Extraído del
libro “Cómo terminará el Capitalismo”, de Wolfgang Streeck.
El artículo de
Randall Collins
La teoría más
directa de la crisis capitalista incluida en el libro es la ofrecida por
Randall Collins (pp. 37-69), una teoría que él caracteriza correctamente como
una «versión simplificada de una perspectiva fundamental, que Marx y Engels
habían formulado ya en la década de 1840» (p.38).
Esa perspectiva,
tal como la adapta Collins, es la de que el capitalismo está sometido a una
«debilidad estructural a largo plazo», en concreto el desplazamiento
tecnológico de la mano de obra por maquinaria» (p. 37).
Collins no se
arrepiente en absoluto de su enfoque estrictamente estructuralista, aún más que
el de Wallerstein, ni de su determinismo tecnológico monofuncional. De hecho,
está convencido de que el «desplazamiento tecnológico de la mano de obra» habrá
acabado con el capitalismo, con o sin violencia revolucionaria, a mediados de
este siglo, antes de ser derribado por una crisis ecológica en principio
igualmente destructiva y definitiva, siendo esta opción más probable que la hipótesis
de las burbujas financieras, que son comparativamente más difíciles de
predecir.
El
estructuralismo tardomarxista «desnudo» de Collins se caracteriza, entre otras
cosas, por el hecho de que, a diferencia de Marx en su teorema sobre la caída
secular de la tasa de beneficio, no se preocupa de proteger su predicción
frente a una serie de factores compensatorios, ya que cree que el capitalismo ha
agotado todas las ayudas salvadoras que en el pasado han retrasado su desaparición.
Admite las
influencias «weberianas», no marxistas, de Mann y Calhoun sobre el curso de la
historia, pero sólo como fuerzas secundarias que todo lo más modifican la forma
en que la tendencia estructural fundamental, que impulsa la historia del
capitalismo desde abajo acabará triunfando. Las desigualdades globales del
desarrollo, las dimensiones del conflicto que no están relacionadas con el capitalismo,
la guerra y las presiones ecológicas, pueden acelerar o no la crisis del
mercado de trabajo y del sistema de empleo capitalista, pero no pueden
suspenderla o evitarla.
¿En qué consiste
exactamente esa crisis? Aunque la mano de obra ha venido siendo sustituida por
tecnología durante los últimos doscientos años, con el auge de la tecnología de
la información y, en un futuro muy próximo, la inteligencia artificial, ese
proceso está alcanzando actualmente su apogeo, al menos en dos aspectos: en
primer lugar se ha acelerado y, en segundo, habiendo destruido durante la
segunda mitad del siglo XX a la clase obrera manual, ahora está atacando y a
punto de destruir también a la clase media, o dicho con otras palabras, a la
nueva pequeña burguesía, que es el auténtico soporte del estilo de vida
neocapitalista y neoliberal de «duro trabajo y juego duro» del
arribismo-consumismo, que, como se verá más adelante, puede considerarse, de
hecho, la base cultural indispensable de la sociedad capitalista actual.
Lo que Collins ve
venir es una rápida apropiación de los trabajos de programación, gestión,
oficina, administración y educación por maquinaria lo bastante inteligente como
para diseñar y crear nueva maquinaria aún más avanzada. La electronización hará
a la clase media lo que la mecanización hizo a la clase obrera, y lo hará mucho
más rápidamente. El resultado será un desempleo del orden del 50 al 70 por 100
a mediados de siglo, que afectará a quienes esperaban, gracias a una costosa
educación y a una severa disciplina en el trabajo (a cambio de salarios
estancados o decrecientes), escapar de la amenaza de despido, que ha golpeado a
la clase obrera. Los beneficios, entretanto, irán a los bolsillos de «una pequeña
clase capitalista de propietarios de robots», que se harán inmensamente ricos.
El inconveniente
para ellos es, no obstante, que cada vez más verán que no pueden vender sus
productos, porque muy pocas personas tienen ingresos suficientes para comprarlos.
Extrapolando esta tendencia subyacente, escribe Collins, «Marx y Engels
predijeron el derrumbe del capitalismo y su sustitución por el socialismo» (p.
39) y eso mismo es lo que
Collins también predice.
La teoría de
Collins es más original cuando trata de explicar por qué el desplazamiento por
la tecnología está a punto de provocar el final del capitalismo, cuando no lo
hizo en el pasado. Siguiendo los pasos de Marx, enumera cinco «vías de escape»,
que hasta ahora han salvado al capitalismo de la autodestrucción y, luego,
procede a mostrar por qué ya no lo salvarán. Estas son:
1) El crecimiento
de nuevos empleos y sectores enteros, que compensan las pérdidas de empleo
debidas al progreso tecnológico (el empleo en la inteligencia artificial será
minúsculo, especialmente una vez que los robots comiencen a diseñar y construir
otros robots).
2) La expansión
de los mercados (que en esta ocasión serán principalmente mercados laborales en
ocupaciones de clase media, globalmente unificados por las tecnologías de la
información, que posibilitan la competencia a escala global entre solicitantes
de empleo educados).
3) El auge de las
finanzas, como fuente de ingresos («especulación») y como sector económico (que
no puede, sin embargo, compensar la pérdida de empleo ocasionada por las nuevas
tecnologías ni la pérdida de ingresos causada por el desempleo, también porque
la informatización hará innecesarios a los trabajadores en gran parte del sector
financiero).
4) La sustitución
del empleo en el sector privado por empleo en el sector público (improbable
debido a la crisis fiscal del Estado y que en todo caso exigiría en última
instancia «un vuelco revolucionario del sistema de propiedad» [p. 51].
5) El uso de la
educación como amortiguador para mantener a la mano de obra fuera del empleo,
convirtiéndola en una especie de «keynesianismo oculto» aunque se traduzca en
una «inflación de títulos y cualificaciones» (lo que para Collins es el camino
más probable, aunque en última
instancia resultará tan inútil como los demás, al dar lugar a la
desmoralización en las instituciones educativas y a problemas de financiación,
tanto pública como privada).
Con las cinco
vías de escape cerradas, no hay manera de que la sociedad pueda evitar que el
capitalismo cause un desplazamiento acelerado de la mano de obra y el
consiguiente aumento de las desigualdades económicas y sociales, por lo que,
concluye Collins, algún tipo de socialismo tendrá que ocupar finalmente el
lugar del capitalismo.
A qué se parecerá
exactamente, y qué vendrá después del socialismo o con él, es algo que Collins deja
sin responder, y es igualmente agnóstico en cuanto al modo exacto de la
transición. El cambio será revolucionario, pero no se puede saber de antemano
si será una revolución social violenta la que acabará con el capitalismo o una
revolución institucional pacífica realizada bajo un nuevo liderazgo político.
Collins deja
abierto a la especulación si se impondrán severos gravámenes a los más ricos
para subvencionar el empleo público o una renta básica garantizada para todos,
con distribución igualitaria y estricto racionamiento de las muy limitadas
horas de trabajo por medios más o menos dictatoriales à la Keynes, ya que su
«marxismo mondo y lirondo» no da lugar a predicciones sobre qué clase de
sociedad surgirá una vez que el capitalismo haya agotado su curso.
Solo una cosa es
cierta: que el capitalismo terminará y mucho antes de lo que uno podría haber
pensado.
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