Es seguro que el
coronavirus tendrá consecuencias y costos. Su efecto dependerá del tiempo que
dure la alarma y del frenazo de la actividad que produzca.
Juan Torres. 10/03/2020
¿Un simple virus puede poner en solfa al mundo
entero? ¿Una economía mundial tan potente y asentada pueda estar en peligro por
esa causa? ¿Se pueden venir abajo las bolsas sólo por el efecto de la
propagación de un virus? ¿Qué está pasando y qué puede pasar, por qué tanta
alarma? Es normal que la mayoría de la gente se haga este tipo de preguntas
pero me temo que las respuestas que se están dando son confusas y que generan
más dudas de las que resuelven.
Sobre la
epidemia, lo cierto es que todavía no se sabe bien cuál puede ser su verdadera
magnitud. Parece ser que si se aplican medidas de aislamiento e higiene que
eviten su propagación, sobre todo a personas especialmente vulnerables, en muy
pocas semanas se podría frenar su expansión sin que se produzca un efecto
especialmente dramático. Eso es lo que parece que ha ocurrido en China, gracias
a que allí hay un sistema de toma de decisiones muy centralizado, dictatorial,
y en donde se han podido aplicar recursos millonarios para aislar a la
población. Pero es difícil que se pueda actuar del mismo modo en otros países,
de modo que no se puede descartar un contagio exponencial que afecte a millones
de personas en unas cuantas semanas.
Diferentes
estudios realizados en los últimos años sobre los efectos económicos de este
tipo de epidemias nos permiten saber algunas cosas. Primero, que es seguro que
lo que está pasando tendrá consecuencias y costes; segundo, que su efecto final
dependerá del tiempo que dure la alarma y del frenazo de la actividad que
produzca; y, tercero, que sólo si se actuara con gran ineficacia y se alcanzara
un nivel de mortalidad ahora mismo posiblemente impensable (más 15 millones de
muertos al año), quizá se produciría un coste que comenzaría a ser más o menos
equivalente al que supuso la última gran crisis.
Sólo si se
actuara con gran ineficacia y se alcanzara un nivel de mortalidad ahora mismo
posiblemente impensable (más 15 millones de muertos al año), quizá se
produciría un coste que comenzaría a ser más o menos equivalente al que supuso
la última gran crisis
A pesar de eso, a
mi me parece que el peligro al que nos enfrentamos no es la difusión de un
virus ni aunque este fuese mucho más letal de lo que ahora podamos imaginar que
llegue a ser el coronavirus en el peor de los casos.
El problema grave
que tenemos delante de nuestras narices y al que no le estamos dando la
importancia que tiene es la situación en la que se encuentra el sistema en el
que vivimos, el capitalismo de nuestros días. Un sistema complejo que tiene
propiedades que le hacen funcionar de un modo muy específico.
Estos sistemas,
como el capitalismo, son imprevisibles y permanentemente inestables, y de ahí
que sea muy difícil predecir cuál será su evolución. Pero sí sabemos, sin
embargo, algunas cosas importantes sobre su funcionamiento y evolución y, sobre
todo, sobre lo que puede hacer que colapsen.
Sabemos, por
ejemplo, que los sistemas complejos como el capitalismo viven al borde o
expuestos permanentemente al fallo sistémico y fatal, que tienden
constantemente a la crisis y que están siempre en peligro de colapsar,
precisamente porque su complejidad no es otra cosa que inestabilidad y
desorden.
Pero, al mismo
tiempo, también sabemos que la gran probabilidad de fracaso, de fatalidad, que
acompaña a cualquier sistema complejo hace que generen en su seno constantes y
potentes elementos de protección. Por eso pueden resultar muy seguros a pesar
de ser, al mismo tiempo, muy propensos al colapso. Precisamente por eso.
En segundo lugar,
sabemos también que los sistemas complejos casi nunca colapsan por el efecto de
un solo fenómeno. Para que se produzca un fallo total, sistémico, fatal, para
que colapsen, es necesario que concurran diferentes fallos al mismo tiempo.
Y es muy
importante saber que estos sistemas funcionan siempre en condiciones
degradadas, es decir, con muchos fallos latentes que es imposible erradicar,
bien porque se desconocen, porque no compensa o porque no se quiere asumir el
coste de eliminarlos en todo o en parte. Las consecuencias de esto que sabemos
sobre los sistemas complejos son de aplicación a lo que está pasando con la
epidemia del coronavirus
En primer lugar,
que es muy difícil que resulte tan fatal como se está creyendo. El sistema se
está defendiendo del "fallo" en su funcionamiento que supone el
coronavirus con mecanismos del propio sistema que son seguramente mucho más
potentes de los que serían realmente necesarios para evitar que se convierta en
un peligro global o letal. Y, como he dicho, es altísimamente improbable, por
no decir, imposible, que el sistema en su conjunto se vea afectado fatalmente
por un solo fallo o factor.
Pero, en segundo
lugar, hay algo que es mucho más preocupante. La epidemia del coronavirus
constituye un fallo añadido en el sistema que si se contempla linealmente puede
parecer poca cosa. Pero que puede resultar de efectos muy graves si se tiene en
cuenta que su presencia muta la condición del sistema en su conjunto porque
interactúa con otros de sus fallos latentes. Es decir, el coronavirus es
realmente peligroso no por lo que supone en sí mismo sino porque aumenta mucho
la degradación del sistema en su conjunto, en mucha mayor proporción de la que
correspondería a su aislada naturaleza de epidemia sanitaria.
A mi juicio, la
extraordinaria gravedad del coronavirus no es el daño que produciría una
epidemia si se pudiera contemplar aisladamente, sino la aceleración del efecto
degradante o destructor de los demás fallos que estaban más o menos contenidos
hasta ahora.
Ya escribí hace
unos meses que se estaba gestando una crisis de muchos frentes pero que -a
corto plazo- tenía tres manifestaciones o vías de expansión principales: las
bolsas, que han alcanzado una sobrevaloración disparatada que las lleva a
estallar antes o después; la deuda en crecimiento insostenible; y el bloqueo de
la oferta como consecuencia de la continua caída de la rentabilidad del capital
material en favor del beneficio financiero.
Los problemas que
puede traer ahora la propagación del coronavirus tienen que ver justamente con
esa crisis de oferta que ya en los últimos meses se estaba produciendo en casi
toda la economía mundial en forma de una desaceleración relativamente atenuada.
Las respuestas
que inevitablemente van a tener que adoptar los gobiernos para evitar el
contagio van a bloquear todavía más la oferta y sus consecuencias van a ser
varias. Ahora, las respuestas que inevitablemente van a tener que adoptar los
gobiernos para evitar el contagio van a bloquear todavía más la oferta y sus
consecuencias van a ser varias, pero todas con algo en común: reactivar los
fallos hasta ahora latentes o adormecidos.
En primer lugar,
va a disminuir la producción, se van a desarticular los canales de suministro y
distribución, van a producirse carencias de aprovisionamiento a escala global y
la crisis empresarial va a generalizarse, disminuyendo mucho más la
rentabilidad del capital que mueve los motores de la economía productiva. La
crisis de oferta va a ser muy fuerte.
En segundo lugar,
va a aumentar la deuda empresarial y la dificultad para hacerle frente por
parte de miles de empresas, especialmente por las "zombis" que hasta
ahora han estado manteniendo su actividad a base de más deuda, pero sin generar
beneficio suficiente.
En tercer lugar,
el cambio de expectativas, la posibilidad de que se produzcan quiebras en
cadena y movimientos extremos por parte de las autoridades en materia de gasto
e intervención financiera, van a producir un caos bursátil de la mano de las
operaciones automatizadas, de los algoritmos que utilizan los grandes fondos
especulativos. Las bolsas, como ya anticipé, son ahora mismo el eslabón más
débil y volátil del capitalismo, estaban a punto de saltar y el virus va a
hacer que estallen sin remedio.
En cuarto lugar,
todo eso va a afectar al sector financiero que perderá negocio solvente y
frenará la financiación, amplificando los problemas anteriores, cuando no
sufriendo él mismo una nueva crisis financiera.
En quinto lugar,
la intervención de las autoridades va a ser bastante complicada y poco efectiva
porque ahora no se trata de impulsar la demanda inyectando capacidad de gasto
(que hará falta) sino de poner en pie la oferta, y eso es mucho más difícil
cuando las empresas cierran y las redes productivas se han boqueado.
En sexto lugar,
no descarto que, precisamente por el bloqueo de la oferta, se produzca un
rebrote inflacionario que pondría a los bancos centrales ante un dilema
terrible, pues estarían obligados a frenarlo. Y entonces estará por ver cómo
podrán soplar y sorber al mismo tiempo, es decir, hacer política expansiva y
contractiva a la vez.
Si no se toman
medidas drásticas para evitar los contagios, si no se aísla a la población, la
expansión de la pandemia es casi segura y esa expectativa de crisis paralizaría
la actividad. Pero la cuarentena y el aislamiento también la frenará sin
remedio. No hay salida. Pero el problema no es el virus, sino un sistema
complejo en el que un fallo aparentemente sin demasiada importancia puede
reactivar otros fallos hasta ahora latentes o medio controlados. Y es esa
conjunción de factores lo que va a crear una situación nueva y que representa
un peligro muy serio.
Si los fallos
latentes diversos se hacen expresos y si su aparición coincidente los convierte
en un fallo único y estructural, nos vamos a enfrentar a un problema económico
hasta ahora desconocido en la época del capitalismo globalizado y neoliberal.
Y las recetas que
los gobiernos y las autoridades monetarias han venido utilizando no les van a
servir. Ahora tendrían que pensar "al revés" de como lo han hecho
hasta ahora desde hace décadas y eso no les va a resultar fácil. No tienen
soluciones porque ni siquiera se pueden imaginar cuál es la naturaleza del
problema que tienen por delante. De ahí que estén desorientados y sin saber
bien qué hacer.
El virus es la
pequeña mariposa de la teoría del caos: el suave movimiento que producen sus
alas en una esquina del planeta se está empezando a traducir en una tempestad a
miles de kilómetros. La gente lo intuye con más sabiduría que los políticos y
economistas que siguen creyendo que sólo se trata de tomar medidas sanitarias
acompañadas de otras cuantas económicas convencionales, cuando el peligro
verdadero está en otro lado, en los fallos estructurales del sistema que el
virus puede haber reactivado ya.
Hablaré de
alternativas en el siguiente artículo pero anticipo la principal: es obligado
que vivamos de otro modo.
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