional organizado
por el “Boletín Informativo” de Techint.
Acemoglu indica que la
automatización es uno de los principales factores que generó el incremento de
la desigualdad, ya que se asocia con la desaparición de los trabajos de la
clase media. “Tendemos a pensar la tecnología como una cuestión monolítica, que
incrementa la productividad. En mi investigación me centré en la dirección de
crecimiento tecnológico en la economía mundial”, cuenta.
Según explica, en un primer
momento, el avance de la tecnología puede generar una recuperación de algunas
funciones de los trabajadores. “Es un período de prosperidad. Hay un
desplazamiento del trabajo por la tecnología, pero hay un efecto de contrapeso,
porque la automatización se acelera, pero, al mismo tiempo, hay otras
tecnologías que se desaceleraron”, dice.
Sin embargo, advierte que se
ve un patrón donde el balance de la tecnología está desbalanceándose para
promover la automatización. “Hay sectores que no ven de manera transparente
este cambio. Los robots son el ejemplo por excelencia del reemplazo de tareas
que antes realizaban los trabajadores, como la línea de ensamblaje. Si hablamos
de los robots que mejoran la productividad, tenemos que verlo en términos de la
perspectiva de los trabajadores. Mientras más robots se introducen en el centro
de Estados Unidos, más se ve el declive de los trabajadores”, señala.
El profesor del MIT dice, por
lo tanto, que hay un prejuicio frente a la automatización, pero no es una ruta
que esté predeterminada. “Vivimos en un mundo globalizado y tenemos que
competir con otros proveedores por el menor costo. Eso significa que el recorte
de gastos es una gran preocupación para las empresas y la automatización se ve
como una posibilidad para lograrlo. Las grandes empresas tecnológicas gastan
más de dos tercios de sus fondos en inteligencia artificial. Además, tienen
incentivos fiscales para hacerlo, ya que los impuestos al trabajo en Estados
Unidos son de alrededor del 25%, mientras que se grava con menos de 10% la
inversión en tecnología. El gobierno, de forma efectiva, les da un subsidio de
casi 20% a las empresas cuando utilizan software para reemplazar a los
empleados y seguir produciendo”, dice de manera cruda.
A su vez, señala que es
necesario regular la tecnología, pero dice que los legisladores de los países
desarrollados legislan sobre inteligencia artificial sin tener en cuenta a los
países en desarrollo. “Yo en algunas cosas soy pro libre mercado, pero la
tecnología no cumple los requisitos, porque está sujeto a muchas influencias y
está determinada por el poder que tienen las empresas para hacerse oír. La
regulación de la tecnología es algo a lo que debemos prestarle más atención”,
recomienda.
“Durante las próximas décadas
vamos a ver un cambio muy importante de este paradigma porque hay un desafío
demográfico, que es que todas las poblaciones están envejeciendo. Para los países
como Japón y Corea del Sur, que tienen mucha de su población envejecida, la
relación con la tecnología fue positiva. La tecnología respondió al
envejecimiento con la automatización. Cuanto más viejo se torna un país, más
robots adopta. Es positivo cuando la automatización se hace de manera
equilibrada en función de las demandas de las poblaciones”, explica.
Sin embargo, enfatiza:
“Necesitamos tener una regulación de la tecnología que sea más holística. ¿A
quién debe beneficiar la tecnología? La regulación de la tecnología debería ser
la piedra angular de nuestras instituciones. Necesitamos un nuevo tipo de
Estado de bienestar, donde se fortalezca la red de seguridad social”.
La democracia en crisis
Acemoglu indica que, desde
2006, cada vez más países abandonaron la democracia o vieron deteriorada su
calidad democrática. “Esto es muy preocupante y la pandemia aceleró este
proceso, desató las insinuaciones autoritarias de muchos líderes y erosionó la
confianza en muchos países democráticos”, dice.
Por eso, el economista señala
la importancia de lograr un equilibrio entre el Estado y la sociedad. “Cuando
hay un Estado muy fuerte, suceden dictaduras como la de China. Cuando hay una
disrupción del otro sentido, hay un colapso de las instituciones del Estado.
Cuando se logra este equilibrio, tenemos una dinámica completamente distinta,
ambos se fortalecen. Por eso la sociedad se debe involucrar más en la política,
para saber qué y cómo se está regulando, y no tenemos que temer a la
intervención del Estado si esta se vuelve necesario”, indica.
Finalmente, acerca de América
Latina, asegura que, si bien no tiene nada de malo que las economías vivan de
los recursos naturales, esto puede hacer profundizar los conflictos
distributivos y generar más malestar social. “Vivir de los recursos naturales
puede ser una fuente de ingresos magnífica cuando hay una estructura balanceada
de la economía. Australia y Nueva Zelanda son exportadores de recursos
naturales, pero también exportan bienes industriales. La Argentina y Brasil
corren el riesgo de haberse enfocado demasiado en los recursos naturales. Esto
profundiza el conflicto distributivo, en lugar de agrandar la torta invirtiendo
y exportando los frutos del capital humano”, señala.
“La distribución de ingresos
es bastante desigual y esto profundiza los conflictos sociales y políticos. Las
democracias resultan más difíciles de mantener en los países que dependen de
los recursos naturales. La Argentina es un gran ejemplo”, concluyó.
Sofía Diamante
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