sábado, 17 de octubre de 2020

ARGENTINA, ¿UN PAÍS SIN FUTURO?

Carlos De Angelis Sociólogo

Uno de los problemas más serios e invisibles que tiene hoy la Argentina actual es la impresión de que se ha secado la generación de grandes ideas. Por ideas aquí no nos referimos a la idea personal, al emprendimiento individual que es muy valioso pero que se quema en la lava del volcán de la grieta y la incertidumbre político-económica. La referencia es a la idea de la “comunidad imaginada” para ponerlo en términos de Benedict Anderson, un retorno a los grandes proyectos transformadores que convoquen a la sociedad en pos de un futuro posible. Hoy, este concepto suena desde naïve hasta absurdo.

Chusmerío de barrio.

Las discusiones planteadas en los artículos periodísticos (los que suelen tener más extensión y argumentos) pero también en los análisis radiales y televisivos que “garpan” son los que presentan en su título alguna referencia a Cristina Kirchner, del estilo “Ella es la que gobierna”, “Alberto se cansó de Cristina”, o cosas del estilo. También para levantar la recepción se puede poner en sus términos al ex presidente con el estilo “Macri rompe el silencio” o “Macri levantó a Cornejo para opacar a Rodríguez Larreta”. No es que no se deba hablar sobre los líderes políticos, ni mucho menos, si no que la discusión pública que alimenta a las redes sociales y que impregna a una parte de la sociedad, la más politizada e intensa, no logra salir de una simplificación extrema del drama político argentino.

En este sentido, se puede suponer que hay un goce y un disfrute allí por parte de la audiencia. Plantear todo el debate en términos bélicos parece generar las endorfinas de una serie danesa, mientras que toda forma de expresar ideas para sacar al país de su estancamiento secular causa la somnolencia de un documental de ositos panda.

¿Todo tiempo pasado fue mejor?

Por alguna extraña alquimia de la razón política parece ser que los grandes proyectos nacionales fueron los que se plantearon en el siglo XIX. Julio Argentino Roca, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi o la generación del 1880 quedaron en el inconsciente colectivo como los promotores de un modelo de país, polémico, discutible o incluso elitista o probritánico (como intentó demostrar el revisionismo más tarde) pero un modelo al fin.

Algo en qué creer. Inclusive un personaje tan particular como Sarmiento, un emblemático antirrosista y desterrado varias veces en su vida, parece haber sido redescubierto por el progresismo de hoy. La legislación que promovió el “loco” (como lo llamaba Urquiza) tanto como gobernador de San Juan (1862-1864) y como presidente de la Nación estableciendo la educación pública, gratuita y obligatoria (1868-1874) fueron la piedra angular de un proyecto unificador nacional y una comunidad lingüística consolidada.

Sarmiento era liberal por convicción, pero no dudó en aprobar una ley de subvenciones para financiar a la escuela pública. Era una lucha sin cuartel con la Iglesia que tenía hasta esos momentos casi el monopolio de la educación, entre otras facetas de la vida social argentina.

El final de las narrativas.

Durante el siglo XX se plantearon dos proyectos o paradigmas principales: el peronista y el frondicista o desarrollista. Son más cercanos en el tiempo, pero no por eso menos discutidos. El peronismo planteó una dualidad (finalmente incompatible) entre el desarrollo de una industria pesada impulsada desde el Estado y el consumo popular, junto con la generación de derechos de los trabajadores. Estos últimos dos elementos le permitieron trascender a su tiempo.

El frondicismo promovió un desarrollo centrado en la introducción del capital trasnacional en la economía argentina. Era una época donde el país podía ser un imán para el capital productivo de las grandes corporaciones del mundo, aun en un entorno de alta conflictividad política por la proscripción del peronismo y la existencia de un sindicalismo combativo. Quizás con Frondizi se terminaron los grandes relatos sobre un proyecto de país.

Raúl Alfonsín primero urgido para sostener las instituciones democráticas y contener la sedición militar, por necesitar luego contener el dólar y la inflación desbordante no encontró espacio para su “tercer movimiento histórico”. La excepción fue la propuesta de traslado de la capital a Viedma-Carmen de Patagones que además de fallida, inauguraba la mutación de las grandes narrativas hacia los megaproyectos.

No hay dudas que luego Carlos Menem traería una modernización acelerada tardía y desordenada pero que escondía un nivel de descomposición social impresionantes cuyos efectos son evidentes en el día de hoy. La era de la urgencia.

Se abre la discusión si la década larga kirchnerista generó algún proyecto de desarrollo económico integrado, pero sobre todo perdurable en el tiempo más allá de intentar la distribución de parte de la renta agropecuaria hacia los caídos en la pobreza de los 90. En algún momento Cristina planteó la posibilidad de construir un tren bala que uniera Buenos Aires con Mar del Plata. La sociedad ya para ese entonces no estaba ni siquiera para grandes proyectos.

Mauricio Macri trató en sus comienzos en arroparse en las simientes desarrollistas, pero finalmente su proyecto quedó en buscar dar marcha atrás a las políticas kirchneristas. Una propuesta que pareció propiciar cierta actualización fue la incorporación de empresas de aviación low cost, pero pobremente implementada. Hoy más que nunca parece imperioso plantear una directriz de modernización para la Nación, aun cuando las palabras progreso y desarrollo (y mucho menos planificación u orden) están excluidos del diccionario político argentino.

Se puede argumentar con cierta lógica que la situación nacional y el contexto internacional no están para planteos estratégicos. Es más, todo proyecto que se piense a más de unos pocos meses puede ser catalogado de mesiánico y pomposo, pero su otro extremo, estar en emergencia permanente, cancela el espacio del largo plazo y genera el efecto desaliento. Se instala la idea de que los proyectos personales y familiares no tienen espacio de ser desarrollados en estas tierras. En pocas palabras, un país sin futuro. *Sociólogo (@cfdeangelis) (Fuente www.perfil.com).

EL CAPITAL HUMANO Y LA EDUCACIÓN, CLAVES

El capital humano y la educación, claves

Mauricio Grotz. El enfoque de la productividad inclusiva dice que, a más saber, más crecimiento.17 de octubre de 2020

A principios del siglo XX, la Argentina se destacó por su movilidad social ascendente y la imagen de un país donde el progreso era posible: la "excepcionalidad argentina", caracterizada por el crecimiento económico y la inclusión. Estos pilares fueron socavados paulatinamente por una performance económica que se tornó errática al compás de vaivenes políticos e institucionales y crisis recurrentes. La pobreza, antes un fenómeno pasajero, se transformó en un problema grave y persistente. Basta revisar la evolución de los números de pobreza, desempleo y distribución del ingreso para advertir cómo fue irrumpiendo la exclusión en las poblaciones en situación de vulnerabilidad, a pesar de algunos períodos -breves o intermitentes- de crecimiento económico.

Se acumulan ya demasiadas décadas sin que la sociedad sea testigo de períodos de progreso sostenido que permitan romper los mecanismos que retroalimentan la exclusión. Las tendencias recientes no pronosticaban un porvenir auspicioso, y el Covid-19 no ha hecho más que potenciar los obstáculos.

¿Cómo revertir el proceso para mejorar los estándares de vida de las personas en situación de pobreza y sus descendientes? Parte de las respuestas están asociadas con la productividad.

"La historia de la productividad es en esencia el registro de los esfuerzos del hombre para salir de la pobreza", dijo en 1961 John W. Kendrick, economista estadounidense pionero en estudiar y medir la productividad. La frase resume el espíritu del proyecto "Productividad Inclusiva", del IAE-Business School y la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral y explica por qué la temática fue cobrando relevancia.

Una de las dimensiones del proyecto se relaciona con la "productividad total de los factores", un indicador no ajeno a controversias, pero que intenta reflejar la eficiencia en el uso de los recursos productivos. Existen múltiples formas de incrementar esa eficiencia y mecanismos que fomentan el crecimiento y cómo "agrandar la torta". Entre ellos, además de la tecnología y la innovación, nuestro foco es el capital humano (en especial la educación). La idea es simple, mientras más sabemos, producimos más y mejor.

Estudios previos en la Argentina señalan el uso ineficiente de sus recursos y los principales hallazgos atribuyen las dificultades de crecimiento al menor esfuerzo en promover la inversión productiva con episodios de recuperación atribuibles al uso de capacidad instalada ociosa. Ante esta insuficiencia, el premio Nobel de economía Finn Kydland predijo en 2004 un largo período de pobreza y crecimiento de la desigualdad. En las últimas tres décadas, el aporte promedio de la productividad total de los factores al crecimiento ha sido nulo, lo cual indicaría no solo ineficiencia, sino también escasa innovación tecnológica. Análisis similares para América Latina han dado lugar a un nuevo argumento: el problema es la falta o pérdida de capital humano.

 Existe un amplio consenso en que la educación es clave para el crecimiento económico y los primeros avances de nuestro proyecto, que compilan estudios sobre cómo el capital humano afecta la eficiencia productiva, confirman un claro efecto positivo. Profundizar en esta temática es vital porque la educación es vista como una luz a seguir para salir de la pobreza, pero es probable que no sea suficiente en todos los casos, sobre todo allí donde la pobreza está arraigada y la pandemia ha agravado el acceso a la educación.

La excepcionalidad argentina hoy no es la inclusión social y el progreso, sino tener record de inflación, problema casi resuelto en el resto del mundo, pero reincidente aquí, con efectos severos en los sectores más vulnerables. Se requiere un cambio de estrategia de largo plazo para torcer el rumbo, crecer y reducir la pobreza. Esperamos que un enfoque desde la productividad inclusiva contribuya a esta transformación.

Economista, magíster en Ciencias Políticas; Facultad de Ciencias Empresariales, Universidad Austral

PRODUCTIVIDAD INCLUSIVA, CLAVE PARA LA ARGENTINA

Juan J. Llach. 17 de octubre de 2020

Ya antes de la pandemia, y ahora más, eran muchos los países necesitados de aumentar su productividad y de más y mejor inclusión. Ambas cosas son complementarias porque, sin inclusión, la política o la sociedad cuestionan la productividad y, sin ella, la inclusión no es financiable.

Para abordar este problema en la Argentina, conviene inscribirlo en un marco global. La gran recesión de 2008, que siguió al estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, pegó fuerte en la productividad de los países avanzados, que ya en los años ochenta mostraban aumentos de la desigualdad por menor participación de los asalariados en el producto bruto interno (PIB), por el aumento de la concentración de los ingresos en el 1% y el 1 por mil de la población y por los cambios tecnológicos de la "cuarta revolución industrial".

La Revolución 4.0 impacta en el trabajo 

En la última década se acentuaron los reclamos de soluciones inmediatas a las desigualdades y creció el populismo en Europa y en Estados Unidos, alentado por el nacionalismo, el sentimiento antiinmigración y aun el racismo. Aquí entendemos por "populismo" la demanda de soluciones inmediatas con independencia de sus costos futuros.

Entretanto, desde 1990 muchos países emergentes afianzaban su liderazgo en el crecimiento económico global, con China y otros países de Asia a la cabeza. También mostraban una fuerte reducción de la pobreza, aunque no de la desigualdad, e iniciaban un camino de convergencia hacia del nivel de vida de los desarrollados, probablemente más corto que la divergencia anterior, que duró 500 años. América Latina disfrutó solo en parte esta bonanza, a punto tal que, en el siglo XXI y pese al "viento de cola", fue la región del mundo que menos creció.

El capital humano y la educación, claves

El liderazgo de los emergentes se da también en el crecimiento de la población, al que aportarían nada menos que el 97% en las próximas dos décadas, la mitad en África. En el entorno globalizador vigente, con rápido aumento del comercio internacional, muchas regiones manufactureras del mundo desarrollado perdieron posiciones respecto de China y otros asiáticos, erigiéndose en baluartes de la de la antiglobalización. Ante este cuadro, cabe preguntarse si ella continuará, más aún en la pospandemia. Nuestra visión es que la globalización seguirá en pie, acotada, pero sin retroceder al proteccionismo. En ese marco, potenciado por un gran endeudamiento, es probable que el crecimiento sea menor, incluso en los emergentes, aunque sin perjudicar su liderazgo. La Argentina tendrá oportunidades, sin vientos de cola ni de frente a la vista.

Desafíos para la Argentina

En nuestro país, la productividad por persona ocupada cae desde hace diez años, debido principalmente al derrumbe de la inversión en capital físico, de 19,5% del PIB en 2007 a solo 11,5% en 2019 y, Covid-19 mediante, a 10% en 2020, la menor desde 1950. En teoría, la productividad podría haber aumentado con una performance estelar del capital humano, pero no ocurrió. Comparando ocho indicadores de educación de la Argentina con países latinoamericanos -desde la escolarización hasta el aprendizaje, pasando por la doble jornada o la graduación- nuestro país es superado por cinco o seis naciones, algo sin precedentes. La inversión en capital humano no fue el precio necesario de un aumento de la inclusión, y el deterioro de la educación respecto de países latinoamericanos se observó también en indicadores de pobreza, salud, vivienda, nutrición y empleo formal. Por caso, nuestra esperanza de vida al nacer (76,5 años) ya es menor que la de seis países de América Latina, algo inédito.

La propuesta

¿Qué hacer ante tamaños desafíos? En el IAE y la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral comenzamos en 2018 un proyecto permanente de investigación de la productividad inclusiva (PI), que comprende diagnósticos y políticas. Nuestras propuestas se asientan en un trípode: inversión, empleo e inclusión. Es decir, invertir en capital físico y humano, para aumentar así la productividad y el empleo formal, y combatir la pobreza y mejorar otros aspectos de la inclusión.

Esas orientaciones bastarían en un país menos complejo, pero no en la Argentina. Padecemos demasiados males, inexistentes en casi todo el mundo. Varios de ellos implican una ruptura del contrato fiscal entre los ciudadanos contribuyentes y el Estado: alta inflación y déficit fiscal crónico, gasto público, presión tributaria y evasión muy elevados, carga impositiva regresiva y desalentadora de la inversión y las exportaciones, además de ser el país más bimonetario del mundo. La PI necesita que estos problemas sean superados. Emprender un rumbo en el sentido de nuestro trípode también ayudaría a superar los mencionados desafíos macroeconómicos. Por caso, el camino genuino para resolver la escasez de divisas es un salto duradero del saldo comercial externo por mayor inversión orientada a las exportaciones, para depender así menos de sus precios o de la demanda y más de la productividad aumentada por la inversión.

Además de necesitarse mutuamente, productividad e inclusión solo pueden sostenerse si se basan en acuerdos políticos y sociales sólidos. Muchas de las políticas pro-PI requieren más de un período presidencial, por lo que su eficacia depende de una continuidad rara vez observada en la Argentina. La grieta política actual dificulta o impide los acuerdos, y harán falta estadistas para lograrlos. En nuestra historia existen algunos casos de interés. Perón los intentó en su segunda presidencia, convocando a un congreso de productividad y bienestar social que arribó a algunos acuerdos, pero naufragó por el violento clima político de 1955. En las circunstancias críticas de la crisis de 2002 tuvo lugar el Diálogo Argentino, que llegó a muy buenos acuerdos, también inviabilizados por cuestiones políticas. En 2017, en fin, se acordó y se hizo ley una sólida reforma tributaria, pero la crisis la dañó y fue prácticamente abandonada ahora. En fin, las mesas sectoriales recién convocadas no tienen alcance suficiente para lograr la productividad inclusiva.

¿Reactivación o crecimiento?

Hoy se discute, sordamente, si el camino para salir de la crisis es reactivar la economía o apuntar al crecimiento. Quienes apoyan la reactivación apuestan al liderazgo del consumo y el gasto público. El problema de esta alternativa es que, tarde o temprano, suele terminar en crisis fiscales y externas. Nuestra propuesta de la PI sugiere que el camino más eficaz y menos riesgoso es un crecimiento compatible con la reactivación, cuyo corazón es impulsar la demanda con protagonismo de la inversión en capital físico y humano y vinculada a las exportaciones. Eso favorece una mayor creación de empleos formales y una generación de divisas más sostenible. La inversión requiere un cambio cultural de la sociedad que lleve a confiar en el futuro del país, no solo con grandes proyectos, públicos y privados, sino también con la refacción o ampliación de la casa, el taller o la oficina, las obras municipales y hasta la ambición personal de graduarse en la universidad, en la secundaria o en un oficio. Todo eso reactiva y contribuye a la PI, simultáneamente.

El rumbo es crucial

¿Hacia dónde marcha la Argentina? Muchos se formulan esta pregunta, aún sin respuesta. El Gobierno declina decirlo y tampoco da señales de estar planteándoselo. No advierte que ese mutismo es un gravamen para el país, más aún cuando, erráticamente, se anuncian estatizaciones o expropiaciones sin fundamento que coexisten con el fenómeno de empresas que se van del país o reducen sus operaciones en él. Se puede creer más o menos en el rol del Estado en la economía, pero es muy costoso desconocer sus crónicas recaídas en la insolvencia.

Actuar erráticamente es aún más dañino en un contexto tan incierto como el de la pandemia. En contraste, el anuncio de un rumbo fundado y creíble podría atraer capitales que, además de sus efectos positivos sobre la inversión y el crecimiento, acarrearían divisas productivas e impulsarían la propensión al gasto y a alargar los horizontes de planeamiento. En otras épocas, el rumbo se escribía en un plan de desarrollo, en varios tomos, casi siempre incumplido. No se propone aquí volver a ese pasado, pero sí hay que tener metas, plazos, costos y beneficios de las acciones y políticas del Estado.

Políticas para la inclusión

Ilustraremos nuestra visión de la PI mencionando algunas de las políticas generales analizadas en el proyecto, buena parte de ellas más urgentes por la pandemia. No se incluyen aún propuestas sectoriales.

Productividad del Estado. El sector público debe dejar de ser una caja negra y, cumpliendo parte del contrato fiscal, debe publicar un informe anual, en los tres niveles de gobierno, que muestre su producción y productividad. Entre ministerios, secretarías y subsecretarías, el Estado nacional tiene 274 organismos, además de una treintena de gabinetes de asesores. Un volumen inexplicable, contrario a la productividad y a la inclusión de los más necesitados.

Información. Pese a los progresos del Indec, todavía debe mejorarse sustancialmente la información. Un ejemplo es corregir la subdeclaración de ingresos en las encuestas de hogares, que subestiman la desigualdad y sobreestiman la pobreza, sin negar la gravedad de ambos males en la Argentina de hoy.

Más y mejor inversión en capital humano. Como ninguna otra, esta inversión aporta al mismo tiempo a la productividad y a la inclusión y es el núcleo central de la PI en un país como la Argentina. Posible instrumentos son una nueva ley de financiamiento educativo, vinculado a metas; fortalecer el combate contra la desigualdad educativa, con escuelas ricas de jornada extendida para los más pobres; continuidad de las evaluaciones censales, con devolución de resultados a las comunidades educativas para la mejora escolar; un nuevo contrato docente, con incentivos a los logros, optativo para quienes ejercen y obligatorio para los ingresantes; especialización de los institutos de formación docente; jerarquizar la preparación para el trabajo en la educación primaria, media, terciaria y en la formación profesional; inducir más vocaciones en ciencias duras y tecnologías; en el nivel superior, informar a los estudiantes las perspectivas de las profesiones que eligen (como se hizo en el año 2000); mejorar la articulación con el secundario; aumentar la cantidad de becas, financiadas con un impuesto a los graduados (como en Entre Ríos o en Uruguay) y mejorar continuamente su pertinencia, arraigo y relevancia, identificando las áreas de vacancia por regiones.

Mejor y mayor inversión en ciencia y tecnología, basada en un nuevo plan estratégico, con asignaciones crecientes a las áreas prioritarias. Junto a un rumbo claro del país, esto podría ayudar a reducir la fuga de cerebros que nos afecta, erráticamente, desde hace décadas.

Empleos formales y personalización. Para ser tal, la PI debe aumentar la productividad sin reducir el empleo. Un camino relevante para eso es bajar el costo laboral no salarial, que en la Argentina supera en dos tercios a los de los países desarrollados. Eso facilitaría la formalización de muchos trabajadores, algo esencial para la PI. También es esencial reemplazar los planes sociales permanentes, salvo la AUH, por capacitaciones laborales personalizadas con posterior acceso de sus beneficiarios al empleo formal.

Nutrición y salud. En la Argentina pre-Covid era mucho mayor la malnutrición que la desnutrición. Este problema mejoraría si la tarjeta alimentaria vigente tuviera descuentos mayores para los alimentos más nutritivos. La salud es otro componente esencial de la inclusión. El acceso a ella podría facilitarse, gradualmente, con una cobertura universal y una solución financiera para el PAMI, muy compleja.

Otras inclusiones en mora. En la agenda pendiente del proyecto PI figuran las dificultades que se oponen a la plena realización de las mujeres y de otras minorías, por ejemplo, en el mercado laboral; también, las desigualdades intergeneracionales, en especial la previsional y la ambiental, ambas muy postergadas. Está pendiente además la esencial cuestión de la vivienda digna.

Una menor desigualdad requiere, además de las políticas mencionadas, un impuesto a las ganancias realmente más progresivo y una sustancial mejora de los impuestos patrimoniales, sin duplicaciones y generadores de inversión.

Políticas para crecer

La previsibilidad, esencial para la inversión, requiere seguridad jurídica protegida por un Poder Judicial independiente, un tema todavía no resuelto en la Argentina.

Respecto de la inserción en el mundo, no se conoce la agenda externa de la Argentina, crucial para el crecimiento y para la PI. Ella debe contemplar volver a poner en valor el Mercosur, lograr su ampliación, persistir en el acuerdo con la Unión Europea y promover un mayor acercamiento a África y Asia, los continentes con mayores perspectivas de crecimiento. China es, por cierto, un socio estratégico, pero sería erróneo erigirlo en "salvador".

Carga impositiva. Tal como establecían los acuerdos legislados en 2017, aumentar la inversión requiere reducir la altísima carga tributaria que castiga a la producción y las exportaciones, Hasta tanto se recupere espacio fiscal para restablecerlos, pueden licitarse cupos de las rebajas allí previstas, otorgándolos a quienes más inversión comprometan y más empleo y divisas generen por peso de impuestos rebajados.

Protección arancelaria. Otro modo de incentivar la inversión y las exportaciones es integrar gradualmente la economía argentina al mundo, dando carácter contractual a la protección arancelaria, con magnitudes y plazos que dependan de la inversión comprometida y de los acuerdos comerciales que logre la Argentina.

Economía del conocimiento. El país cuenta todavía con una dotación de capital humano con potencial para diversificar la producción y las exportaciones mediante la creación de empleos calificados. El Congreso aprobó recientemente una nueva, y polémica, versión de la ley respectiva. Es casi seguro que atraerá menos inversión y empleos que la anterior. Un error común a ambas leyes es no incluir a toda actividad económica que genere empleos de científicos, profesionales o técnicos, o que patente descubrimientos.

Empresas y trabajadores

En una sociedad de economía mixta como la nuestra, la PI requiere el concurso de los trabajadores, los empresarios, las empresas como organizaciones y el Estado. Hay quienes avizoran que en la pospandemia surgirá una nueva institucionalidad socioeconómica. No lo sabemos, pero lo vemos poco probable. Sí es seguro, en cambio, que la PI no solo requiere mucha mejor calidad de políticas públicas. También necesita una renovación de las empresas, de la calidad de sus prácticas de management y de la integración y la participación de los trabajadores, para construir así organizaciones empresarias que aporten más y mejor a la productividad inclusiva.

Sociólogo y economista