domingo, 4 de octubre de 2009

El G-20, otra manera de tratar los problemas del mundo

Contra la crisis, la vacuna del G-20
Después del derrumbe financiero de 2008, los organismos multilaterales se desdibujaron; ahora surgen otros foros con más participación de países emergentes, que generan optimismo y dudas al mismo tiempo. Por Martín Kanenguiser.
ESTAMBUL.- Hay una pregunta trascendente, pero silenciosa, que ronda los pasillos de esta asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Estambul: ¿podrán 20 países manejar mejor el rumbo económico del mundo que siete o, mejor dicho, que uno (Estados Unidos), más otros seis?
O si se quiere ponerlo en términos más "porteños": ¿podrá la Argentina tener, junto con otros países emergentes, una voz de tanto peso como las potencias que desencadenaron esta crisis global?
A priori, la respuesta políticamente correcta es que sí, que la cooperación siempre es mejor que la coerción. Como ejemplos, valen las malas experiencias recientes (y hasta los zapatazos) que enfrentan los ejecutivos del FMI en varios países para entender que hay que cambiar imperiosamente la forma de guiar la política financiera global.
En Buenos Aires, cada vez que se asomaban a la ventana, se multiplicaban los piquetes. En Asia, varios fueron declarados directamente "personas no gratas". En los países desarrollados, no leen sus informes. Hay presidentes, como los de la Argentina, que les gritan; otros, ni siquiera les atienden el teléfono.
Pese a esta incontrastable realidad, ya hay voces calificadas (y hasta moderadas) que cuestionan las posibilidades concretas del G-20, que incluye a la Argentina, de reemplazar al G-7 como centro coordinador que pueda evitar crisis como la actual, que puso al mundo en recesión.
Algunos las expresan en forma reservada, otros abiertamente, pese al terminante apoyo del jefe del Fondo, Dominique Strauss-Kahn, y del titular del Banco Mundial, Robert Zoellick, a esta apertura. Anteayer, en una disertación, Strauss-Kahn sentenció una y otra vez la importancia del reciente mandato del G-20 hacia el FMI en términos de cooperación y supervisión financiera. Pero titubeó cuando alguien le preguntó sobre la forma de poner en práctica estas definiciones.
"Fue un foro creado por [el ex presidente] Bill Clinton con fines diplomáticos. Hay que ver cómo se desarrolla ahora", contestó.
Más dubitativo estuvo cuando otro inversor le preguntó qué legitimidad tenían países como la Argentina para formar parte de un grupo tan importante; optó entonces por afirmar que hay que incorporar al G-20 a más países.
A un costado de las declaraciones políticas, el reconocido economista de Columbia Jeffrey Sachs fue uno de los que lanzaron la primera piedra para este debate días atrás en el Financial Times , al expresar que "el G-20 es un experimento", de cuyo éxito depende en buena medida el éxito de la economía planetaria.
"El verdadero significado del G-20 no es tomar la posta del G-7 o G-8, sino del G-1, los Estados Unidos. Durante 33 años de los foros del G-7, fue Estados Unidos quien llamó a tomar decisiones importantes", disparó Sachs, que, para no espantar a nadie, expresó que el G-20 "debe tener éxito" para que haya más estabilidad.
La cuestión de fondo para él y otros analistas, ejecutivos del sector privado y hasta funcionarios de varios países es cómo hacer la transición de un sistema tan centralizado a uno verdaderamente multipolar, donde cuenten tanto las opiniones de París, Washington y Berlín, como las de Buenos Aires, Pekín, Nueva Delhi o Brasilia.
En el consultado blog RGE Monitor, de Nouriel Roubini, se replicó el escepticismo días atrás. "Aun cuando los desequilibrios globales son un problema, no resulta claro todavía si el G-20 es el mejor foro para enfrentarlos. Tal vez sea un grupo demasiado amplio y diverso para enfrentar esta cuestión y la necesidad de crear una demanda sustentable en una manera efectiva", escribió la analista Rachel Ziemba.
Como muchas veces a los economistas no les resulta grato tomar en cuenta las cuestiones políticas para hacer sus análisis, el primer reparo que tienen es practico: ¿cómo harán para ponerse de acuerdo 20 países cuando haya que tomar una decisión rápida y contundente?
Vale observar las resistencias que existen para ampliar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a dos o tres países más, de gran peso en el mundo, para saber por qué hay tantos temores en torno de este G-20 que antes nadie conocía y que ahora hasta aparece en las tapas de los diarios.
Tal vez el gobierno argentino tenga en esta materia una claridad de la que carece en otros aspectos de la política económica internacional: ha apoyado en forma consistente y sistemática el esfuerzo para que este foro de debate sea un ámbito de decisión concreto.
Lo hicieron desde técnicos del Banco Central y del Ministerio de Economía, hasta sus jefes políticos y la propia presidenta Cristina Kirchner.
Pero el apoyo, claro está, siempre implica compromisos. Y para empezar, los otros miembros del G-20 difícilmente puedan entender por qué el Gobierno se empeñó en no brindarle credibilidad a las decisiones que ya se tomaron en conjunto, como la auditoría que el FMI hace en casi todos sus países socios anualmente y que no llama la atención en casi ningún lugar.
Argumentos para defenderse siempre hay: que el FMI se equivocó en sus "recetas"; que asistió al país cuando tenía déficit y se endeudaba en los 90, pero le soltó la mano en 2001 y en 2002; que las misiones terminan siendo un ámbito para que se luzcan más los economistas y dirigentes de la oposición que para discutir temas de fondo? pero el G-20, del que la Argentina forma parte (igual que del FMI) llegó a ese consenso. Y no fue en su reciente cumbre presidencial de Pittsburgh, como dejó trascender el Gobierno a través de su sede diplomática en Washington, sino hace más de dos años, dicho y firmado por altos funcionarios que participaron de esas reuniones.
Es posible que la Argentina se sienta maltratada porque desde la salida de la convertibilidad hasta ahora sólo escucha voces negativas fronteras afuera. Pero a los que siguen afectados por el default, por la subestimación de las cifras de la inflación y por el incumplimiento de contratos francamente no les importan los gritos desde las tribunas políticas locales. Quieren que alguien les diga cómo se van a renegociar los términos de esos acuerdos, injustos o no, pero que al fin y al cabo fueron firmados por varios gobiernos democráticos argentinos.
Si la Argentina supera esta dicotomía, tal vez su voz de defensa de los postulados del G-20 sea escuchada con mayor autoridad, aún por sus propios aliados y amigos.
Al parecer, ahora intenta hacerlo porque se admitió que "formar parte del G-20 tiene beneficios, pero genera obligaciones y no es bueno comenzar sacando los pies del plato", como comentó un funcionario a LA NACION.
Si cumple con esta tarea, se puede ganar el elogio hasta de sus críticos más acérrimos, como los directivos del Instituto para las Finanzas Internacionales que conducen Charles Dallara y William Rhodes.
De hecho, el economista jefe del IIF, Phillip Suttle, dijo a LA NACION que no hay duda de la validez del planteo de Argentina y de otros países de que el FMI y el BM necesitan escuchar más al mundo emergente. "En el FMI, el G-7 tiene demasiado poder y la importancia del G-20 debería reflejarse en su directorio", señaló este respetado economista, que cree que las potencias mundiales están más desorientadas que las naciones en vías de desarrollo.
Algo parecido repitió el propio economista jefe del Fondo, Olivier Blanchard, este jueves en el centro de convenciones ante decenas de periodistas. Dijo que la recuperación económica está sostenida sobre los paquetes de estímulo de los países ricos -casi como un pulmotor que nadie sabe cuándo retirar para que el paciente no deje de respirar- pero, más legítimamente, sobre el consumo y el esfuerzo de las naciones emergentes.
¿Quién hubiera imaginado, si no, hace tan sólo tres años que Brasil pasaría de ser deudor a acreedor del FMI, o que el jefe del organismo sería capaz de discutir la supremacía del dólar? Nadie relevante. En el medio, Estados Unidos alimentó una política de tasas bajas que permitió sostener su burbuja y la del resto del mundo. El subsecretario del Tesoro para Asuntos Internacionales en la era Clinton, Ted Truman, dijo a LA NACION: "Cuando todo el mundo tomaba plata a bajo costo nadie se quejaba de los excesos de la política monetaria de Estados Unidos". Hoy es analista senior del Peterson Institute for Internacional Economics. Es verdad: pocos se quejaban en las épocas del auge.
No lo hacían ni los norteamericanos, que lograban préstamos sin que nadie preguntara por sus ingresos, menos los ejecutivos de Wall Street, que ganaban fabulosos bonus , y tampoco los países en desarrollo. Si no resulta irrespetuosa la comparación, pocos se quejaban del lado negativo del tipo de cambio fijo en la Argentina, cuando sus efectos colaterales ya se notaban.
Pero ni en estos casos ni en ningún otro se justifica el silencio o la actitud de mirar para otro lado hasta que el statu quo se rompa en mil pedazos. Esa actitud ya la sufrió la Argentina en 2002 y el resto del mundo la está padeciendo en carne propia. Por esa razón, si en este crítico contexto el G-20 asoma su cabeza como el ámbito dispuesto a ponerle un poco de sentido común al sistema de decisiones económicas globales, bienvenido sea, pese a todas las dudas y reparos legítimos que merezca.
5% de aumento es lo que crecerá la representación de los países emergentes en el Fondo Monetario Internacional (FMI).

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