La sociedad argentina había
dejado de pensar en el futuro; ahora, el teletrabajo le impone el reto de
discutir y actualizar tecnologías, procesos y protocolos
Ramiro Albrieu. 23 de mayo de
2020
En tiempos que hoy parecen remotos
-diciembre de 2019- el tema del futuro del trabajo estaba bastante instalado en
la agenda pública. La aceleración del cambio tecnológico, el envejecimiento
poblacional y el resquebrajamiento de las instituciones laborales tradicionales
dominaban la agenda en el norte; en el sur, en tanto insistíamos en que el
contexto importa: aquí la informalidad es alta, los países son relativamente
jóvenes y el cambio tecnológico es más bien lento. La irrupción del Covid-19
sacudió la agenda, y vale la pena parar un segundo y preguntarse qué queda y
qué sigue de aquellos debates.
La hipótesis que aquí se
plantea, necesariamente preliminar, es que el futuro del trabajo ya no es lo
que era. Mejor dicho, el futuro del trabajo ya no es cuando era: de referirnos
a la productividad de largo plazo con un horizonte de 5 a 10 años, pasamos en
tiempos de pandemia a hablar del ingreso laboral de los próximos meses. No creo
estar exagerando: el sistema económico a nivel global se encuentra frente a la
mayor reingeniería laboral de la historia.
Vista desde la Argentina, la
cuestión se plantea desafiante por varios motivos. Hay uno básico: la sociedad
había dejado de pensar en el futuro. Hace algo más de una década, el curador
Rodrigo Alonso presentaba una muestra en la Fundación OSDE donde repasaba
visiones de futuro a lo largo de la historia argentina y se preguntaba por qué
el futuro dejó de ser parte de nuestra agenda. No solo ya no hablamos de
utopías o de revolución; tampoco hablamos de progreso. Y con el futuro del
trabajo no hubo una excepción: parecía que discutíamos el sexo de los ángeles.
Pero ahora el Covid-19 nos colocó en un punto de inflexión, porque lo que
hagamos en estos meses no solo impactará en el corto plazo; también dejará su
huella abriendo (o cerrando) oportunidades laborales para los próximos meses o
incluso años. El Covid-19 nos obliga entonces a volver a pensar en términos de
futuro.
La tensión que la pandemia
genera entre la salud y la economía es evidente si hacemos foco en una
variable: la proximidad entre las personas. Esta proximidad es la que alimenta
la reproducción del virus y, al mismo tiempo, está en la base de casi toda
actividad económica; por eso construimos ciudades, medios de transporte
público, grandes fábricas. ¿Es posible mantener las relaciones laborales en un
contexto de reducción forzosa y acelerada de la proximidad debido a la urgencia
sanitaria? La respuesta es no. Al menos, no para la mayoría de los trabajadores
y trabajadoras.
Investigando sobre este tema,
con Megan Ballesty llegamos a la conclusión de que, de los aproximadamente once
millones y medio de trabajadores y trabajadores que habitan los grandes
aglomerados urbanos de Argentina, prácticamente la mitad trabajan a un brazo de
distancia de otros o más cerca que eso. Así, las condiciones laborales de
alrededor de 5,5 millones de trabajadores deberán cambiar. Pero ¿dónde, cómo y
cuándo? Todo eso tiene que ser distinto cuando se retomen las actividades. La
necesidad de encarar una reingeniería laboral profunda abarca a sectores tan
diversos como salud, servicios domésticos asociados al cuidado de personas y
una parte importante de comercios, hoteles y restaurantes.
La "otra mitad" del
mercado laboral tampoco la tiene fácil, y la adaptación a la nueva realidad
será costosa. De acuerdo a nuestras estimaciones, basadas en el tipo de tareas
que se realizan en cada ocupación, entre 2,5 y 3 millones de esos trabajadores
podría realizar sus tareas en forma remota, operando en el espacio digital. Sin
embargo, la evidencia disponible de 2019 apunta a que los que teletrabajan no
llegan al millón de personas.
Las razones de este rezago son
variadas, desde el desconocimiento de sus costos y beneficios en el mundo
empresarial hasta el hecho de que apenas un 61% de los hogares cuenta con una
computadora y un 83% tiene acceso a Internet (y apenas un 5% tiene un cuarto
disponible como oficina). Ese rezago, a la vez, no se distribuye aleatoriamente
en la población: en los primeros dos deciles de la distribución del ingreso
(los más bajos) aproximadamente 4 de cada 10 hogares tiene computadoras,
mientras que en los últimos dos (los más altos) es 9 de cada 10. Las
inequidades tienen su dimensión geográfica: en la ciudad de Buenos Aires, 8 de
cada 10 hogares tiene acceso a computadoras, mientras que en el Gran Tucumán,
apenas 5 de cada 10.
Las limitaciones al
teletrabajo van más allá y apuntan a una cuestión básica: una tecnología es
creada para resolver un problema puntual en un contexto específico, y no es
sencillo replicar su uso frente a problemas o usos distintos. Y la Argentina es
un país que replica o adapta tecnologías. Tomemos por caso la enseñanza. Allí
el potencial para el teletrabajo es alto: al menos 7 de cada 10 trabajadores
del sector podría teletrabajar. Sin embargo, para que eso suceda se necesita de
dispositivos digitales y una conexión a Internet en cada instancia de
comunicación entre docentes y estudiantes, lo cual -como mostramos antes- no
está para nada asegurado en nuestro país.
Pero además, se requiere
adaptar los contenidos y las formas de enseñanza a lo que la tecnología
efectivamente puede comunicar. ¿Cómo recrear, a través de clases en plataformas
como Zoom, las relaciones vinculares entre los alumnos y la idea de proyectos
bottom-up, tan en boga en la innovación educativa? Ese tipo de interrogantes no
se limitan a la educación; son propios de todos los sectores que tienen
potencial para el teletrabajo pero no han discutido debidamente tecnologías,
procesos y protocolos en el pasado.
Las ocupaciones que no pueden
teletrabajar pero se encuentran relativamente aislados en su puesto de trabajo
en principio podrían continuar desarrollándose como en el pasado. Uno podría
imaginar a personal de limpieza o a operarios de una fábrica u obra de
construcción: sus tareas requieren de poca interacción cercana con otras
personas en el espacio de trabajo. Sin embargo, allí también se requiere una
profunda reingeniería de procesos, esta vez relacionada con el transporte: en
muchos casos utilizan intensivamente el transporte público. En el caso de AMBA,
por ejemplo, 1 de cada 2 trabajadores utiliza transporte público (tren, subte
y/o colectivo); para los trabajadores de la administración pública, la relación
es de 6 cada 10, y para el de la construcción, casi de 8 de cada 10.
En la nueva normalidad que
viviremos hasta que aparezca la vacuna, las personas deberán interactuar en
forma más alejada entre sí. Como vimos con los números, la reingeniería laboral
requerida para lograrlo es profunda e involucra a millones de personas que
deberán adaptarse al nuevo contexto. Es ese el futuro del trabajo, y no se
refiere a 2025 o 2030, sino a los próximos trimestres.
Vuelvo al comienzo del texto.
¿Qué queda y qué cambia del debate sobre futuro del trabajo? El Covid-19 nos
obliga a acelerar el cambio tecnológico en empresas y hogares, a repensar los
esquemas de readaptación de habilidades de los trabajadores, y a discutir
marcos regulatorios y de protección social para entornos laborales más
flexibles que aquellos basados en contratos formales y de largo plazo (incluso
los digitales). En ese sentido, poco cambió: esa es la agenda de futuro del
trabajo. Lo que sí cambió es el horizonte. Como dijimos, la pandemia ha hecho
urgente al futuro.
Así, el Covid-19 nos fuerza a
mirar -y tratar de manufacturar- futuros posibles. Ello implica darles más
espacio a las políticas de largo plazo: tecnología, educación, regulaciones.
También implica buscar una mayor coordinación entre los distintos niveles de
gobierno y entre las diversas agencias del gobierno nacional. Finalmente, la
construcción de ese futuro debe involucrar al sector privado como socio -y
principal motor- del cambio.
Todo esto representa una
ruptura con el pasado, y eso es bueno. Como cantó Leonard Cohen: "Todo
tiene rupturas y es por allí que entra la luz". La ruptura está; que
aparezca la luz es tarea nuestra.
Fuente: encuesta del Grupo de
Estudio Futuro del Trabajo
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