Francesco Boldizzoni, profesor
de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega y autor de
"Foretelling the End of Capitalism", repasa en un reciente libro,
publicado por la Universidad de Harvard, las desventuras intelectuales
desde Karl Marx de los ensayos y predicciones sobre la declinación o el
colapso del sistema capitalista
Por Sergio Serrichio
19 de Julio de 2020
INFOBAE ECONÓMICO
En octubre de 2018 la Casa
Blanca publicó “El costo de oportunidad del Socialismo”, un informe del Consejo
de Asesores Económicos de Donald Trump, encabezado por Lawrence Kudlow, que advertía
en tono alarmista el “juicio” al capitalismo y el interés de los jóvenes de
EEUU por ideas socialistas. Si bien generó la reacción de columnistas como Paul
Krugman, premio Nobel de Economía 2007, el estudio fue luego olvidado, pero es
la primera cita de “Foretelling the end of Capitalism (Intellectual
Misadventures since Karl Marx)” (Prediciendo el fin del Capitalismo,
desventuras intelectuales desde Karl Marx), libro publicado en mayo por Harvard
University Press, de Francesco Boldizzoni, un repaso de predicciones fallidas
acerca de un sistema que se ha probado robusto y de gran capacidad de
adaptación.
Según Boldizzoni, resume una
crítica del “Boston Review”, una publicación cercana a Harvard, hay cuatro
tipos de predicciones sobre el fin del capitalismo, las de “implosión”, como la
original de Karl Marx, las de “exhausción” o agotamiento (de John Stuart Mill,
un contemporáneo muy diferente de Marx), las de “convergencia”, en que las
diferencias entre sistemas se hacen imperceptibles, y las de “involución
cultural”, en las que el desarrollo capitalista mata los valores en que se
funda.
Boldizzoni es desde 2019
profesor de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega, después de haber
pasado por la Universidades de Helsinky (Finlandia) y sido académico visitante
en Dartmouth College (EEUU), la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales
(París), la London School of Economics y el Instituto Max Planck. Su primera
posición fue como profesor de historia económica en la Universidad de Turín, en
su Italia natal. En viaje de Noruega a Grecia, el también autor de “La pobreza
de Clío”, respondió al requerimiento de Infobae.
Karl Marx no entendió los
efectos de la tecnología y tampoco supo anticipar que el capitalismo, a pesar
de sus miserias morales, mejoraría las condiciones de vida de las clases
trabajadoras y las llevaría a comportarse y pensar como las clases medias.
- Su libro marca diferentes
etapas predictivas sobre el fin del capitalismo, todas fallidas. ¿Podemos
empezar desde el inicio, con Marx y John Stuart Mill?
- Tanto John Stuart Mill como
Karl Marx escribieron a mediados del siglo XIX, cuando el capitalismo aún era
joven. No tenían nada en común, salvo estar de acuerdo en que el sistema era
insostenible. En cierto sentido, sus ideas son dos arquetipos que retornan cada
tanto. Mill creía que la dependencia del crecimiento era el punto débil del
capitalismo, ya que según él el crecimiento no podía sostenerse de modo
permanente. Marx no entendió los efectos de la tecnología y tampoco supo anticipar
que el capitalismo, a pesar de sus miserias morales, mejoraría las condiciones
de vida de las clases trabajadoras y las llevaría a comportarse y pensar como
las clases medias. El creía que las contradicciones sociales harían explotar el
sistema.
-Cuando sucedió la gran
depresión, el marxismo ya se había dividido en dos corrientes. La primera,
ortodoxa y ligada a la Unión Soviética, pensaba que tarde o temprano la
revolución arribaría a Occidente, por una ley del desarrollo histórico
universal. La segunda corriente, socialdemócrata, sostenía en cambio que había
que trabajar “desde adentro” para cambiar al capitalismo. La crisis de los años
30 fue leída de modo muy diverso por estas corrientes. Los reformistas no
vieron nada de irreparable: la inestabilidad del mercado se podía remediar con
regulaciones, de hecho, eran las políticas que se estaban siguiendo con el “New
Deal” en EEUU y con la planificación nazi-fascista. Pero estos cambios, según
otros, borraban la diferencia entre capitalismo y socialismo. Una perspectiva
así era bienvenida por la izquierda, pero inquietaba a conservadores como
Joseph Schumpeter y Friedrich Hayek.
- ¿Cuál fue la influencia de
John Maynard Keynes en ese momento histórico?
-Ante los dilemas de los años
30, Keynes, que era un liberal, tuvo una actitud pragmática; entendió que la
intervención del Estado en la economía salvaría al capitalismo de sí mismo. La
historia le dio la razón, al menos hasta fin de los años 60, cuando se rompió
el equilibrio económico y social de posguerra.
Quienes criticaban al
capitalismo en los 60 y 70 no se ilusionaban de que el sistema soviético fuese
mejor, pero eso no les impedía ver los males del capitalismo. En esos años
creció el malestar asociado a la opulencia, a la sociedad de consumo. No
lamentaban sólo el materialismo, sino también la manipulación de las opciones
cotidianas
- En esos años de gran
efervescencia, ¿cómo se procesó la discusión entre capitalismo y socialismo y
las predicciones sobre el “fin del capitalismo”?
- Los autores que criticaban
al capitalismo en los 60 y 70 no se ilusionaban de que el sistema soviético
fuese mejor, pero eso no les impedía ver los males del capitalismo. Incluso
conservadores inteligentes como Daniel Bell lo hicieron. En esos años creció el
malestar asociado a la opulencia. Los sectores más críticos y los jóvenes más
instruidos de las nuevas generaciones estaban descontentos con la sociedad de
consumo, que según ellos producía un nuevo tipo de alienación. No lamentaban
sólo el materialismo, sino también que sus vidas fuesen controladas por las
corporaciones mediante la manipulación de las opciones cotidianas. Y repudiaban
las políticas imperialistas y colonialistas de los gobiernos occidentales en el
Sur. A estos sentimientos difusos dio voz, por ejemplo, la “teoría crítica” de
Herbert Marcuse. Otros pensadores europeos estaban preocupados por las
consecuencias de la desaceleración del crecimiento y la vuelta del conflicto
distributivo. El Estado del Bienestar empezaba a vacilar y esto causaba una “crisis
de legitimación” del capitalismo regulado, como sostuvo Jürgen Habermas.
- Pero ese ambiente no derivó
en una caída, sino en un momento triunfal del capitalismo: la caída del Muro y
la implosión del modelo soviético a fines de los 80...
- El ascenso del
neoliberalismo a partir de los 80 y la caída de la URSS crearon, por 20 o 30
años, la ilusión de que bastaba la caída de una alternativa al capitalismo para
que sus problemas internos desaparecieran como por arte de magia. La crisis del
2008, que en realidad fue solo la punta del iceberg, probó que no era así. Como
era de esperarse, la crisis financiera reencendió las predicciones y hasta
algún cientista social, como Randall Collins, le puso fecha al fin del
capitalismo: hacia el año 2040. Al cabo de dos siglos, parece que volvimos al
punto de partida, a las profecías apocalípticas de estilo victoriano. Pero la
crisis trajo también algunas lecciones constructivas. Llamó la atención por
ejemplo sobre el hecho de que todas las interpretaciones sobre la “sociedad
post-industrial” desde los años 90 del siglo pasado estaban equivocadas. El fin
del sistema fabril no borró las desigualdades sociales sino que las multiplicó
y el nuevo proletariado -que se gana la vida repartiendo pizza en bicicleta- es
incluso más pobre que el antiguo. En nuestra sociedad, en suma, el conflicto
distributivo no sólo persiste sino que tiende a ser exasperado por la baja tasa
de crecimiento de las economías basadas en las tecnologías digitales, en los
servicios y -sobre todo- en las finanzas.
Randall Collins, le puso fecha
al fin del capitalismo: hacia el año 2040. Al cabo de dos siglos, parece que
volvimos al punto de partida, a las profecías apocalípticas de estilo
victoriano. Pero la crisis trajo también algunas lecciones constructivas.
- Usted vivió en Italia y EEUU
y ahora vive en Noruega. Todos países capitalistas. ¿Qué tienen en común que
los hace “capitalistas” y qué los diferencia, y hasta qué punto esas
diferencias importan para intentar entender el futuro del capitalismo?
- En líneas generales, estos
países tienen en común el control privado de una parte significativa de los
medios de producción, un sistema de mercado que asigna los recursos y
distribuye el producto y una cierta cultura burguesa. Dicho esto, EEUU y
Noruega representan extremos opuestos dentro de una amplia variedad de modelos
de capitalismo. En Noruega, la mitad de la economía es de propiedad estatal y
el sector público regula –con bastante eficiencia, debo decir- el mercado
laboral, además de proveer servicios de bienestar y educación gratuita a toda
la población. Nada de eso sucede en EEUU. Italia y el resto de Europa
continental están en un punto medio entre estos extremos. Noruega es tal vez un
modelo límite entre capitalismo y socialismo, pero por la libertad de empresa
está en el primer campo. Juicios de valor aparte, no hay modelos de capitalismo
intrínsecamente más estables que otros. Cada uno es, de algún modo, una imagen
de la sociedad que lo produjo.
- Usted destaca en su libro
que las profecías sobre su fin subestimaron dos factores culturales arraigados
en el capitalismo: jerarquías e individualismo. ¿Por qué son tan importantes?
-Todas las sociedades
complejas son en algunas medida jerárquicas, pero las sociedades capitalistas
occidentales heredaron de las sociedades feudales sobre las cuales fueron
edificadas relaciones de poder altamente asimétricas. La misma dependencia
creada de la necesidad que antes ligaba a los siervos de la gleba con sus
señores, en el capitalismo ligó a los proletarios con los capitalistas. El
capitalismo reemplazó las viejas con nuevas jerarquías. Y trajo una nueva
categoría, la de “clase”, que aún es central.
Mientras las distinciones
sociales en el viejo sistema reflejaban el status al nacer, en el nuevo
reflejan la capacidad de hacer dinero. El capital llevó a una reconfiguración
de los estratos sociales. El elemento novedoso que acompañó el nacimiento del
capitalismo fue el individualismo. Las personas hoy se sienten motivadas por
sus preferencias, sus necesidades, sus derechos, ya no por las normas y deberes
que derivan de la pertenencia a una comunidad. Tienen relaciones contractuales
y recurren al mercado para satisfacer sus necesidades.
Con el tiempo, esta lógica de
mercado se extendió a esferas muy sensibles de la actividad humana como el
trabajo y en ciertos países, como EEUU, incluso a la salud. Estas estructuras
sociales jerárquicas y estos valores individualistas tomaron forma a lo largo
de los últimos siglos y no pueden desaparecer de improviso.
- ¿Hasta qué punto la
jerarquía no es una parte aún más importante de sistemas que se han propuesto
como alternativa al capitalismo, en especial, el “socialismo real”? Y el
individualismo, ¿no es parte de la “naturaleza humana”, algo muy difícil de
moldear o cambiar?
- En las sociedades no
capitalistas faltan en general o la jerarquías o el individualismo, más a
menudo esto último. Por ejemplo, el socialismo soviético se afirmó en una
sociedad ciertamente jerárquica, salida del feudalismo del siglo XIX, pero no
era individualista. Lo mismo puede decirse del sistema chino, que además es muy
distintos del ruso. El individualismo no tiene nada que ver con la naturaleza
humana, lo encontramos en ciertas sociedades y no en otras. Es más bien una
construcción histórica. Su nacimiento estuvo estrechamente ligado a la
modernización europea a partir del siglo XVII. Pero el hecho de que el
individualismo sea relativamente reciente no significa que sea sencillo
librarse de él. Al contrario, está muy arraigado en la cultura occidental,
donde representa el precio a pagar para liberarse de formas opresivas de
control social.
- ¿Cómo catalogaría el régimen
chino? ¿Hasta qué punto, además de su poderío y el rol creciente en la política
y la economía mundiales, es o no un “modelo” alternativo?
- Está de moda decir que el
régimen chino es capitalista de hecho, aunque no en el nombre, pero yo no estoy
de acuerdo. No sabría definir si es socialista, pero en el fondo no me importa.
Es posible que un sistema no sea capitalista y que tampoco sea socialista, la
complejidad del mundo no es reductible a simples oposiciones.
El sistema chino se basa en el
control político más que en la iniciativa privada. El Partido Comunista usa el
mercado como mecanismo para asignar los factores productivos y fijar los
precios y salarios, pero los objetivos de fondo dependen de la planificación,
que es un acto político. Los medios de producción pueden ser de los privados,
pero el Estado controla el sistema bancario. Es como que a un auto puede
manejarlo cualquiera, pero una sola persona tiene las llaves. En un sistema
colectivista como el chino, no veo espacio para que crezca el individualismo
burgués.
- En su libro usted dice que
Marx ha sido en parte reivindicado, pues predicciones como la desaparición de
las clases medias y el estancamiento de los salarios reales se están
verificando y que “o la izquierda encuentra herramientas efectivas para lidiar
con estos fenómenos o su lugar será ocupado por la derecha populista” ¿Hacia
qué lado cree que se está inclinando la partida?
- Hacia la derecha populista,
desafortunadamente. Con excepción de pocos países, el espacio político del
reformismo lo ocupan actualmente partidos que todavía no hicieron un balance
del fracaso de la “Tercera Vía” que inauguraron Bill Clinton y Tony Blair hace
unos 25 años. Son todavía prisioneros de la creencia anacrónica que las
elecciones se ganan conquistando el centro. Se concentran en los derechos
civiles y se desinteresan de los derechos sociales. Se comprometen con la
defensa del ambiente, pero no del trabajo, y son fieles al dogma del
globalismo. Por eso solamente los votan en los centros más ricos. Si no
recuperan alguna conexión con los estratos sociales más vulnerables y vuelven a
hablar en su idioma, estos partidos que se definen indignamente como de
izquierda no tienen futuro.
- También dice que la sociedad
sabrá limitar el poder del capital y que mejor que sembrar falsas esperanzas de
“tirar el sistema” es “reafirmar el rol del Estado en la economía mediante el
control de los sectores estratégicos y el monopolio de los servicios públicos”.
En un país como la Argentina eso significaría darle a los gobiernos y a un
Estado altamente ineficiente un poder abrumador sobre la sociedad. ¿No hay
alternativas mejores, más allá de cuál sea el futuro del capitalismo?
- Los problemas y los vínculos
de los países centrales no son los mismos de aquellos en la periferia del
sistema capitalista. Conozco bastante bien América Latina y su historia como
para saber que ha estado demasiado a menudo prisionera de clases dirigentes que
sacaron ventaja de perpetuar el subdesarrollo. Esto vale tanto para los
populistas como para los servidores locales de los intereses de EEUU. Pienso
por eso que en muchos países del Cono Sur la emancipación política de la
ciudadanía sea el prerrequisito de cualquier reforma económica. Soy un
socialdemócrata y no puedo sino augurar a cada país un futuro de justicia
social, pero soy también consciente de que para que para que una
social-democracia florezca se requieren autodeterminación, soberanía y
transparencia. Argentina y México son los países latinoamericanos con el número
más alto de lectores de libros. Donde se lee mucho se desarrollan actitudes
críticas de la gestión de la cosa pública. Y en efectos estos países muestran
una vivacidad intelectual que es la envidia de una Europa perezosa y estancada.
Esto me da esperanza que el día en que “se abrirán las grandes alamedas por
donde pasa el hombre libre”, del que habló Salvador Allende en aquel trágico
septiembre de 1973 esté más cercano de lo que se cree.
Conozco bastante bien América
Latina y su historia como para saber que ha estado demasiado a menudo
prisionera de clases dirigentes que sacaron ventaja de perpetuar el
subdesarrollo. Esto vale tanto para los populistas como para los servidores
locales de los intereses de EEUU. Para que una social-democracia florezca se
requieren autodeterminación, soberanía y transparencia
- Con la crisis económica
mundial derivada de la actual pandemia del COVID-19 hay cierto revival de “fin
del capitalismo”. ¿Qué opina de esta nueva ola de análisis y qué enseñanzas les
recordaría a raíz de su estudio de los fracasos predictivos de los últimos
(casi) 200 años?
- Pienso que el
sensacionalismo no ayuda en estas circunstancias. La idea de que el capitalismo
pueda colapsar es producto de un mal análisis: confunde coyuntura y estructura.
Las crisis cíclicas y los shocks exógenos, como ahora la pandemia de
coronavirus, pueden desestabilizar el sistema por un tiempo, pero no tienen el
poder de darlo vuelta. Superar el capitalismo requiere una transformación
estructural que ninguna crisis puede cumplir por sí misma.
- Una observación bastante
común es que la pandemia, al cuestionar la movilidad de bienes y personas es un
golpe muy fuerte al capitalismo globalizado. ¿Qué tendrían en común ésta y
otras predicciones fallidas sobre el “fin del capitalismo”?
- En las situaciones de
emergencia todo parece posible. El error de los nuevos profetas es pensar que
las emergencias duran por siempre. En cuanto a las culpas del capitalismo,
seguramente es responsable del modo en que la epidemia fue gestionada en
ciertos países, donde los intereses económicos han impedido practicar un
confinamiento serio. Pero los virus son fenómenos de la naturaleza, no del
hombre. La historia milenaria de los contactos entre los pueblos no es
reducible a la globalización. No olvidemos que también la peste negra del siglo
XIV llegó de Asia, así como los cítricos y los algoritmos indo-arábigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario