Geopolítica de 2012. Por Michael T. Klare .
En lo que respecta a su política para con China, ¿no está la
administración Obama saltando de una sartén caliente directamente al fuego? En
un intento de darle vuelta a la página después de dos guerras desastrosas en el
Gran Oriente Medio, lo que acaba de hacer Obama se aproxima a haber iniciado
una nueva guerra fría en Asia, una vez más con el petróleo como clave para la
supremacía global.
La nueva política señalada por el propio Presidente Obama el
17 de noviembre en un discurso ante el Parlamento australiano apunta a una
visión geopolítica ambiciosa -y extremadamente peligrosa-. En lugar de
centrarse en el Gran Oriente Medio, como ha sido el caso en la última década,
los Estados Unidos ahora concentrarán sus poderes en Asia y el Pacífico.
"Mi orientación es clara", declaró en Canberra. “En nuestros planes y
presupuestos para el futuro, vamos a asignar los recursos necesarios para
mantener nuestra fuerte presencia militar en esta región" Si bien los
funcionarios de la administración se esforzaron en señalar que la nueva
política no está dirigida específicamente a China, la implicación es clara: a
partir de ahora , el foco principal de la estrategia militar estadounidense no
será la lucha contra el terrorismo, sino la contención del territorio asiático,
en pleno auge económico, a cualquier riesgo o costo.
Nuevo centro de
gravedad del planeta
El nuevo énfasis en Asia y la contención de China son
necesarios, insisten los altos funcionarios del gobierno, porque la región de
Asia-Pacífico constituye, hoy por hoy, el "centro de gravedad" de la
actividad económica mundial. Mientras los Estados Unidos se empantanaron en
Irak y Afganistán, señala el argumento, China tuvo el margen de maniobra para
extender su influencia en la región. Por primera vez desde el final de la
Segunda Guerra Mundial, Washington no es el actor económico dominante allí. Si
los Estados Unidos han de mantener su título de potencia mundial dominante, es
necesario, según este pensamiento, restablecer su primacía en la región y hacer
retroceder la influencia china. En las próximas décadas, no habrá tarea de
política exterior, según dicen, más importante que esta.
En línea con su nueva estrategia, la administración ha
implementado una serie de acciones para fortalecer el poderío norteamericano en
Asia, y así poner a China a la defensiva. Estas acciones incluyen la decisión
de movilizar una fuerza de 250 infantes de marina estadounidenses –a
incrementarse a 2.500 en el futuro– a una base aérea australiana en Darwin, en
la costa norte de ese país; y la
adopción, el 18 de noviembre, de la "Declaración de Manila", que no
es más que un compromiso de estrechar los lazos militares entre los EE.UU. y
las Filipinas.
Al mismo tiempo, la Casa Blanca anunció la venta de 24
aviones de combate F-16 a Indonesia y una visita de Hillary Clinton a la
aislada Birmania, un viejo aliado de China, la primera visita de un secretario
de Estado estadounidense en 56 años. Clinton también habló de un mayor
acercamiento diplomático y militar con Singapur, Tailandia y Vietnam, todos
ellos países vecinos de China o en rutas de comercio clave para la importación
de materias primas y la exportación de productos manufacturados.
Tal como lo representan los funcionarios del poder ejecutivo
estadounidense, estas acciones están destinadas a maximizar las ventajas de los
Estados Unidos en los ámbitos diplomático y militar en un momento en que China
domina el ámbito económico regional. En un reciente artículo en la revista
Foreign Policy, Clinton sugirió que tras años de debilitamiento económico, los
Estados Unidos ya no pueden esperar prevalecer en múltiples regiones de forma
simultánea sino que deben elegir cuidadosamente sus campos de batalla y
desplegar con cautela sus limitados recursos –la mayoría de ellos de carácter
militar– para obtener el máximo provecho. Dada la centralidad estratégica de
Asia para el poderío global, esto significa concentrar allí los recursos.
"Durante los últimos 10 años", escribió Clinton,
"hemos dado ingentes cantidades de recursos a [Irak y Afganistán]. En los
próximos 10 años, debemos ser inteligentes acerca de dónde invertimos nuestro
tiempo y energía, de forma que logremos la mejor posición posible para mantener
nuestro liderazgo [y] proteger nuestros intereses... Una de las tareas más
importantes de la política extranjera de los Estados Unidos en los próximos
diez años será el asegurar una mayor inversión –diplomática, económica, estratégica
y demás– en la región Asia-Pacífico".
Esa forma de pensar, con un enfoque claramente militar,
parece peligrosamente provocativa. Los pasos anunciados implican una creciente
presencia militar en las aguas fronterizas con China y un importante acercamiento
en las relaciones militares con los vecinos de ese país, movimientos que
ciertamente elevarán los niveles de alerta de Beijing y endurecerán el puño del
círculo de gobierno (sobre todo en la cúpula militar china), que favorecen una
respuesta más activa, militarmente hablando, a las incursiones estadounidenses.
Cualquier forma que esto tome, una cosa es cierta: los directivos del número
dos del mundo en poder económico no permitirán que se les vea débil e indecisos
ante una concentración de fuerza militar estadounidense en su periferia. Esto,
a su vez, significa que podríamos estar sembrando las semillas de una nueva
guerra fría en Asia en 2011.
El incremento de la presencia militar de estadounidense y la
posible respuesta china ya han sido objeto de debate en la prensa americana y
asiática. Pero existe una dimensión crucial de esta incipiente lucha que no ha
recibido ninguna atención: la medida en la cual las recientes acciones en
Washington son el resultado de un nuevo análisis de la ecuación energética
global, que revela (según lo entiende la administración Obama) una mayor
vulnerabilidad de la parte china y nuevas ventajas para Washington.
La nueva ecuación de
la energía Durante décadas, los Estados Unidos han sido muy
dependientes de las importaciones de petróleo, en gran medida desde Oriente
Medio y África, mientras que China era en gran parte autosuficiente. En 2001,
Estados Unidos consumió 19,6 millones de barriles de petróleo por día, mientras
que sólo produjo 9 millones de barriles por día. La dependencia de proveedores
extranjeros para el déficit de esos 10,6 millones de barriles por día es una
fuente de constante preocupación para los políticos de Washington. Y la respuesta
tradicional ha sido crear los lazos militares más fuertes con los productores
de petróleo del Medio Oriente y recurrir a la guerra de vez en cuando para
garantizar el suministro. Por otro lado, en 2001, China consumió solamente cinco
millones de barriles por día y con una producción nacional de 3,3 millones de
barriles, sólo tuvo que importar 1,7 millones de barriles. Esas cifras frías y
duras hacían que su liderazgo se preocupara menos por la fiabilidad de sus
principales proveedores extranjeros y, por lo tanto, no tenía necesidad de
imitar los tejes y manejes en política exterior en los que Washington siempre
está involucrado. Ahora, el gobierno de Obama ha concluido que la situación
está empezando a voltearse. Como resultado de la pujante economía de la China y
el surgimiento de una importante y creciente clase media (que ya ha empezado a
comprar sus primeros coches), el consumo de petróleo del país se está
disparando: según las últimas proyecciones del Departamento de Energía de los
Estados Unidos, pasará de 7,8 millones de barriles por día en 2008, a 13,6
millones de barriles en 2020, y a 16,9 millones en el 2035. Por otro lado, se
espera que la producción nacional de petróleo crezca de 4,0 millones de
barriles diarios en 2008 a 5,3 millones en 2035. No es de extrañar, entonces,
que las importaciones chinas tengan que crecer de 3,8 millones de barriles por
día en 2008 a un proyectado 11,6 millones en 2035, momento en que superará a
las de los Estados Unidos. Entretanto, los Estados Unidos podrían mejorar su situación
energética. Gracias al aumento de la producción en “áreas de difícil
extracción” (o tough-oil areas en inglés) en los Estados Unidos, incluyendo los
mares del Ártico en Alaska, las aguas profundas del Golfo de México, y
formaciones de esquisto, en Montana, Dakota del Norte y Texas, se espera que
disminuyan las importaciones futuras, a pesar del aumento en el consumo de
energía. Además, es probable que la producción en el hemisferio occidental
aumente para reemplazar a las fuentes de Oriente Medio o África. Una vez más,
esto será posible gracias a la explotación de áreas de petróleo de difícil
extracción, incluyendo las arenas de alquitrán de Athabasca en Canadá, los
campos de petróleo en las profundidades del Atlántico brasileño, y regiones
ricas en petróleo de una Colombia pacificada. De acuerdo con el Departamento de
Energía, la producción combinada de los Estados Unidos, Canadá y Brasil
aumentaría en 10,6 millones de barriles por día entre 2009 y 2035, un salto
enorme, considerando que la mayoría del mundo espera presenciar un descenso de
la producción.
¿A quien pertenecen
estas rutas marítimas?
Desde una perspectiva geopolítica, todo esto parece conferir
una ventaja real sobre los Estados Unidos, aún cuando China se convierte cada
vez más vulnerable a los caprichos de los acontecimientos en, o a lo largo de,
las rutas marítimas a tierras lejanas. Significa que Washington será capaz de
contemplar una relajación gradual de sus lazos militares y políticos con los
estados petroleros de Oriente Medio que han dominado la política exterior
durante tanto tiempo y ha conducido a esas guerras tan devastadoras y costosas.
De hecho, tal como dijo en Canberra el presidente Obama, los
EE.UU. están ahora en condiciones de comenzar a reorientar sus capacidades
militares. "Después de una década en la que luchamos dos guerras que nos
costaron muy caro", declaró, "los Estados Unidos estamos ahora
mirando al vasto potencial de la región Asia-Pacífico".
Para China, todo esto significa un posible deterioro de su
posición estratégica. Si bien en el futuro una parte importante del petróleo
importado por China viajará por tierra a través de oleoductos desde Kazajstán y
Rusia, la mayor parte seguirá llegando en buques tanque desde el Oriente Medio,
África y América Latina, por rutas marítimas vigiladas por la Marina de los
Estados Unidos. De hecho, casi todos los buques petroleros que van a China
viajan a través del Mar del Sur de China, un cuerpo de agua que la
Administración Obama ahora busca poner bajo control naval efectivo.
Al asegurar el dominio naval del Mar del Sur de China y
aguas adyacentes, el gobierno de Obama pretende adquirir el equivalente del
siglo XXI al chantaje nuclear del siglo XX. Si nos empujan demasiado, por
implicaciones de la política, nos veremos obligados a poner de rodillas a su
economía, mediante el bloqueo de sus vías de suministro de energía. Por
supuesto, nunca dirán nada de esto en público, pero es inconcebible que los
funcionarios de la administración no estén pensando en estos términos, y hay
evidencia de que los chinos están seriamente preocupados por este riesgo como
lo indica, por ejemplo, sus frenéticos esfuerzos para construir gasoductos
tremendamente caros a través de toda Asia hasta la cuenca del Mar Caspio.
A medida que se aclaran los nuevos planes estratégicos de
Obama, no puede haber ninguna duda de que el liderazgo chino tomará medidas
para garantizar la seguridad de las líneas de suministro de energía. Algunas de
estas acciones, sin duda, serán económicas y diplomáticas, incluyendo, por
ejemplo, esfuerzos para cortejar a actores regionales, como Vietnam e
Indonesia, así como a los principales proveedores de petróleo como Angola,
Nigeria y Arabia Saudita. Pero no nos equivoquemos: otras serán de carácter
militar y es inevitable una acumulación significativa de fuerzas de la marina
de guerra china –aunque todavía pequeña y atrasada en comparación con la flota
de los Estados Unidos y sus principales aliados–. Del mismo modo, podemos estar
seguros de que China estrechará sus lazos militares con Rusia y con los estados
miembros de la Organización de Cooperación de Asia Central de Shangai
(Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán).
Además, Washington podría estar ahora provocando el comienzo
de una verdadera carrera armamentista en Asia, al estilo de la de la guerra
fría, que ninguno de los dos países puede costear en el largo plazo. Todo esto
es probable que conduzca a una mayor tensión y riesgo de una escalada
involuntaria que derive en incidentes futuros y que involucre buques de los
Estados Unidos, de China y aliados -como el que ocurrió en marzo de 2009 cuando
una flotilla de buques de guerra chinos rodearon a un barco de vigilancia
anti-submarinos estadounidense, el Impeccable, y que casi ocasiona un intercambio
de fuego. A medida que más buques de guerra circulan de forma cada vez más
provocadora a través de estas aguas, crece el riesgo de que se produzca este
tipo de incidentes.
Pero los riesgos potenciales y los costos de esta política
primordialmente militar hacia la China no se restringen a Asia. En su intento
de promover una mayor autosuficiencia estadounidense en la producción de
energía, la administración Obama puso su sello de aprobación a varias técnicas
de producción –perforación en el Ártico, perforación profunda en alta mar, la
fractura hidráulica- que está garantizado que causarán más catástrofes
ambientales al estilo del Deepwater Horizon. Una mayor dependencia de las
arenas alquitranadas canadienses, la fuente de energía más "sucia",
se traducirá en mayores emisiones de gases de efecto invernadero y una multitud
de otros peligros ambientales, mientras que la producción de petróleo profundo
del Atlántico frente a las costas de Brasil y otras partes, tiene su propio
conjunto sombrío de peligros.
Todo esto asegura que, ambiental, militar y económicamente,
nos encontraremos en un mundo más, y no menos, peligroso. Es entendible el
deseo del gobierno estadounidense de alejarse de las desastrosas guerras
terrestres en el Gran Medio Oriente para tratar cuestiones clave en Asia, pero
elegir una estrategia que pone tan fuerte énfasis en el dominio y la
provocación militar solo puede provocar una respuesta del mismo tipo.
Difícilmente se puede considerar un camino prudente, y mucho menos que promueva
los intereses de los Estados Unidos en el largo plazo, en un momento en que la
cooperación económica mundial es crucial. Y sacrificar el medio ambiente para
lograr una mayor independencia energética no tiene ningún sentido.
Una nueva guerra fría en Asia y una política energética
hemisférica que podría poner en peligro el planeta: es esta una mezcla fatal
que se debe reconsiderar antes de que ocurra la confrontación y nos deslicemos
hacia un desastre ambiental irreversible. No hay que ser adivino para saber que
esta no es la definición de lo que significa ser un buen estadista sino la de
una “marcha hacia la locura”.
Michael T. Klare es
profesor de estudios sobre paz y seguridad mundial en Hampshire College, un
colaborador regular de TomDispatch, y el autor, más recientemente, de Rising
Powers, Shrinking Planet. Una versión de la película documental del libro Blood
and Oil, está disponible en la Media Education Foundation.
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