domingo, 4 de octubre de 2009

EDUCACIÓN Y SUBDESARROLLO

Educación: un futuro hipotecado. La realidad del deterioro de la educación argentina exige prontas políticas de Estado para poder volver a los antiguos nivelesLa reciente difusión de los datos del último Operativo Nacional de Evaluación realizado por el Ministerio de Educación de la Nación confirma, penoso es comprobarlo, el marcado deterioro del aprendizaje que demuestran los jóvenes argentinos.

Se trata de datos del estudio de 2007, que el Gobierno ha demorado ostensiblemente en hacer públicos. Cuando se analizan estos resultados junto con la evaluación PISA, realizada en 2006 por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), no caben dudas acerca del preocupante estado de la salud de la educación argentina.

En primer lugar, la vieja escuela pública, orgullo de generaciones de argentinos desde Domingo Faustino Sarmiento, ha quedado seriamente dañada. Desprestigiada por la desidia y la irresponsabilidad populista, gradualmente ha sido abandonada por gran parte de los hijos de las familias que pueden afrontar el gasto que demanda la educación de gestión privada. Es más: muchas familias humildes realizan enormes sacrificios para poder sufragar ese gasto. De este modo, la tradicional alianza de clases sociales, que comenzaba en el pasado a trabarse entre los niños de los más diversos orígenes desde los primeros años de enseñanza, ha ido desapareciendo a medida que se derrumbó la escuela pública, que supo ser clave para esa integración social.

A la destrucción de la escuela pública ha contribuido en gran medida la disminución creciente de las horas de actividad en las aulas, no pocas veces debida a paros docentes dispuestos por los más variados reclamos, huelgas que ya constituyen el preludio clásico y siniestro del comienzo de cada período escolar.

Esta situación se evidencia en los resultados que obtienen los alumnos. Desde los registros previos del Ministerio de Educación de la Nación hasta los más recientes, conocidos a fines de la semana última, el nivel de conocimiento en matemática de los alumnos de tercer grado de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, ha retrocedido, desde la segunda posición, a la vigésima primera en relación con los 24 distritos del país.

Ninguno de los países relevados en el informe PISA cayó tanto entre 2000 y 2006 como la Argentina, en lo que se refiere a la calidad de la educación de sus jóvenes de 15 años. Ese informe demostró que, en lo que respecta a la comprensión lectora, esos jóvenes argentinos ocupaban en 2000 el puesto 35° entre 41 países, y en 2006 el 53° entre 57 países. Una situación similar se observó en lo referente al rendimiento en matemática. Sin embargo, a pesar de tratarse de una de las cuestiones que deberían ser prioritarias no sólo para los gobiernos sino también para toda la sociedad, la magnitud del retroceso sigue acentuándose sin que los padres parezcan haber advertido lo ocurrido.

Por el contrario, confirmando investigaciones anteriores, un reciente estudio del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la Universidad Católica Argentina, muestra que más del 60 por ciento de los padres considera muy buena o buena la educación primaria y secundaria que reciben sus hijos, motivo por el cual no los cambiarían de escuela. Esto indica que la catástrofe que muestran las cifras comentadas no ha sido advertida por quienes deberían velar desde sus hogares por la formación de sus hijos, que integrarán, en no más de dos décadas, la dirigencia del país ¿Pueden estos datos alentar, acaso, la esperanza de que en ese lapso las nuevas generaciones rescaten a la Argentina del abismo social, cultural, moral e intelectual en que se encuentra sumida?

Los datos oficiales del Operativo Nacional de Evaluación proyectan una imagen escalofriante acerca del modo en que la educación, en lugar de reducir las brechas sociales, terminará por ampliarlas. Señala el informe ahora difundido que en el nivel de rendimientos más altos en matemática, de tercer grado de la Educación General Básica (EGB), sólo logró ubicarse el 19,6 por ciento de los estudiantes de las escuelas públicas. En cambio, ese nivel fue alcanzado por el 40,6 por ciento de los alumnos cursantes en escuelas privadas. En lengua, la diferencia fue más pronunciada: el 16,9 por ciento, en el primer caso, contra el 49,8 en el segundo.

Quien se proponga indagar acerca de algunas de las causas más profundas de la exclusión y marginación social que hoy abruman a la Argentina debería tener presentes esos datos.
Por el injustificable complejo de evitar estimular la competitividad, desde hace años se priva a la opinión pública del conocimiento de la evaluación cualitativa de la enseñanza que proporcionan las escuelas de todo tipo del país. ¿Cómo no va a interesar a qué establecimientos educativos conviene enviar a los hijos y a cuáles no? ¿Cómo puede haber una razón por encima del interés social de saber de qué manera se utiliza el dinero de los contribuyentes dedicado al funcionamiento de las escuelas públicas? ¿Cuál es el sentido de haber sustraído del conocimiento general los métodos comparativos que permitían apreciar si se justificaba o no el pago de cuotas en las escuelas de gestión privada, sin relación alguna con la enseñanza impartida?

Sería un grave error creer que se ha llegado a la actual situación sólo por problemas relacionados con las cuestiones docentes. El nivel de la educación argentina, así como la posición que ocupa el país en tantas otras disciplinas, no es ajeno a la marcha del conjunto de la sociedad. No pueden esperarse milagros cuando se alientan las más variadas modalidades de violencia, de desinterés por la convivencia civilizada entre los mayores, de despreocupación por la difusión de la drogadicción y el narcotráfico, y hasta por hechos aparentemente menores, como el daño desaprensivo ejercido a bienes públicos y privados, objeto de pintadas, o el descuido por el aseo de las ciudades.

En la época de la gran escuela pública argentina, los padres agradecían la disciplina impuesta por los maestros. Concurrían a las aulas a fin de expresar ese testimonio por la contribución que hacían los docentes a la formación integral de sus hijos, ayudándolos en su tarea compartida de hacerlos útiles a la patria, a la familia y a sí mismos. No justificaban como ahora que insultaran a los maestros o, lo que es peor, que agredieran físicamente a quien procuraba educarlos.

Es de esperar que las reformas anunciadas en la provincia de Buenos Aires, donde las autoridades consideraron que el EGB y el Polimodal han fracasado, constituyan el comienzo de un proceso global de retorno a la senda que nunca debió abandonarse. Esas reformas serán una manifestación auténtica de progreso si consiguen de verdad instalarse y propagarse a otros ámbitos, con los objetivos arriba comentados y no con otros, en el espíritu colectivo y en el de quienes gobiernan.

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