A seis meses de la irrupción
del Covid-19, el doctor radicado en Francia, que causó polémica al ecir que “el
coronavirus no merece que el planeta esté en un estado de parate total” , le
envió a Infobae una serie de reflexiones acerca de la pandemia, la forma de
terminar con el confinamiento, el impacto oculto del aislamiento, la aparición
de “profetas” ante el temor a la enfermedad y la muerte, su visión sobre el
número de fallecidos y el potencial riesgo de los testeos inmunológicos masivos.
11 de mayo de 2020
“Al día de la fecha, no se
pudo confirmar con certeza ni cómo ni cuándo el Covid 19 entró por primera vez
en el cuerpo humano -comienza el escrito que el doctor Pablo Goldschmidt envió
a Infobae-. Las hipótesis que fecharon la difusión viral a fines de enero del
2020 quedaron caducas cuando se determinó que este virus respiratorio ya había
afectado a los humanos antes del mes de diciembre de 2019, fecha en que los
médicos chinos habrían registrado en la provincia central de Hubei el primer
caso (China reconoció el 15 de enero el riesgo de transmisión humana)”.
La gravedad de los cuadros que
pueden provocar los virus respiratorios no es un descubrimiento del año 2020, y
a título de ejemplo, puede leerse en los documentos del Instituto Pasteur de
Paris y en numerosos sitios web (2018, 2019, etc) que los virus respiratorios
pueden ser letales. Desde años ya se había claramente comunicado que la
neumonía disparada por los virus respiratorios afectaba de forma severa a
personas con enfermedades cardíacas o pulmonares. Además, los documentos
anteriores al 2020 ya indicaban que las neumonías estaban relacionadas con
respuestas inflamatorias a veces excesivas, y que esas reacciones podían
conducir a síndromes de dificultad respiratoria aguda, patología grave que pone
en peligro el pronóstico vital. Indicaban también, que en dos grandes epidemias
(1972-1973 y 1994-1995), más del 90% de las muertes atribuidas a las neumonías
inducidas por infecciones virales, se habían observado en personas mayores de
65 años.
La información que se difundió
sobre el nuevo coronavirus
Desde enero del 2020, entre
terror y cifras de tasas de mortalidad sin referencias correctas, los estudios
de televisión y de radio recibieron expertos sanitarios que improvisando
pronósticos poco precisos avalaban el fondo de lo que iban a explicar, mientras
hora tras hora los noticieros y los websites sumaban cifras deshumanizadas.
Por otra parte, la práctica
médica fue integrando conceptos que hasta ese momento eran parte del saber
biológico. Por ejemplo, la idea que las citocinas estaban implicadas en las
complicaciones pulmonares de las infecciones por virus respiratorios, o que el
sistema de proteínas del Complemento fabricadas en el hígado intervenían en la
agravación de ciertas personas gravemente afectadas, fue emergiendo. De este
modo, el saber biológico, que había sido dejado de lado durante años,
maravillaba a los colegas entrenados para repetir que la clínica era soberana.
Así, la implicación de los fenómenos de microcoagulacion por factores
intrínsecos y el uso de antimediadores biológicos de la inflamación llegó a ser
una temática aceptada y practicada en los contextos extra-mesada de los
laboratorios.
La transmisibilidad del
Covid-19
La infección por el Covid 19
puso de manifiesto la dinámica sorprendente del rol que jugaron los eventos de
superdifusión, o sea la supercontaminación de la población y la transmisión
nosocomial a los trabajadores de la salud que no disponían de barreras de protección
contra los virus respiratorios. En ese orden de cosas, al analizar unos 7,324
casos fuera del foco inicial de la provincia de Hubei, se pudo determinar que
la contaminación se produjo en interiores, principalmente en apartamentos, con
lo que el confinamiento de personas hacinadas en espacios reducidos generaría
un efecto perverso.
Cabe además señalar que los
hospitales y hogares geriátricos fueron desde siempre el segundo espacio
transmisor de virus respiratorios, y el Covid-19 no es excepción. En Nueva York
se señaló que el espacio confinado del subterráneo fue probablemente uno de los
mayores elementos que participaron en la difusión del virus respiratorio Covid
19. Sin embargo, siguiendo recomendaciones de expertos en cálculos y
previsiones epidemiológicas, más de 3.000 millones de seres humanos fueron
obligados a quedar encerrados en lo que se denominó confinamiento, y por
razones que iban más allá de la virulencia propia del agente infeccioso. El
confinamiento no fue decidido por las características propias al agente
patógeno aislado en China, sino que se impuso por los riesgos de saturación de
los servicios hospitalarios y por la falta de máscaras de protección del
personal y de la población expuesta a virus respiratorios. Así, de un día para
el otro, salir del domicilio se transformó en un delito, que en algunos países
se sancionó con multas y en otros hasta con la prisión.
Cómo España alertó sobre la
situación en los geriátricos
Pocos días después de que
comenzara el encierro impuesto a toda la población, los miembros de las fuerzas
armadas de España fueron llamados como refuerzo para desinfectar varios centros
geriátricos. Los soldados hicieron descubrimientos macabros, sobre todo
hallando personas de edad avanzada prácticamente abandonadas, si no muertas, en
sus camas. De las cifras de personas fallecidas en España, pudo determinarse
que el ¾ de los fallecidos vivían en geriátricos (residencias de ancianos), y a
la fecha se han abierto no menos de 86 investigaciones judiciales por irregularidades.
Según las estadísticas, más
del 70% de los aproximadamente 373,000 lugares disponibles en los hogares para
personas mayores pertenecen a grupos privados de inversores europeos, y frente
a esta situación inaceptable, la región de Madrid tuvo que tomar el control de
13 de estas empresas en situación crítica. Considerando lo antedicho, el rol
directo de la infección por Covid-19 en los índices de mortalidad (aumento del
40% comparando periodos de años anteriores) requiere ser aclarado, sabiendo que
un número importante de residentes de esas instituciones no estaban medicados
de forma apropiada, y/o faltaba personal y equipos de protección. Por otra
parte, persiste la duda sobre la exactitud de las causas de deceso en las
personas en las que no ha habido pruebas biológicas o radiológicas que
confirmen la presencia del Covid-19.
La situación de pánico global
que se vivió durante los primeros meses del brote del Covid 19 hizo que los
resultados de trabajos fundamentales y aplicados de numerosos laboratorios,
fueran objeto de conferencias de prensa sin que hayan sido sometidos a las
verificaciones necesarias. Fuimos testigos, que desde la secuenciación de la
cepa hasta la puesta a punto de los útiles más banales para el diagnóstico,
pasando por los tests inmunoenzimaticos, etc., todo fue objeto de promoción
mediática, incluso antes de cumplir con los requisitos mínimos referidos a las
buenas prácticas de ejecución. En ese torbellino mediático, el uso de
biomoléculas para frenar el efecto de ciertos mediadores de la inflamación se
difundía como un descubrimiento original, incluso con resultados preliminares
que crearon altas expectativas para terminar con las llamadas tormentas
destructoras de citoquinas (conocidas por ser inducidas por los virus
respiratorios).
De modo continuo, la opinión
pública se vio bombardeada strictu senso con descubrimientos considerados como
la clave y con promesas de tratamientos, presentadas por mandarines del arte de
curar. Creyendo en el poder de persuasión y sin haber realizado los ensayos
clínicos como lo exigen los textos, algunos indujeron a muchos colegas a
aceptar que los efectos antivirales en humanos eran fáciles de obtener con
moléculas utilizadas para tratar enfermedades parasitarias. Desgraciadamente,
fuera de resultados anecdóticos y no extrapolables a la salud pública, y sobre
todo sin validación por sus pares, la credulidad del público y de los colegas
fue abusada.
La verdadera utilidad de los
test inmunológicos
Los comunicadores de la prensa
no han cesado de difundir mensajes subrayando la necesidad absoluta para que la
población o adquiera naturalmente los anticuerpos por exposición al agente
infeccioso o acceda a una vacuna contra el Covid 19. Ambos serían los hitos
indiscutibles y necesarios para calmar la ansiedad de un planeta una vez que el
nivel de inmunización general supere cierto valor (por el momento desconocido).
A la fecha, los tests que se
utilizan detectan en un número importante de personas la presencia de
inmunoglobulinas circulantes anti Covid 19. Sin embargo, debe señalarse que
existen limitaciones de estos dispositivos y persiste la duda si este tipo de
útil será la piedra angular en la que se apoyaran las futuras decisiones
políticas.
Entre los puntos críticos de
los tests inmunológicos disponibles al dia de la fecha, las performances no se
han evaluado masivamente en la población general versus la población con
infección documentada. Ahora, suponiendo que la sensibilidad de los tests
disponibles supere el 98% y que se conozca el límite de detección de
anticuerpos, deben conocerse los riesgos de reacciones cruzadas con otros
coronavirus. Además, como para cualquier otro marcador inmunológico, es
necesaria la validación de los tests con muestras de personas con enfermedades
autoinmunes, con muestras en las que se detecten factores reumatoides
circulantes, así también como en las personas que produzcan crioglobulinas,
infectadas o no con el virus de la Hepatitis C. En muchos casos, estas muestras
alteran la interpretación de todos los tests serológicos, por lo que requieren
pre tratamientos específicos por parte de profesionales entrenados. Además, no
habiéndose establecido claramente el periodo ventana entre la infección y la
síntesis de anticuerpos detectables, en el estado actual de los conocimientos,
la toma de decisiones con estos tests podrá requerir determinaciones repetidas
hasta que se conozca la cinética de producción de anticuerpos.
En Francia, hubo propuestas de
expertos al servicio de instituciones políticas, que recomendaron la confección
de un pasaporte de inmunidad. El soporte científico de ese pasaporte llevaba
implícita la idea que una persona con un test que demuestre la presencia de
anticuerpos había superado el proceso infeccioso, con lo cual ese resultado era
sinónimo de protección contra la infección y de ausencia de riesgo de ser
vector de la enfermedad. Estas propuestas volvieron a confundir al poder
político, ya que la detección de anticuerpos por un test rápido no siempre es
sinónimo de protección. En efecto, los anticuerpos producidos por un sujeto
infectado, pueden o no inhibir la replicación de los virus que los generaron y/
o reducir la capacidad de ser portador del mismo. Dado estas circunstancias,
-sin una prueba experimental que determine si los anticuerpos circulantes
neutralizan la infectividad-, detectarlos no es per se garantía absoluta ni de
protección del que fue estudiado ni de su entorno.
Ahora, los únicos modelos
experimentales que podrían ayudar a establecer una aproximación predictiva
entre los tests serológicos positivos y la protección antiviral son los
estudios de inhibición del crecimiento viral por cultivo viral en presencia de
sueros. Sin embargo, al día de la fecha no se han publicado estudios que hayan
determinado si existen correlaciones entre los resultados de los tests
inmunológicos y la inhibición de la replicación viral.
Por último, de la experiencia
en virología, no debe obviarse que la presencia de anticuerpos contra ciertos
virus respiratorios (por ejemplo SARS 2003) no siempre y no en todos los casos
es sinónimo de protección contra la infección. En estudios llevados a cabo con
sueros de individuos expuestos repetidamente a estos virus, se observaron
fenómenos inmunitarios perniciosos conocidos como facilitadores de la infección
por anticuerpos. En esos casos, los anticuerpos no serían marcadores predictivos
de protección contra la infección, sino, por el contrario, facilitarían la
entrada del virus en las células.
En conclusión, la idea de un
pasaporte inmunológico para separar a la población entre los que lo obtuvieron
y no, es por el momento reveladora de los límites conceptuales de ciertas
propuestas simplificadoras.
La verdad sobre las máscaras y
otros elementos de protección
Frente a cualquier virus o
bacteria patógena a tropismo respiratorio, proporcionar máscaras a la población
sana al comienzo de un brote (con prioridad indiscutible para los ancianos y
para el personal en contacto con personas a riesgo de complicaciones) es la
mejor recomendación para reducir el número de casos severos y de muertes.
Específicamente para el Covid
19, la mortalidad fue estadísticamente significativa menor en los estados en
los que las máscaras fueron utilizadas por toda la población desde el inicio
del brote, y el análisis del total de infecciones para el virus respiratorio
Covid 19 mostró que las cifras por millón de habitantes, fueron por ejemplo
para Hong Kong de 129.0 / millón, para Corea del Sur de 200.5 y para Singapur
de 259.8. Los países que no pusieron mascaras a disposición de la población ni
del personal expuesto, el numero fue superior (Francia: 1152; España 2983 e
Italia: 2251). Aunque este análisis haya sido retrospectivo, es decir con un
nivel de evidencia bajo, el interés de oponer barreras mecánicas de calidad
certificada a la entrada de agentes infecciosos al árbol respiratorio queda
puesto de manifiesto).
Protocolos y desconfinamiento
Para el desconfinamiento, el
estado francés ha distribuido guías con procedimientos detallados, que según
los agentes sanitarios que trabajan en el terreno, son tan completas como
inaplicables. Conceptualmente, la filosofía del desconfinamiento se basó en
torno a los gobernadores y los intendentes, como entes que decidirán si
desconfinan o no y cuando. Ahora, el trasfondo de este proceso inquietó en
sobremanera a las autoridades locales y regionales, ya que frente a los
ciudadanos, y frente a cualquier juez, la responsabilidad civil y penal de los
representantes locales estaría comprometida por poner en peligro la vida de
otros. De ahí que la difusión de los procedimientos de desconfinamiento haya
sido sujeta a innombrables críticas, y se espera que quede claro que el estado
es soberano y que no dejará en manos de los representantes locales las
consecuencias que se presentaren frente a los tribunales en caso que sean juzgados
a posteriori, juzgados no por lo que hicieron sino por lo que deberían o no
deberían haber hecho. Frente a esta situación, pareciera que decidir
desconfinar o decidir mantener el confinamiento sean las dos decisiones
incorrectas, y muchos pensadores han considerado que el enfoque del
desconfinamiento puede llevar a transformar al estado de derecho en una
dictadura judicial, donde se acuse, se juzgue y se condene por un saber
incompleto que en el momento de la toma de decisiones estaba en gestación. Aquí,
parece retomar vigor el discurso en Harvard de 1978, en el que Solzhenitsin
expresó que “la vida imbuida de relaciones legales creará una atmósfera de
mediocridad moral que sofocara lo mejor de la humanidad”.
Ejemplos: La primera fase del
plan francés va del lunes 11 de mayo al lunes 1 de junio. El poder ejecutivo
presentó un mapa provisional clasificando regiones en rojo o verde. En verde
son las regiones en las que sean notorios 3 puntos:
a) la tasa de nuevos casos
semanales de Covid-19 es baja (en rojo las regiones en las que se detecte o
sospeche en las personas que acudan a las urgencias de los hospitales, niveles
de infección por Covid 19 superiores al 10%), b) los servicios de terapia
intensiva presentan bajas tasas de ocupación de camas, y c) se dispone
regionalmente de laboratorios que puedan identificar las nuevas contaminaciones
rápidamente y proceder a aislar los casos confirmados o sospechosos.
Este es uno de los cuellos de
botella, ya que según esta exigencia, se requiere realizar como mínimo 1 prueba
de laboratorio cada 100 habitantes por semana, lo que para un país como Francia
exigiría 700,000 pruebas de biología molecular por semana (siguiendo este
razonamiento serían necesarias alrededor de 460,000 por semana para la
Argentina).
Por otra parte, a partir del
11 de mayo, la mayoría de las guarderías y escuelas primarias estarán abiertas,
autorizándose por circular ministerial un máximo de 15 niños por clase. Para
acomodar a los niños, las escuelas deberán respetar un protocolo muy estricto
de lavado de manos repetido, la prohibición de juegos en las áreas de
recreación y la desinfección permanente del material didáctico.
Sorprendentemente, muchos intendentes se negaron a abrir las escuelas, y más de
300, incluida la intendente de Paris, pidieron formalmente al Presidente que
pospusiera el regreso a clases. Por otra parte, varios sindicatos han
manifestado su descontento frente al proyecto de desconfinamiento, denunciando
que para que los trabajadores regresen a las actividades productivas, el
cuidado y la seguridad sanitaria de los hijos se dejarán en manos de las
escuelas.
Los mensajes son confusos, ya
que por una parte los sindicatos no aceptaron que los maestros sean carne de
cañón de una virtual futura contaminación viral para volver a encauzar la
economía de un país, y por otro anunciaron que las muertes como consecuencia de
la desocupación y empobrecimiento sumaron en el pasado 50,000/año. Además el
nivel de confusión entre los representantes de los trabajadores fue tal, que
hasta hubo delegados que acusaron a los trabajadores con guardapolvo blanco de
arruinar el tejido económico, la sociabilidad y las libertades individuales, y
reivindicaron que la promesa de una vida desprovista de riesgos no se puede
asegurar a ningún ciudadano.
Las propuestas sanitarias de
Francia a las empresas
En lo que se refiere a las
empresas que decidan reanudar sus actividades, se les exige respetar
estrictamente las reglas que van del distanciamiento del personal hasta la
desinfección de todos los espacios de trabajo y en algunos casos la obligación
del suministro de máscaras para todos los empleados.
Se impuso al establecimiento
con empleados un espacio mínimo de 4 m2 por cada uno de ellos, ya sea en
tiendas u oficinas, incluidos los ascensores, y en caso que no se pueda
implementar esta regla, las empresas se verán obligadas a proporcionar máscaras
a todos sus empleados, las que deberán ser utilizadas durante los periodos
establecidos por el fabricante y según las calidades de cada producto.
Independientemente del tamaño y la ubicación del negocio, en caso de
incumplimiento, los empleadores comprometerán su responsabilidad civil y penal.
Sin embargo, tanto en las regiones calificadas en rojo o en verde, seguirán prohibidas
numerosas actividades (visitar grandes museos, acceder a lugares de culto o
celebrar matrimonios con fiestas) pero en las de los dos colores será
autorizado el acceso a bosques, cementerios o bibliotecas, siempre usando
mascaras de protección.
El verdadero impacto del
aislamiento
Tanto en los países confinados
como en los no confinados, numerosas discusiones siguen abiertas para conocer
el real impacto del encierro obligatorio o cuarentena, como única respuesta a
la improvisación de las administraciones sanitarias (falta de máscaras y camas
en los servicios de terapia intensiva), sobre todo por las consecuencias en la
clase trabajadora. De ahí que el interés del confinamiento como defensa contra
la infección por un virus respiratorio fue contrastado con los riesgos de
desempleo masivo, el aumento de la violencia doméstica, el desencadenamiento o
la agravación de trastornos mentales, el abuso infantil, y el empeoramiento y
las muertes que puede haber provocado el retraso en el diagnóstico y el tratamiento
de numerosas patologías. Desde ya que nadie ha negado la necesidad de proteger
a la ciudadanía contra los riesgos de las infecciones respiratorias, sobre todo
con elementos de probada eficacia, pero en la vorágine del pánico, no hubo
espacio para delimitar el riesgo a la enfermedad, frente a la duda de cuántos
cánceres y cuantas patologías sensibles a tratamientos no pudieron ser
detectadas ni tratadas oportunamente durante el período en que todos los
recursos de salud se concentraron en esperar la llegada de personas infectadas
por el Covid 19. De todas maneras, la confrontación de datos entre territorios
confinados y no confinados no ha permitido a la fecha establecer claramente la
validez de una u otra actitud.
Según datos de algunos países
en los que el impacto de la infección por Covid ha sido muy estudiado (Corea
del Sur, Islandia, Alemania y Dinamarca), la mortalidad en la población general
provocada por el Covid 19 se sitúa en el rango inferior al 1 por mil, es decir
unas veinte veces menor que la letalidad supuesta al inicio por la OMS. Por
otra parte en 50 a 80% de las personas infectadas con tests positivos no se
observaron síntomas y en las personas de 70 a 79 años estudiadas,
aproximadamente el 60% no presentó síntomas, y muchas solo síntomas leves.
Además, del total de personas fallecidas, solamente el 1% no se habían visto
afectadas por enfermedades pre existentes, lo que demuestra que la edad y el
perfil de riesgo de fallecimiento para el Covid-19 corresponden a los perfiles
de mortalidad ya conocidos para las otras infecciones severas por virus
respiratorios. Ahora, más allá de la biología molecular y de la clínica médica,
hay fenómenos infecciosos que requieren una análisis sereno, sobre todo
eliminando la culpa a la persona y la represión ciudadana.
Los “profetas” del mañana
No puede dejarse de lado, que
en la historia de todos los brotes epidémicos se despertaron temores y se
buscaron culpables fáciles de señalar, y la infección por el virus respiratorio
Covid-19 no fue excepción.
En los primeros meses del
2020, un número importante de autoproclamados científicos y pensadores,
atribuyeron la enfermedad provocada por este virus respiratorio a un culpable
putativo fácilmente identificable: la globalización. Sin embargo, no hubo pruebas
de ningún orden que hayan determinado que el brote por Covid 19 fuera generado
en la globalización, sabiendo que hubo epidemias cientos de veces más
mortíferas en espacios en los que la libre circulación de personas estaba
restringida. Al contrario, se estima que la circulación de bienes, de ideas, de
descubrimientos y de personas pertenecientes a pueblos que eligen gobiernos
democráticos en los que hay cierta transparencia en la toma de decisiones,
hicieron posible los avances científicos, compartiendo información y soluciones
en apenas semanas o meses. En ciertos casos, la profesionalidad de muchos
científicos ayudó a comprender y hasta a solucionar situaciones que en nichos
intelectuales aislados habrían requerido decenas de años de trabajo.
Dejando de lado las teorías
simplificadoras, debe tenerse en cuenta por otra parte que el pánico a la
enfermedad y el miedo a la muerte favorecieron desde siempre la aparición de
los que se sienten profetas. En todas las épocas, aparecieron individuos que
sostuvieron que mañana ya nada será como antes, y en el 2020, repitieron para
el Covid 19 como lo hicieron en los 80 con el VIH, que de las crisis sanitarias
aparecerán revoluciones asociadas a la muerte del sistema de producción en el
que viven. Las teorías de complots secretos no nos ayudaron a tratar a las
personas con síndromes respiratorios severos, en general se limitaron a
difundir odio a la tecnología, poniendo la decadencia de la civilización como
estandarte, con elogios al populismo y al retorno a fronteras difíciles de
franquear. Frente a las dudas de los científicos, los visionarios del futuro se
conformaron con anunciar intereses ocultos y el advenimiento de un nuevo mundo.
Aunque muchos estén autoconvencidos de las calidades de un futuro promisorio, en
realidad ninguno ha visto el mañana.
¿El saber científico es
indiscutible?
El mundo contemporáneo ha sido
puesto en la órbita de un valor supremo: confiar en la ciencia médica, incluso
cuando no dispone de elementos de certeza ni de datos confiables. A la ciencia
se le atribuyeron las cualidades de los dogmas religiosos, incluyendo para
algunos, el evitamiento de la muerte.
Por otra parte, en el ámbito
ciudadano, aunque las ciencias médicas no sean idóneas para ocupar todo el
espacio de la política, ni de la ética ni de la espiritualidad, se les ha
delegado el manejo no solo de las enfermedades, -lo cual no es cuestionable-,
sino también de cómo enfrentar la vida y cómo organizar las sociedades.
La amalgama de un saber
parcial no cuestionado con decisiones políticas llevó a que miles de millones
de humanos fueran marcados a fuego para proteger la salud de los débiles, y
como entes peligrosos capaces de contaminar a sus semejantes. El temor de ser
contaminado, el peligro de contaminar, el miedo de enfermar, la angustia por
transmitir el virus y la falta de recursos para tratar a las víctimas de
infecciones virales severas, justificaron el confinamiento obligatorio. Este
brote de Covid-19 hizo que las sociedades avanzadas, estuvieran dispuestas a
sacrificar la libertad en el altar de la salud, invadidas por una corriente
sanitarista que ocupó todo el espacio del orden ético, con sumisión a peritos
epidemiólogos y siempre con un trasfondo moralizador y culpógeno, que de forma
involuntaria sugería el miedo permanente a la muerte, sin aceptar la
incertidumbre del real impacto de este virus respiratorio.
Numerosos estudios han
determinado que en los 4 primeros meses del 2020, el número total de fallecidos
fue superior al 2019, probablemente debido a complicaciones severas provocadas
por el Covid 19, sobre todo en hogares de ancianos. Sin embargo, el número de
personas fallecidas es significativamente inferior al de brotes anteriores de
enfermedades virales a tropismo respiratorio y no difiere de sobremanera de las
del 2018.
En otro ámbito de cosas, el
tratamiento científico y mediático de la infección por Covid 19 provocó una
neta contracción de la democracia y un aumento cualitativo del autoritarismo,
sobre todo en los estados que aprovecharon para poner en práctica leyes
liberticidas. Son varios los ejemplos de gobiernos que aprovechando del miedo a
morir, atacaron a los defensores de derechos humanos en nombre de la seguridad
sanitaria. Este y otro sinnúmero de insultos a la libertad, hicieron que muchos
pensadores hayan manifestado que el planeta entró en un estado de sopor y
emergencia con el consentimiento de una gran parte de la población,
probablemente por un contrato imaginario, en el que el estado los protegerá al
que no tenga en cuenta la pérdida de las libertades públicas. Por la ilusión de
ser curados por un estado que reprime, no fueron raros los casos de aceptación
social de actos de violencia institucional poco cuestionados.
El pánico a la enfermedad
En los últimos 3 meses, los
televisores y las radios do inundaron día y noche las almas de la población
mundial, anunciando recuentos de muertes provocadas o imputadas a veces sin
pruebas de la implicación directa del Covid-19. Todo sucedió como si los medios
descubrieran y recordaran durante las 24 horas del día, que los seres humanos
somos mortales. Poco a poco, el monopolio sanitarista llegó al clímax de la
información en continuo durante varias semanas, haciéndonos entrar en una era
de salud responsable, era geológica en la que el supremo y único valor es la
fantasía de la eternidad vital.
En el planeta sumido en la
obediencia absoluta a predicciones de epidemiólogos, se anestesiaron las
ideologías, desaparecieron las injusticias, se esfumaron los sueños de un
futuro mejor y hasta callaron los defensores de la presencia de un Creador del
Universo. En este 2020, la humanidad fue llevada a aceptar que lo único
necesario, vital e importante es asegurarse del acceso a buenos centros de
salud con buenos profesionales y bien equipados, con buenos sistemas de
protección social, pero con la ilusión oculta que sin un pensamiento crítico se
puede hasta esconder el miedo a la muerte.
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