sábado, 12 de octubre de 2019

CÓMO TERMINARÁ EL CAPITALISMO? OPINIÓN DE RANDALL COLLINS

Extraído del libro “Cómo terminará el Capitalismo”, de Wolfgang Streeck.
El artículo de Randall Collins

La teoría más directa de la crisis capitalista incluida en el libro es la ofrecida por Randall Collins (pp. 37-69), una teoría que él caracteriza correctamente como una «versión simplificada de una perspectiva fundamental, que Marx y Engels habían formulado ya en la década de 1840» (p.38).

Esa perspectiva, tal como la adapta Collins, es la de que el capitalismo está sometido a una «debilidad estructural a largo plazo», en concreto el desplazamiento tecnológico de la mano de obra por maquinaria» (p. 37).

Collins no se arrepiente en absoluto de su enfoque estrictamente estructuralista, aún más que el de Wallerstein, ni de su determinismo tecnológico monofuncional. De hecho, está convencido de que el «desplazamiento tecnológico de la mano de obra» habrá acabado con el capitalismo, con o sin violencia revolucionaria, a mediados de este siglo, antes de ser derribado por una crisis ecológica en principio igualmente destructiva y definitiva, siendo esta opción más probable que la hipótesis de las burbujas financieras, que son comparativamente más difíciles de predecir.

El estructuralismo tardomarxista «desnudo» de Collins se caracteriza, entre otras cosas, por el hecho de que, a diferencia de Marx en su teorema sobre la caída secular de la tasa de beneficio, no se preocupa de proteger su predicción frente a una serie de factores compensatorios, ya que cree que el capitalismo ha agotado todas las ayudas salvadoras que en el pasado han retrasado su desaparición.

Admite las influencias «weberianas», no marxistas, de Mann y Calhoun sobre el curso de la historia, pero sólo como fuerzas secundarias que todo lo más modifican la forma en que la tendencia estructural fundamental, que impulsa la historia del capitalismo desde abajo acabará triunfando. Las desigualdades globales del desarrollo, las dimensiones del conflicto que no están relacionadas con el capitalismo, la guerra y las presiones ecológicas, pueden acelerar o no la crisis del mercado de trabajo y del sistema de empleo capitalista, pero no pueden suspenderla o evitarla.

¿En qué consiste exactamente esa crisis? Aunque la mano de obra ha venido siendo sustituida por tecnología durante los últimos doscientos años, con el auge de la tecnología de la información y, en un futuro muy próximo, la inteligencia artificial, ese proceso está alcanzando actualmente su apogeo, al menos en dos aspectos: en primer lugar se ha acelerado y, en segundo, habiendo destruido durante la segunda mitad del siglo XX a la clase obrera manual, ahora está atacando y a punto de destruir también a la clase media, o dicho con otras palabras, a la nueva pequeña burguesía, que es el auténtico soporte del estilo de vida neocapitalista y neoliberal de «duro trabajo y juego duro» del arribismo-consumismo, que, como se verá más adelante, puede considerarse, de hecho, la base cultural indispensable de la sociedad capitalista actual.

Lo que Collins ve venir es una rápida apropiación de los trabajos de programación, gestión, oficina, administración y educación por maquinaria lo bastante inteligente como para diseñar y crear nueva maquinaria aún más avanzada. La electronización hará a la clase media lo que la mecanización hizo a la clase obrera, y lo hará mucho más rápidamente. El resultado será un desempleo del orden del 50 al 70 por 100 a mediados de siglo, que afectará a quienes esperaban, gracias a una costosa educación y a una severa disciplina en el trabajo (a cambio de salarios estancados o decrecientes), escapar de la amenaza de despido, que ha golpeado a la clase obrera. Los beneficios, entretanto, irán a los bolsillos de «una pequeña clase capitalista de propietarios de robots», que se harán inmensamente ricos.

El inconveniente para ellos es, no obstante, que cada vez más verán que no pueden vender sus productos, porque muy pocas personas tienen ingresos suficientes para comprarlos. Extrapolando esta tendencia subyacente, escribe Collins, «Marx y Engels predijeron el derrumbe del capitalismo y su sustitución por el socialismo» (p. 39) y eso mismo es lo que Collins también predice.

La teoría de Collins es más original cuando trata de explicar por qué el desplazamiento por la tecnología está a punto de provocar el final del capitalismo, cuando no lo hizo en el pasado. Siguiendo los pasos de Marx, enumera cinco «vías de escape», que hasta ahora han salvado al capitalismo de la autodestrucción y, luego, procede a mostrar por qué ya no lo salvarán. Estas son:

1) El crecimiento de nuevos empleos y sectores enteros, que compensan las pérdidas de empleo debidas al progreso tecnológico (el empleo en la inteligencia artificial será minúsculo, especialmente una vez que los robots comiencen a diseñar y construir otros robots).
2) La expansión de los mercados (que en esta ocasión serán principalmente mercados laborales en ocupaciones de clase media, globalmente unificados por las tecnologías de la información, que posibilitan la competencia a escala global entre solicitantes de empleo educados).
3) El auge de las finanzas, como fuente de ingresos («especulación») y como sector económico (que no puede, sin embargo, compensar la pérdida de empleo ocasionada por las nuevas tecnologías ni la pérdida de ingresos causada por el desempleo, también porque la informatización hará innecesarios a los trabajadores en gran parte del sector financiero).
4) La sustitución del empleo en el sector privado por empleo en el sector público (improbable debido a la crisis fiscal del Estado y que en todo caso exigiría en última instancia «un vuelco revolucionario del sistema de propiedad» [p. 51].
5) El uso de la educación como amortiguador para mantener a la mano de obra fuera del empleo, convirtiéndola en una especie de «keynesianismo oculto» aunque se traduzca en una «inflación de títulos y cualificaciones» (lo que para Collins es el camino más probable, aunque en última instancia resultará tan inútil como los demás, al dar lugar a la desmoralización en las instituciones educativas y a problemas de financiación, tanto pública como privada).

Con las cinco vías de escape cerradas, no hay manera de que la sociedad pueda evitar que el capitalismo cause un desplazamiento acelerado de la mano de obra y el consiguiente aumento de las desigualdades económicas y sociales, por lo que, concluye Collins, algún tipo de socialismo tendrá que ocupar finalmente el lugar del capitalismo.

A qué se parecerá exactamente, y qué vendrá después del socialismo o con él, es algo que Collins deja sin responder, y es igualmente agnóstico en cuanto al modo exacto de la transición. El cambio será revolucionario, pero no se puede saber de antemano si será una revolución social violenta la que acabará con el capitalismo o una revolución institucional pacífica realizada bajo un nuevo liderazgo político.

Collins deja abierto a la especulación si se impondrán severos gravámenes a los más ricos para subvencionar el empleo público o una renta básica garantizada para todos, con distribución igualitaria y estricto racionamiento de las muy limitadas horas de trabajo por medios más o menos dictatoriales à la Keynes, ya que su «marxismo mondo y lirondo» no da lugar a predicciones sobre qué clase de sociedad surgirá una vez que el capitalismo haya agotado su curso.

Solo una cosa es cierta: que el capitalismo terminará y mucho antes de lo que uno podría haber pensado.

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