Por Roger Cohen. 26 de abril de 2020
La primera gran crisis del
mundo posestadounidense está fea y se va a poner peor. Una pandemia exige una
reacción pan-planetaria. En vez de eso, se encontró con el Dr. Pangloss (ese
personaje de ‘Cándido’, la novela de Voltaire, que no solo mantiene el
optimismo durante la tragedia, sino que además la justifica), en la Casa Blanca
haciendo cortinas de humo e insistiendo, cuando el desastre se avecinaba, que
Estados Unidos seguía siendo el mejor de todos los mundos posibles.
“No ha habido ni una pizca de
aspiración de liderazgo estadounidense”, me comentó Carl Bildt, ex primer
ministro sueco. “Eso básicamente es nuevo”, agregó.
Lo es. Estados Unidos como
punto de referencia mundial se ha desvanecido. El premio al mayor acto de
desaparición en la crisis del coronavirus es para Mike Pompeo, el secretario de
Estado de Estados Unidos.
Digamos que nadie ha llenado
el vacío mundial. Ni todos los funcionarios chinos ondeando banderas al
descender de aviones en suelo europeo con ofertas de tapabocas y respiradores
artificiales pueden ocultar el hecho de que todo esto comenzó con un Chernóbil
biológico en Wuhan, encubierto durante semanas como resultado del terror que es
la moneda de cambio de las dictaduras.
Las potencias asiáticas que
mejor paradas han salido de este desastre son las democracias medianas de Corea
del Sur y Taiwán. La gran competencia de déspotas y demócratas por la ventaja
en el siglo XXI sigue abierta.
La Gran Depresión que comenzó
en 1929 produjo dos resultados distintos a cada lado del Atlántico. En Estados
Unidos condujo, a partir de 1933, al Nuevo Pacto de Roosevelt. En Europa, al
ascenso al poder de Hitler en el mismo año, a la propagación del fascismo y,
finalmente, a la devastación a una escala inimaginable.
Esta vez, a medida que el
coronavirus detiene la producción y deja a más de 26 millones de
estadounidenses en el desempleo mientras que en Europa ocasiona que los
salarios se “nacionalicen”, como dijo el presidente francés Emmanuel Macron,
los efectos de un colapso económico que no se ha visto en casi un siglo pueden
revertirse.
Los Estados Unidos de Donald
Trump, a los que la revista alemana Der Spiegel llama ahora “el paciente
estadounidense”, están listos para una sacudida autoritaria.
El país, inundado por las
mentiras de Trump, afectado por el virus, enterrado en la incompetencia,
lacerado por la división y gobernado por un lunático desatado, se acerca a unas
elecciones en noviembre cuyo robo, subversión o aplazamiento son escenarios creíbles.
Nada en la psique de Trump le permite concebir la derrota, las perspectivas de
su familia fuera del poder son escasas y la crisis es el pretexto perfecto para
una toma de poder. La guerra, y esta pandemia tiene similitudes con una,
fomenta el “engrandecimiento ejecutivo”, como advirtió James Madison.
Trump encarna el colapso
personal y social que sabe explotar con tanta habilidad. Insulta a la prensa.
Desacredita a los jueces independientes. Elimina los pesos y derriba los
contrapesos. Se dedica a la abolición de la verdad. Se embolsa el sistema paso
a paso. Se inyecta Lysol. Los fundamentos de la dictadura.
Europa es otra historia. Su
división entre el norte próspero y el sur más pobre se agudiza por la pandemia,
y su línea de fractura entre las democracias de Europa occidental y los
sistemas antiliberales o autoritarios de Polonia y Hungría, se evidencia aún
más, así el continente se enfrenta a una dura prueba de su capacidad de unidad
y solidaridad. No ha tenido un buen desempeño, pero no lo descartaría.
La reacción europea inicial a
la pandemia fue débil (Lombardía no olvidará pronto el abandono en el que se
vio sumida) y la respuesta de la Unión Europea a la afirmación del 30 de marzo
de un poder casi totalmente autocrático por parte del líder húngaro, Viktor
Orbán, fue patética, equivalente al entreguismo.
El hecho de que la Unión
Europea se comprometiera a proporcionar miles de millones de dólares en ayuda a
Hungría a través de la Iniciativa de Inversión de Respuesta al Coronavirus el
mismo día en que Orbán comenzó a gobernar por decreto durante un periodo indefinido
fue “una locura, una desgracia y un peligro”, como me dijo Jacques Rupnik,
politólogo francés. Orbán es un político al que Trump admira.
Pero en Angela Merkel, la
canciller alemana, Europa ha vuelto a descubrir a una lideresa que inspira por
su franqueza, cordura y firmeza. He aquí la hora, he aquí a la mujer.
Las sociedades europeas, con
sus estados de bienestar que cubren los salarios de los trabajadores despedidos
y proporcionan asistencia sanitaria universal, están mejor preparadas que Estados
Unidos para un desastre de esta magnitud. Los gobiernos y el Banco Central
Europeo ahora han movilizado recursos masivos.
Macron, en una entrevista con
The Financial Times, ha argumentado que el virus debería en última instancia
reforzar el multilateralismo y anunciar el retorno de lo “humano” por encima de
lo “económico” o, dicho de otro modo en términos generales, anteponer la
solidaridad europea al capitalismo estadounidense desenfrenado.
Sin duda, los mal pagados
trabajadores que están en la primera línea de respuesta, los recolectores de
basura, los trabajadores agrícolas, los camioneros, los cajeros de
supermercado, los repartidores y el resto que han mantenido a las personas
vivas y alimentadas, mientras los ricos se iban a las colinas o a las playas
han dado una poderosa lección sobre la necesidad de una mayor equidad y una
forma diferente de globalización. Los que padecen el COVID-19 se asfixian.
También podemos asfixiarnos un día, como señaló Macron, en un planeta
sobrecalentado y sobreexplotado. Que la lección nos lleve a un reequilibrio
radical, tanto personal como corporativo, es otra cosa.
Lo que está claro es que, si
la UE no defiende los valores democráticos liberales, esos valores quedarán
huérfanos en el amenazador mundo de Trump, Putin y Xi Jinping.
Dije que la gran batalla entre
la democracia y la dictadura del siglo XXI está lejos de haber terminado. Las
emergencias les sirven a los autócratas, pero también sirven para demostrar los
fallos de sus sistemas y provocar un replanteamiento radical.
La fecha crucial de esa lucha
será el próximo 3 de noviembre. Si Trump gana, suponiendo que se celebren las
elecciones, y el Dr. Pangloss continúe su ataque a la verdad, el campo
democrático de Merkel-Macron padecerá. Si Joe Biden, el supuesto candidato
demócrata, gana, Estados Unidos no recuperará ese mundo liderado por los
estadounidenses, porque ese mundo se ha ido para siempre, pero el retorno de la
decencia y los principios por los que se rige esta nación hará una enorme
diferencia. Para empezar, Estados Unidos ya no dará carta blanca a los
autócratas.
“El virus está atacando a un
mundo incoherente y desglobalizado”, explicó Bildt. “Y mientras ese sea el
caso, el virus gana”.
(c) The New York Times 2020
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