miércoles, 1 de octubre de 2008

La gran crisis de las hipotecas

Mal debut de la economía posmoderna. Por André Glucksmann. Para LA NACIONResulta inútil consultar a los grandes economistas clásicos para entender la crisis actual, pero basta con releer El tulipán negro, de Alejandro Dumas para que el espíritu del capitalismo descienda sobre nosotros.
Su núcleo central es la especulación. Por un lado, la especulación es dinámica, conquistadora y una opción para un futuro próspero, pero, por el otro, es una perversa espiral de esperanza, acumulación de créditos obtenidos a partir de pronósticos ultraoptimistas y desmoronamiento del castillo de cartas en cuanto se produce la primera quiebra.
Primero, una especulación transformada en decisión positiva, veinte años de globalización, un enriquecimiento no sólo de algunos, sino de la mayoría del planeta ?China, por ejemplo?; después, un colapso, la amenaza de un derrumbe proporcional al éxito precedente. En una escala diferente, la lógica de la euforia especulativa sobre los tulipanes que evoca Alejandro Dumas en su libro anuncia esa pirámide de créditos ficticios que son los subprime.
El capitalismo es la mutualización de los peligros y de las esperanzas. Allí se origina el dinamismo y, simultáneamente, las especulaciones sobre los beneficios, la regulación prudente y la transgresión imprudente de las antiguas reglas, los riesgos compartidos y la audacia de arriesgar mejor que los otros. Allí se originan los derrumbes individuales o colectivos, que delimitan un espacio imposible de controlar anticipadamente, pero que desde hace tres siglos es inalterable, a pesar de los sucesivos y gigantescos abusos de poder.
Es inútil contraponer un capitalismo industrial que ha seguido siendo prudente a una esfera financiera imprudente y temeraria. El mismo progreso industrial, que por cierto no se asemeja a un calmo río, alterna continuamente la creación y la destrucción, el abandono de las antiguas fuerzas productivas y la explosión de nuevas fuentes de riqueza.
El sistema financiero estimula estos movimientos de destrucción creativa, que definen siglo tras siglo la occidentalización del mundo.
Nada de original, entonces, en esa burbuja que amenaza con hacer que implosione la economía planetaria, salvo la negligencia que le permitió crecer. Y, sin embargo, no faltaron advertencias.
Tanto en los Estados Unidos (Enron) como en Francia (Crédit Lyonnais, BNP) hubo fenómenos de euforia financiera local, pero ruinosa, que dejaron al descubierto, no importa si en la cumbre de las empresas públicas o las privadas, la existencia de dirigentes napoleónicos que creían que podían permitirse cualquier cosa. Y algunos funcionarios lanzaron sus propias empresas al asalto de Hollywood, sin descuidar, sin embargo, su ventaja personal, y ahora los contribuyentes deben pagar los platos rotos.
El problema no es tanto el tipo de técnica financiera ?que, según se promete ahora, será controlada?, sino el estado de ánimo general que ha consentido ese desenfrenado florecimiento. En los consejos administrativos, nos encontramos con el leitmotiv posmoderno: no hay riesgo, no puede pasar nada malo, como lo demuestran los paracaídas de oro.
Desde el final de la Guerra Fría, la promesa de un mundo pacífico difunde, urbi et orbi, la novedad de una historia sin desafíos, sin conflictos, sin tragedias, que autoriza todo y casi cualquier cosa. Una burbuja especulativa es una apuesta confirmada por sí misma. Es "performativa", según el lingüista Austin. Para el especulador, conceder crédito significa dar existencia. "¡Se abre la sesión!", proclama el presidente de una asamblea ?y es verdad por el sólo hecho de decirlo?: la realidad se regula por la palabra, mientras que, en los casos ordinarios, el hecho de decir, que no es "performativo", sino indicativo, se regula según la realidad.
La burbuja financiera acumula crédito sobre crédito y se enriquece con su propia autoafirmación. Se encierra en una relación autorreferencial, al abolir gradualmente el principio de realidad: soy efectiva mientras invente los productos financieros que constituyen mis inversiones.
Ese fantasma de omnipotencia napoleónica no anima solamente a los empresarios, sino también a todos los que les permiten arriesgarse; no sólo a los titulares de las organizaciones financieras, sino a las autoridades políticas, universitarias y mediáticas, que no se preocupan por nada.
La ideología "performativa" ?una cosa se vuelve verdad por el solo hecho de decirla? gobierna la occidentalización del planeta desde el final de la Guerra Fría. Dado que el bando rival se ha disgregado, el porvenir nos pertenece y los peligros fundamentales ya han desaparecido.
Se puede reconocer en la negación "performativa" de cualquier referencia real una suerte de locura de encierro en la "imaginación". El posmoderno, que se cree "más allá del bien y del mal" y a quien no le importa la distinción entre lo verdadero y lo falso, un presunto ídolo del pasado, da rienda suelta a su propia imaginación y vive en una burbuja cósmica.
La euforia no es menor en materia política que en la manipulación de la Bolsa de valores. Han hecho falta casi diez años para que George W. Bush, Condoleezza Rice, Tony Blair y el Quai d?Orsay descubrieran que Putin no era el buen tipo ni el democrático en ciernes del que se jactaban. Probablemente, hagan falta otros diez años para que se haga una fría evaluación de los dos acontecimientos decisivos que signaron el final del siglo XX: la reunificación de una gran parte de Europa, que, a partir de las revoluciones democráticas de Georgia y Ucrania, inquieta sobremanera al Kremlin. Y la emergencia de China, que modifica profundamente el equilibrio mundial.
Por un lado, el "milagro económico" provocado por las reformas de Deng Xiao Ping relega definitivamente la economía colectivista marxista al museo de cera: las ventajas de la economía de mercado saltan a la vista.
Por otro lado, un milagro económico tan enorme no garantiza de hecho democracia ni coexistencia política. No olvidemos que los dos milagros económicos más importantes del siglo XX, el de Alemania y el de Japón, se originaron en los 50 millones de muertes de la Segunda Guerra Mundial.
Roguemos que el temblor que anticipa una crisis universal nos ofrezca la ocasión de salir de la burbuja mental posmoderna, de enfriar la euforia de nuestros deseos ilusorios y de atrevernos finalmente a enfrentarnos con la verdad. Pero tengo miedo de enunciar con esto tan sólo otro deseo ilusorio.
(Traducción: Mirta Rosenberg). El autor es filósofo y ensayista.

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