domingo, 5 de octubre de 2008

NATALIO BOTANA: ARGENTINA Y LA CRISIS MUNDIAL


2008. La actual encrucijada de la economía mundial exigirá renovar el arte del compromiso entre fuerzas opuestas. Por: Natalio Botana

En menos de una década el siglo XXI produjo dos grandes crisis. La primera fue política luego del ataque a las Torres Gemelas; la segunda, que hoy nos inunda con un torrente de incertidumbre, es económica. Si la crisis provocada por Al Qaeda disparó la guerra preventiva y, como resultado de ella, una declinación pronunciada del liderazgo de los Estados Unidos, los efectos económicos, con raíces previas en el fenómeno de la globalización, tuvieron el paradójico carácter de envolver al mundo en un círculo de altas tasas de crecimiento. 

Merced al fulminante incremento en los precios de sus productos de exportación, los países emergentes disfrutaron con creces esta prosperidad.Crisis política más crecimiento económico: a este contrapunto lo ha barrido el disloque financiero de las últimas semanas. Mientras la guerra de Irak no está para nada resuelta, el estallido de la burbuja crediticia añade a este contexto un espeso condimento.

La crisis ha dejado por ahora de ser parcial para transformarse en global. Nadie, en rigor, está del todo al abrigo de la tormenta. En este sentido, las enseñanzas que depara el pasado no deberían caer en saco roto. Si volvemos la mirada a los tiempos del Centenario (1910-1916), las comparaciones históricas marcan ritmos diferentes. La gran crisis política del siglo XX, producto del multilateralismo sin reglas y del equilibrio de poder entre Estados dotados de soberanía absoluta, se inició en 1914 con la Primera Guerra Mundial.


Entre los devastadores efectos de aquella tragedia de la muerte en masa, sobresalieron los regímenes de control totalitario que se levantaron en Rusia y en Italia.En la Argentina el impacto fue muchísimo menor. Recordemos que, a partir de 1916, culminado la reforma política de 1912, gobernaba Hipólito Yrigoyen. Aunque hubo una brusca caída del PBI con secuelas en el empleo y aumento de los conflictos sociales, el régimen democrático recientemente inaugurado resistió y, luego de concluida la guerra en 1918, encuadró otro período de progreso económico y estabilidad política. 

Todo esto se clausuró en 1930 cuando, un año después del estallido de la crisis económica en Wall Street, un golpe de estado derrocaba a Yrigoyen por la violencia de las armas.La conjunción de las causas internas (indecisión del Gobierno mientras se derrumbaba el patrón oro, oposiciones conspirativas, irresponsable papel de los medios) con las causas externas del golpe debe también subrayarse.

La Argentina, como Alemania en el cuadrante extremo del nacional-socialismo, no pudo contender con la legitimidad de sus instituciones el impacto político de aquella conmoción económica.Durante el primer tercio del siglo XX, respondimos con la inteligencia de una transición democrática a la crisis política internacional de 1914-1918, y sucumbimos frente a la crisis económica de 1930. En aquella encrucijada, que fue el punto de partida en la Argentina de un largo medio siglo de dominación militar con intermitencias, la crisis económica se desdobló más tarde en una prolongada crisis de legitimidad política. 

A primera vista, estas consideraciones suenan a historia antigua. Ante la probable expansión recesiva que, habiendo arrancado en el norte, parece avanzar hacia el sur del planeta, nuestras instituciones son más firmes, por lo menos en lo que se refiere al expediente golpista de 1930.

Como dijo el miércoles de esta semana Raúl Alfonsín, en la galería de bustos de la Casa Rosada, desde 1983 "no hubo ni habrá aquí más presidentes de facto". Para bien de los valores cívicos, estamos doblando el codo de la trayectoria de un cuarto de siglo de vida democrática. No obstante, las enseñanzas acerca de la capacidad corrosiva de las crisis económicas -políticas, humanas e ideológicas- encierran mucho más que un mero valor heurístico: son, ante todo, un llamado de atención con plena vigencia en el presente.

Estos signos de advertencia se están prendiendo por doquier en el mundo. Señalan, por un lado, el colapso de un modelo mundial en la economía que reinó después de la caída del Muro de Berlín y despliegan, por otro, la posibilidad del desarrollo de una economía mixta mucho más atenta al principio de coordinación entre entes reguladores de los flujos financieros. Que este ordenamiento aparezca hoy en el repertorio de lo posible no significa que el mismo pueda concretarse de un día para otro. 

Es una operación que descansa en el difícil arte del compromiso cuando la confrontación en el plano político, o la abstención de los gobiernos en el plano del mercado, fue moneda corriente en lo que bien podría denominarse -parafraseando a Stefan Zweig- el cercano "mundo de ayer".Para nosotros, estas señales son aún más fuertes, porque la crisis nos exigirá renovar el arte del compromiso entre fuerzas opuestas. 

Tendría que ser una innovación de fuste frente a un estilo predominante en el juego político que, hasta las circunstancias actuales, giró en torno al enfrentamiento con los contrarios unido al concomitante desarrollo de los poderes de obstrucción y de veto. Esta militante disposición de las cosas no afectó la hegemonía del Poder Ejecutivo gracias al excelente rendimiento fiscal del último quinquenio. ¿Qué efectos podría tener este cuadro en medio de la escasez fiscal derivada de la caída pronunciada en el precio de nuestras commodities?

En esta respuesta se cifra una porción de nuestro porvenir inmediato. El oficialismo debería aplacar el ánimo de confrontación y las oposiciones sociales y políticas la tentación de producir cambios de gobierno mediante la incentivación de la crisis. Si el primero de estos comportamientos evoca la pasión de gobernar con exclusiones, el segundo reproduce con ropaje civil el ánimo golpista de los años treinta. Para avizorar el rumbo en la tormenta, sería conveniente que no prevalecieran estas inclinaciones.

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