domingo, 27 de octubre de 2019

HELIO JAGUARIBE: UN OPTIMISTA DE CORTO PLAZO. EL "REGIONAL-DESARROLLISMO"


Cientista social publica un nuevo libro y reafirma su creencia en un futuro cercano y próspero para Brasil
Carlos Haag. jun. 2009

“En épocas de gran agitación, el deber del intelectual es mantenerse callado, pues en esos momentos se hace necesario mentir y el intelectual no tiene ese derecho”, afirmó, no sin una cuota de cinismo, el filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955). Aunque confiesa ser un apasionado por las ideas del español, -que ejerció una influencia extraordinaria en mi formación-, el cientista social Helio Jaguaribe no es un discípulo intransigente. Si bien coincide en que la mentira no tiene cabida en el decir de los pensadores, se rehúsa a mantenerse callado, por suerte para nosotros, más aún en tiempos difíciles como los actuales. En este punto, Jaguaribe, actualmente Decano Emérito del Instituto de Estudios Políticos y Sociales (Iepes), es un seguidor más de las enseñanzas de su padre, Francisco Jaguaribe de Matos. “Era un hombre de cultura con un profundo espíritu cívico y ético. Me inculcó las ideas de amor y dedicación al país, de sentido público”. En ello se puede reconocer con facilidad al pensador que, a los 86 años (un “inmortal” de la Academia Brasileña de Letras), no se calla ni miente. Prefiere pensar Brasil.

Carioca, abogado de profesión, Jaguaribe no se acomodó meramente en la teoría, y a partir de 1949, empezó a escribir la famosa y prestigiosa Columna de la Quinta Página en el Jornal do Commercio. También se reunía con un grupo de amigos intelectuales de Río y de São Paulo en Parque do Itatiaia para pensar los problemas que veía todos días en la empresa y que obstaculizaban el desarrollo de la sociedad brasileña. En 1953, las reuniones dieron lugar al Instituto Brasileño de Economía y Sociología y Política, para posteriormente, en 1955, con el apoyo del presidente Café Filho, adquirir el estatuto de Instituto Superior de Estudios Brasileños, el célebre Iseb, núcleo de pensamiento que elaboró la teoría del nacional-desarrollismo. “Queríamos plantear un proyecto reformista para la transformación de Brasil, la idea de una reforma del capitalismo que partiese del propio capitalismo”. En discordancia con ciertos cambios acaecidos en el Iseb, Jaguaribe dimitió en 1959. Se arremangó y se puso a trabajar en un proyecto de expansión de la Companhia de Ferro e Aço de Vitória [Compañía de Hierro y Acero de Vitória], perteneciente a su familia, experiencia que le mostró la dura realidad de empresarios y trabajadores. Con el golpe militar, se exilió en EE.UU., donde se dedicó a la docencia en el área de sociología, en universidades del porte de Harvard y Stanford y en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Regresó al país en 1969 y diez años más tarde asumió la dirección del Iepes. “Flirteó” de manera responsable con el Estado dos veces: en 1985, cuando coordinó el Brasil 2000, durante el gobierno de José Sarney; y en 1992 fue secretario de Ciencia y Tecnología del gobierno de Fernando Collor, cargo que abandonó cuando el presidente fue destituido del poder.

En 1988 ayudó a fundar el Partido de la Socialdemocracia Brasileña, el PSDB, y tiene ahora un candidato que considera imbatible para 2010: el gobernador de São Paulo, José Serra. Jaguaribe sigue al servicio del país con sus ideas. Como por cierto lo comprueba el libro Brasil, mundo e homem na atualidade [Brasil, el mundo y el hombre en la actualidad], una selección de estudios escritos a partir de 1983, editado por la Fundación Alexandre de Gusmão. Este libro, de más de 930 páginas, contiene un condensado de su pensamiento, con estudios sociopolíticos, sobre relaciones internacionales, reflexiones sobre Brasil, análisis de filosofía y notables estudios sobre diversas personalidades. Es difícil destacar uno entre tantos textos profundos e inteligentes, pero son dignos de nota estos: “Nación y nacionalismo en el siglo XXI”; “Socialdemocracia y gobernabilidad”; “Pax americana o ‘Pax Universalis'”; “La alianza Argentina-Brasil”; “La pérdida de la Amazonia”; “Brasil: ¿qué hacer?”; “Universalidad y razón occidental”; “Testimonio sobre el Iseb”; “Ortega y Gasset: vida y obra”; y “Celso Furtado: teoría y práctica del desarrollo”; entre otros, prueba de su pensamiento agudo e inquieto.

Por lo tanto, para definirlo mejor se hace necesario buscar otra frase de Ortega y Gasset: “Es inmoral pretender que una cosa deseada se realice mágicamente, simplemente porque la deseamos. Sólo es moral el deseo acompañado de la severa voluntad de aprontar los medios de su ejecución”.

-Usted tiene 86 años y nunca ha dejado de analizar el país. ¿Existe algo de nuestro presente que lo haya sorprendido?
-No hay muchas sorpresas porque la marcha que tomaron los acontecimientos fue más o menos en el sentido que yo preveía. Yo diría que la situación de Brasil es razonable, está lejos de ser pésima y lejos de ser excelente. Es razonable porque Brasil mantiene algo que es precioso: su unidad nacional, pues somos un país con enorme sentido de unidad nacional. Han mejorado las relaciones sociales, el país está incorporando a las masas marginales, aunque a una velocidad menor que lo deseable, pero camina en la dirección correcta. Estamos teniendo un crecimiento técnico, económico y cultural razonable, de modo tal que Brasil no es un país con un futuro preocupante; al contrario, es un país con un futuro muy prometedor y exhibe un presente muy razonable. En este sentido soy bastante optimista con relación a Brasil. Lo que nos hace un país eficaz es que así se vuelve independiente de las voluntades individuales, es un proceso colectivo en marcha. Lo que dota de una gran estabilidad a Brasil no es que sea un país con un gran conductor, en el que un fenómeno específico esté favoreciendo. No: somos un país cuya rutina es orientada en la dirección correcta. El desarrollo sostenible es aquel que se hace por rutina.

-¿Qué nos impide de tener un proyecto real de nación?
-Creo que el problema en este momento es que las corrientes desarrollistas, que a decir verdad son predominantes en la opinión pública y también en la propia línea del gobierno, no han logrado sin embargo arribar a un modelo económico y financiero adecuado para su proyecto. Existe un desarrollismo económico, pero la mecánica financiera de ese desarrollismo aún no ha sido bien elaborada. ¿En qué condiciones financieras será posible sostener un desarrollo importante a largo plazo? Éste es el problema y esto requiere una combinación entre finanzas públicas y privadas, y por lo tanto un modelo financiero global bajo el liderazgo del Estado. Compete al Estado liderarlo. Pero los gobernantes no están teniendo una conciencia financiera lo suficientemente clara, me parece a mí. Existe una conciencia económica, pero la visión financiera es del “día a día”, es un poco una rutina, de acuerdo con las experiencias anteriores, y no la finanza volcada a sostener el desarrollo de largo plazo. Es el vacío financiero.

-¿Qué consecuencias tiene eso para el futuro del país?
-El hecho es que Brasil tiene una verdad empírica muy satisfactoria. Independientemente de grandes proyectos, de grandes conductores y grandes liderazgos, el país marcha bien y eso es algo altamente deseable, porque los progresos que dependen de los conductores están sujetos a éstos y, por lo tanto, pueden no tener continuidad. Nuestra ventaja es que tenemos una rutina positiva. Por eso soy muy optimista con relación al futuro, precisamente por eso: lo que funciona bien en Brasil es su rutina, y la rutina tiende a ser permanente. Este status quo, si bien es algo mediocre, tiene la ventaja de ser estable, y por lo tanto probablemente tendrá continuidad. Yo sería favorable a que además de esa rutina positiva surgiese un gran proyecto nacional que movilizase a la opinión pública, como sucedió en el tiempo de Juscelino Kubitscheck, por ejemplo, cuando la idea de “cincuenta años en cinco” se hizo realidad. No necesitaríamos un nuevo proyecto tan avasallador como ése, básicamente porque la rutina actual es buena y no lo era en aquel tiempo. JK logró convertir una rutina negativa en una orientación positiva. Esa orientación positiva sigue en pie de una manera moderada (un crecimiento del 2,5%, del 3% y en algunos casos hasta del 5%), pero podría ser un tanto acelerada para superar el crecimiento demográfico, sino el país crece en la misma proporción que la población y por ende no mejora.

-¿Cómo sería un Estado más creativo?
-Creo que sería necesario contar con un conjunto de cosas. En primer lugar existe una noción bastante generalizada en la opinión pública de una idea de desarrollo nacional: hay que crear un modelo de desarrollo nacional que sea popular. En la medida en que eso suceda (y de manera general está tendiendo a suceder), esa conciencia pública configura los posibles gobiernos futuros en una dirección que es difícil que se invierta. Brasil ha adquirido una rutina de crecimiento positivo social y económico que tiende a ser estable. Por supuesto que a mí me gustaría que se dinamizara, porque existe una cierta urgencia en apresurar particularmente dos cosas. Del lado de las exigencias superiores, aumentar nuestra capacidad científico-tecnológica: Brasil es un protagonista mediano -por no decir mediocre- dentro del proceso científico-tecnológico. No es necesario que sea de punta, pero debería estar un poco más a la vanguardia. Un gran esfuerzo tendiente a perfeccionar, acelerar y ampliar el desarrollo científico­tecnológico es la primera condición. La otra es que el desarrollo científico-tecnológico se lleve a cabo no precisamente en la línea científico-tecnológica, sino teniendo en cuenta la necesidad de movilizar a la totalidad de la población. Es decir, Brasil tiene un gran problema para incorporar esos cambios, ya que un tercio de su población vive en condiciones absolutamente inaceptables, y debe combinar un desarrollo del proceso científico-tecnológico con un gran desarrollo social.

-Cualquier proyecto de desarrollo se ve trabado en los cuellos de botella estructurales del país.        Cómo superarlos?
-La respuesta tiene una primera dimensión que me parece absolutamente inequívoca: es la educación. El país tiene el desarrollo que su educación le brinda. El hecho de que exista una fracción muy grande de brasileños o totalmente deseducados o parcamente educados constituye un peso inerte que dificulta la marcha del país. Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es expandir la educación y mejorar su nivel. Sólo eso bastaría, porque como el país tiene una tendencia positiva al crecimiento, de tener educación crecerá en la dirección correcta y a la velocidad correcta.

-Pero la cuestión de I&D es compleja e involucra la llegada de tecnología extranjera, algo que a usted no le agrada.
-Brasil ha llegado a una fase en que tiene capacidad de autocrecimiento y autodesarrollo, incluso científico-tecnológico. Eso no quiere decir que vaya a cerrar sus puertas y ventanas al mundo, al contrario: cualquier apertura es absolutamente necesaria, sobre todo en esa dirección. Brasil está lejos de ser un país de vanguardia en el sentido del desarrollo científico-tecnológico, pero con seguridad no es un país de retaguardia: se ubica en una posición intermedia, un poco más arriba que abajo, pero precisa mantener esa media mejorando y, por ende mantener la apertura. Lo principal es, evidentemente, una actuación del sector público a través de volumen y orientación de fondos. Se necesita más dinero, más recursos para el desarrollo científico-tecnológico y una actuación efectiva en pos de desarrollo, partiendo del sector público que es abierto al sector privado.

-¿Cómo analiza la relación entre universidades y empresas?
-Ése es un problema muy serio, porque en Brasil esa relación es muy remota: la universidad absorbe con gran rapidez la información externa y tiende a ser razonablemente actualizada, pero opera hacia dentro, y no hacia fuera. De manera tal que son dos entidades que buscan insumos externos aisladamente una de la otra. La empresa procura ver lo que la tecnología internacional tiene para copiarlo y la universidad procura ver lo que la ciencia tiene para copiarlo. Creo que esas dos iniciativas son perfectamente razonables, pero algo que convendría incrementar, sin ir en detrimento de ellas, es la integración universidad-empresa. Es necesario que la universidad se vuelva más consciente de su rol de educadora en la empresa y que la empresa sea más abierta a las relaciones con la universidad.

-En cualquier punto que toquemos está la presencia del Estado, satanizado por unos, glorificado por otros. ¿Cuál es su visión del Estado, específicamente en el caso brasileño?
-A partir del siglo XVIII, los países occidentales se diversificaron, con aquéllos que son impulsados por la iniciativa privada y aquéllos que lo son por el Estado. Los países anglosajones son predominantemente impulsados por la iniciativa privada y los países latinos y germánicos por la iniciativa del Estado. Es una característica cultural difícil de modificar y no es que algo esté mal en alguna de ellas, de manera tal que nosotros, como país latino, debemos reconocer la necesidad de un activo liderazgo del Estado sin perjuicio de la máxima apertura a la iniciativa privada. Creo que lo que estoy diciendo es el gran consenso: lo que debería hacerse para que dejara de ser discurso sería un poco que esas cosas entrasen en los presupuestos y en las agendas públicas. Es necesario que el BNDES no sea un mero receptor de proyectos, sino un formulador de políticas; es preciso que exista un proyecto nacional de desarrollo consistente, realista, no utópico, para lo cual el banco y otras agencias federales, además de abrirse a las demandas, deben ser proponentes de proyectos.

-¿La crisis financiera actual nos obliga a repensar el Estado?
-En el siglo XXI se arribó a un consenso, más informal que formal, en el sentido de que el desarrollo depende de una combinación de la actuación del Estado y la de la iniciativa privada, en que la actuación del primero será mayor o menor según las características culturales de cada país y su nivel de desarrollo. La intervención del Estado en los países muy desarrollados no debe ser tan grande como en los países subdesarrollados. En los países subdesarrollados no existe la menor duda de que el Estado es el principal motor. En Brasil, aunque no es más un país subdesarrollado, es un país mediano, el Estado sigue siendo el principal motor de una manera menos urgente que en otros países de Latinoamérica o de Asia, pero mucho más urgente que en países como Inglaterra o Estados Unidos. La única solución para la crisis es que el Estado incremente su participación en el desarrollo, en la promoción del crecimiento. La crisis es producto de un cierto descompás entre la oferta y la demanda  de recursos. Esa demanda de recursos solamente puede ser atendida en el corto plazo mediante un aumento de la intervención estatal. La forma por la cual se puede conducir al empresariado a volcarse más hacia la actuación productiva que al juego financiero consiste en que el Estado intervenga de una forma muy eficaz en el financiamiento; al haber una amplificación del financiamiento público, la especulación financiera privada se reduce y el empresario es conducido naturalmente a utilizar ese financiamiento con fines productivos. Al haber oferta de recursos, el empresariado funciona.

-Usted ha propuesto cambiar el nacional-desarrollismo por el regional-desarrollismo. ¿Por qué?
-Estamos viviendo un proceso histórico de formación de grandes bloques, por lo tanto, pese a que Brasil tiene una masa crítica sumamente elevada comparativamente con otros países, no es lo suficientemente autosuficiente como para poder contemplar aisladamente las demandas de este tiempo. De allí la conveniencia de combinar una consolidación nacional del desarrollo con una apertura al desarrollo regional. El nacional-desarrollismo es compatible con el regional-desarrollismo, que en el caso brasileño tiene como base una alianza estratégica entre Argentina y Brasil. Ésa es la clave de todo, la fuerza movilizadora de los otros países de América del Sur y ciertamente de México, que es un socio fundamental en este proceso. Por eso yo digo: hay que consolidar la alianza Brasil-Argentina, que funciona de una forma tímida, y hacer que sea algo muy vigoroso, incorporando a México. Es necesario que no se sobrecarguen las deficiencias del lado brasileño porque también las hay del lado argentino, pero siempre digo que, para comprender estas relaciones entre estos países no exageradamente asimétricos, pero sí un tanto asimétricos, hay que dirigir la mirada hacia los ejemplos históricos. Brasil tiene que pagar más que Argentina y ambos, juntos, deben movilizar a América del Sur. América Latina no es una entidad “operativizable”, sino que sigue siendo meramente cultural. Tenemos también la cuestión de EE.UU., una gran potencia que en los últimos tiempos obró muy unilateralmente. Al consolidarse esta alianza argentino-brasileña y la movilización a partir de esta alianza del sistema sudamericano y vagamente del sistema latinoamericano, contribuiremos para asegurar el espacio de una relación más multilateral en el marco de las relaciones internacionales. Le daremos oportunidad al sector dinámico de Europa y de Rusia de manifestarse más claramente. Por ende, el protagonismo brasileño es movilizador de un sistema multilateral. Obama es una gran promesa, habida cuenta de que EE.UU. nunca tuvo una postura internacional más favorable que ahora. Lo que importa ahora es colaborar con el presidente americano.

-Hablemos de política. Usted es un defensor de la necesidad de hacer una reforma del sistema político…
-La democracia es operativamente una “partidocracia”: depende de la existencia de partidos coherentes, homogéneos, definidos, dotados de proyectos y de una identidad propia. Lo ideal es evidentemente un régimen bipartidista, o de tres partidos, pues con muchos partidos las cosas no funcionan. El problema brasileño, como lo es el de Italia, es el exceso de partidos. Esto debe mitigarse mediante un proceso mediante el cual ciertos partidos dejen de existir y sus miembros se incorporen a partidos de mayor significación y que, dentro del régimen multipartidario, se cree una polaridad entre los partidos con una orientación “A” y los de orientación “B”. Existe en Brasil esa tendencia: existe un cierto grupo de partidos que quieren maximizar la fórmula neoliberal y otros con tendencia a maximizar la fórmula a la que yo denomino socioliberal. El liberalismo social tiende a prevalecer en Brasil sobre el puro liberalismo clásico y eso me parece que es algo sumamente positivo.

-Usted plantea algo muy relacionado, que es esa distancia que existe entre el elector y el electo.
-Es obvia la necesidad de introducir en Brasil el régimen distrital mixto, que es el país dividido en una cantidad de distritos relativamente pequeños constituyendo un electorado que sería supuestamente más homogéneo, y por ende cada distrito elegiría a un representante que sería representativo de una mayoría nacional por la suma de los distritos. Por otra parte, soy favorable al régimen distrital mixto, es decir, que las elecciones no sean exclusivamente distritales, sino que se abra, pongámosle, un porcentaje del 20% de los cargos para liderazgos nacionales, porque hay algunas personalidades muy importantes que no tienen ningún distrito propiamente a su favor. El régimen distrital mixto, en que el 80% de los escaños se completa “distritalmente” y el 20% nacionalmente, me parece que es un régimen muy favorable.

-¿Cuál es su visión sobre el presidencialismo?
-Sería deseable que Brasil transitase del presidencialismo al parlamentarismo, pero, para que éste funcione son necesarias condiciones previas: se requiere un nivel de educación política algo superior al que nosotros tenemos y que los partidos se reduzcan idealmente a dos, ya que la multiplicidad partidaria conspira contra el buen funcionamiento del régimen parlamentarista. Brasil no estaría en condiciones de adoptar inmediatamente el régimen parlamentario. Cuando hubo ese reciente plebiscito al respecto, yo voté en contra -no porque yo sea contrario, sino por que creo que no es aplicable en las condiciones actuales. ¿Y cuáles son los requisitos para que el parlamentarismo sea factible? El principal, por supuesto, es la ampliación de la educación política de la población. El margen de conciencia política brasileña aún se restringe más o menos a una tercera parte de la población -una tercera parte es completamente alienada y la tercera parte restante está más para “abajo” que para “arriba”. Tenemos aún un largo camino por recorrer para movilizar a la gran mayoría de la población brasileña hacia un nivel satisfactorio de conciencia política, de conciencia pública. Por otra parte, en la medida en que se progrese en la dimensión de la conciencia pública, de la conciencia política, tenderá a reducirse la cantidad de partidos, porque la conciencia política conduce naturalmente a una bifurcación entre partidos que pretenden modificaciones sustantivas y partidos que pretenden la preservación del régimen actual. Pero la educación política brasileña está mejorando mucho: el brasileño tiene más conciencia política hoy que hace 20 años.

-¿Por eso usted defiende una unión entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el PSDB?
-Esa unión es deseable, pero no es indispensable, porque hay dos alternativas: o se forma en el país una conciencia tendiente a una cierta bipolaridad (y en ese caso podrá ser representada por el PSDB y por el PT, lo que condenará al PSDB a una posición conservadora) o las fuerzas conservadoras adquieren una cierta consistencia (el Partido Liberal y esos partidos del frente liberal) y la unión del PT y del PSDB se vuelve necesaria. O sea, la relación PSDB-PT depende de la evolución del electorado y de la opinión pública. Si el electorado fortalece a los partidos, como los partidos de la unión democrática, la fusión PSDB-PT se volverá algo necesario y posible -o de lo contrario, la bifurcación entre el PT y el PSDB lleva al PSDB a tener una función más conservadora.

-¿Cuál es el partido del futuro no Brasil?
-Bueno, yo del PMDB tengo una muy mala opinión, porque se convirtió en un partido de clientela: no tiene proyecto, no tiene programa, no tiene identidad propia. Es un partido dedicado a recoger migajas electorales en todo el territorio nacional y juntar esas migajas, lo que le da un resultado positivo, porque la educación política brasileña es aún insuficiente. El voto del PMDB es un voto clientelista; a medida que prospera, vemos que esa clientela sigue siendo muy poderosa. Pero yo creo que la tendencia va hacia la disminución de la importancia de la política de clientela y por eso creo que a largo plazo el PMDB no tiene futuro. Sí tienen futuro el PT y el PSDB. Esto significa que el PSDB va a ser un partido conservador progresista y el PT un partido progresista moderado.

-¿El PT cambió luego de llegar al poder?
-Es difícil analizar separando a Lula del partido. ¿Qué sería del PT sin Lula? ¿Cuál sería la tendencia del PT? Es difícil preverlo, ¿no? Yo no tengo la impresión de que el PT se haya consolidado de una manera programática satisfactoria. Es más un partido de “enlaces”, de “vanguardieros”, independiente de una consistencia programática. Y el problema radica precisamente en eso, en la necesidad de una conciencia programática. Mientras que el PSDB es un partido que tiene una buena conciencia programática y logró algo muy interesante, que sería un partido de centroizquierda. Es un partido que no es reaccionario, no es conservador, pero tampoco es aventurero. Un partido de moderado desarrollo social y económico, cosa que es altamente deseable. Lula se dio cuenta del error de entregar tanto poder a los sindicalistas. Se dio cuenta y motivó deliberadamente un cambio en el cuadro de poder. Por eso no veo un candidato del PT capaz de ejercer un rol similar al que Lula tiene y, por otro parte, veo la probabilidad de que el PSDB gane las elecciones. Posiblemente con el gobernador de São Paulo, José Serra. Es el candidato más probable -y será una experiencia sumamente interesante, pero hago fervientes votos para que se consolide la salud de Dilma Rousseff, una figura muy positiva. Pero estando enferma no podrá ejercer ese papel. La buena salud de Dilma es hoy casi que una prioridad nacional: teniendo salud, ella y el PT son cosas positivas para el futuro.

-¿Y cómo será 2010 para el PSDB?
-Me parece que existe un consenso entre los analistas y entre los líderes partidarios en el sentido de que Serra sea el futuro candidato del PSDB. Es un hombre de muy buena calidad, a quien veo con buenos ojos. El PSDB tiene la ventaja de ser un partido que tiene liderazgos de muy buena calidad, basta con nombrar a los dos principales líderes, Serra y Aécio Neves, que son figuras de muy buena calidad. Yo diría que un gobierno de Serra daría una amplia oportunidad también a Aécio. Eventualmente dirigiendo el Congreso en consonancia con Serra. Sería mi expectativa más favorable.

-¿El programa “Bolsa Familia” se mantendría en un gobierno del PSDB?
-Lula dio respuesta a una necesidad social. ¿Cómo se puede reducir la brecha social en países como Brasil? Ésa es la meta a través del Estado, que es el gran promotor del desarrollo social. El programa “Bolsa Familia” es fundamental para reducir el abismo entre los participantes y los no participantes, los ciudadanos activos y los pasivos. Ahora bien, si bien la idea del “Bolsa Familia” es absolutamente correcta, como así también su ampliación, la elección de los beneficiarios depende un poco de una política que no siempre es muy correcta. Pero eso es inevitable.

-Por cierto, usted afirma que los grandes problemas de Brasil son fruto de una crisis ética.
-Es un problema sumamente complicado porque tiene raíces estructurales y circunstancias ocasionadoras de un agravamiento o, por el contrario, de una mejora. El problema de la crisis ética tiene mucho que ver con la cultura. Los países de cultura católica tienen una tendencia a la crisis ética. Los países de cultura protestante tienen una tendencia a una afirmación ética más nítida, porque el protestantismo es una opción ética, y no ideológica, y el catolicismo es una opción ideológica, y no ética. Allí entra en juego una formación de base que será permanente; católico o no en la práctica, Brasil será siempre católico en la cultura y en esa medida habrá siempre un problema ético, que es típico de las culturas católicas. Situaciones como el descrédito del Congreso y de los políticos no pueden modificarse con base en la gritería de la opinión pública, sino y únicamente mediante la reforma del proceso político. Nosotros tuvimos capacidad de formar una competente elite empresarial, una razonable elite cultural, pero no tuvimos capacidad de formar una buena elite política. Por eso existe una falla en el proceso brasileño, que es el hecho de que la política no está movilizando a las personas adecuadas, sino a oportunistas.

-¿Cómo cortar ese ciclo?
-En el corto plazo existen formas de mejorar que dependen de la política, de la emergencia de líderes políticos competentes y honestos. Esto hace falta, pero yo creo que existen promesas de que en la sucesión de Lula surgirá un liderazgo político competente y honesto. Veo con muy buenos ojos la emergencia de dos importantes líderes dentro del PSDB, Serra y Aécio Neves, ambos con grandes estados que los respaldan.

-¿Y qué se puede esperar de ese liderazgo?
-La posibilidad movilizadora en sentido positivo de un liderazgo depende de la medida en que ésta no sea una estratagema para conservar y aumentar su poder, sino un proyecto de movilización nacional, un proyecto nacional de desarrollo. Ése es el problema: en la medida en que el liderazgo político sea por un nacional- desarrollismo, conducirá al país a superar rápidamente sus obstáculos. Si fuera meramente una búsqueda de poder, será un factor más de estancamiento.

-Si volviéramos a hablar dentro de cinco años, ¿cree que estará más contento con Brasil?
-Creo que sí, si las cosas siguen su rumbo y si yo estuviera vivo a los 91 años… [risas] Soy muy optimista con relación a Brasil porque creo que la marcha inercial brasileña va lentamente en la buena dirección. Vamos mejorando gradualmente. Somos un país “autoperfeccionista” en el largo plazo: lentos, pero constantes.

30 AÑOS DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN. UN LAMENTO POR LA PROMESA INCUMPLIDA


Guillermo Borella. 26 de octubre de 2019.
 
Al tiempo que precipitó el colapso del comunismo en el bloque soviético, la caída del Muro de Berlín -de la que en pocos días se cumplirán 30 años- simbolizó el final de la Guerra Fría y el comienzo de un nuevo orden marcado por el avance de la democracia liberal y la expansión de la economía de mercado bajo la hegemonía de Estados Unidos. Todo parecía indicar que se cerraba un capítulo oscuro de la historia y se despejaba el camino hacia un futuro mejor.

El ejemplo más claro del espíritu de aquella época se encuentra en la famosa expresión "el fin de la historia", acuñada por el pensador Francis Fukuyama al declarar la derrota del comunismo así como la universalización de la democracia liberal occidental como "la forma final de gobierno humano". Sin embargo, la historia no terminó en 1989.

Si entonces el clima era de ilusión y optimismo, treinta años después el panorama se presenta más sombrío. La promesa de un mundo de creciente democracia ha dado paso al turbulento y frágil orden internacional actual, caracterizado por el aislamiento aplicado por Donald Trump, la exaltación del nacionalismo a través del Brexit, un mayor proteccionismo, una desigualdad alarmante y un gran descontento frente a una clase política que parece no dar respuesta a las crecientes demandas sociales. Las expectativas que despertó la caída del Muro aún están lejos de ser alcanzadas.

En este escenario, el auge de liderazgos neopopulistas antiliberales con una retórica xenófoba y polarizante -que prometen soluciones simples a problemas complejos- parece ser la única vía que canaliza la frustración y el enojo de una parte creciente de la población.

En el caso alemán, esto se refleja en la consolidación como principal fuerza opositora del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), cuya popularidad escaló tras la decisión de Angela Merkel de permitir que cientos de miles de refugiados pudieran entrar al país en septiembre de 2015. La reacción en la ex Alemania Oriental fue particularmente tóxica, y el rápido avance de la derecha populista en el este del país despierta serias preocupaciones en Europa. El mes pasado, AfD logró un sólido segundo puesto en las elecciones regionales de Sajonia y Brandemburgo, superando el 25% de los votos. Paradójicamente, su lema electoral fue "Completar la transición", la frase utilizada en 1989 en el contexto de la llamada "revolución pacífica" que derivó en la transición hacia la democracia liberal.

Pocos días atrás en la ciudad de Halle, Sajonia, un joven extremista mató a dos personas afuera de una sinagoga y grabó un "manifiesto" en el que se quejaba de la inmigración y negaba el Holocausto.

Poco para celebrar
Por todo esto, muchos anticipan que el próximo 9 de noviembre, cuando se conmemoren los 30 años de la caída del Muro, habrá poco espíritu celebratorio. Diez años atrás, los líderes políticos alemanes enfatizaban su "orgullo" por lo ocurrido en 1989, pero esta vez se espera menos ánimo festivo y un tono más apagado en el discurso oficial.

"Al tener que enfrentar el creciente populismo de derecha en el país, particularmente en el antiguo Este, los líderes alemanes ahora están más preocupados que orgullosos", apunta Hope Harrison, profesora de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad George Washington, en una entrevista que dio al Wilson Center. "Gran parte de la dirigencia teme que muchos de sus ciudadanos apoyen políticas de hostilidad hacia otros, en lugar de abrazar actitudes abiertas asociadas con la caída del Muro, como la creencia de que las fronteras no tienen lugar en la Europa contemporánea y que los muros son incompatibles con la democracia. Incluso treinta años después de la caída del Muro, los alemanes todavía están lidiando con su legado de violencia y división".

Según la experta, autora del libro After the Berlin Wall (Después del Muro de Berlín. Memoria y construcción de la nueva Alemania, de 1989 al presente), de reciente aparición, los líderes enfrentan el temor de que partes traumáticas de la historia alemana, como el Holocausto, aludan más a los desafíos actuales del país que al recuerdo de la caída del Muro. "En momentos en que el presidente Trump insiste en la extensión de un muro en la frontera con México y cuando países como Hungría, Austria y Eslovenia han construido kilómetros de muro fronterizo para evitar la entrada de inmigrantes, se puede afirmar que el mundo ha cambiado dramáticamente desde 1989", concluye Harrison.

El Muro de Berlín desapareció físicamente con extraordinaria rapidez, pero en estos años fue creciendo otro en el corazón de muchos habitantes de los países del exbloque soviético. "El muro todavía no ha caído en las cabezas de mucha gente", afirma el periodista alemán Gerhard Dilger, director de la Fundación Rosa Luxemburgo en la Argentina. Según señala, la nostalgia del socialismo todavía sigue presente entre muchos habitantes de la Europa Central poscomunista que hoy se vuelcan hacia la ultraderecha.

Según una encuesta difundida esta semana por Post Bellum, organización checa sin fines de lucro, el 38% de los checos mayores de 40 años hoy cree que durante el régimen comunista se vivía mejor.

En una columna titulada "¿Tiempo de una nueva liberación?", publicada la semana pasada en The New York Review of Books, el reconocido académico inglés Timothy Garton Ash afirmó: "En el 10° aniversario de 1989, al borde del milenio, pudimos celebrar el triunfo original de la Revolución de Terciopelo y su gran progreso posterior. En el 20° aniversario, en 2009, los países de Europa Central se habían convertido en miembros de la OTAN y de la Unión Europea (UE), mientras que los politólogos describían a Hungría como una ?democracia consolidada'. En este 30° aniversario, por el contrario, la pregunta que se impone ante nuestros labios consternados es ¿qué salió mal?".

Para abordar esta pregunta, conviene recordar el proceso de transición inmediato a la caída del comunismo en el exbloque soviético. "Los orígenes de muchas de las patologías que exhibe Europa Central se remontan a las formas en que diferentes países intentaron (re)crear la propiedad privada y el capital, indispensables para una economía de mercado", explica Garton Ash, aludiendo a los errores cometidos durante la mayor privatización en la historia europea reciente.

Páramos industriales
Tras la caída del Muro, las empresas y fábricas anteriormente comunistas de Alemania del Este tuvieron que competir con sus contrapartes occidentales, mucho más eficientes. El capitalismo llegó demasiado rápido. Muchas empresas del este de Alemania se declararon en quiebra y algunas regiones nunca se recuperaron. Hoy, los nuevos Estados del este alemán, salvo algunas islas, son páramos industriales, tierra de emigración. La población de este territorio bajó al nivel de 1905.

"El neoliberalismo desenfrenado creó más ilusiones perdidas -subraya Dilger-. Gran parte de la sociedad alemana se sintió decepcionada por el aumento de las desigualdades y la frialdad del capitalismo ante el derrumbe de las economías de la ex Alemania Oriental. Los ?paisajes florecientes' que prometió Helmut Kohl para el este tardaron en llegar".

Andrés Reggiani, profesor del Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella, sostiene que existe una relación directa entre la postergación de los problemas del este alemán con el aumento de las agrupaciones neonazis en esta parte del país. "Existe un sentimiento compartido de que el proceso de reunificación inmediato a la caída del Muro no fue de igual a igual. La mayoría de los alemanes del este todavía se sienten ciudadanos de segunda. Aunque el Muro ya no esté, las diferencias entre ambas regiones todavía son notables".

Asimetría
El experto cita los menores niveles de desarrollo económico y de calidad de vida del este en comparación con el oeste: menores salarios y jubilaciones, mayor desempleo y peor tasa de escolaridad, entre otros.

Para poder entender los motivos por los cuales muchos de los alemanes del este abrazan la alternativa ultraderechista, Reggiani advierte además sobre la falta de una cultura de ejercicio democrático liberal entre los habitantes de la vieja Alemania comunista. "En el este de Alemania existen hoy dos generaciones completas de alemanes que crecieron bajo dos dictaduras consecutivas: el nazismo y el comunismo", apunta el historiador.

"La llegada masiva de refugiados fue el pretexto para la ofensiva derechista, que aprovechó para canalizar las frustraciones que existían en gran parte de la población. Los líderes populistas explotaron hábilmente los temores de estas personas, que durante cuatro décadas vivieron en una sociedad cerrada y relativamente homogénea detrás del Telón de Acero", sostiene Dilger.

Las predicciones de Fukuyama volvieron a mostrarse erradas en 2008, con la gran recesión desatada tras la quiebra de Lehman Brothers, que precipitó la crisis de la eurozona a partir de 2010. Así, los excesos del sector financiero en un capitalismo globalizado derivaron en la más grave crisis financiera desde 1929, dejando como saldo una década de malestar económico y político.

"Todos los populismos europeos actuales alimentan la ira por la forma en que el liberalismo se redujo, después de 1989, a una versión extrema de un liberalismo puramente económico. Pero el impacto de esto fue particularmente agudo en la Europa poscomunista, con su cruda llegada del capitalismo, la sensación de injusticia histórica y las sociedades no acostumbradas a altos niveles de desigualdad visible", argumenta Garton Ash, para quien lo que más molesta a las personas no es tanto la desigualdad de ingresos y riqueza, sino la desigualdad de atención y respeto. "Una gran parte de la sociedad se siente no solo en desventaja económica y social, sino sobre todo ignorada e irrespetada por las élites liberales metropolitanas", apunta.

Crisis de representación
Reggiani advierte sobre la crisis de representación política que aqueja a gran parte del mundo occidental y que explica el estallido social que hoy se expresa en las calles, de Chile a Hong Kong. "Mucha gente no siente que sus problemas reales sean atendidos por los partidos tradicionales. El mejor ejemplo es la socialdemocracia, que está en vías de extinción en Francia, mientras que en Alemania hoy reúne casi los mismos votos que la derecha populista. Es una situación inédita, que se explica porque no logró adecuar su discurso a los nuevos tiempos".

Ante la incapacidad de la izquierda para proponer un horizonte, dice Reggiani, "lo que queda es el voto castigo o bien la violencia directa, como se puede ver hoy en las calles de muchas ciudades en el mundo".

Garton Ash advierte que, desde la crisis financiera 2008, el capitalismo democrático perdió la atracción de Occidente, a diferencia del capitalismo autoritario oriental. "Ahora hay una modernidad alternativa", dice. "La China de hoy es un producto de 1989, como lo son las frágiles democracias de Europa Central. Para evitar el destino de Gorbachov, Xi Jinping y sus compañeros han aprendido las lecciones del colapso del comunismo en el bloque soviético".

Dilger advierte que el presente en el este de Alemania puede ser un presagio de lo que vendrá en el resto de Europa. "La ultraderecha ha puesto a la UE frente a una encrucijada", afirma.

"El error de Occidente después de 1989 no fue que celebramos lo que sucedió en Berlín, Praga, Varsovia y Budapest como un triunfo de los valores liberales, europeos y occidentales. Nuestro error fue imaginar que esto era ahora la norma, la nueva normalidad, la forma en que iba la historia", admite Garton Ash. "Treinta años después, podemos ver que, lejos de ser la nueva normalidad, lo que sucedió en Europa en 1989 fue una gran excepción histórica, única en su clase".

De cara al futuro, según los expertos todo dependerá de la capacidad que demuestren las democracias liberales a la hora de ofrecer una alternativa clara de futuro a la salida populista, que responda a los problemas reales de la población. Según parece, es la única forma de evitar que los niveles de enojo y frustración popular sigan aumentando.

PHILIPPE SANDS. "LA DEMOCRACIA LIBERAL DEBE RESOLVER LA APABULLANTE DESIGUALDAD ACTUAL"


El abogado inglés, que vincula fenómenos como el Brexit a un sistema político ajeno a las demandas ciudadanas, afirma que la legislación internacional debe abordar también la crisis ambiental
Fernando García. 26 de octubre de 2019 
Philippe SandsPhilippe Sands. Crédito: Santiago Cichero/AFV

Durante cincuenta años, una ciudad que entre 1914 y 1945 cambió su nacionalidad ocho veces permaneció cerrada a Occidente por la Unión Soviética. En el mapa del mundo posterior a la caída de la Cortina de Hierro se la reconoce como parte de Ucrania con el nombre de Lviv. Su compleja historia, que se remonta al Imperio austro-Húngaro, acaso hubiera quedado como una curiosidad de la guía Lonely Planet si no era rescatada por el abogado inglés Philippe Sands en la voluminosa investigación Calle Este-Oeste, un ejercicio de no ficción trepidante que cruza su árbol genealógico en la antesala de la II Guerra Mundial con el nacimiento del derecho internacional. Así es como Sands ubica en esa geografía remota del este sus raíces judías y el trabajo de dos héroes secretos del juicio de Nüremberg, los expertos en derecho internacional Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin, que introdujeron las nociones de crímenes de lesa humanidad y genocidio en la justicia global.

En Lviv, Sands, experto en derecho internacional y columnista en varios medios, es poco menos que un ciudadano ilustre. Su libro ha generado un fenómeno de turismo literario que la ciudad explota, poniendo placas conmemorativas en todos los lugares que el autor recorre en su obra. En Buenos Aires acaso sea menos conocido, aunque ha visitado la Argentina desde 1986 (en el primer intercambio cultural entre nuestro país y Gran Bretaña después de la guerra de Malvinas), para luego defender los intereses locales ante el Ciadi en la crisis de 2002 y en La Haya por el litigio de las pasteras en el río Uruguay. Estuvo de regreso recientemente, cuando participó en el Filba y presentó Calle Este-Oeste, un texto anfibio que pone la indagación documental de la historia en estado de thriller.

-Su libro es una especie de trastienda del juicio de Nüremberg, a la vez que un álbum de familia. ¿Por qué diría que es importante o necesario mezclar historias personales con la historia?
-Es bastante controvertido. Los historiadores académicos dirían que lo que los individuos hacen no es importante, y yo me permito disentir sobre ese punto. Y lo hago desde mi experiencia como abogado en las cortes internacionales. Los individuos hacen la diferencia. He estado frente a muchos jueces, y sé que cada uno de ellos es un ser humano distinto, con su propia historia. Por mi propia experiencia al estudiar casos he sabido que los papeles individuales (de los abogados, los jueces, los secretarios, los traductores, las defensas) hacen una gran diferencia. Quise explorar una historia famosa a través de distintos lentes sabiendo, además, que los lectores adoran las historias de vida.

-Los nombres de los abogados Lauterpacht y Lemkin son mucho menos familiares para un lector común que los de los jerarcas nazis. ¿Pensó este libro como un tributo a estos héroes secretos?
-Como usted sabe, este libro fue un accidente. Un día recibí una invitación a esta ciudad extraña en la Ucrania profunda y la única razón por la que la acepté es que recordaba vagamente que mi abuelo había nacido allí, y pensé que sería interesante ir y conocer el lugar. Así es como descubrí esta curiosa coincidencia. Me pidieron que diera una conferencia acerca de crímenes de lesa humanidad y genocidio, y descubrí que todo había empezado en Lviv, Lwow o Lemberg [los nombres ucraniano, polaco y alemán de la ciudad], con estos dos personajes. No me propuse hacer un tributo a estas personas notables, pero me doy cuenta de que en el camino se transformó en eso. En la comunidad legal ambos son bien conocidos, pero aun así diría que ese conocimiento se circunscribe a un grupo muy pequeño. Quise escribir algo más en profundidad sobre sus vidas, sus amores, las situaciones que atravesaron, y humanizar una historia compleja. Tuvieron ideas increíbles, que fueron revolucionarias y que cambiaron el mundo completamente. Sin Lauterpacht y Lemkin no tendríamos hoy cómo juzgar los crímenes de lesa humanidad y el genocidio en la ley internacional. Cambiaron la historia del derecho, la historia misma, mi vida, su vida.

-Usted trabajó en el alegato contra el dictador Pinochet. Aquí se suele denominar a personas como él como "genocidas". ¿Es correcto en términos del derecho internacional?
-Veamos. Cuando Pinochet fue arrestado en Londres el 16 de octubre de 1998, la orden había sido elevada por el juez Baltasar Garzón en Madrid. Los cargos en la acusación original fueron por genocidio y crímenes de lesa humanidad. El magistrado que firmó los cargos en Londres tachó las palabras genocidio y crímenes de lesa humanidad y escribió en su lugar "asesinato". Los alegatos demostraron que había incurrido en delitos de lesa humanidad, pero no pienso que fuera un genocida. Quiero que se entienda. No tuvo la intención de destruir un grupo protegido por la Convención para la Prevención y Sanción del Genocidio en parte o del todo. Un grupo político determinado, activistas de izquierda, progresistas, lo que fuera, no está bajo el paraguas de la convención. Tiene que estar relacionado con la nacionalidad, la etnia o la religión, pero no un grupo político determinado. De todos modos, hay un movimiento para cambiar eso.

-¿Lo mismo puede decirse de la experiencia argentina?
-En la Argentina y en Chile, si lo pensamos en el sentido restringido de la convención original de 1948, no puede hablarse de genocidio pero sí, definitivamente, de crímenes de lesa humanidad. A propósito, estoy trabajando en historias que tienen que ver con la Argentina y Chile. Mi nuevo libro, que se llama The Rat Line y saldrá en 2020, cuenta la historia de Otto Wächter, uno de los personajes de Calle Este-Oeste, que fue el gobernador de Lemberg. Escapó en 1945, apareció en Roma en mayo de 1949 y trató de escapar a la Argentina, pero murió en extrañas circunstancias antes de llegar al país. Wächter tenía un camarada que abandonó Roma en abril de 1949, escapó a Siria y desde allí viajó a Chile en 1955. Y en septiembre de 1973 empezó a trabajar para la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional). Usaba un nombre falso: Alfredo Reinhardt, tomado de Alfred Reinhardt, que también había sido nazi, llegó a la Argentina en 1947 y desapareció del mundo. Hasta donde pude averiguar, nadie se ocupó de él. Sé que se estableció en Salta y que murió en 1994 en total tranquilidad. Sus hijos viven allí. He tratado de contactarlos, pero hasta ahora fue imposible.

-En tanto experto en el juicio de Nüremberg, ¿cómo estima la experiencia que llevó a cabo la Argentina en el juicio a las Juntas militares?
-Ha sido notable lo que hicieron en la Argentina con un tema tan complejo y difícil. Se requiere de mucho coraje y fuerza. España y Chile nunca tuvieron casos como este. Sé que no ha sido perfecto, que algunos juicios tuvieron problemas, que lleva tiempo, pero es muchísimo más que no hacer nada y dejar la historia sin tocar, que es lo que pasa en la mayoría de los países. Tengo mi mayor respeto por todos lo que trabajaron en este proceso para dilucidar la verdad: desde las familias de las víctimas hasta los abogados, los jueces y aún los defensores. El caso argentino es una consecuencia directa del juicio de Nüremberg. En el derecho internacional, todos los caminos llevan a Nüremberg.

-Usted participó en casos de genocidio en Ruanda, Congo y la ex Yugoslavia. Y ha escrito en contra de la guerra de Irak y el uso de la tortura en la administración Bush. ¿Cree que Estados Unidos debió ser juzgado por un tribunal internacional?
-La guerra de Irak fue ilegal. El uso de la tortura en Guantánamo y Abu Ghraib lo mismo. Totalmente ilegal. Pero Estados Unidos no recibió cargos en su contra y muy pocos de los individuos que participaron en esos delitos fueron elevados a juicio. Los líderes no han sido juzgados. La Argentina, en cambio, juzgó a los líderes; Nüremberg también lo hizo. En Estados Unidos se creó ese sistema para juzgar líderes de crímenes internacionales pero nunca, hasta hoy, lo aplicaron en su propio país. Cuando Barack Obama asumió la presidencia, en enero de 2009, reconoció que la tortura era ilegal, pero dijo que no había que mirar atrás, que había que seguir adelante. Eso nunca sirve.

-¿Fue una falla de la administración Obama?
-Absolutamente. Fue una falla de la administración Obama.

-¿Es más difícil juzgar a las potencias que a países con escaso peso geopolítico?
-Sí. Lo he dicho ante un tribunal internacional, citando a Balzac. La ley internacional es como una tela de araña. Atrapa a los pequeños insectos, pero los grandes la atraviesan.

-Me gustaría discutir este asunto con usted. En agosto, Francia acusó a Brasil de descuidar la protección del Amazonas, que se supone patrimonio del planeta. Jair Bolsonaro reaccionó con la lógica de afrontar un problema propio, nacional. ¿Habrá una escalada de estos conflictos en la catástrofe ecológica que estamos atravesando?
-Sí. Los conceptos creados en 1945 de genocidio y crímenes de lesa humanidad nunca tuvieron en cuenta la posibilidad de una total devastación ecológica. Hay una nueva idea, que yo apoyo, y es el "ecocidio". Es un concepto emergente para describir hechos de destrucción irreversible del patrimonio ecológico. La idea de fondo es que estamos todos juntos en esto, nada le pertenece a un país o a una población en particular; somos una humanidad en común que comparte el medio ambiente y debemos trabajar juntos. Esto no significa que Francia pueda imponerle ciertas reglas a Brasil, pero sí que Brasil tiene la responsabilidad de cuidar el patrimonio del Amazonas para todos nosotros, así como tiene la obligación de no practicar la tortura.

-¿Es un problema nacional o internacional, entonces?
-Las dos cosas. Asuntos como este no pueden ser de un país en particular. La noción de ecocidio fue desarrollada por Polly Higgins, una abogada británica que murió este año. Su idea era llevar este tipo de crímenes a La Haya, y creo que estamos viendo un movimiento hacia eso en la necesidad de cuidar el sistema climático.

Otro problema que no se resuelve es el de los migrantes. ¿A qué Estado le cabe responsabilidad por aquellos que mueren tratando de cruzar el océano en condiciones desesperadas?

El problema es común a toda la humanidad, no creo que haya un Estado responsable en particular. Claro que los países que crean las condiciones para que la gente quiera escaparse tienen un grado de responsabilidad, pero también aquellos que han fallado en ayudar a países africanos y de otras regiones: nosotros, los occidentales.

-¿Ve alguna solución?
-No en lo inmediato. Se va a poner peor. Relacionado con la pregunta anterior, la crisis del medio ambiente va a llevar la migración a una escala todavía mayor. Algo nunca visto. ¿Qué vamos a hacer? Tendremos que solucionarlo.

-¿Qué hizo tan mal Europa para que los británicos se volcaran al Brexit?
-Es una pregunta compleja. Voy a empezar diciendo que el referéndum del Brexit no fue sobre la Unión Europea. En mi opinión, el voto por el Brexit fue un grito de auxilio de una pequeña mayoría de Gran Bretaña que se siente completamente privada de sus derechos porque la desigualdad económica se ha vuelto muy grande en el país. Si usted viaja por Gran Bretaña, verá que en ciertas regiones y ciudades existe una pobreza increíble. Y lo que entenderá es que muchos de los que votaron Brexit están muy enojados por haberse quedado afuera del sistema. Ni la globalización ni la Unión Europea fueron útiles para ellos. Tampoco el sistema político. Lo que dicen con este voto es muy simple: basta. Y puedo entenderlo. Estoy en contra del Brexit, pero no soy ciego.

-¿Es el mismo grito que sumó votos para Trump, por ejemplo?
-Es la misma razón de fondo, que explica el resurgimiento del populismo nacionalista, la xenofobia, la islamofobia, el antisemitismo. Ese reclamo está siendo explotado por un eje que incluye a Bolsonaro, Trump, Johnson, Orban, Duterte. Trabajan en una misma dirección y son un problema para todos. La democracia liberal no ha funcionado para mucha gente, pero eso no quiere decir que no pueda hacerlo. Primero hay que resolver esta desigualdad apabullante y la privación que acarrea. Eso es lo más urgente.

Biografía
Philippe Sands nació en Londres en 1960. Es profesor de Derecho en University College London, abogado en Matrix Chambers, y se desempeñó en diversas cortes internacionales. Su libro Calle Este-Oeste obtuvo el premio Baillie Gifford, el British Book Awards para libros de no ficción y el Prix Montaigne.

Por: Fernando García

CON EL NOBEL A LOS "RANDOMISTAS" LA GRIETA LLEGÓ AL ÁMBITO ACADÉMICO


Fuente: LA NACION. Sebastián Campanario. 27 de octubre de 2019.
 
Parece el nombre de una tribu de magos de Harry Potter o de una logia secreta. La categoría de "randomistas", sin embargo, es la corriente de moda entre los economistas en los últimos días: así se bautizó de manera coloquial a los experimentalistas cuyo trabajo fue reconocido con el último Premio Nobel de Economía. Tanto Esther Duflo como Abhijit Banerjee y Michael Kremer son pioneros e impulsores del uso de las "pruebas controladas aleatorias" que revolucionaron las políticas contra la pobreza en las últimas dos décadas. En inglés "azar" es "random", y de ahí viene el nombre popularizado.

Hacía mucho que un Nobel en Economía (en rigor, "Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel", dado que esta categoría no está en el legado original) no generaba un debate tan intenso, tanto en los elogios como en las críticas. A la lluvia de valoraciones positivas iniciales para una rama de la economía "que por fin logró avances comprobables y con evidencia" en la lucha contra la pobreza le siguió una tormenta igualmente intensa de comentarios negativos, por distintos motivos. El ascenso de los "randomistas" no pasó desapercibido y generó un debate con cruces inusuales para un ámbito académico.

Según los considerandos de la Academia Sueca, se premió principalmente el "enfoque experimental en el alivio de la pobreza". Se reconoció su contribución sobre el terreno a los avances de la economía de los países en vías de desarrollo, "con aplicaciones prácticas y no sólo con modelos teóricos". El trabajo empírico de los galardonados, basado en descomponer el problema genérico de la pobreza en desafíos más concretos a los que poder aplicar soluciones cuya efectividad pueda ser más fácilmente medible, sirvió hasta ahora para logros tan importantes como mejorar el nivel educativo o las tasas de vacunación en países muy pobres como Kenia o India.

Los elogios a esta decisión llegaron por distintos flancos. En una ciencia que tiene un problema grave de falta de diversidad, se premió por primera vez a una economista (la anterior galardonada, Elinor Ostrom, era politóloga). Duflo, con 46 años, es además la persona más joven que haya recibido este galardón. Mientras que el Nobel en Economía suele enfocarse en reconocimientos a la trayectoria (a veces por novedades teóricas que ya llevan décadas), esta vez se optó por iluminar un campo sumamente actual. Y mientras que a la ciencia de Adam Smith y Keynes a veces se la acusa de un exceso de abstracción, con modelos teóricos que solo relucen en las revistas especializadas pero no tienen nada que ver con la realidad, los "randomistas" llegaron cargados de pragmatismo y resultados concretos.

A todo esto se le suma un "sesgo de relato": los estudios y experimentos de los flamantes premios Nobel son más fáciles de contar y de entender para un público no especializado que otros campos más complejos de la economía y, por lo tanto, la cobertura mediática se amplificó. Mientras que premiados anteriores tenían vidas académicas más aburridas, los "randomistas" son, en algunos casos, una suerte de Indiana Jones de la economía, con experimentos legendarios que mejoraron la vida de millones de personas en los lugares más pobres del mundo. En un famoso discurso, Duflo dijo que aspiraba a que hubiera cada vez más "economistas como plomeros", que se dedicaran a solucionar problemas concretos, con métodos experimentales (los ensayos con control aleatorio o RCT por sus siglas en inglés) cuya validez viene de décadas de práctica en la medicina, la biología y otras ciencias más duras.

"Ojo con creer que con este emergente los economistas hemos descubierto el método científico: un modelo de "equilibrio general' es tan método científico como un RCT, y un RCT malo es tan poco método científico como cualquier modelo malo. Que funcionen o no es otra discusión", explica el economista Walter Sosa Escudero, profesor de Udesa, uno de los primeros (años atrás) en celebrar la "revolución de credibilidad" que trajeron los experimentalistas, pero quien también cree que a veces esta tribu se pasa de rosca.

Algo similar opina Andrés López, de la UBA y director del IEEP: "El problema que veo es cuando en desarrollo o en cualquier otro campo de la economía solo vale hacer preguntas para las cuales tenés una respuesta que te permita publicar en un journal. Como los análisis a nivel país son dudosos econométricamente, y entender cómo cambiar un país es muy difícil, nos dedicamos a las micro-intervenciones". Sosa Escudero acota: "Como el chiste del borracho que busca las llaves donde ilumina un farol y no donde se perdieron".

En la última semana aparecieron artículos con críticas diversas al enfoque "randomista". Lant Pritchett, economista especializado en temas de desarrollo de Harvard, es uno de los principales escépticos. Marca, por ejemplo, debilidades metodológicas, como el "sesgo de la prueba piloto", por el cual un ensayo beta suele estar muy bien cuidado, pero luego su efecto se diluye cuando escala a una política pública masiva. Hay dardos éticos (hasta dónde es válido hacer experimentos con políticas de salud o educación en países pobres, y si no se trata de un nuevo colonialismo).

Open Democracy publicó un muy buen artículo de Ingrid Harvold Kvangraven que resume otras preocupaciones. La principal: que en un momento de crisis sistémica como la que atraviesa el planeta se celebren las "preguntas pequeñas". Algo funcional al statu quo del poder: pequeños pasos en lugar de cambios estructurales. Incentivos para que los maestros falten menos, en lugar de atacar el problema de los ajustes fiscales que recaen sobre la educación. "Mientras que estas microintervenciones pueden producir resultados positivos y aliviar síntomas, hacen poco por desafiar el sistema que produce esos problemas", sostiene la autora.

Para Juan Pablo Rud, economista argentino que da clases en Royal Holloway, Universidad de Londres, no tiene sentido "presentar como sustitutas estrategias que son complementarias". Y añade: "El Nobel a unos no niega la relevancia de otros. De hecho, hace pocos años se lo dieron a Angus Deaton, quien plantea muchas de estas críticas". Rud remarca que el Nobel de Economía premia avances en el conocimiento o en métodos para mejorarlo. "Siempre va a ser incompleto e imparcial, porque así avanza el conocimiento. A veces al Nobel se le piden cosas que no puede ser", dice.

De hecho, los galardonados suelen resaltar en sus estudios el carácter complementario (de otras líneas de economía del desarrollo) de su enfoque. Y las "micro-intervenciones" en algunos casos mejoraron la vida de millones de personas. Los RCT sirvieron para desmitificar algunas políticas (por ejemplo, la de los micro-créditos, muy de moda en la década pasada y cuya efectividad fue relativizada por los "randomistas") y poner en valor otras, como las acciones contra los parásitos en África.

El solapamiento con la agenda "nudge" de la economía del comportamiento también permitió modificar la visión sobre la pobreza: mientras que antes se suponía que había que corregir hábitos y conductas en las capas más vulnerables, ahora se sabe que una situación de extrema pobreza afecta cuestiones cognitivas y, por lo tanto, las acciones a coordinar son distintas.

Después de todo, para la crisis sistémica actual del planeta no alcanza ni la economía de "grandes preguntas", ni la de "pequeñas" ni la de "medianas". Simplemente no alcanza con ninguna disciplina tomada en solitario.

sábado, 26 de octubre de 2019

EL DÍA DESPUÉS. SIN UN PLAN, EL PAÍS CARECE DE RUMBO


Quien se imponga en los comicios de mañana debería trazar, en los primeros cien días del próximo período presidencial, objetivos cuantificables que permitan desplegar una visión de largo plazo.
Natalia Aquilino y Jimena Rubio.
Directora e investigadora del programa de Monitoreo y Evaluación de CIPPEC respectivamente..
La Nación. 26 de octubre de 2019 

En sus primeros cien días de gobierno, Mauricio Macri tomó decisiones vinculadas a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, al Ente Nacional de Comunicaciones, al Código Procesal Penal de la Nación, a las contribuciones patronales y a impuestos coparticipables, entre otras. En los suyos, Cristina Fernández creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología (2007) y reformó el Sistema Integrado Previsional Argentino y las contribuciones patronales (2011). Néstor Kirchner, en sus primeros cien días tomó medidas relativas a la Administración Pública Nacional, a la Corte Suprema, derogó la ley de flexibilización laboral y se reunió con los presidentes de Estados Unidos, George W. Bush, y de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Todos modificaron el presupuesto y la ley de ministerios.

Los primeros cien días de gobierno son el 6% de un mandato de cuatro años. En tan poco tiempo, no es mucho lo que puede lograrse en términos de concretar objetivos estratégicos de política ni lo que puede decirse sobre el futuro desempeño del gobierno. Pero esos primeros días tienen un significado simbólico y son interpretados muchas veces como un termómetro del poder de un presidente entrante.

La definición del gabinete y la estructura de ministerios, la cantidad de decretos, los viajes internacionales de los presidentes, las leyes enviadas del Poder Ejecutivo al Legislativo y las medidas urgentes son algunos de los indicadores que se usan para analizar los primeros cien días. De manera implícita, tomar muchas decisiones es sinónimo de fortaleza, capacidad de gestión y potencial efectividad de un gobierno. Sin embargo, tomar decisiones sin un plan acordado con objetivos y metas conocidos por la sociedad puede ser contraproducente para generar horizontes institucionales de largo plazo.

La Argentina es uno de los pocos países de América Latina y el Caribe (junto con Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y Surinam) que no tiene un área de gobierno específica de planificación y seguimiento del desarrollo. La mayoría de los países cuenta con una institución a nivel de Ministerio encargada de la planificación de forma exclusiva. En menores proporciones, la función de la planificación nacional en los países está a cargo de ministerios u otras autoridades del área económica que concentran las funciones de planificación y finanzas o de las secretarías de gobierno.

Según el Planbarómetro de la Cepal, de los 37 países de América Latina, 30 tienen algún instrumento de planificación del desarrollo, 26 cuentan con mecanismos de coordinación (implementación y seguimiento) y 22 presentaron informes voluntarios con base en la Agenda 2030. Por ejemplo, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú, entre otros, cuentan con planes de desarrollo de mediano y largo plazo.

El foco de la gestión
La estrategia de un gobierno necesita estar basada en un plan y su seguimiento. Pensar y concertar un plan de gobierno mejora el foco estratégico de la gestión, contribuye a crear mecanismos de coordinación, a priorizar y asignar recursos públicos, a medir resultados y a dar explicaciones sobre logros y desafíos.

La planificación contribuye a generar un sistema que articule una visión coherente de objetivos, metas y resultados en el mediano plazo que sean conocidos por los distintos actores y sectores de política, y que permita la alineación estratégica de los distintos programas y políticas existentes. Además, tiene un papel insustituible a la hora de priorizar y asignar los recursos públicos por medio del presupuesto. Identificar objetivos y metas de desarrollo nacionales establece un referente que permite asignar fondos a los sectores y programas que resultan más efectivos para satisfacer las necesidades sociales.

Los planes permiten medir los resultados de la acción del gobierno. Una vez iniciada la acción, los objetivos y metas definidos son la base para monitorear y evaluar el desempeño según su grado de cumplimiento. El monitoreo permite hacer un seguimiento de las acciones de gobierno: facilita la medición de los logros y permite ajustar las políticas públicas durante la implementación para optimizar el uso de recursos. Por su parte, la evaluación permite medir la calidad de los servicios brindados, detectar y solucionar cuellos de botella durante la implementación y estimar los cambios sociales y económicos atribuibles a las políticas.

Finalmente, articular el plan de gobierno con una política de datos abiertos facilita la rendición de cuentas. La información es un activo que permite empoderar a las comunidades en tanto visibiliza distintas problemáticas. Así, fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas mejora los mecanismos de control, permiten robustecer la integridad de la gestión pública y medir el desempeño de la acción estatal.

Deuda pendiente
A nivel nacional, la Argentina tiene experiencias desarticuladas de planificación, monitoreo y evaluación de la gestión de gobierno. La iniciativa con mayor trayectoria desde el retorno a la democracia es la relacionada con los compromisos internacionales -los Objetivos del Milenio (2000- 2015) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015-2030)- en los que el establecimiento de metas y su reporte sistemático son requisitos ineludibles ante las Naciones Unidas. Sin embargo, su vinculación con la agenda nacional de desarrollo y los sistemas de gestión del Estado Nacional (como el presupuesto, el sistema de inversión o los mecanismos de rendición de cuentas) es aún escasa.

En los últimos años ha habido algunas experiencias del Estado nacional vinculadas a la definición de planes. Entre 2003 y 2015, la planificación se llevó a cabo por sectores, se elaboró de manera participativa y federal, y definió políticas y programas para alcanzar metas y objetivos con una racionalidad técnica. Sin embargo, esos planes no contaron con un núcleo articulador común -como podría ser un plan de gobierno- ni con un sistema sólido e integrado de información estratégica. Fueron experiencias aisladas.

Entre 2015 y 2019 se puso foco en la definición de objetivos y metas a nivel de las jurisdicciones de la Administración Pública Nacional y en la articulación con la iniciativa "8 objetivos y 100 prioridades de gobierno". Esta iniciativa resultó fructífera en términos de la identificación de prioridades y su vinculación con el presupuesto, pero mostró debilidades en relación con la falta de metas cuantificables conocidas, la identificación de un área a cargo de la gestión, la falta de articulación con una visión estratégica de largo plazo y la ausencia de una política de monitoreo y rendición de cuentas de los objetivos y prioridades. Por su parte, el espacio "Argentina 2030" también buscó elaborar una visión compartida del país a futuro a través del diálogo social, pero no llegó a elaborar un plan de largo plazo.

Coordinar acciones
Para ilustrar la importancia de planificar, 15 provincias argentinas tienen algún instrumento de planificación del desarrollo públicos y en formato de leyes, 23 desarrollaron planes sectoriales (salud, turismo, ambiente) y nueve cuentan con mecanismos de coordinación sociales (Consejos Económicos y Sociales).

Una estrategia de desarrollo nacional fijada en un plan con actores sociales a través de un Consejo Económico y Social contribuiría a fortalecer las decisiones de largo plazo y la legitimidad de las medidas. Para trazar los consensos y monitorear su cumplimiento, sería crucial crear una unidad de gestión estratégica del plan que defina objetivos, coordine acciones, ayude a destrabar problemas de implementación y realice el seguimiento y evaluación de impactos y resultados.

Un plan de gobierno con objetivos y metas cuantificables, que sea elaborado durante los primeros cien días de la gestión entrante en diciembre de 2019, es un primer paso que pondría a la Argentina en el camino de lograr una estrategia de gobierno más comprensiva, tal como llevaron adelante muchas provincias. La presentación del plan el 1 de marzo de 2020 durante la Asamblea Legislativa sería una medida fundamental para orientar estratégicamente la gestión, aumentar la confianza en el largo plazo y contribuir a una ejecución de presupuesto alineado a los objetivos allí planteados. A su vez, el plan facilitaría la rendición de cuentas permanente durante los informes mensuales del jefe de Gabinete al Congreso con base en la información provista por la unidad de gestión estratégica.

Por eso, más allá de la cantidad de medidas adoptadas, de leyes sancionadas y de viajes y reuniones realizadas, la elaboración de un plan debería estar entre las prioridades de esos cien primeros días. Un plan que ayude a la consolidación de una estrategia nacional de desarrollo.