lunes, 7 de julio de 2008

Noticias del "BRIC" (Brasil, Rusia, India, China): India, los secretos de un boom.

Aún con sus contrastes, se convirtió en la cuarta economía global. Los secretos de un país conocido por su espiritualidad y su pobreza extrema, que hoy es la democracia de libre mercado de mayor crecimiento
NUEVA DELHI. Masala es el nombre que se da en la India a la mezcla de especias dulces, saladas y picantes que hace que esta cocina sea única por su aroma y su sabor. También se llama así al único género que produce la extraordinaria industria de cine local, Bollywood, por unir en un mismo film elementos de drama, acción, comedia, musical y hasta ciencia ficción en historias con moraleja y final feliz. Y esa misma palabra, o esa misma obsesión por fusionar lo conocido para volverlo único, vale para definir a este país de contrastes, y a la surtida combinación de ingredientes que lo convirtieron de buenas a primeras en la democracia de libre mercado que más crece, la cuarta economía del planeta y una de las mayores promesas del mundo emergente.
Los McDonald´s de la India sirven hamburguesas de cordero y curry, no Big Mac. Salvo en Bangalore, capital del desarrollo tecnológico y de población más joven, no es común que la gente escuche ritmos occidentales. Prefieren la música pop cantada en hindú la lengua nacional; la oficial es el inglés o las clásicas hindustana y carnática. Los indios, muy cinéfilos, casi no conocen a los actores de Hollywood, pero deliran por las estrellas de las megaproducciones nacionales, también habladas en hindi (ver recuadro). Es que en este país "masala" de 1100 millones de habitantes de diverso origen étnico, cultural y religioso, que se comunican en 22 lenguas y cerca de 850 dialectos, todo tiene sabor local.
A los ojos occidentales, la falta de infraestructura en un país que le vende al mundo su boom es más impresionante que el previsible shock cultural. En las principales ciudades, los hoteles cinco estrellas se levantan a la vera de asentamientos asolados por la indigencia. Muchas de las calles centrales son de tierra y la falta de agua potable: hay que usar agua mineral hasta para lavarse los dientes, vuelve un lugar común la imagen de mujeres en saris cargando canastos con agua sobre la cabeza aun en los barrios más acomodados.
Pero entre los olores nauseabundos de las acequias y las aguas servidas, que se huelen como el curry, en todas partes, también se respira el optimismo de la gente. A los indios no los une el idioma: no todos hablan hindi y manejan un inglés impregnado de dialectos que dificulta que nativos de distintas provincias se entiendan entre sí. Tampoco la religión: aunque el 80% es hinduista, hay 150 millones de musulmanes (sólo Indonesia y Paquistán tienen más fieles), además de sikhs, budistas, cristianos y judíos.
En cambio, hoy prevalece por sobre las diferencias algo parecido al "orgullo indio", y eso no es nada casual. Vemos los avances todo el tiempo; hemos hecho tantos cambios en tan pocos años... Pronto seremos una nación desarrollada; estoy segura, confía la joven Medha Satam, que con 25 años es gerenta de comunicaciones de una de las mayores compañías farmacéuticas indias. Lejos del look traje sastre que tendría una ejecutiva con su mismo cargo del otro lado del océano, Medha lleva un típico salwar kameez (túnica, pantalón y pashmina) de seda bordada y se pinta -sólo por coquetería- un tercer ojo, o bindi, negro, en la frente. Según la tradición hinduista, las mujeres casadas deben usarlo en rojo para demostrar su estado civil. Pero hoy el bindi es también una moda para las solteras, que se dibujan símbolos con delineador o se pegan los que vienen en stickers, con metales o strass.
La historia de la transformación
En los últimos 17 años, la economía india se ubicó, detrás de la china, como la segunda de más rápido crecimiento. Desde 2005, crece a un promedio del 8% anual, mientras los servicios y la industria lo hacen por encima del 10 por ciento. Cien millones de indios salieron de la pobreza en el transcurso de las dos últimas décadas. Así, la clase media se cuadruplicó y el aumento de su poder de compra disparó el consumo interno.
Las multinacionales de origen indio adquieren empresas en todo el mundo. El caso más icónico es el de la automotriz india Tata Motors, que acaba de comprarle a Ford las marcas Jaguar y Land Rover por 2300 millones de dólares. Pero el grupo, con inversiones en comunicaciones, informática, electricidad y consultoría, entre otros sectores, no sólo apunta al mercado de lujo que florece en el país (figura cuarto en la lista de Forbes por su cantidad de millonarios), sino a esa nueva clase media recién salida de la pobreza: a finales de este año, Tata Motors pondrá a la venta el auto más barato del mundo, el Nano, por sólo US$ 2500.
Cuentan que Ratan Tata, actual presidente y sobrino nieto del fundador del imperio, tuvo la idea del Nano luego de ver a una familia entera -padre, madre y dos niños- apilada sobre un scooter, una postal muy frecuente en las caóticas calles de este país. Que cada vez más indios puedan realizar el sueño del auto propio es uno de los factores que están impulsando el alza del precio del petróleo en el mundo. Una paradoja, pues eso se torna un obstáculo para sostener el desarrollo de la propia economía india y agita el fantasma de la inflación.
Pero ese miedo no ha afectado la proyección del Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, que dice que la India será la tercera superpotencia mundial en 2020, detrás de los Estados Unidos y China. Tampoco ha minado la relevancia de aquel informe de 2003 en el que el Goldman Sachs la puso entre las cuatro naciones que dominarían el mundo en 2050, junto con Brasil, Rusia y, sí, China ?aunque los indios se irritan ante la sola mención de ese gigante despierto ya desde hace rato: "Nosotros somos una democracia de libre mercado", repiten hasta los taxistas.
Según la tesis BRIC (como se bautizó por sus iniciales a este conjunto de potencias emergentes), la India será junto con China la mayor proveedora global de servicios y manufacturas. Esa proyección ya empezó a cumplirse. Las empresas de tecnología de la información hicieron del país un polo de servicios contratados desde el exterior. Desde los call centers indios atienden llamadas de clientes de todo el mundo. Y la industria farmacéutica, que creció fabricando genéricos ?producen el 22% de los que se venden en el mundo-, hoy desarrolla y patenta nuevas drogas.
En la historia de la transformación india hay menos de milagro que de convicción, y una clave: haber sabido -saber- mirar hacia adelante. No buscaron resultados inmediatos; es evidente incluso para ellos que todavía tienen un largo camino por recorrer.
El crecimiento de hoy tiene anclaje en las reformas estructurales que el gobierno de Nasharima Rao se vio forzado a hacer en 1991 para abrir su mercado, cuando la caída de la Unión Soviética (entonces su principal socio comercial) puso en jaque su economía de sustitución de importaciones y sus políticas estatistas. Una prueba de su éxito es que el ministro de Hacienda responsable de esas medidas, Manmohan Singh (de centroizquierda), es el actual primer ministro.
En lugar de importar reformas pensadas desde los organismos financieros internacionales, hemos sido nosotros quienes les exportamos a ellos ideas y recursos humanos. Las políticas adoptadas aquí en la década del 90 fueron pensadas por indios para los indios, se ufana Alpana Killawala, directora general del Banco de la Reserva de la India.
La fórmula aplicada no era novedosa: disminuyeron el déficit fiscal, reformaron el sistema impositivo, privatizaron las empresas públicas, desregularon e incentivaron la inversión extranjera. Pero ellos dicen que sumaron algo más importante: un proyecto de país. Y que haber heredado una cuota del respeto inglés por las instituciones obligó a que el proceso fuera más gradual que en países como la Argentina. En vez de desmantelar las empresas estatales, el gobierno indio mantuvo porcentajes accionarios en áreas sensibles, como la energía, pero las expuso a la competencia.
La India no sólo no abandonó su pretensión de tener una pujante industria nacional, sino que se propuso ser líder en sectores que con el tiempo se convirtieron en el motor de su crecimiento, como el informático y el farmacéutico. Y para eso echó mano de su principal activo: los recursos humanos.
Educar para crecer
La ruta nacional que une Delhi, la capital política del país, con la ciudad de Agra, por la que cada día pasan miles de turistas para contemplar la blanca inmensidad del Taj Mahal -una de las siete maravillas del mundo moderno, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco-, es un desfile de camellos, vacas, destartalados camiones y auto-rickshaws (los tradicionales carros de 3 ruedas, ahora montados sobre motos o bicicletas) atestados de personas que pagan unas 10 rupias (US$ 0,25) por un viaje que atenta contra las normas más elementales de seguridad.
El trayecto, de 200 km, lleva cerca de 6 horas, y es una muestra de la India rural, en la que vive el 75% de la población en condiciones de precariedad inimaginables para un occidental. Pero al lado de esos asentamientos carentes de toda infraestructura, desde donde mujeres y niños descalzos recorren enormes distancias en busca de agua, se erigen inverosímiles edificios -casi siempre también precarios- donde funcionan institutos de negocios, tecnología y farmacia. Hasta en ese nivel es palpable la apuesta india por la educación.
India produce hoy más de 300.000 ingenieros y 150.000 profesionales en informática por año. Ellos conforman la nueva clase de jóvenes técnicos que nutren a las firmas de tecnología que están cambiando el perfil de ciudades del Sur, como Bangalore e Hyderabad, que hasta hace un puñado de años eran centros agrícolas de escaso desarrollo, y hoy son reconocidas como las "Silicon Valley asiáticas".
Aquí, un ingeniero recién recibido gana cerca de US$ 300 mensuales, un sueldo que supera al de un profesor universitario y al de un médico, y es un verdadero lujo en un país donde más de 200 millones de personas subsisten por debajo de la línea de pobreza. Además de un incentivo para perfeccionarse cada vez más.
Cuando la India declaró su independencia de Gran Bretaña, en 1947, sólo el 14% de la población sabía leer y escribir. El acceso estaba restringido por el género y por el sistema de castas, entonces legal. Aunque las desigualdades persisten -y por lo bajo todos reconocen que las oportunidades aún están relacionadas con la infranqueable clase o varna de origen de cada grupo-, es mucho lo que se ha avanzado en términos de inclusión educativa. Según cifras de la Fundación para la Equidad India, hoy, más del 65% de la población está alfabetizada, lo que implica de todos modos que 385 millones de indios no saben leer ni escribir.
La alfabetización y el creciente poder de compra de la ascendente clase media han hecho que la industria de diarios en papel florezca, a contramano de la tendencia global. Hay cerca de 4500 publicaciones diarias en más de cien lenguas y dialectos. Los principales periódicos nacionales, en inglés, como el Hindustan Times y The Times of India, casi nunca cuestan más de 4 rupias ($ 30 centavos). Así, conductores de rickshaws -siempre descalzos-, vendedores de comida sentados en las calles y hasta los grupos de hombres que pueblan las esquinas y hablan abrazados o acariciándose ?como es costumbre aquí? sin que se les adivine ninguna otra ocupación, tienen diarios entre las manos.
Castas, matrimonios y maestrías
Entre las más de 250 universidades y 13.150 instituciones de enseñanza superior que tiene hoy el sistema educativo indio, sobresalen las escuelas de negocios. Para la elite educada, ser graduado en una maestría en administración es un requisito importante hasta para casarse. En uno de los suplementos de matrimonials (destinados a vincular a familias que quieren casar a sus hijos), que varios periódicos publican en sus ediciones dominicales, se lee por ejemplo: "Bien relacionada familia de origen brahmín de Delhi busca alianza con joven vegetariano y acomodado para su hija nacida en 1983, con MBA, linda, inteligente y educada en los valores modernos y tradicionales".
Toda una síntesis de los principios que rigen hoy a la sociedad india, donde la apertura de la economía no ha cambiado la costumbre de los matrimonios arreglados por los padres, entre chicos de familias de la misma ciudad y de la misma casta. Porque aunque en público hablar de castas -derogadas- sea sinónimo de incorrección política, los matrimonios aun son en gran medida endogámicos. La educación de alto nivel y los puestos ejecutivos están reservados en general a los brahmines (la casta más alta), mientras que los intocables por los que luchó Mahatma Gandhi siguen relegados a los peores oficios o a empleos públicos que obtienen en virtud del sistema de cuotas, en los mejores casos.
Sunitha Gupta tiene 28 años, es profesional y se casará en septiembre con el hermano de su cuñado. Sus padres concertaron ese primer matrimonio, y aunque su hermana vio a su marido sólo un puñado de veces antes de la boda, su historia ha sido algo distinta. "Nos conocimos en su fiesta y nos enamoramos. Claro que nuestros padres no se opusieron en absoluto ?bromea". Las cosas están cambiando un poco: la familia de mi novio vive en otro estado; eso hasta hace algunos años hubiera sido inconcebible. Nos vemos seguido, visitamos a sus padres, le cocino comidas típicas. Pero a Sunitha ni se le ocurriría irse a vivir con él antes de casarse: las relaciones prematrimoniales son condenadas socialmente, al igual que el divorcio y la homosexualidad. "Una amiga de una de mis profesoras en la universidad vive con su novio desde hace unos tres años", dice para ilustrar los cambios sociales. Es el único caso que conoce.
Un oasis de tecnología
Con 5.500.000 habitantes, Bangalore suma unas 1500 universidades e institutos de educación superior y más de 100 centros de investigación y desarrollo tecnológico, incluida la Organización de Investigación Espacial India, que para 2015 prevé enviar a la Luna una misión tripulada sólo por astronautas indios.
Si parece descabellado pensar en la conquista del espacio cuando todavía no han logrado gobernar en la tierra, toda vez que el Estado falla por completo en la provisión de servicios tan básicos como el agua potable, el director del programa, H. Bhojraj tiene una interesante respuesta. "Gracias a los satélites que ponemos en órbita un día tendremos un tendido de agua que se ajuste con exactitud a la geografía del país. La red satelital permite el acceso médico en zonas rurales hoy intercomunicadas con centros urbanos. Invertir en investigación sirve para solucionar problemas a largo plazo", dice.
La India increíble
Ashok Kumar llega a la entrevista con periodistas extranjeros luciendo un punto rojo maquillado con óleo en medio de la frente que, según la filosofía tántrica, lo ayudará a mantener la concentración. También se dice que ahuyenta los demonios y la mala suerte. Como secretario del Departamento de Tecnología de la Información del gobierno de Karnataka -cuya capital es Bangalore-, no puede decirse que no sea afortunado: el área a su cargo ha sido uno de los motores del crecimiento económico de su provincia y de todo el país.
"No es un accidente que aquí se haya desarrollado un polo de tecnología" afirma. "Lo hemos buscado y producido. Hemos invertido en educación y hemos promovido la instalación de empresas vendiéndoles las tierras donde se instalaron a valor nominal y mediante fuertes exenciones impositivas." Además, crearon un consejo de empresarios notables que, si bien no intervienen abiertamente en política pública, sugieren cursos de acción para seguir. Uno de ellos fue la reconstrucción del aeropuerto internacional, ahora entre los mejores del mundo.
Muy diferente es el caso de las terminales aéreas de Delhi y Bombay, de una precariedad que asusta al recién llegado, aunque se lean en ellas los gigantescos carteles que advierten que se trabaja para mejorarlas. Hoy, llegar a Nueva Delhi es prácticamente un ejercicio kármico: las valijas se entregan en la puerta en medio de tal caos que lo mejor es entregarse también uno mismo a la buena de los dioses.
Las obras en el aeropuerto de Bangalore se hicieron en simultáneo con la autopista que lo conecta con el centro de la ciudad: se concretaron en menos de 6 meses. Pero hasta en esta capital, que los funcionarios indios presentan como modelo, los contrastes son inocultables. Ni siquiera parece existir una preocupación por ocultarlos; sería imposible.
Nadie parece inmutarse por la contradicción que significa que un centro como la Electronics Green City se levante como una isla aseada y prolija de 150 hectáreas dentro de una ciudad donde las vacas comen basura echadas en plena calle y cada semáforo es una oportunidad para que niños y lisiados se arrojen a mendigar sobre los autos.
En cambio, ésta es una de las pocas áreas de Bangalore en las que se oye el canto de los pájaros en lugar de los constantes bocinazos. Es que las más de cien firmas de tecnología que comenzaron a instalarse aquí a principios de los 80 promueven la vida sana y desalientan que los empleados concurran al trabajo en auto "para evitarles situaciones de estrés".
Infosys, una de las mayores compañías de soluciones informáticas de origen indio, es en sí misma una metáfora del crecimiento del país. En su campus trabajan 20.000 empleados, con una edad promedio de 26 años, que atienden desde aquí a empresas de todo el globo. Infocity, como una mamushka, es una ciudad dentro de una ciudad dentro de una ciudad, con patios de comidas repletos de restaurantes de cocina internacional, centros de convenciones de arquitectura hipermoderna, espacios recreativos y hasta un hotel con 500 habitaciones.
Pero fuera de esta isla tecnológica y feliz, la Incredible India de la que el gobierno hizo una marca que los ciudadanos repiten como un mantra, el boom no sólo no se traduce en grandes rascacielos ni en edificaciones ultramodernas a la Shanghai o Pekín.
Mumbai (ex Bombay), la capital comercial del país, escribe su futuro sobre el recuerdo desvencijado de lo que en tiempos de dominio inglés fue una ciudad grande y cosmopolita. El metro está en marcha y los habitantes se enorgullecen de tener uno de los mejores servicios ferroviarios de la India, aunque para parámetros occidentales eso no significa mucho, ni contribuye demasiado a alivianar el tránsito: allí, un recorrido de 30 km puede llevar hasta tres horas.
En Nueva Delhi acaba de inaugurarse un tramo del moderno subterráneo que, además, proclaman los funcionarios, se hizo con "corrupción cero", es decir, no se gastó ni una rupia por encima de lo presupuestado. Sus relucientes coches correrán por debajo de la que debe ser una de las urbes más sucias del planeta, atestada de puestos callejeros de dudosa comida, vendedores de burbujas y gente sin fuerza ni para mendigar.
Los carteles que indican obras pendientes se ven a lo largo de todo el país. Aquí todo es un anuncio de lo que está por llegar: la extensión del metro, la disponibilidad de líneas de crédito, las nuevas autopistas, la ampliación de las redes telefónicas y sanitarias, los barrios y complejos edilicios en los suburbios, donde el valor de la propiedad ha aumentado hasta 100 por ciento.
Y es muy difícil no confiar en ese anuncio, en el de la "India increíble": la folletería es impecable, el vestuario es deslumbrante, los actores parecen convencidos de que ni la crisis por el alza en los precios de la comida y el petróleo, de los que tanto depende esta economía, podrá ponerle un freno. La India increíble es posible porque su gente cree en ese anuncio y lo defiende, como lo hace con sus tradiciones y su cultura.
Es cierto que la escenografía todavía no está a la altura de esta superproducción, pero sobran trabajadores que se esfuerzan contra reloj por mejorarla. Después de todo, las películas del cine masala siempre tienen final feliz.
Por Mercedes Funes. mfunes@lanacion.com.ar

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