jueves, 19 de agosto de 2021

DARON ACEMOGLU: POR QUÉ LA DEMOCRACIA ES DIFÍCIL DE MANTENER EN LA ARGENTINA

El profesor del MIT dijo que el país, al igual que Brasil, corre el riesgo de haberse enfocado demasiado en los recursos naturales, porque eso profundiza el conflicto distributivo

19 de agosto de 2021. Sofía Diamante. LA NACION

El economista Daron Acemoglu, autor del libro Por qué fracasan los países, hace un llamado de atención sobre la poca regulación que tiene el avance tecnológico. En particular, advierte sobre el ritmo de la automatización y su impacto en el empleo y la desigualdad, y señala que esta inequidad tiene a su vez un efecto directo sobre la estabilidad de las instituciones democráticas.

El profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de publicar su último libro El Pasillo Estrecho: Estados, Sociedades y Cómo alcanzar la Libertad, escrito junto con el economista James Robinson (trabajaron juntos en el primer libro también), en donde concluyen que la sociedad se vuelve más fuerte a medida que el Estado asume más responsabilidades.

¿Cómo llegan a esta reflexión? En primer lugar, Acemoglu explica que, desde 1990, si bien creció la producción de bienes y servicios, los salarios se estancaron y en algunos sectores cayeron los puestos de trabajo. “En los últimos años, los trabajos y salarios del grupo demográfico con menor grado educativo crecieron muy poco o bajaron. Esto genera inequidad y las consecuencias sociales son bastante obvias, está relacionado con la falta de paz social y el reclamo a las instituciones e incluso a la democracia”, dice el economista turco, en el seminario internacional organizado por el “Boletín Informativo” de Techint.

Acemoglu indica que la automatización es uno de los principales factores que generó el incremento de la desigualdad, ya que se asocia con la desaparición de los trabajos de la clase media. “Tendemos a pensar la tecnología como una cuestión monolítica, que incrementa la productividad. En mi investigación me centré en la dirección de crecimiento tecnológico en la economía mundial”, cuenta.

Según explica, en un primer momento, el avance de la tecnología puede generar una recuperación de algunas funciones de los trabajadores. “Es un período de prosperidad. Hay un desplazamiento del trabajo por la tecnología, pero hay un efecto de contrapeso, porque la automatización se acelera, pero, al mismo tiempo, hay otras tecnologías que se desaceleraron”, dice.

Sin embargo, advierte que se ve un patrón donde el balance de la tecnología está desbalanceándose para promover la automatización. “Hay sectores que no ven de manera transparente este cambio. Los robots son el ejemplo por excelencia del reemplazo de tareas que antes realizaban los trabajadores, como la línea de ensamblaje. Si hablamos de los robots que mejoran la productividad, tenemos que verlo en términos de la perspectiva de los trabajadores. Mientras más robots se introducen en el centro de Estados Unidos, más se ve el declive de los trabajadores”, señala.

El profesor del MIT dice, por lo tanto, que hay un prejuicio frente a la automatización, pero no es una ruta que esté predeterminada. “Vivimos en un mundo globalizado y tenemos que competir con otros proveedores por el menor costo. Eso significa que el recorte de gastos es una gran preocupación para las empresas y la automatización se ve como una posibilidad para lograrlo. Las grandes empresas tecnológicas gastan más de dos tercios de sus fondos en inteligencia artificial. Además, tienen incentivos fiscales para hacerlo, ya que los impuestos al trabajo en Estados Unidos son de alrededor del 25%, mientras que se grava con menos de 10% la inversión en tecnología. El gobierno, de forma efectiva, les da un subsidio de casi 20% a las empresas cuando utilizan software para reemplazar a los empleados y seguir produciendo”, dice de manera cruda.

A su vez, señala que es necesario regular la tecnología, pero dice que los legisladores de los países desarrollados legislan sobre inteligencia artificial sin tener en cuenta a los países en desarrollo. “Yo en algunas cosas soy pro libre mercado, pero la tecnología no cumple los requisitos, porque está sujeto a muchas influencias y está determinada por el poder que tienen las empresas para hacerse oír. La regulación de la tecnología es algo a lo que debemos prestarle más atención”, recomienda.

“Durante las próximas décadas vamos a ver un cambio muy importante de este paradigma porque hay un desafío demográfico, que es que todas las poblaciones están envejeciendo. Para los países como Japón y Corea del Sur, que tienen mucha de su población envejecida, la relación con la tecnología fue positiva. La tecnología respondió al envejecimiento con la automatización. Cuanto más viejo se torna un país, más robots adopta. Es positivo cuando la automatización se hace de manera equilibrada en función de las demandas de las poblaciones”, explica.

Sin embargo, enfatiza: “Necesitamos tener una regulación de la tecnología que sea más holística. ¿A quién debe beneficiar la tecnología? La regulación de la tecnología debería ser la piedra angular de nuestras instituciones. Necesitamos un nuevo tipo de Estado de bienestar, donde se fortalezca la red de seguridad social”.

La democracia en crisis

Acemoglu indica que, desde 2006, cada vez más países abandonaron la democracia o vieron deteriorada su calidad democrática. “Esto es muy preocupante y la pandemia aceleró este proceso, desató las insinuaciones autoritarias de muchos líderes y erosionó la confianza en muchos países democráticos”, dice.

Por eso, el economista señala la importancia de lograr un equilibrio entre el Estado y la sociedad. “Cuando hay un Estado muy fuerte, suceden dictaduras como la de China. Cuando hay una disrupción del otro sentido, hay un colapso de las instituciones del Estado. Cuando se logra este equilibrio, tenemos una dinámica completamente distinta, ambos se fortalecen. Por eso la sociedad se debe involucrar más en la política, para saber qué y cómo se está regulando, y no tenemos que temer a la intervención del Estado si esta se vuelve necesario”, indica.

Finalmente, acerca de América Latina, asegura que, si bien no tiene nada de malo que las economías vivan de los recursos naturales, esto puede hacer profundizar los conflictos distributivos y generar más malestar social. “Vivir de los recursos naturales puede ser una fuente de ingresos magnífica cuando hay una estructura balanceada de la economía. Australia y Nueva Zelanda son exportadores de recursos naturales, pero también exportan bienes industriales. La Argentina y Brasil corren el riesgo de haberse enfocado demasiado en los recursos naturales. Esto profundiza el conflicto distributivo, en lugar de agrandar la torta invirtiendo y exportando los frutos del capital humano”, señala.

“La distribución de ingresos es bastante desigual y esto profundiza los conflictos sociales y políticos. Las democracias resultan más difíciles de mantener en los países que dependen de los recursos naturales. La Argentina es un gran ejemplo”, concluyó.

Sofía Diamante

martes, 17 de agosto de 2021

ANDRES BORENSTEIN: "EL ESTADO DEBE SER MÁS COMPETENTE Y NO EL BOTIN DE GUERRA DE LA POLÍTICA"

Es licenciado en Economía por la UBA y tiene una maestría en Finanzas por la UTDT; es economista asociado en Econviews y docente universitario en la UBA y la UTDT; se desempeñó como economista jefe en BTG Pactual y como economista para Sudamérica en la embajada británica; conduce el podcast La Economía en 3 minutos.

15 de agosto de 2021. Esteban Lafuente. LA NACION

 “Hay que hacer que el Estado sea más competente”, afirma Andrés Borenstein, economista asociado de la consultora Econviews, quien advierte sobre la baja calidad de bienes públicos, como la salud o la educación estatal, que lleva a los hogares con mayores recursos a destinar parte de sus ingresos a la medicina prepaga o a los colegios privados. En diálogo con LA NACION, el economista habló sobre el deterioro en la formación de los trabajadores y la pérdida de capital humano, señaló que la falta de inversión es la cuestión clave para explicar el estancamiento y pronosticó que este año la economía, incentivada por el consumo y la reapertura de actividades, tendría un repunte de más del 7%.

–¿Qué expectativas tiene para este año?

–Claramente va a haber una recuperación, a menos que la variante Delta del coronavirus tenga un impacto negativo. Creemos que la economía va a crecer un 7% o incluso un poco más, cerca de 7,5%, en parte por el efecto de arrastre estadístico y en parte porque el Gobierno va a poner plata en el bolsillo de la gente. Además, se van a abrir actividades que estaban cerradas. Con los recientes anuncios vuelven un montón de servicios: vuelve la gente a la cancha, vuelven los cines, los restaurantes tendrán más personas; también hay que ver si se reactiva el turismo extranjero. Con eso la economía se recupera, pero obviamente no es robusta, porque tenemos muchos problemas. Estará incentivada por el consumo, pero poco va a venir por el lado de la inversión y de las exportaciones. Veo algo en construcción, pero tampoco es masivo; se termina lo empezado, pero no está claro que haya nuevas obras, y los precios de las propiedades vienen cayendo. Es una recuperación buena, pero nada espectacular si lo comparás con otros países de la región: casi todos recuperan lo perdido este año salvo Perú, México y Argentina.

–¿Por qué se da eso?

–Porque tuvimos una caída muy profunda, pero no tenemos nada de inversión, y es muy difícil crecer sin inversión. No entra plata financiera ni en la economía real. La tasa internacional es muy barata, pero el sistema regulatorio y político en la Argentina está trabado y con una credibilidad muy baja. Por eso los bonos rinden más del 20% pese a que no tenemos prácticamente pagos hasta 2025. La contracara de la desesperanza de la clase media es que es difícil de convencer a alguien de que entierre capital en el país.

–¿Qué condiciones faltan para que crezca la inversión?

–Un tema es el nivel de discrecionalidad en la economía. La pobreza institucional es el principal factor; se agravó en los últimos años, pero es estructural. Y está el cepo, no te dejan pagar deuda documentada, se fuerzan reestructuraciones en el sector privado, hay que hacer un amparo para que te dejen importar, se nacionaliza la hidrovía. Son cosas que no ayudan en el clima de negocios. El campo, que es el sector más productivo, es en buena medida ninguneado, con impuestos muy altos, con prohibición de exportaciones, con una visión de hace 100 años desde la cual se piensa que no se exporta valor agregado, y eso es falso. Muchos políticos piensan que la economía es del lado de la demanda: pongo plata para el consumo y así la actividad crece. Pero es una verdad a medias, porque a largo plazo no podés crecer así. Hace falta la oferta: que los argentinos produzcamos más bienes y servicios para que algunos se consuman internamente y otros se exporten. Necesitamos hacer a la Argentina atractiva para la inversión.

–¿Y en cuanto al trabajo? ¿Cómo observa el impacto del deterioro educativo y de la pandemia sobre el capital humano?

–Es algo muy preocupante. Cuando se mira el trabajo, se mira la demografía para ver si hay gente o no, pero luego está el capital humano ajustado por lo que sabe hacer. Y veo un deterioro muy grande. La pandemia fue la frutilla del postre, porque hizo que más chicos dejaran el colegio. Es paradójico, porque se habla de muchos unicornios en la Argentina, y parecería que tenemos un 5% de jóvenes que sabe programar, habla inglés, tiene posgrados y está para las grandes ligas. Y el problema es todo el resto. Lo que vi en esta pandemia es que el que tiene plata se hace ciudadano uruguayo y se va, y los chicos de veintipico, con ciudadanía o consiguiendo contrato, se van. Y el capital humano que se va no es el que probó todo y no consigue nada, se va gente con formación universitaria y experiencia laboral valiosa.

–¿Qué sectores o rubros tienen espacio para el crecimiento?

–Hay capacidad en toda la cadena de valor agroexportadora. Hay mucho potencial en Vaca Muerta; el sector del litio puede ser interesante, porque puede generar US$1000 y US$1500 millones, que es algo que no cambia la macro argentina, pero es relevante. Hay áreas de la industria que son competitivas a nivel global, hay más para hacer en el mundo de la pesca y un montón en los servicios de valor agregado, pero con un cepo es todo más difícil.

–¿Qué efectos tiene el cepo?

–Básicamente es un impuesto a la exportación, entre otras cosas. No coincido con los colegas o con el Gobierno cuando hablan de la restricción externa y esa idea de que faltan dólares. Faltan al precio que vos querés. Por supuesto que tenemos pocas reservas y es un gran problema. Y si sube el dólar, tienen que bajar los salarios un poco más y a nadie le gusta, pero al mismo tiempo necesitás emplear más gente. Hoy tenés 42% de pobreza y los planes sociales son casi imprescindibles, pero el objetivo en un país no debería ser planes para siempre, sino un auxilio a las familias que la pasan mal. Estoy contento de que los impuestos financien eso, pero tiene que tener un plan de salida.

–Hablaba del dólar, ¿cómo ve esa variable hoy?

–El tipo de cambio está puesto tozudamente en $97. El promedio histórico, de 1991 a 2021, te da $94, y si mirás el promedio de julio es $96. Entonces, cualquiera que mire eso te diría que está bien, pero citando una frase que no es mía: “En el promedio se ahogan los petisos”. El punto es que la situación social y política de Argentina no es igual al promedio histórico: antes no teníamos 42% de pobres, desempleo de doble dígito, 11 años con PBI estancado, 15 años de inflación y últimos ocho con índices altos. Hoy el promedio es engañoso. En este momento, un dólar más depreciado va a ser una necesidad por algunos años, hasta que transicionemos a una economía más sólida. Es un ‘ayudín’ doméstico, con la soja a US$500 y la tasa internacional baja.

–¿Y se puede resolver el cepo en el corto plazo?

–Se puede. Hay dos formas. Una es como se hizo con Macri, con credibilidad, sabiendo que se viene una devaluación. Esa vez el dólar pasó de $9,50 a $15 y después bajó un poco, porque había credibilidad. Esa solución hoy no existe. Entonces hay que buscar un plan B, que es el plan con el FMI que viene en el primer trimestre de 2022. Tendremos el pedido de ir saliendo gradualmente del cepo y, a la vez, aumentar las reservas internacionales netas, que van a llegar a las elecciones con la lengua afuera. Y cuando se mira eso, la ecuación cierra con un tipo de cambio más depreciado en términos reales. El Gobierno tiene el fetichismo de querer manejar el tipo de cambio, pero controla el nominal y el que importa es el real, y ese no se puede manejar, porque la inflación no se contiene por decreto o con un cepo. Creo que por un tiempo hay que pagar el precio de tener salarios más bajos para poder normalizar la economía. No quiero bajar los salarios de largo plazo, quiero subirlos, pero primero hay que normalizar la economía y que más gente tenga trabajo. Hay que pensar cómo va a crecer la economía a largo plazo y para eso tenemos que pensar consensos.

–¿Y cuáles son?

–La economía argentina se tiene que abrir. Eso no quiere decir que hay que abrir y dejar un tendal de heridos ‘a la Martínez de Hoz’, porque se puede discutir excepciones que por alguna razón estratégica lleven más tiempo que otros. Podés pensar en hacerlo gradualmente y no de hoy para mañana, pero el modelo de cerrar se probó que no funciona. Un segundo punto es el sistema impositivo, que es una calamidad. Hay que salir del modelo de Ingresos Brutos y el Sircreb, que son un atentado a la inversión, y repensar el federalismo fiscal que no funciona. La coparticipación es un engendro y la Constitución del 94 nos hizo tirar la llave al río. Hoy recaudás 40 puntos del PBI de impuestos entre Nación, provincias y municipios, pero tenés servicios públicos de baja categoría. No es la discusión de Estado chico o grande: lo que quiero es uno eficiente. Si recaudamos 40 puntos, tengamos infraestructura, salud, ciencia y tecnología de primer nivel. Hay que hacer que el Estado sea más competente, y no el botín de guerra de la política, que pague bien y sea meritocrático.

–¿Por dónde pasan esas transformaciones?

–Es un proceso de muchos años de deterioro, que a nivel provincial tiende a empeorar. Tengamos el gasto público alto, pero que las escuelas tengan internet. Lo que vimos en la pandemia es que la diferencia entre la educación privada y la pública fue gigante. Si las escuelas no tienen presupuesto, ¿en qué se gastan los 40 puntos del PBI? Hay una muy mala calidad de bienes públicos, que hacen que para la clase media sea imperioso tener medicina prepaga, seguridad en el edificio o educación privada. Y otro punto son las regulaciones: se dio marcha atrás con las SAS (sociedad por acciones simplificada), por ejemplo. Hacer negocios en la Argentina es difícil. Y hay que hacer algo con el mercado de trabajo. Modernizarlo, eliminar la industria del juicio y sumar un modelo de indemnizaciones a la brasileña, parecido a lo que tiene el sector de la construcción.

–¿Cómo ve la inflación en lo que queda de 2021 y en 2022?

–No hay motivos para esperar que baje, y si lo hace será marginal. Para lo que resta de este año puede hacerlo en el margen, pero falta credibilidad. La inflación es hija de las expectativas. Influyen también factores como el dólar. Si el tipo de cambio sube 1% mensualmente y la inflación está en alrededor del 3%, hay un tema de expectativas, donde el que vende no sabe si repone, no sabe si va a poder reponer y, por las dudas, sube el precio. Para 2022 hay dos cuestiones importantes. Una es que cuando se haga el programa con el FMI y haya que avanzar con un plan fiscal, habrá que ajustar las tarifas, que quedaron muy desfasadas y hoy el 70% del costo lo paga el Estado. Eso no se sostiene. Además, hay que ir levantando el cepo y acumular reservas; la solución es una devaluación grande. Pensamos en una devaluación nominal del 60% punta a punta en 2022, y con eso no podés tener algo menos de 45% de inflación. Y frenar la inflación moderada es difícil. Mi impresión es que el acuerdo con el FMI va a pedir un sendero de reducción del déficit y que a mediano plazo el Banco Central no le pueda dar un peso de ayuda al Tesoro. Si la emisión monetaria es cada vez menor, eso debería ayudar a mejorar la credibilidad y fortalecer la demanda del peso, y eso ayudará a ir reduciendo la inflación. Pero si no tenemos ownership del Gobierno, ese acuerdo va a ser una solución masomenista.

-Mencionó al gobierno de Macri. ¿En qué falló?

-Hubo errores, una herencia muy grande y mala suerte. Creo que el primer error fue no diagnosticar bien la herencia, que era peor de lo que pensaban. El segundo fue que probablemente creyeron que tenían más poder del que tenían, en términos de seducir a los mercados: que el financiero les iba a dar más changüí y que en la economía real, tanto argentinos como las multinacionales iban a invertir más porque estaban ellos y eran “buenos”. Esa soberbia jugó. Después, hubo errores en el armado político, como en el manejo de la reforma previsional. No soy de los que critica el gradualismo, porque Macri no tenía los votos en las cámaras legislativas, y la campaña de Scioli fue muy efectiva en términos de definir a Macri como el cuco que iba a destruir el Estado, y lo obligó a sobreactuar, pero hubo cuestiones políticas que salieron mal. Y creo que el 28D fue un error, sobre todo en la forma. Ahí se equivocaron.

Esteban Lafuente