El filósofo desconfía de los
sistemas de control digital, pero también cuestiona a quienes niegan la
gravedad de la pandemia; respecto de la política local, dice que se vive
"una tregua, no un acuerdo"
Daniel Gigena. 16 de mayo de
2020
Aunque nació en Rumania, el
tono que el filósofo y ensayista Tomás Abraham da a sus respuestas tiene el
típico acento del argentino que, como señaló Borges, considera el universo su
patrimonio legítimo. Este autor formado con Michel Foucault en Vincennes y
egresado de la Sorbona fue una figura clave durante el retorno de la democracia
en el ámbito educativo. A su cátedra del Ciclo Básico Común de la UBA,
bautizada "Problemas filosóficos" en 1984, asistían multitudes de
jóvenes y adultos que empezaban a apreciar el placer de pensar por cuenta propia.
Desde La guerra del amo r y el
ya clásico Pensadores bajos hasta su libro más reciente, La máscara Foucault.
De París a la Argentina (Paidós), ha publicado más de veinte libros. Semanas
atrás, a raíz de una medida impulsada por el gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires para las personas mayores de 70 años (él tiene 73), difundió una irónica
solicitud "para estar chocho" en la cuarentena. "Soy filósofo de
nueve de la mañana a seis de la tarde, es decir, cuando trabajo; si fuera
filósofo todo el día viviría solo y aislado no por el virus, sino porque nadie
me soportaría ni yo a mí mismo -dice sobre su propia experiencia pandémica -.
Estoy escribiendo un libro y hago un trabajo grupal de filosofía online ,
además de lavar ropa, pasar la aspiradora, limpiar el baño, hacer compras,
cocinar, pagar cuentas, todas tareas que comparto con mi mujer". Para
Abraham, filosofar es una experiencia apasionante y transformadora, en la que
un emisor y un receptor intercambian sus papeles. "Y su materialización es
el libro y el seminario", agrega.
¿Cómo lleva la cuarentena a nivel personal y cómo observa este
acontecimiento inédito desde el punto de vista social?
La llevo bien porque estoy
acompañado, tengo lo que necesito, me arreglo con mis obligaciones y tengo
mucho trabajo. La llevo mal porque no me gusta estar encerrado, no ver a mi
familia, abrazarlos, conversar, jugar con nietos. Tengo llamadas esporádicas con
amigos, y con otros, con los que también tengo amistad, formamos un grupo de
trabajo filosófico dos veces por semana. Algunos viven en la Argentina, en
Buenos Aires o en otras provincias, y otros en México, Bolivia, Alemania. Nos
encontramos por Internet. Respecto de lo social, es bien miserable esquivar
gente en la calle, alejarse de otros, mirar con sospecha a los que no usan
barbijo, estar alerta y con miedo cuando se sale, especular con el contagio y
reforzar el sistema de defensa. Creo que nadie se siente bien con este modo de
vida, que considero inevitable por el momento. Y es más que penoso y
angustiante que no se tenga ingresos por falta de trabajo y por el cierre de
todo tipo de establecimientos, ni hablar de los despidos y suspensiones.
¿Qué opinión tiene de los escritos de filósofos internacionales sobre
la cuarentena por Covid-19?
Leo algunos porque me interesa
lo que dicen los filósofos sobre la actualidad. Ahí se ve qué es lo que aporta
la filosofía para pensar los desafíos del presente y las dificultades de la
coyuntura. Sabemos que la erudición filosófica no es ninguna garantía, porque
saber no alcanza; además, hay que pensar y tener información. Los
diagnosticadores precoces de los países centrales, y los locales, con vocación
de cóndores y deus ex machina solo reconocen en el presente lo que siempre han
sabido. No aportan novedades porque no hacen más que confirmar lo que
presuponen. Son ideólogos que aplican la matriz de un molde y le dan la forma
que buscan. Pueden llamarla sociedad concentracionaria, capitalismo neoliberal,
sociedad del cansancio, sociedad de consumo, de riesgo, líquida, de
conocimiento o posverdad. Lo importante es rubricar y pedir la patente. Son
intelectuales globales pero en realidad de aldea, vecinos de un patio común.
¿Quién no sabe lo que dirán Slavoj ?i?ek, Giorgio Agamben o Alain Badiou, a
pesar de la inesperada adhesión de este último a la política de confinamiento
de Emmanuel Macron? El que me sorprendió fue el coreano Byung-Chul Han.
¿Por qué?
Por la fascinación que tiene
por un sistema policial eficaz. Al menos fue original, por lo disparatado e
irresponsable, al elogiar un sistema a la Orwell o a la Bentham, con doscientos
millones de cámaras y un fichaje de cada uno de nuestros gestos, el
conocimiento de nuestros vínculos y de nuestro grado de sometimiento a un
régimen político. Como si le diera la razón a Agamben, que ve alambrados de
púas por todas partes. Los que hablan del fin del capitalismo viven en una
burbuja; por el contrario, este es el comienzo de un refuerzo de la hegemonía
del capitalismo salvaje, que es el que presenta ya hace tiempo el capitalismo
chino y sus socios asiáticos. Lo que cambió con la pandemia es el
fortalecimiento de ese tipo de capitalismo y una nueva etapa en sus fases de destrucción
creadora. De todos modos, me interesa leer a los que piensan con un poco más de
imaginación e información, y son los que dicen que no tienen la menor idea de
lo que vendrá. En ellos me detengo porque me hacen pensar que lo que vivimos no
tiene antecedentes. Tampoco me interesan demasiado los que pregonan la
colaboración mundial entre los Estados o la eliminación de las fronteras
nacionales, propuestas ideales con las que nadie está en desacuerdo, aun los
que la sabotean.
¿Por qué es importante escuchar la voz de los pensadores en estas
circunstancias?
Pensador es una palabra cursi,
es alguien que pone cara de meditar cuando en realidad está roncando. Pastores
laicos y religiosos sobran, la pulsión pedagógica y moralizadora es lo que más
abunda, en especial en un país al que muchos se complacen en diseñar como un
jardín de infantes, para recordar a una enorme poeta nacional. Hoy las voces
que se escuchan dicen todo el tiempo lo mismo: tantos muertos por día, tantos
contagiados, la curva, el pico y la meseta. Mientras tanto todos esperamos la
Vacuna, con mayúscula, rezamos a Hipócrates para que nos ayude, estamos
dispuestos a ofrendarle todo un gallinero a Esculapio con tal de acabar con
todo esto.
¿Cree que, como señalan algunos, se refuerzan mecanismos autoritarios
por parte de los gobiernos? ¿Cómo se desarticularía ese proceso
"biopolítico"?
Hay mucha gente con disfraz de
justiciero que añora épocas de tiranía, pero lo expresa al revés. Se espantan
porque hay policías en la calle para que mantengamos la llamada distancia
social, no quieren ninguna vigilancia, ninguna prevención, quieren ser libres
como gorriones, denuncian micropoderes, macropoderes, poderes en general. En
realidad, todo lo que les gustaría ejercer a ellos mismos o que otros lo hicieran
con arbitrariedad y violencia. Es una psicopatía a veces ingenua, otras no
tanto, y una forma de autointoxicación ideológica que se renueva. En lo que
atañe a la biopolítica, efectivamente, estamos ante una figura nueva de una
idea que tuvo Michel Foucault cuando se refería a un sujeto social que no son
las clases sociales, las instituciones o los aparatos culturales, sino las
poblaciones. Que los aparatos de Estado y los circuitos de poder deban pensar
en una política de salubridad, natalidad, una política migratoria, en los modos
en que hay que mejorar la vida, y que también incluye los modos en que se
planifica la muerte. Hoy se discuten cuestiones que tienen que ver con quiénes
merecen seguir viviendo y quiénes no.
¿Qué diría sobre la preeminencia de la palabra o el discurso médico en
este momento?
Cuando hay una enfermedad
corporal se va a un médico; cuando hay una pandemia, interviene el saber
médico. Se puede no creerle del todo a un médico, desconfiar de la medicina
porque no es una ciencia exacta, no desear vivir bajo ninguna tutela en nombre
de la emancipación individual, ser dueño del propio cuerpo, etcétera. Pero la
medicina no es solo un discurso, sino también una práctica que se ejerce en
instituciones que tienen un control y un protocolo bastante más riguroso que
otro tipo de asociaciones que agrupan a santones, magos y naturalistas
místicos. En el caso de la pandemia, no puede restringirse el fenómeno a la
medicina; es un asunto de biopolítica, de control político de lo que se hace en
los laboratorios, de cooperación planetaria para evitar accidentes que
provoquen daños masivos o que, nunca hay que descartarlo del todo, haya quienes
programen accidentes para fortalecer su poder.
¿Cómo evalúa a las fuerzas políticas en la Argentina durante la
pandemia? ¿Y a la sociedad?
Hay una pausa en la
confrontación política porque los problemas que presenta la pandemia no dan
para debates retóricos, además de exigir medidas urgentes que no permiten
ventajas partidarias. Es una tregua, pero no un acuerdo. Un Estado sin recursos
propios, con la declaración de una virtual quiebra, con una moneda nacional que
nadie quiere atesorar, un aparato productivo paralizado, una pobreza siempre
creciente, y la desconfianza generalizada de quienes pueden aportar capital
para crear fuentes de trabajo, exige de la dirigencia política algo más que la
lucha por el poder, porque ejercer el poder en una situación así necesita
inevitablemente de acuerdos. En situación de catástrofes, guerras, crisis
graves, las divisiones internas solo favorecen a los aventureros y a los
trepadores que aprovechan el descontento generalizado para apropiarse de lo que
queda. La sociedad está dividida en clases, se distribuye en territorios
diferenciados, tiene modos de vida distintos. Con la pandemia resaltan aún más
estas diferencias. El encierro difiere en cuanto al hábitat, a los ingresos, a
las zonas. Hasta hoy la población cumple con la cuarentena, pero ya hay
impaciencia por flexibilizarla por la necesidad de trabajo y la ansiedad que
produce no salir.
En el plano internacional hubo diferentes respuestas. ¿De cuál se
siente más alejado y de cuál más cerca y por qué?
Angela Merkel está en uno de
los polos y Donald Trump y Jair Bolsonaro están en el otro. La primera trasmite
responsabilidad, respeto por las libertades y los derechos, además de
eficiencia. Bolsonaro y Trump utilizan un lenguaje patotero, provocador,
cínico, que puede dar para un stand up , pero no para conducir un país y menos
en una situación como la actual. Respecto de Alberto Fernández, creo que lleva
las cosas con mesura, cuidado y atención, intentando equilibrar una situación
descompensada en extremo; el problema está en la falta de recursos, una
infraestructura deteriorada y la inoperancia de sectores de la burocracia
estatal.
¿Para qué sirve la filosofía en situaciones como la actual?
La filosofía sirve a quienes
les interesa estudiar; pensar es un trabajo, y lo que pensaron los filósofos en
dos milenios y medio ha sido registrado por escrito. Por supuesto que un
mensaje por YouTube de alguien que se dice filósofo puede ser útil, todo puede
ser útil, se puede despertar una vocación musical en un ascensor al escuchar
música funcional. Para mí la filosofía tiene que ver con la disputa verbal que
inventaron los griegos para dirimir cuestiones comunes de la ciudadanía y
preguntarse por la conformación del mundo como tal, convertida en literatura
por Platón y en tratado silogístico por Aristóteles. Recomiendo leer El
nacimiento de la filosofía de Giorgio Colli y La voluntad de saber de Foucault.
¿Sigue siendo la muerte un motivo filosófico y social o es un tema
tabú?
La muerte es todo eso. Tema
filosófico porque la filosofía de la existencia, desde Kierkegaard hasta
Heidegger y Chestov, lo toma como eje de su problemática. Es un tema social
actual porque hay riesgo de muerte para una franja etaria específica. Y es un
tema tabú porque es el fin de los fines y por lo general nadie se quiere morir
y le tiene terror. Hay sociólogos, historiadores, antropólogos que afirman que
escondemos la muerte, y que hubo culturas que convivieron con ella. No lo sé.
Pero sí sé que por algo hace miles de años tanto Buda como Platón inventaron
esta cuestión de la transmigración del alma, y las religiones son salvíficas,
trascendentes y hablan de un más allá. A especialistas en ética y darwinistas
de izquierda como Peter Singer que denuncian la matanza de animales para
satisfacer nuestra carnevoracidad no se les mueve un pelo respecto de la
discriminación entre viejos y jóvenes ante un único respirador. Lo que sí me
doy cuenta es de que la muerte ha sido un tema que he tratado de administrar
con toda la omnipotencia de la que dispuse, tratando de olvidarme de ella en la
medida de mis posibilidades, y esa estrategia humana, demasiado humana, como
dice Nietzsche, hoy es difícil de aplicar. Todo el tiempo me hablan no del
contagio del coronavirus sino de la muerte, y que si no salgo con barbijo puedo
morirme. Se ha convertido en un aviso diario como un corte de luz por falta de
pago, en este caso, por ser mayor.
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