jueves, 26 de junio de 2008

Los Chicago Boys de Obama

Miércoles 25 de junio de 2008 Publicado en la Edición impresa de La NaciónTORONTO. Cuando Hillary Clinton se retiró de la carrera presidencial, Barack Obama esperó tres días para declarar por CNBC: “Soy un tipo partidario del crecimiento y del libre mercado. Amo el mercado”. Y para demostrar que eso no fue una cana al aire, puso al frente de su equipo de política económica a Jason Furman. A los 37 años, Furman es uno de los defensores más conspicuos de Wal-Mart. La proclamó una “historia de éxito progresivo”.
Durante la campaña, Obama denostó a Clinton por integrar el directorio de Wal-Mart. “No compraré allí”, prometió. Sin embargo, para Furman, la verdadera amenaza son quienes critican a la empresa. “Los esfuerzos por conseguir que Wal-Mart aumente sus salarios y sus beneficios sociales –declaró– están causando daños colaterales demasiado grandes y nocivos a los trabajadores y, en general, a la economía, para que yo me quede sentado cantando Kum-Ba-Ya por el bien de la armonía progresiva.”
La afición de Obama a los mercados y su deseo de “cambio” no son intrínsecamente incompatibles. “El mercado ha perdido el equilibrio”, dice. Sin duda. Muchos remontan este desequilibrio a las ideas de Milton Friedman que, desde su posición eminente en el departamento de economía de la Universidad de Chicago, lanzó una contrarrevolución frente al Nuevo Trato. Aquí hay más problemas, porque Obama –que, por una década, enseñó derecho en esa universidad– está completamente imbuido de la mentalidad conocida como la Escuela de Chicago.
Eligió por principal asesor económico a Austan Goolsbee, un economista de la misma universidad situado en el lado izquierdo de un espectro que termina en la centroderecha. A diferencia de sus colegas más cercanos a Friedman, Goolsbee ve un problema en la desigualdad. No obstante, su solución primordial es más educación. Lo mismo opina Alan Greenspan. Goolsbee se ha apresurado a vincular a Obama con la Escuela de Chicago. “Si observan su plataforma electoral, sus asesores, su temperamento, verán que tiene un saludable respeto por los mercados –declaró para la revista Chicago–. Eso está en el espíritu mismo de la universidad [de Chicago].
No es lo mismo que decir que es partidario del laissez faire.” Otro admirador de Chicago es Kenneth Griffin, ejecutivo máximo del Citadel Investment Group, un fondo de alto riesgo. Este multimillonario de 39 años donó a la campaña de Obama la máxima suma permitida. Griffin es una especie de galán publicitario de una economía desequilibrada. Se casó en Versalles y en la fiesta de bodas, celebrada en el Pequeño Trianón, actuó el Cirque du Soleil. Y está entre los opositores más firmes al cierre de la escapatoria al impuesto a los fondos de alto riesgo.
Mientras, por un lado, Obama habla de endurecer las normas del comercio con China; por el otro, Griffin tuerce las pocas barreras que en verdad existen. Pese a la prohibición de la venta de equipamiento policial a China, Citadel ha invertido en las discutibles compañías de seguridad, con sede en China, que están sometiendo a la población local a niveles de vigilancia sin precedentes. Este es el momento de preocuparse por los Chicago boys de Obama y su compromiso de mantener a raya todo intento serio de regulación.
Fue precisamente en el intervalo de dos meses y medio entre su triunfo en las elecciones de 1992 y su asunción de la presidencia, cuando Bill Clinton hizo un viraje de 180º respecto de la economía. Durante la campaña, había prometido revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, añadirle cláusulas sobre trabajo y medio ambiente, e invertir en programas sociales. Dos meses antes de iniciar su mandato, se reunió con Robert Rubin, cabeza de Goldman Sachs. Este lo convenció de la urgente necesidad de adoptar una política de austeridad y una mayor liberalización.
Rubin le dijo a PBS: “En realidad, el presidente Clinton lo decidió en el período de transición, antes de entrar en el Despacho Oval. Fue un cambio impresionante en la política económica”. Furman, uno de los principales discípulos de Rubin, dirigirá el Proyecto Hamilton de la Brookings Institution, un grupo de asesores que Rubin ayudó a fundar para sostener la reforma del programa de libre comercio, en vez de su abandono. Sumemos a esto la reunión de Goolsbee con funcionarios del Consulado de Canadá, en febrero. Los canadienses se marcharon con la clara impresión de haber recibido instrucciones en el sentido de no tomar en serio la campaña de Obama contra el TLC.
Todo hace temer una repetición de 1993. Lo irónico del asunto es que no hay razón alguna para tal reincidencia. El movimiento lanzado por Friedman, introducido por Reagan y afianzado bajo Clinton afronta una profunda crisis de legitimidad en el mundo entero. Donde más salta a la vista es en la mismísima Universidad de Chicago. A mediados de mayo, su rector, Robert Zimmer, anunció la creación del Instituto Milton Friedman, un centro de investigación económica dedicado a continuar y acrecentar el legado de Friedman, a un costo de 200 millones de dólares.
Estalló una polémica. Más de cien profesores firmaron una carta de protesta en la que afirmaban: “Los efectos del orden neoliberal global implantado en las últimas décadas, fuertemente apuntalado por la Escuela de Economía de Chicago, en modo alguno han sido inequívocamente positivos. Muchos sostendrían que han sido negativos para gran parte de la población mundial”. Cuando murió Friedman, en 2006, hubo pocas críticas tan audaces a su legado. Las necrológicas reverentes sólo hablaban de grandes logros. Una de las valoraciones más destacadas apareció en The New York Times con la firma de Austan Goolsbee.
Sin embargo, apenas dos años después, el nombre de Friedman es visto como una carga o traba hasta en su propia alma máter. Todas las ilusiones de llegar a un consenso se han ido esfumando. Pero entonces, ¿por qué Obama ha elegido este momento para retrotraerse al Chicago de Friedman? No toda la información es negativa. Furman dice que recurrirá a la experiencia de dos economistas keynesianos: Jared Benrstein, del Instituto de Política Económica, y James Galbraith, hijo de John Kenneth Galbraith, que fue la Némesis de Friedman. “Nuestra actual crisis económica no vino de la nada –expresó recientemente Obama–.
Es la concusión lógica de una filosofía cansada y descaminada que ha dominado Washington por demasiado tiempo.” Es muy cierto. Pero antes de que pueda purgar a Washington de la plaga del friedmanismo, Obama tiene que hacer alguna limpieza ideológica en su propia casa.
© La Nacion (Traducción de Zoraida J. Valcárcel) Naomi Klein ha publicado recientemente The Shock Doctrine, sobre el capitalismo del desastre.

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