En un mundo que se precipita
hacia lo virtual, el virus parece ser un poderoso acelerador de tendencias ya
existentes
Julia Pomares. Directora Ejecutiva de CIPPEC. 16 de mayo de
2020
Una noche de insomnio de esta
cuarentena me desperté soñando que en el balcón de mi casa aparecía una máquina
para viajar en el tiempo. No recordé a dónde iba ni si me transportaba hacia el
futuro o al pasado. Pero me desvelé imaginando a dónde me gustaría haber
viajado. Por ejemplo, imaginé ir al futuro, no muy lejano: a ese año gastado ya
para la futurología que es 2030. Dos interrogantes me gustaría que la máquina
me ayudara a despejar, si pudiera llevarme una década hacia adelante: ¿fue la
del Covid-19 la primera de una serie de pandemias intermitentes con las que nos
acostumbramos a convivir? Y dos, ¿cuál de los muchos rasgos que parecen únicos
de esta pandemia va a sobrevivir?
Como politóloga, no puedo
ensayar ninguna respuesta al primer interrogante; solo preocuparme por las
consecuencias que tendría esa nueva normalidad. Pero hay un aspecto del
Covid-19 que aventuro vamos a recordar: el hecho de que esta pandemia
coincidiera con un momento histórico de transformación del capitalismo global :
del modelo Detroit al modelo Silicon Valley, como los llamó el politólogo
español Carles Boix. Imagino que 2020 quedará en los libros de historia como el
final de la transición hacia la economía intangible de los datos y la
inteligencia artificial.
Vivir en la nube, o más
precisamente, la digitalización de la economía y por ende de la sociedad, es un
proceso que lleva pocas décadas y se acentuará con la llegada del Covid-19 por
dos razones: porque fuerza el trabajo a distancia y porque aumenta los consumos
digitales en el hogar. Y con eso, continuará el tránsito hacia la
intangibilización de la producción en la economía mundial. En 2019 el capital
intangible ya había duplicado el generado por el tradicional capital físico.
Sabemos que esto para la Argentina es un enorme desafío: la participación
argentina en las exportaciones de servicios en el mundo es de solo 0,25% del
total.
Si bien muchas consecuencias
del capitalismo Silicon Valley para el mundo laboral ya eran evidentes antes de
la pandemia -especialmente las que derivan de la automatización-, este virus
nos sorprendió a tientas sobre cuáles son las mejores respuestas de la política
ante esos cambios y a oscuras sobre cómo se transformarán las instituciones,
tanto a nivel doméstico como en la gobernanza global. La exponencialidad de la
transformación digital nos lleva a imaginar cambios también exponenciales en
las instituciones post Covid-19, pero aún es muy temprano para conjeturar si
prevalecerá el mantra de "crisis como oportunidad" o el más modesto
de "no toda crisis es un punto de inflexión".
Mientras no tengamos una
máquina del tiempo, una forma de conjeturar sobre el impacto de esta pandemia
en el futuro de la política es preguntarnos si el Covid-19 significará un
acelerador, un freno o un cambio de rumbo en las tendencias en la gobernanza
global que ya observábamos antes de que apareciera el primer infectado. Me voy
a referir a cuatro tendencias.
La primera tendencia es sobre
quién gobierna el mundo: si Occidente u Oriente. Si en los años 80 Tears for
Fears cantaba que "Todos quieren gobernar el mundo", en los 2020
deberían decir "Ey, China, ahora te toca a vos". El coronavirus
parece ser un acelerador del deterioro en el liderazgo de Estados Unidos. Si
bien su poder blando sigue siendo fuerte, es la primera crisis en décadas en
que Estados Unidos deja su rol de líder global y no utiliza la crisis para
proyectar prestigio y legitimidad. China busca ocupar ese lugar con la pandemia
pero aún no es claro cómo eso impactará en la gobernanza multilateral . Esta
pandemia mostró algo que parecía impensado hace meses: que casi todos los
gobiernos, sean democráticos o autoritarios, comparten un valor en común: poner
la vida humana por encima del efecto económico inmediato. Pero eso no redundó
en mayor coordinación entre gobiernos nacionales (sí a nivel subnacional), sino
en una coordinación a niveles nunca antes visto entre la comunidad científica y
entre entes no estatales.
Sobresale como rasgo
distintivo de esta pandemia el alto nivel de cooperación entre corporaciones
privadas; por ejemplo, la acción conjunta entre Google y Apple para facilitar
el funcionamiento de las apps de trazabilidad.
La concentración del poder
económico en grandes empresas tecnológicas y la pérdida del peso relativo de las
pequeñas y medianas empresas es la segunda tendencia. Así como el Covid-19
acelera la digitalización, también hay signos de que acelera esta
concentración. No sabemos cuánto cambiará la gobernanza multilateral
pospandemia (¿habrá una reforma a la OMS?), pero sí sabemos que los gobiernos
convivirán con poderosos jugadores globales en el mercado. Esto es un llamado
de atención para los gobiernos con baja capacidad de negociar reglas de juego
con los grandes jugadores.
Crecientes desigualdades
sociales con un fuerte impacto territorial cada vez más al interior de los
países -y no solo entre países- es la tercera tendencia. El coronavirus parece
ser también acelerador de la desigualdad, sobre todo si no se logra revertir
rápido la depresión económica que se avecina. La aceleración de la desigualdad
también se verá en los mapas post Covid-19. Pensemos, por ejemplo, en las
desigualdades para acceder a la educación digital o al teletrabajo. Según un
estudio reciente de Ramiro Albrieu, en la ciudad de Buenos Aires casi un 50% de
los trabajos son potencialmente teletrabajables, mientras que en Tafí Viejo o
La Banda lo son la mitad. Una buena noticia: los gobiernos nacionales y locales
tienen gran capacidad de incidir en esta tendencia a través de políticas de formación
de habilidades y de inversión en infraestructura tecnológica. Pero los
intendentes estarán en una encrucijada: deberán asumir mayores
responsabilidades durante la pandemia, en un contexto de mayores desigualdades
entre municipios y regiones.
La cuarta tendencia es un
corolario natural de las anteriores: hubo en los últimos años a nivel global un
deterioro del componente liberal de las democracias y un resurgimiento de los
nacionalismos. El combo de desconfianza en la política, baja participación electoral
y polarización venía siendo una bomba de tiempo no atendida. ¿Qué ocurrirá tras
el Covid-19? Todavía es temprano para saber. En el cortísimo plazo, pareciera
que el club del avestruz (así llamó alguien a los populistas, por su actitud de
esconder el problema) perderá terreno por mala performance y las instituciones
democráticas saldrán fortalecidas. En el mediano, hay señales para imaginar que
el efecto será al revés; la pandemia reforzará aquello que provocó el
surgimiento de líderes populistas y nacionalistas: desigualdad y bajos niveles
de cohesión social. El Covid-19 podría acentuar la tendencia a la polarización
y al mayor decisionismo en los liderazgos. También, una nueva ola de
judicialización: no sabemos si las chances de reelección de Donald Trump
aumentarán por el virus pero sí que la probabilidad de que se judicialice la
elección es muy alta.
En este contexto, la potencial
aplicación de Inteligencia Artificial para mejorar la provisión de servicios es
menos importante que su uso para fomentar la rendición de cuentas y la
transparencia en la gestión. Así como en el ajedrez, tras lamentarnos porque la
máquina Deep Blue le ganó a Kasparov, logramos construir el ajedrez centauro
(mitad humano, mitad artificial), el gran desafío aquí será construir una
democracia híbrida que signifique una democracia aumentada y no menos
democracia.
El Covid-19 parece ser un
poderoso acelerador de tendencias ya existentes. En mi próximo viaje en el
DeLorean espero verificar algunas de estas conjeturas. Pero me tienen que
esperar a 2021, cuando, según anunciaron, se vuelva a fabricar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario