El abogado inglés, que vincula
fenómenos como el Brexit a un sistema político ajeno a las demandas ciudadanas,
afirma que la legislación internacional debe abordar también la crisis
ambiental
Fernando García. 26 de octubre
de 2019
Philippe SandsPhilippe Sands. Crédito:
Santiago Cichero/AFV
Durante cincuenta años, una
ciudad que entre 1914 y 1945 cambió su nacionalidad ocho veces permaneció
cerrada a Occidente por la Unión Soviética. En el mapa del mundo posterior a la
caída de la Cortina de Hierro se la reconoce como parte de Ucrania con el
nombre de Lviv. Su compleja historia, que se remonta al Imperio austro-Húngaro,
acaso hubiera quedado como una curiosidad de la guía Lonely Planet si no era
rescatada por el abogado inglés Philippe Sands en la voluminosa investigación
Calle Este-Oeste, un ejercicio de no ficción trepidante que cruza su árbol
genealógico en la antesala de la II Guerra Mundial con el nacimiento del
derecho internacional. Así es como Sands ubica en esa geografía remota del este
sus raíces judías y el trabajo de dos héroes secretos del juicio de Nüremberg,
los expertos en derecho internacional Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin, que
introdujeron las nociones de crímenes de lesa humanidad y genocidio en la justicia
global.
En Lviv, Sands, experto en
derecho internacional y columnista en varios medios, es poco menos que un
ciudadano ilustre. Su libro ha generado un fenómeno de turismo literario que la
ciudad explota, poniendo placas conmemorativas en todos los lugares que el
autor recorre en su obra. En Buenos Aires acaso sea menos conocido, aunque ha
visitado la Argentina desde 1986 (en el primer intercambio cultural entre
nuestro país y Gran Bretaña después de la guerra de Malvinas), para luego
defender los intereses locales ante el Ciadi en la crisis de 2002 y en La Haya
por el litigio de las pasteras en el río Uruguay. Estuvo de regreso
recientemente, cuando participó en el Filba y presentó Calle Este-Oeste, un
texto anfibio que pone la indagación documental de la historia en estado de
thriller.
-Su libro es una especie de
trastienda del juicio de Nüremberg, a la vez que un álbum de familia. ¿Por qué
diría que es importante o necesario mezclar historias personales con la
historia?
-Es bastante controvertido.
Los historiadores académicos dirían que lo que los individuos hacen no es
importante, y yo me permito disentir sobre ese punto. Y lo hago desde mi
experiencia como abogado en las cortes internacionales. Los individuos hacen la
diferencia. He estado frente a muchos jueces, y sé que cada uno de ellos es un
ser humano distinto, con su propia historia. Por mi propia experiencia al
estudiar casos he sabido que los papeles individuales (de los abogados, los
jueces, los secretarios, los traductores, las defensas) hacen una gran
diferencia. Quise explorar una historia famosa a través de distintos lentes
sabiendo, además, que los lectores adoran las historias de vida.
-Los nombres de los abogados
Lauterpacht y Lemkin son mucho menos familiares para un lector común que los de
los jerarcas nazis. ¿Pensó este libro como un tributo a estos héroes secretos?
-Como usted sabe, este libro
fue un accidente. Un día recibí una invitación a esta ciudad extraña en la
Ucrania profunda y la única razón por la que la acepté es que recordaba
vagamente que mi abuelo había nacido allí, y pensé que sería interesante ir y
conocer el lugar. Así es como descubrí esta curiosa coincidencia. Me pidieron
que diera una conferencia acerca de crímenes de lesa humanidad y genocidio, y
descubrí que todo había empezado en Lviv, Lwow o Lemberg [los nombres
ucraniano, polaco y alemán de la ciudad], con estos dos personajes. No me
propuse hacer un tributo a estas personas notables, pero me doy cuenta de que
en el camino se transformó en eso. En la comunidad legal ambos son bien
conocidos, pero aun así diría que ese conocimiento se circunscribe a un grupo
muy pequeño. Quise escribir algo más en profundidad sobre sus vidas, sus
amores, las situaciones que atravesaron, y humanizar una historia compleja. Tuvieron
ideas increíbles, que fueron revolucionarias y que cambiaron el mundo
completamente. Sin Lauterpacht y Lemkin no tendríamos hoy cómo juzgar los
crímenes de lesa humanidad y el genocidio en la ley internacional. Cambiaron la
historia del derecho, la historia misma, mi vida, su vida.
-Usted trabajó en el alegato
contra el dictador Pinochet. Aquí se suele denominar a personas como él como
"genocidas". ¿Es correcto en términos del derecho internacional?
-Veamos. Cuando Pinochet fue
arrestado en Londres el 16 de octubre de 1998, la orden había sido elevada por
el juez Baltasar Garzón en Madrid. Los cargos en la acusación original fueron
por genocidio y crímenes de lesa humanidad. El magistrado que firmó los cargos
en Londres tachó las palabras genocidio y crímenes de lesa humanidad y escribió
en su lugar "asesinato". Los alegatos demostraron que había incurrido
en delitos de lesa humanidad, pero no pienso que fuera un genocida. Quiero que
se entienda. No tuvo la intención de destruir un grupo protegido por la
Convención para la Prevención y Sanción del Genocidio en parte o del todo. Un
grupo político determinado, activistas de izquierda, progresistas, lo que
fuera, no está bajo el paraguas de la convención. Tiene que estar relacionado
con la nacionalidad, la etnia o la religión, pero no un grupo político
determinado. De todos modos, hay un movimiento para cambiar eso.
-¿Lo mismo puede decirse de la
experiencia argentina?
-En la Argentina y en Chile,
si lo pensamos en el sentido restringido de la convención original de 1948, no
puede hablarse de genocidio pero sí, definitivamente, de crímenes de lesa
humanidad. A propósito, estoy trabajando en historias que tienen que ver con la
Argentina y Chile. Mi nuevo libro, que se llama The Rat Line y saldrá en 2020,
cuenta la historia de Otto Wächter, uno de los personajes de Calle Este-Oeste,
que fue el gobernador de Lemberg. Escapó en 1945, apareció en Roma en mayo de
1949 y trató de escapar a la Argentina, pero murió en extrañas circunstancias
antes de llegar al país. Wächter tenía un camarada que abandonó Roma en abril
de 1949, escapó a Siria y desde allí viajó a Chile en 1955. Y en septiembre de
1973 empezó a trabajar para la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional). Usaba
un nombre falso: Alfredo Reinhardt, tomado de Alfred Reinhardt, que también
había sido nazi, llegó a la Argentina en 1947 y desapareció del mundo. Hasta
donde pude averiguar, nadie se ocupó de él. Sé que se estableció en Salta y que
murió en 1994 en total tranquilidad. Sus hijos viven allí. He tratado de
contactarlos, pero hasta ahora fue imposible.
-En tanto experto en el juicio
de Nüremberg, ¿cómo estima la experiencia que llevó a cabo la Argentina en el
juicio a las Juntas militares?
-Ha sido notable lo que
hicieron en la Argentina con un tema tan complejo y difícil. Se requiere de
mucho coraje y fuerza. España y Chile nunca tuvieron casos como este. Sé que no
ha sido perfecto, que algunos juicios tuvieron problemas, que lleva tiempo,
pero es muchísimo más que no hacer nada y dejar la historia sin tocar, que es
lo que pasa en la mayoría de los países. Tengo mi mayor respeto por todos lo
que trabajaron en este proceso para dilucidar la verdad: desde las familias de
las víctimas hasta los abogados, los jueces y aún los defensores. El caso
argentino es una consecuencia directa del juicio de Nüremberg. En el derecho
internacional, todos los caminos llevan a Nüremberg.
-Usted participó en casos de
genocidio en Ruanda, Congo y la ex Yugoslavia. Y ha escrito en contra de la
guerra de Irak y el uso de la tortura en la administración Bush. ¿Cree que
Estados Unidos debió ser juzgado por un tribunal internacional?
-La guerra de Irak fue ilegal.
El uso de la tortura en Guantánamo y Abu Ghraib lo mismo. Totalmente ilegal.
Pero Estados Unidos no recibió cargos en su contra y muy pocos de los
individuos que participaron en esos delitos fueron elevados a juicio. Los
líderes no han sido juzgados. La Argentina, en cambio, juzgó a los líderes;
Nüremberg también lo hizo. En Estados Unidos se creó ese sistema para juzgar
líderes de crímenes internacionales pero nunca, hasta hoy, lo aplicaron en su
propio país. Cuando Barack Obama asumió la presidencia, en enero de 2009,
reconoció que la tortura era ilegal, pero dijo que no había que mirar atrás,
que había que seguir adelante. Eso nunca sirve.
-¿Fue una falla de la
administración Obama?
-Absolutamente. Fue una falla
de la administración Obama.
-¿Es más difícil juzgar a las
potencias que a países con escaso peso geopolítico?
-Sí. Lo he dicho ante un
tribunal internacional, citando a Balzac. La ley internacional es como una tela
de araña. Atrapa a los pequeños insectos, pero los grandes la atraviesan.
-Me gustaría discutir este
asunto con usted. En agosto, Francia acusó a Brasil de descuidar la protección
del Amazonas, que se supone patrimonio del planeta. Jair Bolsonaro reaccionó
con la lógica de afrontar un problema propio, nacional. ¿Habrá una escalada de
estos conflictos en la catástrofe ecológica que estamos atravesando?
-Sí. Los conceptos creados en
1945 de genocidio y crímenes de lesa humanidad nunca tuvieron en cuenta la
posibilidad de una total devastación ecológica. Hay una nueva idea, que yo
apoyo, y es el "ecocidio". Es un concepto emergente para describir hechos
de destrucción irreversible del patrimonio ecológico. La idea de fondo es que
estamos todos juntos en esto, nada le pertenece a un país o a una población en
particular; somos una humanidad en común que comparte el medio ambiente y
debemos trabajar juntos. Esto no significa que Francia pueda imponerle ciertas
reglas a Brasil, pero sí que Brasil tiene la responsabilidad de cuidar el
patrimonio del Amazonas para todos nosotros, así como tiene la obligación de no
practicar la tortura.
-¿Es un problema nacional o
internacional, entonces?
-Las dos cosas. Asuntos como
este no pueden ser de un país en particular. La noción de ecocidio fue
desarrollada por Polly Higgins, una abogada británica que murió este año. Su
idea era llevar este tipo de crímenes a La Haya, y creo que estamos viendo un movimiento
hacia eso en la necesidad de cuidar el sistema climático.
Otro problema que no se
resuelve es el de los migrantes. ¿A qué Estado le cabe responsabilidad por
aquellos que mueren tratando de cruzar el océano en condiciones desesperadas?
El problema es común a toda la
humanidad, no creo que haya un Estado responsable en particular. Claro que los
países que crean las condiciones para que la gente quiera escaparse tienen un
grado de responsabilidad, pero también aquellos que han fallado en ayudar a países
africanos y de otras regiones: nosotros, los occidentales.
-¿Ve alguna solución?
-No en lo inmediato. Se va a
poner peor. Relacionado con la pregunta anterior, la crisis del medio ambiente
va a llevar la migración a una escala todavía mayor. Algo nunca visto. ¿Qué
vamos a hacer? Tendremos que solucionarlo.
-¿Qué hizo tan mal Europa para
que los británicos se volcaran al Brexit?
-Es una pregunta compleja. Voy
a empezar diciendo que el referéndum del Brexit no fue sobre la Unión Europea.
En mi opinión, el voto por el Brexit fue un grito de auxilio de una pequeña
mayoría de Gran Bretaña que se siente completamente privada de sus derechos
porque la desigualdad económica se ha vuelto muy grande en el país. Si usted
viaja por Gran Bretaña, verá que en ciertas regiones y ciudades existe una
pobreza increíble. Y lo que entenderá es que muchos de los que votaron Brexit
están muy enojados por haberse quedado afuera del sistema. Ni la globalización
ni la Unión Europea fueron útiles para ellos. Tampoco el sistema político. Lo
que dicen con este voto es muy simple: basta. Y puedo entenderlo. Estoy en
contra del Brexit, pero no soy ciego.
-¿Es el mismo grito que sumó
votos para Trump, por ejemplo?
-Es la misma razón de fondo,
que explica el resurgimiento del populismo nacionalista, la xenofobia, la
islamofobia, el antisemitismo. Ese reclamo está siendo explotado por un eje que
incluye a Bolsonaro, Trump, Johnson, Orban, Duterte. Trabajan en una misma
dirección y son un problema para todos. La democracia liberal no ha funcionado
para mucha gente, pero eso no quiere decir que no pueda hacerlo. Primero hay
que resolver esta desigualdad apabullante y la privación que acarrea. Eso es lo
más urgente.
Biografía
Philippe Sands nació en
Londres en 1960. Es profesor de Derecho en University College London, abogado
en Matrix Chambers, y se desempeñó en diversas cortes internacionales. Su libro
Calle Este-Oeste obtuvo el premio Baillie Gifford, el British Book Awards para
libros de no ficción y el Prix Montaigne.
Por: Fernando García
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