La era del cambio
climático, la economía financiarizada y la interdependencia global reclama
repensar las democracias, dice el pensador español, que reflexiona sobre la
pandemia
4 de abril de
2020. Daniel Innerarity. GRANADA
Si las
definiciones importan, podríamos calificarlo de filósofo. En todo caso, Daniel
Innerarity, nacido en Bilbao, España, en 1959, es un intelectual comprometido
con su tiempo en los términos que él ha ido elaborando a lo largo de su
itinerario como escritor y de sus esfuerzos por entender el mundo en que
vivimos. Sus libros así lo testimonian. Títulos como La política en tiempos de
indignación , Ética de la hospitalidad , Un mundo de todos y de nadie ,
Comprender la democracia dan cuenta de la complejidad de su pensamiento. Y por
qué no, de su lucidez. La revista Le Nouvel Observateur lo ha considerado entre
los 25 grandes pensadores del mundo. Sus reflexiones acerca de la pandemia que
ha puesto en jaque al mundo lo han convertido en una voz muy escuchada en estos
días.
"Los
filósofos podemos dar una opinión no especializada, preguntarnos por el
significado de un acontecimiento poniéndolo en un contexto más general. No
somos una voz privilegiada ni olímpica, pero sí necesaria -afirma-. No
deberíamos intervenir en el debate público tomando partido y aceptando de hecho
los términos en los que ese debate se plantea, sino examinando esos términos. Sigo
el consejo de Umberto Eco de no firmar manifiestos contra la guerra y a favor
de la paz. No se trata tanto de apoyar causas concretas como de hacer una
teoría de la sociedad".
- Nos toca ser
testigos y protagonistas de un episodio de alcance mundial que podríamos
considerar excepcional. ¿Qué imágenes le suscita desde una perspectiva de
"vida cotidiana" la pandemia?
Nos encontramos
con algo no previsto, que nos encierra en el espacio doméstico. Me pregunto si
los seres humanos, que vivimos en tres mundos a la vez (el del afecto, el de la
indiferencia y el del conflicto), estamos preparados para que se nos amputen de
repente los dos últimos. No saldremos de aquí revalorizando el ámbito privado,
sino añorando el público.
-Lecturas
optimistas sugieren que el mundo después de esto será más justo. ¿Necesitamos
de las tragedias colectivas para adquirir un aprendizaje social virtuoso?
No comparto ese
determinismo optimista que asegura que las crisis son oportunidades. Las
tragedias han dado lugar a grandiosas transformaciones, pero también han sido
la antesala de decisiones estúpidas. Que ocurra lo uno o lo otro depende de dos
factores: nuestra inteligencia y nuestra libertad.
-En crisis como
esta, las decisiones de las élites dirigentes suelen ser decisivas. ¿Qué opina
de los comportamientos de Trump, Bolsonaro, Johnson y López Obrador, a quienes,
más allá de sus diferencias, se identifica con el populismo?
El populismo
desprecia tres cosas que esta crisis nos ha hecho revalorizar: el saber
experto, la calidad de las instituciones y la realidad de la comunidad global.
Se estarán equivocando quienes desprecien el conocimiento, entiendan el
liderazgo como una realidad vertical o menosprecien las exigencias de la
cooperación ante riesgos compartidos. Y tal vez con unos costos trágicos.
-A ellos se los
ha acusado de subestimar los efectos de la pandemia. A su favor podría decirse
que han colocado en un primer plano otra preocupación central: los costos
económicos y sociales de una semiparalización de la economía capitalista.
El calificativo
"populista" cubre demasiadas realidades como para hacer un juicio
sumarísimo. La llamada de atención sobre los costos sociales ha sido realizada
por líderes que no son nada populistas, en el entorno de la socialdemocracia
clásica y por otros.
-Sí, el populismo
comprende un universo amplio, ¿pero no es curioso que Bolsonaro a la derecha y
López Obrador, a la izquierda, sostengan ante la pandemia posiciones parecidas?
Esa coincidencia
entre los extremos no debería sorprendernos a estas alturas. Me preocupa más la
tendencia a la polarización, las fuerzas centrífugas que actúan sobre el resto
de las posiciones, y dar un protagonismo excesivo a quienes mantienen posiciones
extremas. Hoy la verdadera virtud de la radicalidad no está reñida con la
moderación y la capacidad de compromiso.
-¿Cómo se
resolverá la contradicción entre cuarentena y funcionamiento del capitalismo?
Mal. Es un dilema
que no se resuelve sino que se equilibra. Los políticos están tomando
decisiones de un gran dramatismo porque hay vidas que salvar en esta crisis
sanitaria y vidas que se perderán con la crisis económica que se producirá por
las medidas para resolver la primera crisis.
-En crisis como
esta abundan las miradas conspirativas, tan internalizadas en el sentido común.
De todos modos, el pánico colectivo puede ser creado desde algún centro del
poder. Todos tenemos presente al joven Orson Welles, cuando desde una modesta
emisora de radio provocó una verdadera psicosis con una noticia falsa.
Los gobiernos
gobiernan también nuestras emociones y, entre ellas, el miedo. No habríamos
tenido la crisis económica que tuvimos si los gobiernos hubieran enfriado la
economía mostrando los riesgos excesivos que estábamos asumiendo, individual y
colectivamente. Es una cuestión de equilibrio y en función de objetivos que
deben ser legítimos: ¿cuánto miedo puede un gobierno comunicar para que la
gente no se endeudara excesivamente entonces o para que se cumplan ahora las
medidas de confinamiento? La tendencia general es a que descubramos la
relevancia de los bienes comunes, desde nuestra experiencia de compartir una
misma vulnerabilidad, lo cual nos llevará a desarrollar formas de inteligencia
colectiva. Esta es a mi juicio la conclusión correcta, pero nada me asegura que
vayamos a aprender.
- ¿Alcanza la
democracia tal cual la concebimos hoy para atender la complejidad del mundo
contemporáneo?
- Sin lugar a
dudas, no. La mayor parte de nuestros conceptos políticos fueron pensados en
una época de relativa simplicidad, con espacios más o menos delimitados,
sociedades homogéneas y tecnologías poco sofisticadas. Hace falta toda una
nueva teoría política para la era del cambio climático, la economía
financiarizada y el mundo interdependiente. En parte es lo que he tratado en mi
libro Una teoría de la democracia compleja , donde propongo algunas claves para
entender la nueva realidad del siglo XXI y cómo gobernarla.
-¿Se cumple el
principio que dice que tiempos de indignación son tiempos de desorientación?
En momentos de
indignación el panorama político se clarifica: resulta evidente quiénes son los
malos y quiénes somos los buenos, qué debe hacerse y a quién hay que pasar por
la guillotina. En cuanto pasan esos momentos y nos ponemos a transformar la
realidad, aparecen los límites, las dificultades, la traición de los nuestros.
Entonces descubrimos algo que deberíamos haber sabido siempre: que la política
es el arte de gestionar la decepción. La cuestión es cómo mantener todas las
ambiciones razonables de cambio social sin ser unos ingenuos.
-Un periodista
habló de la primera "infodemia" de la historia, es decir, una
pandemia "transmitida" al detalle por los medios de comunicación y
las redes.
Quizás la mayor
novedad de esta crisis es esa retransmisión y sobre-información instantánea, lo
cual tiene aspectos buenos y malos. Sin esa información continua habría sido
muy difícil mantener a las poblaciones en el adecuado estado de alerta, pero
también es cierto que no habría habido tal extensión de rumores y noticias
falsas.
-¿Cómo podría
traducirse en la actual crisis su concepto de "seguridad terrestre" y
"desorden marino?
Cuando elaboré la
idea, siguiendo una vieja oposición de Carl Schmitt entre la tierra y el mar,
no estaba pensando en esta crisis, como es lógico, pero sigo pensando que
aquellas tesis de mi libro Un mundo de todos y de nadie siguen teniendo
validez. Aunque a Schmitt no le gustara nada, el orden de los Estados
terrestres, es decir, de soberanía delimitada, está cediendo el paso a un
desorden confuso, una cierta "maritimización" del mundo, al que
tenemos que dotar de inteligibilidad y legitimidad. No podemos aplicar las
categorías lógicas de los Estados al mundo global, pero tampoco podemos darnos
por satisfechos con una realidad que nos desprotege hasta unos extremos que las
crisis del siglo XXI están haciendo evidentes.
- ¿Y la relación
entre mundo líquido y gaseoso?
La idea del mundo
líquido procede de Bauman y me parece que hace tiempo se quedó corta para
explicar lo que nos pasa. La metáfora de la liquidez, debido al carácter
homogéneo del elemento líquido, no consigue dar cuenta de las turbulencias
mediáticas de dimensión planetaria que se crean en torno a un evento,
inicialmente explosivas pero que rápidamente se desinflan; tampoco ilustra
suficientemente el fenómeno de las burbujas financieras, la volatilidad
económica y la especulación, realidades un mundo hecho de bulos, rumores,
nebulosas, riesgos, pánico y confianza. Más que un mundo líquido, el proceso de
globalización ha conducido a un "mundo gaseoso". Esta metáfora
responde mejor a la realidad de los actuales mercados financieros y al mundo de
los medios, que se caracterizan, como los volúmenes que se contraen y se
expanden en el estado gaseoso, por ciclos de expansión y contracción, de
expansión y recesión, sin un volumen constante. Es una imagen muy apropiada
también para describir la naturaleza cada vez más incontrolable de determinados
procesos sociales; por ejemplo, el hecho de que todo el mundo financiero,
mediático y comunicativo se base más sobre la información "gaseosa"
que sobre la comprobación de hechos.
Por: Rogelio
Alaniz
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