sábado, 12 de noviembre de 2016

El triunfo del hombre hueco

Y finalmente, contra la mayoría de los pronósticos, la "política de la ira", de la que se habló la semana pasada en esta columna, se impuso en las elecciones norteamericanas. Como lo interpretó el periodismo, fue la rebelión de las clases media y trabajadora disgustadas con el establishment, que las marginó del bienestar y la esperanza en el futuro. Avala esta descripción un dato clave: a pesar de los millones de puestos de trabajo creados durante la administración Obama, el ingreso medio de las familias americanas permanece estancado desde principios de siglo. Creció el PBI, pero ese incremento no se derramó sobre la mayoría. La incertidumbre material y el miedo a empeorar la inclinaron por un outsider, desechando su falta de antecedentes y las reservas sobre su moralidad. Pero más allá de la angustia económica de los norteamericanos y de las alternativas de la campaña -Clinton no fue una buena candidata-, el triunfo de Trump es el síntoma de una mutación más profunda, que anuncia una nueva época de la historia mundial.
Sin agotar el tema, podría argumentarse que al menos tres factores convergen en este cambio, cuya rostro trágico es la desigualdad. Ellos son: la desnaturalización del sistema democrático, la globalización económica y el efecto de la revolución tecnológica sobre el empleo. La pérdida de sustancia democrática no es un fenómeno nuevo. Consiste en la transformación de las democracias en plutocracias, es decir, en gobiernos conformados por élites que concentran el poder y deciden sobre el destino de los ciudadanos, devenidos súbditos de una dominación invisible.
Las transacciones entre las aristocracias definen las políticas públicas, debilitan los controles republicanos, reparten las oportunidades entre pocos, facilitan la corrupción. El retrato de las élites norteamericanas trazado por Wright Mills a mediados del siglo pasado resulta ejemplar de estos fenómenos. Y más cerca, Democracia S.A., de Sheldon Wolin, los muestra en toda su crudeza contemporánea. Hillary Clinton, tal vez a su pesar, terminó representando a esa democracia desencantada, que tampoco pudo transformar Obama.
El balance de la globalización arroja más pérdidas que ganancias, considerando los ingresos de las familias, que en buena medida explican las razones del voto. La globalización está impulsando la inequidad no tanto entre las naciones, sino entre los trabajadores al interior de ellas, con incidencia particular en los países ricos como Estados Unidos y Gran Bretaña. El economista Branko Milanovic explica que la especialización en exportaciones sofisticadas aumenta la brecha entre los salarios de los trabajadores calificados y los no calificados. Y las importaciones con poco valor agregado, junto a la tercerización, también reducen los sueldos o aumentan el desempleo de los asalariados con menos preparación. En procesos como éstos deben encontrarse parte de las razones de Trump y sus votantes. Para esta gente, abrirse al mundo significa perder, no ganar e integrarse.
La revolución tecnológica es la frutilla del postre. A principios de este año, un informe del World Economic Forum (WEF) estimó que debido a los avances en la genética, la digitalización, la inteligencia artificial y la impresión en 3D, se perderán a corto plazo 5 millones de puestos de trabajo. Este proceso, al que el WEF llama "cuarta revolución industrial", llevó al economista principal del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, a advertir que habrá "grandes perturbaciones no solamente en los modelos empresariales, sino también en el mercado laboral durante los próximos cinco años". La cuestión es alarmante porque según Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, la evolución tecnológica ha tomado velocidad exponencial en la etapa actual, que ellos bautizaron, con gran suceso, como "La segunda era de las máquinas". Las capas medias y bajas de la población, con educación insuficiente para adaptarse a la transformación, temen ser reemplazadas por robots. En el imaginario popular, Trump las defenderá de ellos.
Hasta aquí las razones que podrían explicar el ascenso del magnate neoyorquino. Pero él también significa otra cosa: la pérdida de estilo, el abandono de una ética y una estética asociada -acaso idealmente- a la democracia liberal y al capitalismo productivo. Para los intelectuales tributarios de esa tradición, los liberals, Trump implica una tragedia, como lo expresó con frustración un editorial de The New Yorker esta semana. El editor, sin piedad, llama al presidente electo "un hombre hueco" (a hollow man), codicioso, mendaz y fanático. Es paradójico: recurre a la misma expresión usada por T. S. Eliot para titular su célebre poema, que es una metáfora del hombre contemporáneo: "Somos los hombres huecos/ Los hombres rellenos de aserrín/ Que se apoyan unos contra otros/ Con las cabezas llenas de paja".

Tal vez no haya que dramatizar. La burocracia norteamericana racionalizará los excesos de Trump, sin reparar en si se expresa a sí mismo o representa al hombre actual. Mientras tanto, los progresistas, en lugar de gemir, podrían preguntarse qué hicieron para evitar que llegara a la cima. Las principales razones de su éxito tienen que ver con la injusticia.
Walter Fidanza


viernes, 4 de noviembre de 2016

Nuevo acuerdo global sobre el cambio climático

Entró en vigor el mayor acuerdo global contra el cambio climático
Hoy (4/11/2016) es un día histórico para el planeta Tierra, ya que el tan esperado y dilatado Acuerdo de París, el instrumento para combatir el cambio climático a nivel global, entró en vigor.
Para su efectividad era necesaria la ratificación del mismo por parte de al menos 55 países representantes del 55 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Y esa meta se alcanzó el pasado 5 de octubre, cuando la Unión Europea (UE), que representa el 12 % de las emisiones, hizo entrega de los documentos de ratificación del Acuerdo en la sede de la ONU. Hasta ese momento, los 61 países que ya lo habían ratificado sumaban sólo el 47,7 % de las emanaciones globales, lo que impedía poner en marcha el instrumento legal.
A fin del año pasado, este acuerdo fue adoptado en la capital francesa por los 195 países signatarios de la Convención Marco de la ONU sobre cambio climático y la Unión Europea, en el transcurso de la 21 Conferencia de las Partes (COP21).
La importancia que reviste es que está destinado a sustituir en 2020 al Protocolo de Kioto y tiene como objetivo "mantener la temperatura media mundial por debajo de dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales".
No obstante, el texto recoge que los países se comprometen a llevar a cabo todos los esfuerzos necesarios para que no se rebasen los 1,5 grados y evitar así los impactos más catastróficos del cambio climático.

Fecha inolvidable
"La humanidad recordará este 4 de noviembre de 2016 como el día en que los países levantaron una barrera ante los inevitables desastres del cambio climático, y como el día en que comenzaron con determinación a caminar hacia un futuro sostenible", aseguró la nueva Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (Cmnucc).
"Sin duda, el acuerdo es un punto de inflexión en la historia de los esfuerzos colectivos de la humanidad, puesto que aúna la determinación política, económica y social de gobiernos, ciudades, regiones, ciudadanos, empresas e inversionistas para superar la amenaza existencial que plantea un cambio climático sin control", destacó la funcionaria, que subrayó que la rápida entrada en vigor del acuerdo es una señal política clara del compromiso de todas las naciones del mundo para actuar con decisión frente al cambio climático.
Nicholas Nuttall, encargado de comunicaciones de la Secretaría de Naciones Unidas para el Cambio Climático, explicó a LA NACION que la nueva conferencia de la ONU sobre cambio climático que se abre la semana que viene en Marrakech necesita rellenar urgentemente los detalles sobre cómo funcionará el Acuerdo de París en la realidad, además de muchas otras facetas importantes para que cumplan las naciones sus objetivos.
"El Acuerdo de París es un tratado extraordinario y señala claramente el camino hacia lo que hay que hacer y cuándo. Sin embargo, será un esfuerzo de muchas décadas de mejora constante y de ambición de los gobiernos de todo el mundo. El tiempo se está acelerando y las emisiones de gases de efecto invernadero en el planeta necesitan alcanzar un pico muy rápido y reducirse drásticamente", apuntó Nuttall consultado por correo electrónico.

Objetivos pasados
El Protocolo de Kioto de 1997 estableció objetivos de emisiones solo para países desarrollados, una de las razones por las que EE.UU. decidió no participar en ese pacto, que está en vigor desde 2005.
El Acuerdo de París es legalmente vinculante en su conjunto, no lo es sin embargo en buena parte de su desarrollo (las llamadas decisiones) y tampoco lo es en los objetivos nacionales de reducción de emisiones.
Su fuerza reside en el mecanismo con el que periódicamente deben revisarse los compromisos de cada país y esto sí es jurídicamente vinculante.
"Los gobiernos no se demoraron para que entre en vigencia, y eso es una buena noticia. Pero por esto y por el desafío de los compromisos de reducción de gases de efecto invernadero que pueden y deben seguir siendo más ambiciosos en cuanto a sus recortes, es que necesitamos las reglas claras de este acuerdo para que todo funcione correctamente", puntualizó Nuttall.
Cada nación está obligada a rendir cuentas de su cumplimiento, y a renovar sus contribuciones al alza cada cinco años. Los estados que quieran, pueden usar mecanismos de mercado (compraventa de emisiones) para cumplir los objetivos de emisión. La primera revisión de las contribuciones tendrá lugar en 2018 y la primera actualización de las mismas en 2020.
Si bien el Acuerdo no establece sanciones por incumplimiento, sí fija un comité que diseñe un mecanismo transparente para garantizar que se cumplen los compromisos adquiridos y advertir antes de expirar los plazos si puede o no cumplirse lo acordado.

Equilibrio buscado
Además, con este acuerdo los países se comprometen a conseguir "un equilibrio entre los gases emitidos y los que pueden ser absorbidos" en la segunda mitad de siglo, es decir, que no se pueden producir más emisiones que las que el planeta pueda absorber, bien por mecanismos naturales o por técnicas de captura o almacenamiento geológico.
En cuanto a la financiación, el nuevo Acuerdo de París obliga a los países desarrollados a contribuir a financiar la mitigación y la adaptación en los Estados en vías de desarrollo, y anima a los estados que se encuentren en condiciones económicas de contribuir a que efectúen aportaciones voluntariamente. En este sentido, la intención de financiar debe ser comunicada dos años antes de transferir los fondos.
Según el Acuerdo, el compromiso radica en lograr que para 2025 se movilicen 100.000 millones de dólares anuales, aunque se fija una revisión al alza para antes de ese año.

Estados Unidos y China, los países más contaminantes del mundo, buscan "liderar" la lucha contra el cambio climático, por ello, ambos estados se han fijado ya metas para recortar emisiones. EE.UU. entre un 26 % y un 28 % respecto a los niveles de 2005 y China ha prometido impedir el crecimiento de sus emisiones a partir de 2030.