domingo, 24 de mayo de 2020

CORONAVIRUS: MICHEL WIEVIORKA: "ENTRAMOS EN UNA FASE DE LA MODERNIDAD DONDE EL RIESGO Y EL SENTIDO DE AUSENCIA DE SEGURIDAD SERÁN CENTRALES"


El sociólogo francés afirma que la retórica belicista contra la pandemia no aporta la respuesta a todos los problemas y que hay que pensar en el modelo de desarrollo para el futuro; "no salir de casa es la muerte social para muchos",
Hugo Alconada Mon. 24 de mayo de 2020 

"Entramos en una fase de la modernidad donde el riesgo y el sentido de ausencia de seguridad serán temas centrales", anticipa el sociólogo francés Michel Wieviorka, uno de los científicos sociales más reputados del mundo. Nieto de judíos polacos que murieron en Auschwitz, desde siempre se abocó a estudiar el sentido del riesgo y sus efectos. Y ahora avizora un mundo que será muy distinto tras la pandemia, con efectos que tomará años comprender y que se extenderán por décadas.

"Debemos recordar que en el siglo XVI, un volcán lanzó muchísimo polvo a la atmósfera, solapó al sol y el mundo entró en un período de miniglaciación durante 20, 30 años, con consecuencias naturales, políticas, económicas y sociales en el planeta. Por eso, ahora debemos mirar más allá de esta epidemia", invita. Pero con una primera sensación certera: "El cambio será global y será cultural".

El problema, sin embargo, es que "es imposible saber qué será del mundo", dice el ex director de la célebre Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, en París. Pero, aun así, invita a "pensar qué modelo de desarrollo queremos en el futuro". ¿Por qué? Porque "el cambio será cultural y será global".

Al frente hoy de la Maison des Sciences de l'Homme -una de las contadas entidades que aportaron expertos al comité de científicos que asesora en la emergencia al presidente Emmanuel Macron-, Wieviorka también alerta sobre la presencia y vigencia de las "fuerzas de la irracionalidad" y las flaquezas de la "retórica de guerra" que imperan en Francia, la Argentina y tantos otros países.

"Un aspecto positivo del discurso de guerra es que permite hablarles a todos, movilizar a todos contra algo externo, promoviendo la unidad del cuerpo social. Pero recordemos algo: el cuerpo social no es monolítico, tiene diferencias, hay desigualdades -remarca-. Hay gente que sufre mucho más que otra. Algunos tienen más probabilidades de contagiarse y de morir que otros. La sociedad no es totalmente homogénea. Y la retórica de guerra excluye algunas preguntas y respuestas: ¿quién va a pagar este esfuerzo? ¿Quién va a sufrir?".

Recluido ahora en su casa de Fontaine-de-Vaucluse, 700 kilómetros al sur de París y una hora al norte de Marsella, junto a Avignon, se sabe un privilegiado. "Yo estoy en un paraíso", dice a LA NACION, rodeado de su familia y de sus libros, junto a la ventana que le muestra la campiña en primavera. "Pero hay muchos que afrontan condiciones terribles durante la cuarentena", dice, para luego plantear un apartado especial para los mayores de 65 años. Recluirlos, alerta, implicará la "muerte social" para muchos de ellos.

-Comencemos por lo básico: ¿los temas de ayer serán importantes mañana? ¿Las categorías de pensamiento que eran relevantes antes de esta pandemia global serán útiles en el futuro?
-Hay dos posiciones extremas ante su pregunta. Por un lado, cuando Alexis de Tocqueville hablaba de la Revolución Francesa, remarcaba que ese evento tan importante fue apenas un momento en un proceso histórico que comenzó a gestarse mucho antes y cuyos efectos se extendieron mucho después. Entonces, una manera de pensar es que esta pandemia es muy relevante, pero que los temas que antes eran importantes lo seguirán siendo después. Y en el extremo opuesto están quienes afirman que no podremos aplicar las mismas ideas y categorías de pensamiento después del coronavirus, sino que todo va a cambiar. Y si es así, debemos modificar nuestras ideas y nuestros instrumentos para pensar el mundo.

-¿Y su posición es...?
-Que es imposible saber qué será del mundo. Mi sensación es que no todas las categorías previas a esta pandemia podrán aplicarse en el futuro, pero lo que no cambiará, en primer lugar, son las tendencias negativas de la vida colectiva: el racismo, el egoísmo, la ausencia de civismo... Todo eso continuará. Hoy mismo, en mi país, hay racismo contra los chinos, contra los asiáticos. Racismo. Muy físico, muy clásico. Se habla incluso del "peligro amarillo", que era una expresión de antes de la guerra. Este tipo de fenómenos no va a desaparecer. Tampoco la violencia de los hombres contra las mujeres. En Francia hay mucha más violencia conyugal ahora, por la cuarentena, que nunca antes.

-Pero abre la puerta a que otras ideas sí cambiarán?
-Creo que hay una mayor conciencia de que no podemos vivir más con esta globalización. Algunos plantean que debemos acabar con ella; otros dicen que debemos imaginar otra globalización. ¿Dónde funcionará bien? En el área de la medicina y la ciencia, por ejemplo, para desarrollar vacunas o medicamentos. Los científicos trabajan juntos, hoy, con una dinámica de open source. Por eso creo que debemos pensar qué modelo de desarrollo queremos en el futuro. Debemos apuntar a un mundo abierto, pero también debemos reindustrializar nuestros países, por ejemplo. Debemos definir qué productos queremos desarrollar por nuestra cuenta.

-Un abordaje que, por lo tanto, excederá lo coyuntural...
-El cambio será cultural y será global, al mismo tiempo. Otro cambio claro es que ahora todos pensamos que necesitamos muchas más políticas públicas, de Estado. El keynesianismo tiene hoy una acogida mucho más favorable. Es claro que vamos a necesitar un Estado distinto al de antes. Y otro punto, para nosotros, los franceses, pasa por las fronteras. Hasta hoy era una bandera de los extremistas que pregonaban la necesidad de las fronteras porque no querían migrantes. Hoy todos hablan de fronteras. ¿Cómo es posible construir la Europa si hablamos de fronteras? Las cosas cambiarán en Europa. Será terrible para la Unión Europea.

-¿Puede colapsar?
-¡Sí, claro! Si los países miembros comienzan a decir que no quieren ayudar a Italia, por decir cualquier país, o que no quieren modificar la manera de pensar la moneda o lo que fuere, puede ocurrir. El Brexit fue un momento de debilitación para la Unión Europea, y otros países pueden seguir el mismo camino. No será inmediato, pero puede ocurrir. Europa será distinta después de todo esto.

-¿Y la democracia, tal y como la conocemos en Occidente al menos, está en riesgo?
-Primero debemos determinar si la democracia ofrece las mejores respuestas ante desafíos como una pandemia o si sería más eficaz un gobierno autoritario o incluso totalitario. Muchos señalan ahora que China, por ejemplo, fue más eficaz que nosotros para controlar la pandemia, y concluyen que entonces es mejor un gobierno autoritario. Pero no me parece correcto. Miremos qué ocurre en otros países donde rige la democracia y sus resultados contra la pandemia son buenos, como Alemania o Austria o Taiwán. Comparemos sus cifras con las de España o Francia o Italia. Entonces no podemos decir que el problema es entre China y las democracias, sino cuáles son las soluciones democráticas que funcionan y cuáles no. Y ahí es donde pienso que las ciencias sociales son muy útiles. Ayudan a decidir cuáles son las mejores políticas públicas. Aquellos que conocen sobre epidemias, por ejemplo, pueden iluminar el pensamiento de los actores políticos, pueden exponer ante un jefe de Estado que tal política pública tiene tal o cual efecto en tal o cual circunstancia o remarcar que no se sabe cuáles podrían ser sus efectos, porque también hay mucho sobre lo que no se sabe y eso también es un insumo de conocimiento. Por eso pienso que, hoy, las ciencias sociales pueden ser muy útiles a la política y al debate público. Y en este sentido hay más y más pluridisciplinariedad: sociólogos, antropólogos, politólogos trabajando con médicos, epidemiólogos, virólogos y otros expertos de muy distintas disciplinas y, juntos, en colaboración, introducen nuevas ideas y producen nuevos conocimientos en el debate público. Todo esto es muy positivo.

-El contexto pandémico global, sin embargo, también puede depararnos disgustos. ¿Qué ve en el horizonte?
-Las fuerzas de la irracionalidad son hoy muy importantes. Eso lo saben muy bien en América Latina. No todas, pero hay ciertas iglesias evangelistas o ciertos sectores del judaísmo ultra ortodoxo que afirman que su fe es más fuerte que el virus, que pueden seguir congregándose y que no habrá problemas. Eso es lo que ocurre con Jair Bolsonaro, por ejemplo. La irracionalidad es fuerte en ciertos sectores religiosos que también son reaccionarios a la ciencia. Otro punto preocupante es que cuando hay un fenómeno de este tipo, desconocido, tienden a generarse visiones conspirativas, una paranoia colectiva, una búsqueda de explicaciones no naturales, de "chivos expiatorios". Hoy hay mucho de eso. Gente que busca culpables, sean los chinos, los judíos, la CIA, y en este tipo de momentos hay mucho espacio para los rumores. Por eso pienso que la realidad de hoy es una mezcla de confianza en la ciencia, en los médicos, en la razón, por un lado, y de rumores y "complotismo".

-Potenciados, lo bueno y lo malo, por la accesibilidad y la difusión que aportan internet y las redes sociales.
-En Francia -y pienso que lo mismo ocurre en la Argentina-, mucha gente no puede salir de casa y, por lo tanto, está aislada, pero con internet y redes sociales, comunicándose como nunca antes. Entramos de lleno en un mundo digital. Hoy estamos totalmente involucrados, por ejemplo, en el teletrabajo o en la educación virtual. Estamos en una nueva cultura. Pero lo notable es que, al mismo tiempo, también queda muy claro que necesitamos que cierta gente haga su trabajo en el mundo real: los médicos o quienes ayudan a los mayores en sus casas o la cajera de un supermercado, que hoy es la heroína nacional de Francia. Personas que no viven en un mundo digital, sino en un mundo bien concreto. Por eso estamos en un momento único, en el que convive un mundo mucho más digital que antes con un mundo en el que descubrimos que la sociedad no puede funcionar sin la cajera del súper y otros trabajadores de servicios esenciales. Eso es parte del futuro. Viviremos en una sociedad que no es la de antes y tendremos que buscar nuevas categorías de pensamiento para abordarla.

-Y esto ocurre en un contexto de exacerbación del discurso belicista, con expresiones como "el enemigo invisible", tan presente en Francia, en la Argentina y otros países?
-[Asiente con la cabeza]. El caso francés es interesante. Hará un mes, nuestro presidente empezó diciendo "estamos en guerra" y pareció emular a [Winston] Churchill, con aquello de sangre, sudor y lágrimas, como un líder en tiempo de guerra. Pero después de 15 días Macron habló totalmente distinto. Ya no aludió a guerras, sino que planteó que debíamos movilizarnos, sin hablar en términos marciales. Un aspecto positivo del discurso de guerra es que permite hablarles a todos, movilizar a todos contra algo externo, promoviendo la unidad del cuerpo social. Pero recordemos algo: el cuerpo social no es monolítico, tiene diferencias, hay desigualdades. Hay gente que sufre mucho más que otra. Algunos tienen más probabilidades de contagiarse y de morir que otros. La sociedad no es totalmente homogénea. Y la retórica de guerra excluye algunas preguntas y respuestas: ¿quién va a pagar este esfuerzo? ¿Quién va a sufrir? Por eso, la retórica belicista no aporta la respuesta a todos los problemas. Hay regiones de Francia que no sufren los efectos de la pandemia y otras que sí, por ejemplo.

Muchos afrontan condiciones terribles durante la cuarentena; hacinados, con varios chicos que no van a la escuela y que, por lo tanto, no comen; o muchos mayores en geriátricos de condiciones muy dispares, entre otros. Esas personas no pueden pensar que sus problemas son los mismos de aquellas que están bien. Pero el vocabulario de la guerra no dice nada de eso o de las injusticias sociales. Y cuando se habla de salir del confinamiento, tampoco se puede plantear el mismo discurso para los mayores que para el resto. El gobierno plantea que los mayores de 65 o 70 años no podrán salir de sus casas. Pero no salir de casa es la muerte social para muchas personas.

Recomendación para aprovechar el tiempo
-Dado que los argentinos llevan semanas confinados por la pandemia y que aún falta un trecho incierto, ¿qué libros, series de televisión, películas o música les recomienda para "aprovechar" el tiempo? ¿Qué está leyendo, viendo o escuchando usted?
-¡Ja! [Arquea las cejas] ¡Difícil de responder! Pienso que escuchar música es importante y permite hacer otras cosas al mismo tiempo. Leer, también, por supuesto. Yo estoy leyendo todo lo que durante años y años me dije "algún día lo voy a leer?" ¡Hoy llegó el momento! Pero no voy a decir qué libros, aunque sí voy a decirle el libro que más me ha gustado a lo largo de toda mi vida: El conde de Montecristo [de Alejandro Dumas]. ¡Para leer este tipo de libros necesitas muchos días y puedes identificarte positivamente o negativamente con los personajes! Por eso, este tipo de libros me gustan mucho. Y si vamos a ampliar, habría que prestarle atención a la literatura china actual. Hay algunos autores muy interesantes que son traducidos al español, al francés y al inglés, y que nos permiten entender este nuevo mundo. Porque hoy, China probablemente es el centro del mundo.

Biografía
Nacido en Francia en 1946, Michelle Wieviorka se doctoró en Letras y Ciencias Humanas, dedicó su carrera a estudiar el terrorismo, la violencia, el racismo y la democracia; hoy es considerado uno de los científicos sociales más reputados del mundo
Fue director de la célebre École des Hautes Études en Sciences Sociales, en París, donde entre 1993 y 2009 lideró el Centro de Análisis y de Intervención Sociológica (Cadis), que fundó Alain Touraine, y presidió la Asociación Internacional de Sociología
Máximo responsable de la Maison des Sciences de l'Homme, e integrante del Consejo Científico de la Unión Europea, publicó varios libros. Entre ellos, El espacio del racismo; Otro mundo... Discrepancias, sorpresas y derivas en la antimundialización, El racismo: una introducción, El antisemitismo explicado a los jóvenes y La violencia.

EL CORONAVIRUS NOS DESAFÍA A LA MAYOR REINGENIERÍA LABORAL DE LA HISTORIA


La sociedad argentina había dejado de pensar en el futuro; ahora, el teletrabajo le impone el reto de discutir y actualizar tecnologías, procesos y protocolos
Ramiro Albrieu. 23 de mayo de 2020 

En tiempos que hoy parecen remotos -diciembre de 2019- el tema del futuro del trabajo estaba bastante instalado en la agenda pública. La aceleración del cambio tecnológico, el envejecimiento poblacional y el resquebrajamiento de las instituciones laborales tradicionales dominaban la agenda en el norte; en el sur, en tanto insistíamos en que el contexto importa: aquí la informalidad es alta, los países son relativamente jóvenes y el cambio tecnológico es más bien lento. La irrupción del Covid-19 sacudió la agenda, y vale la pena parar un segundo y preguntarse qué queda y qué sigue de aquellos debates.

La hipótesis que aquí se plantea, necesariamente preliminar, es que el futuro del trabajo ya no es lo que era. Mejor dicho, el futuro del trabajo ya no es cuando era: de referirnos a la productividad de largo plazo con un horizonte de 5 a 10 años, pasamos en tiempos de pandemia a hablar del ingreso laboral de los próximos meses. No creo estar exagerando: el sistema económico a nivel global se encuentra frente a la mayor reingeniería laboral de la historia.

Vista desde la Argentina, la cuestión se plantea desafiante por varios motivos. Hay uno básico: la sociedad había dejado de pensar en el futuro. Hace algo más de una década, el curador Rodrigo Alonso presentaba una muestra en la Fundación OSDE donde repasaba visiones de futuro a lo largo de la historia argentina y se preguntaba por qué el futuro dejó de ser parte de nuestra agenda. No solo ya no hablamos de utopías o de revolución; tampoco hablamos de progreso. Y con el futuro del trabajo no hubo una excepción: parecía que discutíamos el sexo de los ángeles. Pero ahora el Covid-19 nos colocó en un punto de inflexión, porque lo que hagamos en estos meses no solo impactará en el corto plazo; también dejará su huella abriendo (o cerrando) oportunidades laborales para los próximos meses o incluso años. El Covid-19 nos obliga entonces a volver a pensar en términos de futuro.

La tensión que la pandemia genera entre la salud y la economía es evidente si hacemos foco en una variable: la proximidad entre las personas. Esta proximidad es la que alimenta la reproducción del virus y, al mismo tiempo, está en la base de casi toda actividad económica; por eso construimos ciudades, medios de transporte público, grandes fábricas. ¿Es posible mantener las relaciones laborales en un contexto de reducción forzosa y acelerada de la proximidad debido a la urgencia sanitaria? La respuesta es no. Al menos, no para la mayoría de los trabajadores y trabajadoras.

Investigando sobre este tema, con Megan Ballesty llegamos a la conclusión de que, de los aproximadamente once millones y medio de trabajadores y trabajadores que habitan los grandes aglomerados urbanos de Argentina, prácticamente la mitad trabajan a un brazo de distancia de otros o más cerca que eso. Así, las condiciones laborales de alrededor de 5,5 millones de trabajadores deberán cambiar. Pero ¿dónde, cómo y cuándo? Todo eso tiene que ser distinto cuando se retomen las actividades. La necesidad de encarar una reingeniería laboral profunda abarca a sectores tan diversos como salud, servicios domésticos asociados al cuidado de personas y una parte importante de comercios, hoteles y restaurantes.

La "otra mitad" del mercado laboral tampoco la tiene fácil, y la adaptación a la nueva realidad será costosa. De acuerdo a nuestras estimaciones, basadas en el tipo de tareas que se realizan en cada ocupación, entre 2,5 y 3 millones de esos trabajadores podría realizar sus tareas en forma remota, operando en el espacio digital. Sin embargo, la evidencia disponible de 2019 apunta a que los que teletrabajan no llegan al millón de personas.

Las razones de este rezago son variadas, desde el desconocimiento de sus costos y beneficios en el mundo empresarial hasta el hecho de que apenas un 61% de los hogares cuenta con una computadora y un 83% tiene acceso a Internet (y apenas un 5% tiene un cuarto disponible como oficina). Ese rezago, a la vez, no se distribuye aleatoriamente en la población: en los primeros dos deciles de la distribución del ingreso (los más bajos) aproximadamente 4 de cada 10 hogares tiene computadoras, mientras que en los últimos dos (los más altos) es 9 de cada 10. Las inequidades tienen su dimensión geográfica: en la ciudad de Buenos Aires, 8 de cada 10 hogares tiene acceso a computadoras, mientras que en el Gran Tucumán, apenas 5 de cada 10.

Las limitaciones al teletrabajo van más allá y apuntan a una cuestión básica: una tecnología es creada para resolver un problema puntual en un contexto específico, y no es sencillo replicar su uso frente a problemas o usos distintos. Y la Argentina es un país que replica o adapta tecnologías. Tomemos por caso la enseñanza. Allí el potencial para el teletrabajo es alto: al menos 7 de cada 10 trabajadores del sector podría teletrabajar. Sin embargo, para que eso suceda se necesita de dispositivos digitales y una conexión a Internet en cada instancia de comunicación entre docentes y estudiantes, lo cual -como mostramos antes- no está para nada asegurado en nuestro país.

Pero además, se requiere adaptar los contenidos y las formas de enseñanza a lo que la tecnología efectivamente puede comunicar. ¿Cómo recrear, a través de clases en plataformas como Zoom, las relaciones vinculares entre los alumnos y la idea de proyectos bottom-up, tan en boga en la innovación educativa? Ese tipo de interrogantes no se limitan a la educación; son propios de todos los sectores que tienen potencial para el teletrabajo pero no han discutido debidamente tecnologías, procesos y protocolos en el pasado.

Las ocupaciones que no pueden teletrabajar pero se encuentran relativamente aislados en su puesto de trabajo en principio podrían continuar desarrollándose como en el pasado. Uno podría imaginar a personal de limpieza o a operarios de una fábrica u obra de construcción: sus tareas requieren de poca interacción cercana con otras personas en el espacio de trabajo. Sin embargo, allí también se requiere una profunda reingeniería de procesos, esta vez relacionada con el transporte: en muchos casos utilizan intensivamente el transporte público. En el caso de AMBA, por ejemplo, 1 de cada 2 trabajadores utiliza transporte público (tren, subte y/o colectivo); para los trabajadores de la administración pública, la relación es de 6 cada 10, y para el de la construcción, casi de 8 de cada 10.

En la nueva normalidad que viviremos hasta que aparezca la vacuna, las personas deberán interactuar en forma más alejada entre sí. Como vimos con los números, la reingeniería laboral requerida para lograrlo es profunda e involucra a millones de personas que deberán adaptarse al nuevo contexto. Es ese el futuro del trabajo, y no se refiere a 2025 o 2030, sino a los próximos trimestres.

Vuelvo al comienzo del texto. ¿Qué queda y qué cambia del debate sobre futuro del trabajo? El Covid-19 nos obliga a acelerar el cambio tecnológico en empresas y hogares, a repensar los esquemas de readaptación de habilidades de los trabajadores, y a discutir marcos regulatorios y de protección social para entornos laborales más flexibles que aquellos basados en contratos formales y de largo plazo (incluso los digitales). En ese sentido, poco cambió: esa es la agenda de futuro del trabajo. Lo que sí cambió es el horizonte. Como dijimos, la pandemia ha hecho urgente al futuro.

Así, el Covid-19 nos fuerza a mirar -y tratar de manufacturar- futuros posibles. Ello implica darles más espacio a las políticas de largo plazo: tecnología, educación, regulaciones. También implica buscar una mayor coordinación entre los distintos niveles de gobierno y entre las diversas agencias del gobierno nacional. Finalmente, la construcción de ese futuro debe involucrar al sector privado como socio -y principal motor- del cambio.

Todo esto representa una ruptura con el pasado, y eso es bueno. Como cantó Leonard Cohen: "Todo tiene rupturas y es por allí que entra la luz". La ruptura está; que aparezca la luz es tarea nuestra.

Fuente: encuesta del Grupo de Estudio Futuro del Trabajo

domingo, 17 de mayo de 2020

EL FUTURO DE LA POLÍTICA LUEGO DEL COVID-19

En un mundo que se precipita hacia lo virtual, el virus parece ser un poderoso acelerador de tendencias ya existentes
Julia Pomares. Directora Ejecutiva de CIPPEC. 16 de mayo de 2020 
Una noche de insomnio de esta cuarentena me desperté soñando que en el balcón de mi casa aparecía una máquina para viajar en el tiempo. No recordé a dónde iba ni si me transportaba hacia el futuro o al pasado. Pero me desvelé imaginando a dónde me gustaría haber viajado. Por ejemplo, imaginé ir al futuro, no muy lejano: a ese año gastado ya para la futurología que es 2030. Dos interrogantes me gustaría que la máquina me ayudara a despejar, si pudiera llevarme una década hacia adelante: ¿fue la del Covid-19 la primera de una serie de pandemias intermitentes con las que nos acostumbramos a convivir? Y dos, ¿cuál de los muchos rasgos que parecen únicos de esta pandemia va a sobrevivir?

Como politóloga, no puedo ensayar ninguna respuesta al primer interrogante; solo preocuparme por las consecuencias que tendría esa nueva normalidad. Pero hay un aspecto del Covid-19 que aventuro vamos a recordar: el hecho de que esta pandemia coincidiera con un momento histórico de transformación del capitalismo global : del modelo Detroit al modelo Silicon Valley, como los llamó el politólogo español Carles Boix. Imagino que 2020 quedará en los libros de historia como el final de la transición hacia la economía intangible de los datos y la inteligencia artificial.

Vivir en la nube, o más precisamente, la digitalización de la economía y por ende de la sociedad, es un proceso que lleva pocas décadas y se acentuará con la llegada del Covid-19 por dos razones: porque fuerza el trabajo a distancia y porque aumenta los consumos digitales en el hogar. Y con eso, continuará el tránsito hacia la intangibilización de la producción en la economía mundial. En 2019 el capital intangible ya había duplicado el generado por el tradicional capital físico. Sabemos que esto para la Argentina es un enorme desafío: la participación argentina en las exportaciones de servicios en el mundo es de solo 0,25% del total.

Si bien muchas consecuencias del capitalismo Silicon Valley para el mundo laboral ya eran evidentes antes de la pandemia -especialmente las que derivan de la automatización-, este virus nos sorprendió a tientas sobre cuáles son las mejores respuestas de la política ante esos cambios y a oscuras sobre cómo se transformarán las instituciones, tanto a nivel doméstico como en la gobernanza global. La exponencialidad de la transformación digital nos lleva a imaginar cambios también exponenciales en las instituciones post Covid-19, pero aún es muy temprano para conjeturar si prevalecerá el mantra de "crisis como oportunidad" o el más modesto de "no toda crisis es un punto de inflexión".

Mientras no tengamos una máquina del tiempo, una forma de conjeturar sobre el impacto de esta pandemia en el futuro de la política es preguntarnos si el Covid-19 significará un acelerador, un freno o un cambio de rumbo en las tendencias en la gobernanza global que ya observábamos antes de que apareciera el primer infectado. Me voy a referir a cuatro tendencias.

La primera tendencia es sobre quién gobierna el mundo: si Occidente u Oriente. Si en los años 80 Tears for Fears cantaba que "Todos quieren gobernar el mundo", en los 2020 deberían decir "Ey, China, ahora te toca a vos". El coronavirus parece ser un acelerador del deterioro en el liderazgo de Estados Unidos. Si bien su poder blando sigue siendo fuerte, es la primera crisis en décadas en que Estados Unidos deja su rol de líder global y no utiliza la crisis para proyectar prestigio y legitimidad. China busca ocupar ese lugar con la pandemia pero aún no es claro cómo eso impactará en la gobernanza multilateral . Esta pandemia mostró algo que parecía impensado hace meses: que casi todos los gobiernos, sean democráticos o autoritarios, comparten un valor en común: poner la vida humana por encima del efecto económico inmediato. Pero eso no redundó en mayor coordinación entre gobiernos nacionales (sí a nivel subnacional), sino en una coordinación a niveles nunca antes visto entre la comunidad científica y entre entes no estatales.

Sobresale como rasgo distintivo de esta pandemia el alto nivel de cooperación entre corporaciones privadas; por ejemplo, la acción conjunta entre Google y Apple para facilitar el funcionamiento de las apps de trazabilidad.

La concentración del poder económico en grandes empresas tecnológicas y la pérdida del peso relativo de las pequeñas y medianas empresas es la segunda tendencia. Así como el Covid-19 acelera la digitalización, también hay signos de que acelera esta concentración. No sabemos cuánto cambiará la gobernanza multilateral pospandemia (¿habrá una reforma a la OMS?), pero sí sabemos que los gobiernos convivirán con poderosos jugadores globales en el mercado. Esto es un llamado de atención para los gobiernos con baja capacidad de negociar reglas de juego con los grandes jugadores.

Crecientes desigualdades sociales con un fuerte impacto territorial cada vez más al interior de los países -y no solo entre países- es la tercera tendencia. El coronavirus parece ser también acelerador de la desigualdad, sobre todo si no se logra revertir rápido la depresión económica que se avecina. La aceleración de la desigualdad también se verá en los mapas post Covid-19. Pensemos, por ejemplo, en las desigualdades para acceder a la educación digital o al teletrabajo. Según un estudio reciente de Ramiro Albrieu, en la ciudad de Buenos Aires casi un 50% de los trabajos son potencialmente teletrabajables, mientras que en Tafí Viejo o La Banda lo son la mitad. Una buena noticia: los gobiernos nacionales y locales tienen gran capacidad de incidir en esta tendencia a través de políticas de formación de habilidades y de inversión en infraestructura tecnológica. Pero los intendentes estarán en una encrucijada: deberán asumir mayores responsabilidades durante la pandemia, en un contexto de mayores desigualdades entre municipios y regiones.

La cuarta tendencia es un corolario natural de las anteriores: hubo en los últimos años a nivel global un deterioro del componente liberal de las democracias y un resurgimiento de los nacionalismos. El combo de desconfianza en la política, baja participación electoral y polarización venía siendo una bomba de tiempo no atendida. ¿Qué ocurrirá tras el Covid-19? Todavía es temprano para saber. En el cortísimo plazo, pareciera que el club del avestruz (así llamó alguien a los populistas, por su actitud de esconder el problema) perderá terreno por mala performance y las instituciones democráticas saldrán fortalecidas. En el mediano, hay señales para imaginar que el efecto será al revés; la pandemia reforzará aquello que provocó el surgimiento de líderes populistas y nacionalistas: desigualdad y bajos niveles de cohesión social. El Covid-19 podría acentuar la tendencia a la polarización y al mayor decisionismo en los liderazgos. También, una nueva ola de judicialización: no sabemos si las chances de reelección de Donald Trump aumentarán por el virus pero sí que la probabilidad de que se judicialice la elección es muy alta.

En este contexto, la potencial aplicación de Inteligencia Artificial para mejorar la provisión de servicios es menos importante que su uso para fomentar la rendición de cuentas y la transparencia en la gestión. Así como en el ajedrez, tras lamentarnos porque la máquina Deep Blue le ganó a Kasparov, logramos construir el ajedrez centauro (mitad humano, mitad artificial), el gran desafío aquí será construir una democracia híbrida que signifique una democracia aumentada y no menos democracia.

El Covid-19 parece ser un poderoso acelerador de tendencias ya existentes. En mi próximo viaje en el DeLorean espero verificar algunas de estas conjeturas. Pero me tienen que esperar a 2021, cuando, según anunciaron, se vuelva a fabricar.

TOMÁS ABRAHAM. "ESTA CRISIS REFUERZA LA HEGEMONÍA DEL CAPITALISMO SALVAJE QUE ENCABEZA CHINA"


El filósofo desconfía de los sistemas de control digital, pero también cuestiona a quienes niegan la gravedad de la pandemia; respecto de la política local, dice que se vive "una tregua, no un acuerdo"
Daniel Gigena. 16 de mayo de 2020 
Aunque nació en Rumania, el tono que el filósofo y ensayista Tomás Abraham da a sus respuestas tiene el típico acento del argentino que, como señaló Borges, considera el universo su patrimonio legítimo. Este autor formado con Michel Foucault en Vincennes y egresado de la Sorbona fue una figura clave durante el retorno de la democracia en el ámbito educativo. A su cátedra del Ciclo Básico Común de la UBA, bautizada "Problemas filosóficos" en 1984, asistían multitudes de jóvenes y adultos que empezaban a apreciar el placer de pensar por cuenta propia.

Desde La guerra del amo r y el ya clásico Pensadores bajos hasta su libro más reciente, La máscara Foucault. De París a la Argentina (Paidós), ha publicado más de veinte libros. Semanas atrás, a raíz de una medida impulsada por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para las personas mayores de 70 años (él tiene 73), difundió una irónica solicitud "para estar chocho" en la cuarentena. "Soy filósofo de nueve de la mañana a seis de la tarde, es decir, cuando trabajo; si fuera filósofo todo el día viviría solo y aislado no por el virus, sino porque nadie me soportaría ni yo a mí mismo -dice sobre su propia experiencia pandémica -. Estoy escribiendo un libro y hago un trabajo grupal de filosofía online , además de lavar ropa, pasar la aspiradora, limpiar el baño, hacer compras, cocinar, pagar cuentas, todas tareas que comparto con mi mujer". Para Abraham, filosofar es una experiencia apasionante y transformadora, en la que un emisor y un receptor intercambian sus papeles. "Y su materialización es el libro y el seminario", agrega.

¿Cómo lleva la cuarentena a nivel personal y cómo observa este acontecimiento inédito desde el punto de vista social?
La llevo bien porque estoy acompañado, tengo lo que necesito, me arreglo con mis obligaciones y tengo mucho trabajo. La llevo mal porque no me gusta estar encerrado, no ver a mi familia, abrazarlos, conversar, jugar con nietos. Tengo llamadas esporádicas con amigos, y con otros, con los que también tengo amistad, formamos un grupo de trabajo filosófico dos veces por semana. Algunos viven en la Argentina, en Buenos Aires o en otras provincias, y otros en México, Bolivia, Alemania. Nos encontramos por Internet. Respecto de lo social, es bien miserable esquivar gente en la calle, alejarse de otros, mirar con sospecha a los que no usan barbijo, estar alerta y con miedo cuando se sale, especular con el contagio y reforzar el sistema de defensa. Creo que nadie se siente bien con este modo de vida, que considero inevitable por el momento. Y es más que penoso y angustiante que no se tenga ingresos por falta de trabajo y por el cierre de todo tipo de establecimientos, ni hablar de los despidos y suspensiones.

¿Qué opinión tiene de los escritos de filósofos internacionales sobre la cuarentena por Covid-19?
Leo algunos porque me interesa lo que dicen los filósofos sobre la actualidad. Ahí se ve qué es lo que aporta la filosofía para pensar los desafíos del presente y las dificultades de la coyuntura. Sabemos que la erudición filosófica no es ninguna garantía, porque saber no alcanza; además, hay que pensar y tener información. Los diagnosticadores precoces de los países centrales, y los locales, con vocación de cóndores y deus ex machina solo reconocen en el presente lo que siempre han sabido. No aportan novedades porque no hacen más que confirmar lo que presuponen. Son ideólogos que aplican la matriz de un molde y le dan la forma que buscan. Pueden llamarla sociedad concentracionaria, capitalismo neoliberal, sociedad del cansancio, sociedad de consumo, de riesgo, líquida, de conocimiento o posverdad. Lo importante es rubricar y pedir la patente. Son intelectuales globales pero en realidad de aldea, vecinos de un patio común. ¿Quién no sabe lo que dirán Slavoj ?i?ek, Giorgio Agamben o Alain Badiou, a pesar de la inesperada adhesión de este último a la política de confinamiento de Emmanuel Macron? El que me sorprendió fue el coreano Byung-Chul Han.

¿Por qué?
Por la fascinación que tiene por un sistema policial eficaz. Al menos fue original, por lo disparatado e irresponsable, al elogiar un sistema a la Orwell o a la Bentham, con doscientos millones de cámaras y un fichaje de cada uno de nuestros gestos, el conocimiento de nuestros vínculos y de nuestro grado de sometimiento a un régimen político. Como si le diera la razón a Agamben, que ve alambrados de púas por todas partes. Los que hablan del fin del capitalismo viven en una burbuja; por el contrario, este es el comienzo de un refuerzo de la hegemonía del capitalismo salvaje, que es el que presenta ya hace tiempo el capitalismo chino y sus socios asiáticos. Lo que cambió con la pandemia es el fortalecimiento de ese tipo de capitalismo y una nueva etapa en sus fases de destrucción creadora. De todos modos, me interesa leer a los que piensan con un poco más de imaginación e información, y son los que dicen que no tienen la menor idea de lo que vendrá. En ellos me detengo porque me hacen pensar que lo que vivimos no tiene antecedentes. Tampoco me interesan demasiado los que pregonan la colaboración mundial entre los Estados o la eliminación de las fronteras nacionales, propuestas ideales con las que nadie está en desacuerdo, aun los que la sabotean.

¿Por qué es importante escuchar la voz de los pensadores en estas circunstancias?
Pensador es una palabra cursi, es alguien que pone cara de meditar cuando en realidad está roncando. Pastores laicos y religiosos sobran, la pulsión pedagógica y moralizadora es lo que más abunda, en especial en un país al que muchos se complacen en diseñar como un jardín de infantes, para recordar a una enorme poeta nacional. Hoy las voces que se escuchan dicen todo el tiempo lo mismo: tantos muertos por día, tantos contagiados, la curva, el pico y la meseta. Mientras tanto todos esperamos la Vacuna, con mayúscula, rezamos a Hipócrates para que nos ayude, estamos dispuestos a ofrendarle todo un gallinero a Esculapio con tal de acabar con todo esto.

¿Cree que, como señalan algunos, se refuerzan mecanismos autoritarios por parte de los gobiernos? ¿Cómo se desarticularía ese proceso "biopolítico"?
Hay mucha gente con disfraz de justiciero que añora épocas de tiranía, pero lo expresa al revés. Se espantan porque hay policías en la calle para que mantengamos la llamada distancia social, no quieren ninguna vigilancia, ninguna prevención, quieren ser libres como gorriones, denuncian micropoderes, macropoderes, poderes en general. En realidad, todo lo que les gustaría ejercer a ellos mismos o que otros lo hicieran con arbitrariedad y violencia. Es una psicopatía a veces ingenua, otras no tanto, y una forma de autointoxicación ideológica que se renueva. En lo que atañe a la biopolítica, efectivamente, estamos ante una figura nueva de una idea que tuvo Michel Foucault cuando se refería a un sujeto social que no son las clases sociales, las instituciones o los aparatos culturales, sino las poblaciones. Que los aparatos de Estado y los circuitos de poder deban pensar en una política de salubridad, natalidad, una política migratoria, en los modos en que hay que mejorar la vida, y que también incluye los modos en que se planifica la muerte. Hoy se discuten cuestiones que tienen que ver con quiénes merecen seguir viviendo y quiénes no.

¿Qué diría sobre la preeminencia de la palabra o el discurso médico en este momento?
Cuando hay una enfermedad corporal se va a un médico; cuando hay una pandemia, interviene el saber médico. Se puede no creerle del todo a un médico, desconfiar de la medicina porque no es una ciencia exacta, no desear vivir bajo ninguna tutela en nombre de la emancipación individual, ser dueño del propio cuerpo, etcétera. Pero la medicina no es solo un discurso, sino también una práctica que se ejerce en instituciones que tienen un control y un protocolo bastante más riguroso que otro tipo de asociaciones que agrupan a santones, magos y naturalistas místicos. En el caso de la pandemia, no puede restringirse el fenómeno a la medicina; es un asunto de biopolítica, de control político de lo que se hace en los laboratorios, de cooperación planetaria para evitar accidentes que provoquen daños masivos o que, nunca hay que descartarlo del todo, haya quienes programen accidentes para fortalecer su poder.

¿Cómo evalúa a las fuerzas políticas en la Argentina durante la pandemia? ¿Y a la sociedad?
Hay una pausa en la confrontación política porque los problemas que presenta la pandemia no dan para debates retóricos, además de exigir medidas urgentes que no permiten ventajas partidarias. Es una tregua, pero no un acuerdo. Un Estado sin recursos propios, con la declaración de una virtual quiebra, con una moneda nacional que nadie quiere atesorar, un aparato productivo paralizado, una pobreza siempre creciente, y la desconfianza generalizada de quienes pueden aportar capital para crear fuentes de trabajo, exige de la dirigencia política algo más que la lucha por el poder, porque ejercer el poder en una situación así necesita inevitablemente de acuerdos. En situación de catástrofes, guerras, crisis graves, las divisiones internas solo favorecen a los aventureros y a los trepadores que aprovechan el descontento generalizado para apropiarse de lo que queda. La sociedad está dividida en clases, se distribuye en territorios diferenciados, tiene modos de vida distintos. Con la pandemia resaltan aún más estas diferencias. El encierro difiere en cuanto al hábitat, a los ingresos, a las zonas. Hasta hoy la población cumple con la cuarentena, pero ya hay impaciencia por flexibilizarla por la necesidad de trabajo y la ansiedad que produce no salir.

En el plano internacional hubo diferentes respuestas. ¿De cuál se siente más alejado y de cuál más cerca y por qué?
Angela Merkel está en uno de los polos y Donald Trump y Jair Bolsonaro están en el otro. La primera trasmite responsabilidad, respeto por las libertades y los derechos, además de eficiencia. Bolsonaro y Trump utilizan un lenguaje patotero, provocador, cínico, que puede dar para un stand up , pero no para conducir un país y menos en una situación como la actual. Respecto de Alberto Fernández, creo que lleva las cosas con mesura, cuidado y atención, intentando equilibrar una situación descompensada en extremo; el problema está en la falta de recursos, una infraestructura deteriorada y la inoperancia de sectores de la burocracia estatal.

¿Para qué sirve la filosofía en situaciones como la actual?
La filosofía sirve a quienes les interesa estudiar; pensar es un trabajo, y lo que pensaron los filósofos en dos milenios y medio ha sido registrado por escrito. Por supuesto que un mensaje por YouTube de alguien que se dice filósofo puede ser útil, todo puede ser útil, se puede despertar una vocación musical en un ascensor al escuchar música funcional. Para mí la filosofía tiene que ver con la disputa verbal que inventaron los griegos para dirimir cuestiones comunes de la ciudadanía y preguntarse por la conformación del mundo como tal, convertida en literatura por Platón y en tratado silogístico por Aristóteles. Recomiendo leer El nacimiento de la filosofía de Giorgio Colli y La voluntad de saber de Foucault.

¿Sigue siendo la muerte un motivo filosófico y social o es un tema tabú?
La muerte es todo eso. Tema filosófico porque la filosofía de la existencia, desde Kierkegaard hasta Heidegger y Chestov, lo toma como eje de su problemática. Es un tema social actual porque hay riesgo de muerte para una franja etaria específica. Y es un tema tabú porque es el fin de los fines y por lo general nadie se quiere morir y le tiene terror. Hay sociólogos, historiadores, antropólogos que afirman que escondemos la muerte, y que hubo culturas que convivieron con ella. No lo sé. Pero sí sé que por algo hace miles de años tanto Buda como Platón inventaron esta cuestión de la transmigración del alma, y las religiones son salvíficas, trascendentes y hablan de un más allá. A especialistas en ética y darwinistas de izquierda como Peter Singer que denuncian la matanza de animales para satisfacer nuestra carnevoracidad no se les mueve un pelo respecto de la discriminación entre viejos y jóvenes ante un único respirador. Lo que sí me doy cuenta es de que la muerte ha sido un tema que he tratado de administrar con toda la omnipotencia de la que dispuse, tratando de olvidarme de ella en la medida de mis posibilidades, y esa estrategia humana, demasiado humana, como dice Nietzsche, hoy es difícil de aplicar. Todo el tiempo me hablan no del contagio del coronavirus sino de la muerte, y que si no salgo con barbijo puedo morirme. Se ha convertido en un aviso diario como un corte de luz por falta de pago, en este caso, por ser mayor.

lunes, 11 de mayo de 2020

EL VIRÓLOGO ARGENTINO PABLO GLODSCHMIDT ASEGURA QUE "EL TRATAMIENTO CIENTÍFICO Y MEDIÁTICO CONTRA EL CORONAVIRUS CONTRAJO LA DEMOCRACIA Y AUMENTÓ EL AUTORITARISMO"


A seis meses de la irrupción del Covid-19, el doctor radicado en Francia, que causó polémica al ecir que “el coronavirus no merece que el planeta esté en un estado de parate total” , le envió a Infobae una serie de reflexiones acerca de la pandemia, la forma de terminar con el confinamiento, el impacto oculto del aislamiento, la aparición de “profetas” ante el temor a la enfermedad y la muerte, su visión sobre el número de fallecidos y el potencial riesgo de los testeos inmunológicos masivos.
11 de mayo de 2020

“Al día de la fecha, no se pudo confirmar con certeza ni cómo ni cuándo el Covid 19 entró por primera vez en el cuerpo humano -comienza el escrito que el doctor Pablo Goldschmidt envió a Infobae-. Las hipótesis que fecharon la difusión viral a fines de enero del 2020 quedaron caducas cuando se determinó que este virus respiratorio ya había afectado a los humanos antes del mes de diciembre de 2019, fecha en que los médicos chinos habrían registrado en la provincia central de Hubei el primer caso (China reconoció el 15 de enero el riesgo de transmisión humana)”.

La gravedad de los cuadros que pueden provocar los virus respiratorios no es un descubrimiento del año 2020, y a título de ejemplo, puede leerse en los documentos del Instituto Pasteur de Paris y en numerosos sitios web (2018, 2019, etc) que los virus respiratorios pueden ser letales. Desde años ya se había claramente comunicado que la neumonía disparada por los virus respiratorios afectaba de forma severa a personas con enfermedades cardíacas o pulmonares. Además, los documentos anteriores al 2020 ya indicaban que las neumonías estaban relacionadas con respuestas inflamatorias a veces excesivas, y que esas reacciones podían conducir a síndromes de dificultad respiratoria aguda, patología grave que pone en peligro el pronóstico vital. Indicaban también, que en dos grandes epidemias (1972-1973 y 1994-1995), más del 90% de las muertes atribuidas a las neumonías inducidas por infecciones virales, se habían observado en personas mayores de 65 años.

La información que se difundió sobre el nuevo coronavirus
Desde enero del 2020, entre terror y cifras de tasas de mortalidad sin referencias correctas, los estudios de televisión y de radio recibieron expertos sanitarios que improvisando pronósticos poco precisos avalaban el fondo de lo que iban a explicar, mientras hora tras hora los noticieros y los websites sumaban cifras deshumanizadas.

Por otra parte, la práctica médica fue integrando conceptos que hasta ese momento eran parte del saber biológico. Por ejemplo, la idea que las citocinas estaban implicadas en las complicaciones pulmonares de las infecciones por virus respiratorios, o que el sistema de proteínas del Complemento fabricadas en el hígado intervenían en la agravación de ciertas personas gravemente afectadas, fue emergiendo. De este modo, el saber biológico, que había sido dejado de lado durante años, maravillaba a los colegas entrenados para repetir que la clínica era soberana. Así, la implicación de los fenómenos de microcoagulacion por factores intrínsecos y el uso de antimediadores biológicos de la inflamación llegó a ser una temática aceptada y practicada en los contextos extra-mesada de los laboratorios.

La transmisibilidad del Covid-19
La infección por el Covid 19 puso de manifiesto la dinámica sorprendente del rol que jugaron los eventos de superdifusión, o sea la supercontaminación de la población y la transmisión nosocomial a los trabajadores de la salud que no disponían de barreras de protección contra los virus respiratorios. En ese orden de cosas, al analizar unos 7,324 casos fuera del foco inicial de la provincia de Hubei, se pudo determinar que la contaminación se produjo en interiores, principalmente en apartamentos, con lo que el confinamiento de personas hacinadas en espacios reducidos generaría un efecto perverso.

Cabe además señalar que los hospitales y hogares geriátricos fueron desde siempre el segundo espacio transmisor de virus respiratorios, y el Covid-19 no es excepción. En Nueva York se señaló que el espacio confinado del subterráneo fue probablemente uno de los mayores elementos que participaron en la difusión del virus respiratorio Covid 19. Sin embargo, siguiendo recomendaciones de expertos en cálculos y previsiones epidemiológicas, más de 3.000 millones de seres humanos fueron obligados a quedar encerrados en lo que se denominó confinamiento, y por razones que iban más allá de la virulencia propia del agente infeccioso. El confinamiento no fue decidido por las características propias al agente patógeno aislado en China, sino que se impuso por los riesgos de saturación de los servicios hospitalarios y por la falta de máscaras de protección del personal y de la población expuesta a virus respiratorios. Así, de un día para el otro, salir del domicilio se transformó en un delito, que en algunos países se sancionó con multas y en otros hasta con la prisión.

Cómo España alertó sobre la situación en los geriátricos
Pocos días después de que comenzara el encierro impuesto a toda la población, los miembros de las fuerzas armadas de España fueron llamados como refuerzo para desinfectar varios centros geriátricos. Los soldados hicieron descubrimientos macabros, sobre todo hallando personas de edad avanzada prácticamente abandonadas, si no muertas, en sus camas. De las cifras de personas fallecidas en España, pudo determinarse que el ¾ de los fallecidos vivían en geriátricos (residencias de ancianos), y a la fecha se han abierto no menos de 86 investigaciones judiciales por irregularidades.

Según las estadísticas, más del 70% de los aproximadamente 373,000 lugares disponibles en los hogares para personas mayores pertenecen a grupos privados de inversores europeos, y frente a esta situación inaceptable, la región de Madrid tuvo que tomar el control de 13 de estas empresas en situación crítica. Considerando lo antedicho, el rol directo de la infección por Covid-19 en los índices de mortalidad (aumento del 40% comparando periodos de años anteriores) requiere ser aclarado, sabiendo que un número importante de residentes de esas instituciones no estaban medicados de forma apropiada, y/o faltaba personal y equipos de protección. Por otra parte, persiste la duda sobre la exactitud de las causas de deceso en las personas en las que no ha habido pruebas biológicas o radiológicas que confirmen la presencia del Covid-19.

La situación de pánico global que se vivió durante los primeros meses del brote del Covid 19 hizo que los resultados de trabajos fundamentales y aplicados de numerosos laboratorios, fueran objeto de conferencias de prensa sin que hayan sido sometidos a las verificaciones necesarias. Fuimos testigos, que desde la secuenciación de la cepa hasta la puesta a punto de los útiles más banales para el diagnóstico, pasando por los tests inmunoenzimaticos, etc., todo fue objeto de promoción mediática, incluso antes de cumplir con los requisitos mínimos referidos a las buenas prácticas de ejecución. En ese torbellino mediático, el uso de biomoléculas para frenar el efecto de ciertos mediadores de la inflamación se difundía como un descubrimiento original, incluso con resultados preliminares que crearon altas expectativas para terminar con las llamadas tormentas destructoras de citoquinas (conocidas por ser inducidas por los virus respiratorios).

De modo continuo, la opinión pública se vio bombardeada strictu senso con descubrimientos considerados como la clave y con promesas de tratamientos, presentadas por mandarines del arte de curar. Creyendo en el poder de persuasión y sin haber realizado los ensayos clínicos como lo exigen los textos, algunos indujeron a muchos colegas a aceptar que los efectos antivirales en humanos eran fáciles de obtener con moléculas utilizadas para tratar enfermedades parasitarias. Desgraciadamente, fuera de resultados anecdóticos y no extrapolables a la salud pública, y sobre todo sin validación por sus pares, la credulidad del público y de los colegas fue abusada.

La verdadera utilidad de los test inmunológicos
Los comunicadores de la prensa no han cesado de difundir mensajes subrayando la necesidad absoluta para que la población o adquiera naturalmente los anticuerpos por exposición al agente infeccioso o acceda a una vacuna contra el Covid 19. Ambos serían los hitos indiscutibles y necesarios para calmar la ansiedad de un planeta una vez que el nivel de inmunización general supere cierto valor (por el momento desconocido).

A la fecha, los tests que se utilizan detectan en un número importante de personas la presencia de inmunoglobulinas circulantes anti Covid 19. Sin embargo, debe señalarse que existen limitaciones de estos dispositivos y persiste la duda si este tipo de útil será la piedra angular en la que se apoyaran las futuras decisiones políticas.

Entre los puntos críticos de los tests inmunológicos disponibles al dia de la fecha, las performances no se han evaluado masivamente en la población general versus la población con infección documentada. Ahora, suponiendo que la sensibilidad de los tests disponibles supere el 98% y que se conozca el límite de detección de anticuerpos, deben conocerse los riesgos de reacciones cruzadas con otros coronavirus. Además, como para cualquier otro marcador inmunológico, es necesaria la validación de los tests con muestras de personas con enfermedades autoinmunes, con muestras en las que se detecten factores reumatoides circulantes, así también como en las personas que produzcan crioglobulinas, infectadas o no con el virus de la Hepatitis C. En muchos casos, estas muestras alteran la interpretación de todos los tests serológicos, por lo que requieren pre tratamientos específicos por parte de profesionales entrenados. Además, no habiéndose establecido claramente el periodo ventana entre la infección y la síntesis de anticuerpos detectables, en el estado actual de los conocimientos, la toma de decisiones con estos tests podrá requerir determinaciones repetidas hasta que se conozca la cinética de producción de anticuerpos.

En Francia, hubo propuestas de expertos al servicio de instituciones políticas, que recomendaron la confección de un pasaporte de inmunidad. El soporte científico de ese pasaporte llevaba implícita la idea que una persona con un test que demuestre la presencia de anticuerpos había superado el proceso infeccioso, con lo cual ese resultado era sinónimo de protección contra la infección y de ausencia de riesgo de ser vector de la enfermedad. Estas propuestas volvieron a confundir al poder político, ya que la detección de anticuerpos por un test rápido no siempre es sinónimo de protección. En efecto, los anticuerpos producidos por un sujeto infectado, pueden o no inhibir la replicación de los virus que los generaron y/ o reducir la capacidad de ser portador del mismo. Dado estas circunstancias, -sin una prueba experimental que determine si los anticuerpos circulantes neutralizan la infectividad-, detectarlos no es per se garantía absoluta ni de protección del que fue estudiado ni de su entorno.

Ahora, los únicos modelos experimentales que podrían ayudar a establecer una aproximación predictiva entre los tests serológicos positivos y la protección antiviral son los estudios de inhibición del crecimiento viral por cultivo viral en presencia de sueros. Sin embargo, al día de la fecha no se han publicado estudios que hayan determinado si existen correlaciones entre los resultados de los tests inmunológicos y la inhibición de la replicación viral.

Por último, de la experiencia en virología, no debe obviarse que la presencia de anticuerpos contra ciertos virus respiratorios (por ejemplo SARS 2003) no siempre y no en todos los casos es sinónimo de protección contra la infección. En estudios llevados a cabo con sueros de individuos expuestos repetidamente a estos virus, se observaron fenómenos inmunitarios perniciosos conocidos como facilitadores de la infección por anticuerpos. En esos casos, los anticuerpos no serían marcadores predictivos de protección contra la infección, sino, por el contrario, facilitarían la entrada del virus en las células.

En conclusión, la idea de un pasaporte inmunológico para separar a la población entre los que lo obtuvieron y no, es por el momento reveladora de los límites conceptuales de ciertas propuestas simplificadoras.

La verdad sobre las máscaras y otros elementos de protección
Frente a cualquier virus o bacteria patógena a tropismo respiratorio, proporcionar máscaras a la población sana al comienzo de un brote (con prioridad indiscutible para los ancianos y para el personal en contacto con personas a riesgo de complicaciones) es la mejor recomendación para reducir el número de casos severos y de muertes.

Específicamente para el Covid 19, la mortalidad fue estadísticamente significativa menor en los estados en los que las máscaras fueron utilizadas por toda la población desde el inicio del brote, y el análisis del total de infecciones para el virus respiratorio Covid 19 mostró que las cifras por millón de habitantes, fueron por ejemplo para Hong Kong de 129.0 / millón, para Corea del Sur de 200.5 y para Singapur de 259.8. Los países que no pusieron mascaras a disposición de la población ni del personal expuesto, el numero fue superior (Francia: 1152; España 2983 e Italia: 2251). Aunque este análisis haya sido retrospectivo, es decir con un nivel de evidencia bajo, el interés de oponer barreras mecánicas de calidad certificada a la entrada de agentes infecciosos al árbol respiratorio queda puesto de manifiesto).

Protocolos y desconfinamiento
Para el desconfinamiento, el estado francés ha distribuido guías con procedimientos detallados, que según los agentes sanitarios que trabajan en el terreno, son tan completas como inaplicables. Conceptualmente, la filosofía del desconfinamiento se basó en torno a los gobernadores y los intendentes, como entes que decidirán si desconfinan o no y cuando. Ahora, el trasfondo de este proceso inquietó en sobremanera a las autoridades locales y regionales, ya que frente a los ciudadanos, y frente a cualquier juez, la responsabilidad civil y penal de los representantes locales estaría comprometida por poner en peligro la vida de otros. De ahí que la difusión de los procedimientos de desconfinamiento haya sido sujeta a innombrables críticas, y se espera que quede claro que el estado es soberano y que no dejará en manos de los representantes locales las consecuencias que se presentaren frente a los tribunales en caso que sean juzgados a posteriori, juzgados no por lo que hicieron sino por lo que deberían o no deberían haber hecho. Frente a esta situación, pareciera que decidir desconfinar o decidir mantener el confinamiento sean las dos decisiones incorrectas, y muchos pensadores han considerado que el enfoque del desconfinamiento puede llevar a transformar al estado de derecho en una dictadura judicial, donde se acuse, se juzgue y se condene por un saber incompleto que en el momento de la toma de decisiones estaba en gestación. Aquí, parece retomar vigor el discurso en Harvard de 1978, en el que Solzhenitsin expresó que “la vida imbuida de relaciones legales creará una atmósfera de mediocridad moral que sofocara lo mejor de la humanidad”.

Ejemplos: La primera fase del plan francés va del lunes 11 de mayo al lunes 1 de junio. El poder ejecutivo presentó un mapa provisional clasificando regiones en rojo o verde. En verde son las regiones en las que sean notorios 3 puntos:

a) la tasa de nuevos casos semanales de Covid-19 es baja (en rojo las regiones en las que se detecte o sospeche en las personas que acudan a las urgencias de los hospitales, niveles de infección por Covid 19 superiores al 10%), b) los servicios de terapia intensiva presentan bajas tasas de ocupación de camas, y c) se dispone regionalmente de laboratorios que puedan identificar las nuevas contaminaciones rápidamente y proceder a aislar los casos confirmados o sospechosos.

Este es uno de los cuellos de botella, ya que según esta exigencia, se requiere realizar como mínimo 1 prueba de laboratorio cada 100 habitantes por semana, lo que para un país como Francia exigiría 700,000 pruebas de biología molecular por semana (siguiendo este razonamiento serían necesarias alrededor de 460,000 por semana para la Argentina).

Por otra parte, a partir del 11 de mayo, la mayoría de las guarderías y escuelas primarias estarán abiertas, autorizándose por circular ministerial un máximo de 15 niños por clase. Para acomodar a los niños, las escuelas deberán respetar un protocolo muy estricto de lavado de manos repetido, la prohibición de juegos en las áreas de recreación y la desinfección permanente del material didáctico. Sorprendentemente, muchos intendentes se negaron a abrir las escuelas, y más de 300, incluida la intendente de Paris, pidieron formalmente al Presidente que pospusiera el regreso a clases. Por otra parte, varios sindicatos han manifestado su descontento frente al proyecto de desconfinamiento, denunciando que para que los trabajadores regresen a las actividades productivas, el cuidado y la seguridad sanitaria de los hijos se dejarán en manos de las escuelas.

Los mensajes son confusos, ya que por una parte los sindicatos no aceptaron que los maestros sean carne de cañón de una virtual futura contaminación viral para volver a encauzar la economía de un país, y por otro anunciaron que las muertes como consecuencia de la desocupación y empobrecimiento sumaron en el pasado 50,000/año. Además el nivel de confusión entre los representantes de los trabajadores fue tal, que hasta hubo delegados que acusaron a los trabajadores con guardapolvo blanco de arruinar el tejido económico, la sociabilidad y las libertades individuales, y reivindicaron que la promesa de una vida desprovista de riesgos no se puede asegurar a ningún ciudadano.

Las propuestas sanitarias de Francia a las empresas
En lo que se refiere a las empresas que decidan reanudar sus actividades, se les exige respetar estrictamente las reglas que van del distanciamiento del personal hasta la desinfección de todos los espacios de trabajo y en algunos casos la obligación del suministro de máscaras para todos los empleados.

Se impuso al establecimiento con empleados un espacio mínimo de 4 m2 por cada uno de ellos, ya sea en tiendas u oficinas, incluidos los ascensores, y en caso que no se pueda implementar esta regla, las empresas se verán obligadas a proporcionar máscaras a todos sus empleados, las que deberán ser utilizadas durante los periodos establecidos por el fabricante y según las calidades de cada producto. Independientemente del tamaño y la ubicación del negocio, en caso de incumplimiento, los empleadores comprometerán su responsabilidad civil y penal. Sin embargo, tanto en las regiones calificadas en rojo o en verde, seguirán prohibidas numerosas actividades (visitar grandes museos, acceder a lugares de culto o celebrar matrimonios con fiestas) pero en las de los dos colores será autorizado el acceso a bosques, cementerios o bibliotecas, siempre usando mascaras de protección.

El verdadero impacto del aislamiento
Tanto en los países confinados como en los no confinados, numerosas discusiones siguen abiertas para conocer el real impacto del encierro obligatorio o cuarentena, como única respuesta a la improvisación de las administraciones sanitarias (falta de máscaras y camas en los servicios de terapia intensiva), sobre todo por las consecuencias en la clase trabajadora. De ahí que el interés del confinamiento como defensa contra la infección por un virus respiratorio fue contrastado con los riesgos de desempleo masivo, el aumento de la violencia doméstica, el desencadenamiento o la agravación de trastornos mentales, el abuso infantil, y el empeoramiento y las muertes que puede haber provocado el retraso en el diagnóstico y el tratamiento de numerosas patologías. Desde ya que nadie ha negado la necesidad de proteger a la ciudadanía contra los riesgos de las infecciones respiratorias, sobre todo con elementos de probada eficacia, pero en la vorágine del pánico, no hubo espacio para delimitar el riesgo a la enfermedad, frente a la duda de cuántos cánceres y cuantas patologías sensibles a tratamientos no pudieron ser detectadas ni tratadas oportunamente durante el período en que todos los recursos de salud se concentraron en esperar la llegada de personas infectadas por el Covid 19. De todas maneras, la confrontación de datos entre territorios confinados y no confinados no ha permitido a la fecha establecer claramente la validez de una u otra actitud.

Según datos de algunos países en los que el impacto de la infección por Covid ha sido muy estudiado (Corea del Sur, Islandia, Alemania y Dinamarca), la mortalidad en la población general provocada por el Covid 19 se sitúa en el rango inferior al 1 por mil, es decir unas veinte veces menor que la letalidad supuesta al inicio por la OMS. Por otra parte en 50 a 80% de las personas infectadas con tests positivos no se observaron síntomas y en las personas de 70 a 79 años estudiadas, aproximadamente el 60% no presentó síntomas, y muchas solo síntomas leves. Además, del total de personas fallecidas, solamente el 1% no se habían visto afectadas por enfermedades pre existentes, lo que demuestra que la edad y el perfil de riesgo de fallecimiento para el Covid-19 corresponden a los perfiles de mortalidad ya conocidos para las otras infecciones severas por virus respiratorios. Ahora, más allá de la biología molecular y de la clínica médica, hay fenómenos infecciosos que requieren una análisis sereno, sobre todo eliminando la culpa a la persona y la represión ciudadana.

Los “profetas” del mañana
No puede dejarse de lado, que en la historia de todos los brotes epidémicos se despertaron temores y se buscaron culpables fáciles de señalar, y la infección por el virus respiratorio Covid-19 no fue excepción.

En los primeros meses del 2020, un número importante de autoproclamados científicos y pensadores, atribuyeron la enfermedad provocada por este virus respiratorio a un culpable putativo fácilmente identificable: la globalización. Sin embargo, no hubo pruebas de ningún orden que hayan determinado que el brote por Covid 19 fuera generado en la globalización, sabiendo que hubo epidemias cientos de veces más mortíferas en espacios en los que la libre circulación de personas estaba restringida. Al contrario, se estima que la circulación de bienes, de ideas, de descubrimientos y de personas pertenecientes a pueblos que eligen gobiernos democráticos en los que hay cierta transparencia en la toma de decisiones, hicieron posible los avances científicos, compartiendo información y soluciones en apenas semanas o meses. En ciertos casos, la profesionalidad de muchos científicos ayudó a comprender y hasta a solucionar situaciones que en nichos intelectuales aislados habrían requerido decenas de años de trabajo.

Dejando de lado las teorías simplificadoras, debe tenerse en cuenta por otra parte que el pánico a la enfermedad y el miedo a la muerte favorecieron desde siempre la aparición de los que se sienten profetas. En todas las épocas, aparecieron individuos que sostuvieron que mañana ya nada será como antes, y en el 2020, repitieron para el Covid 19 como lo hicieron en los 80 con el VIH, que de las crisis sanitarias aparecerán revoluciones asociadas a la muerte del sistema de producción en el que viven. Las teorías de complots secretos no nos ayudaron a tratar a las personas con síndromes respiratorios severos, en general se limitaron a difundir odio a la tecnología, poniendo la decadencia de la civilización como estandarte, con elogios al populismo y al retorno a fronteras difíciles de franquear. Frente a las dudas de los científicos, los visionarios del futuro se conformaron con anunciar intereses ocultos y el advenimiento de un nuevo mundo. Aunque muchos estén autoconvencidos de las calidades de un futuro promisorio, en realidad ninguno ha visto el mañana.

¿El saber científico es indiscutible?
El mundo contemporáneo ha sido puesto en la órbita de un valor supremo: confiar en la ciencia médica, incluso cuando no dispone de elementos de certeza ni de datos confiables. A la ciencia se le atribuyeron las cualidades de los dogmas religiosos, incluyendo para algunos, el evitamiento de la muerte.

Por otra parte, en el ámbito ciudadano, aunque las ciencias médicas no sean idóneas para ocupar todo el espacio de la política, ni de la ética ni de la espiritualidad, se les ha delegado el manejo no solo de las enfermedades, -lo cual no es cuestionable-, sino también de cómo enfrentar la vida y cómo organizar las sociedades.

La amalgama de un saber parcial no cuestionado con decisiones políticas llevó a que miles de millones de humanos fueran marcados a fuego para proteger la salud de los débiles, y como entes peligrosos capaces de contaminar a sus semejantes. El temor de ser contaminado, el peligro de contaminar, el miedo de enfermar, la angustia por transmitir el virus y la falta de recursos para tratar a las víctimas de infecciones virales severas, justificaron el confinamiento obligatorio. Este brote de Covid-19 hizo que las sociedades avanzadas, estuvieran dispuestas a sacrificar la libertad en el altar de la salud, invadidas por una corriente sanitarista que ocupó todo el espacio del orden ético, con sumisión a peritos epidemiólogos y siempre con un trasfondo moralizador y culpógeno, que de forma involuntaria sugería el miedo permanente a la muerte, sin aceptar la incertidumbre del real impacto de este virus respiratorio.

Numerosos estudios han determinado que en los 4 primeros meses del 2020, el número total de fallecidos fue superior al 2019, probablemente debido a complicaciones severas provocadas por el Covid 19, sobre todo en hogares de ancianos. Sin embargo, el número de personas fallecidas es significativamente inferior al de brotes anteriores de enfermedades virales a tropismo respiratorio y no difiere de sobremanera de las del 2018.

En otro ámbito de cosas, el tratamiento científico y mediático de la infección por Covid 19 provocó una neta contracción de la democracia y un aumento cualitativo del autoritarismo, sobre todo en los estados que aprovecharon para poner en práctica leyes liberticidas. Son varios los ejemplos de gobiernos que aprovechando del miedo a morir, atacaron a los defensores de derechos humanos en nombre de la seguridad sanitaria. Este y otro sinnúmero de insultos a la libertad, hicieron que muchos pensadores hayan manifestado que el planeta entró en un estado de sopor y emergencia con el consentimiento de una gran parte de la población, probablemente por un contrato imaginario, en el que el estado los protegerá al que no tenga en cuenta la pérdida de las libertades públicas. Por la ilusión de ser curados por un estado que reprime, no fueron raros los casos de aceptación social de actos de violencia institucional poco cuestionados.

El pánico a la enfermedad
En los últimos 3 meses, los televisores y las radios do inundaron día y noche las almas de la población mundial, anunciando recuentos de muertes provocadas o imputadas a veces sin pruebas de la implicación directa del Covid-19. Todo sucedió como si los medios descubrieran y recordaran durante las 24 horas del día, que los seres humanos somos mortales. Poco a poco, el monopolio sanitarista llegó al clímax de la información en continuo durante varias semanas, haciéndonos entrar en una era de salud responsable, era geológica en la que el supremo y único valor es la fantasía de la eternidad vital.

En el planeta sumido en la obediencia absoluta a predicciones de epidemiólogos, se anestesiaron las ideologías, desaparecieron las injusticias, se esfumaron los sueños de un futuro mejor y hasta callaron los defensores de la presencia de un Creador del Universo. En este 2020, la humanidad fue llevada a aceptar que lo único necesario, vital e importante es asegurarse del acceso a buenos centros de salud con buenos profesionales y bien equipados, con buenos sistemas de protección social, pero con la ilusión oculta que sin un pensamiento crítico se puede hasta esconder el miedo a la muerte.

domingo, 3 de mayo de 2020

CORONAVIRUS: EL MUNDO MIRA CON TRISTEZA E INCREDULIDAD LA AUSENCIA DE LIDERAZGO DE EE.UU.


La pandemia del coronavirus está sacudiendo las suposiciones básicas sobre la excepcionalidad de los EE.UU. Esta es quizás la primera crisis global en más de un siglo en la que nadie busca que Washington lidere.

30/04/2020. Clarín.com. The New York Times International Weekly
Por KATRIN BENNHOLD

BERLÍN — A medida que las imágenes de las abrumadas salas de hospital de Estados Unidos y las serpenteantes filas de desempleo han sido transmitidas en todo el mundo, personas del lado europeo del Atlántico miran con incredulidad a la Nación más rica y poderosa del mundo.

 “Cuando la gente ve estas fotos de la ciudad de Nueva York, dice: ‘¿cómo puede suceder esto? ¿Cómo es posible?’”, dijo Henrik Enderlein, presidente de la Escuela Hertie, con sede en Berlín, una universidad enfocada en políticas públicas. “Todos estamos pasmados”, agregó. “Miren las filas de desempleo”.

La pandemia que está arrasando en el mundo ha hecho más que cobrar vidas y medios de sustento desde Nueva Delhi hasta Nueva York. Está sacudiendo las suposiciones fundamentales sobre la excepcionalidad estadounidense —el papel especial que jugó Estados Unidos durante décadas después de la Segunda Guerra Mundial, a medida que el alcance de sus valores y poder lo convertía en un líder global y un ejemplo para el mundo.

Hoy está liderando de una manera diferente: al 28 de abril, más de un millón de estadounidenses tenían casos confirmados de Covid-19 y al menos 56752 habían muerto a causa de éste, más que en cualquier otra parte del mundo.

A medida que se despliega la calamidad, el presidente Donald J. Trump y los gobernadores estatales no sólo discuten sobre qué hacer, sino también sobre quién tiene la autoridad para hacerlo. Trump ha fomentado protestas contra las medidas de seguridad recomendadas por los asesores científicos, ha tergiversado información sobre el virus y sobre la respuesta del gobierno casi a diario, y recientemente utilizó el virus para suspender la emisión de “green cards” (permisos de residencia) a personas que buscan emigrar a EE.UU..

“Estados Unidos no lo ha hecho mal, lo ha hecho excepcionalmente mal”, aseveró Dominique Moïsi, politólogo y asesor senior en el Institut Montaigne, con sede en París.

La pandemia ha expuesto las fortalezas y debilidades de casi todas las sociedades, señaló Moïsi. Ha demostrado la fuerza, y la supresión de la información, de un Estado chino autoritario al imponer un cierre en la ciudad de Wuhan. Ha demostrado el valor de la enorme fuente de confianza pública y espíritu colectivo de Alemania, aun cuando ha subrayado la renuencia del país a asumir un papel fuerte y liderar Europa.

Y en Estados Unidos, la pandemia ha expuesto dos grandes debilidades que, en opinión de muchos europeos, se han agravado una a la otra: el errático liderazgo de Trump, que ha devaluado el expertise y a menudo se ha negado a seguir el consejo de sus asesores científicos, y la ausencia de un sistema de salud pública robusto y una red de seguridad social.

 “Estados Unidos se preparó para la guerra equivocada”, dijo Moïsi. “Se preparó para un nuevo 11 de septiembre, pero en cambio llegó un virus”. “Esto plantea la pregunta: ¿se ha vuelto Estados Unidos la clase de potencia equivocada con el tipo de prioridades equivocadas?”, cuestionó.

Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, los europeos han tenido que acostumbrarse a la despreocupada disposición del presidente a arriesgar alianzas de décadas y romper acuerdos internacionales. Pero ésta es quizá la primera crisis global en más de un siglo en la que nadie siquiera voltea a ver a EE.UU. en busca de liderazgo.

El país que ayudó a derrotar al fascismo en Europa hace 75 años, y que defendió la democracia en el continente en las décadas siguientes, está haciendo un peor trabajo para proteger a sus propios ciudadanos en comparación con muchas autocracias y democracias. Por el contrario, Alemania y Corea del Sur, ambos productos del progresista liderazgo estadounidense de posguerra, se han convertido en ejemplos potentes de las mejores prácticas en la crisis del coronavirus.

El contraste entre cómo respondieron Estados Unidos y Alemania al virus es particularmente notable. Alemania es elogiada por una respuesta casi como de libro de texto, al menos según los estándares occidentales. Eso es gracias a un robusto sistema de salud pública, pero también a una estrategia de pruebas masivas y un comprobado y eficaz liderazgo político.

Trump, con prisa por reiniciar la economía en un año electoral, ha nombrado a un panel de ejecutivos de negocios para trazar un curso para salir del confinamiento. La Gran Depresión dio origen al New Deal de Estados Unidos. Tal vez el coronavirus llevará al país a adoptar una red de seguridad pública más fuerte y a desarrollar un consenso nacional para una atención médica más accesible, sugirió Moïsi. “Los sistemas socialdemócratas de Europa no sólo son más humanos, sino que nos dejan mejor preparados y adaptados para enfrentar una crisis como ésta, en comparación con el sistema capitalista más brutal de Estados Unidos”, afirmó.

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