Fuente: LA NACION. Sebastián
Campanario. 27 de octubre de 2019.
Parece el nombre de una tribu
de magos de Harry Potter o de una logia secreta. La categoría de
"randomistas", sin embargo, es la corriente de moda entre los
economistas en los últimos días: así se bautizó de manera coloquial a los
experimentalistas cuyo trabajo fue reconocido con el último Premio Nobel de
Economía. Tanto Esther Duflo como Abhijit Banerjee y Michael Kremer son
pioneros e impulsores del uso de las "pruebas controladas aleatorias"
que revolucionaron las políticas contra la pobreza en las últimas dos décadas.
En inglés "azar" es "random", y de ahí viene el nombre
popularizado.
Hacía mucho que un Nobel en
Economía (en rigor, "Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred
Nobel", dado que esta categoría no está en el legado original) no generaba
un debate tan intenso, tanto en los elogios como en las críticas. A la lluvia
de valoraciones positivas iniciales para una rama de la economía "que por
fin logró avances comprobables y con evidencia" en la lucha contra la
pobreza le siguió una tormenta igualmente intensa de comentarios negativos, por
distintos motivos. El ascenso de los "randomistas" no pasó
desapercibido y generó un debate con cruces inusuales para un ámbito académico.
Según los considerandos de la
Academia Sueca, se premió principalmente el "enfoque experimental en el
alivio de la pobreza". Se reconoció su contribución sobre el terreno a los
avances de la economía de los países en vías de desarrollo, "con
aplicaciones prácticas y no sólo con modelos teóricos". El trabajo
empírico de los galardonados, basado en descomponer el problema genérico de la
pobreza en desafíos más concretos a los que poder aplicar soluciones cuya
efectividad pueda ser más fácilmente medible, sirvió hasta ahora para logros
tan importantes como mejorar el nivel educativo o las tasas de vacunación en
países muy pobres como Kenia o India.
Los elogios a esta decisión
llegaron por distintos flancos. En una ciencia que tiene un problema grave de
falta de diversidad, se premió por primera vez a una economista (la anterior
galardonada, Elinor Ostrom, era politóloga). Duflo, con 46 años, es además la
persona más joven que haya recibido este galardón. Mientras que el Nobel en
Economía suele enfocarse en reconocimientos a la trayectoria (a veces por
novedades teóricas que ya llevan décadas), esta vez se optó por iluminar un
campo sumamente actual. Y mientras que a la ciencia de Adam Smith y Keynes a
veces se la acusa de un exceso de abstracción, con modelos teóricos que solo
relucen en las revistas especializadas pero no tienen nada que ver con la
realidad, los "randomistas" llegaron cargados de pragmatismo y
resultados concretos.
A todo esto se le suma un
"sesgo de relato": los estudios y experimentos de los flamantes
premios Nobel son más fáciles de contar y de entender para un público no
especializado que otros campos más complejos de la economía y, por lo tanto, la
cobertura mediática se amplificó. Mientras que premiados anteriores tenían
vidas académicas más aburridas, los "randomistas" son, en algunos
casos, una suerte de Indiana Jones de la economía, con experimentos legendarios
que mejoraron la vida de millones de personas en los lugares más pobres del
mundo. En un famoso discurso, Duflo dijo que aspiraba a que hubiera cada vez
más "economistas como plomeros", que se dedicaran a solucionar
problemas concretos, con métodos experimentales (los ensayos con control
aleatorio o RCT por sus siglas en inglés) cuya validez viene de décadas de
práctica en la medicina, la biología y otras ciencias más duras.
"Ojo con creer que con
este emergente los economistas hemos descubierto el método científico: un
modelo de "equilibrio general' es tan método científico como un RCT, y un RCT
malo es tan poco método científico como cualquier modelo malo. Que funcionen o
no es otra discusión", explica el economista Walter Sosa Escudero,
profesor de Udesa, uno de los primeros (años atrás) en celebrar la
"revolución de credibilidad" que trajeron los experimentalistas, pero
quien también cree que a veces esta tribu se pasa de rosca.
Algo similar opina Andrés
López, de la UBA y director del IEEP: "El problema que veo es cuando en
desarrollo o en cualquier otro campo de la economía solo vale hacer preguntas
para las cuales tenés una respuesta que te permita publicar en un journal. Como
los análisis a nivel país son dudosos econométricamente, y entender cómo
cambiar un país es muy difícil, nos dedicamos a las micro-intervenciones".
Sosa Escudero acota: "Como el chiste del borracho que busca las llaves
donde ilumina un farol y no donde se perdieron".
En la última semana
aparecieron artículos con críticas diversas al enfoque "randomista".
Lant Pritchett, economista especializado en temas de desarrollo de Harvard, es
uno de los principales escépticos. Marca, por ejemplo, debilidades
metodológicas, como el "sesgo de la prueba piloto", por el cual un
ensayo beta suele estar muy bien cuidado, pero luego su efecto se diluye cuando
escala a una política pública masiva. Hay dardos éticos (hasta dónde es válido
hacer experimentos con políticas de salud o educación en países pobres, y si no
se trata de un nuevo colonialismo).
Open Democracy publicó un muy
buen artículo de Ingrid Harvold Kvangraven que resume otras preocupaciones. La
principal: que en un momento de crisis sistémica como la que atraviesa el planeta
se celebren las "preguntas pequeñas". Algo funcional al statu quo del
poder: pequeños pasos en lugar de cambios estructurales. Incentivos para que
los maestros falten menos, en lugar de atacar el problema de los ajustes
fiscales que recaen sobre la educación. "Mientras que estas
microintervenciones pueden producir resultados positivos y aliviar síntomas,
hacen poco por desafiar el sistema que produce esos problemas", sostiene
la autora.
Para Juan Pablo Rud,
economista argentino que da clases en Royal Holloway, Universidad de Londres,
no tiene sentido "presentar como sustitutas estrategias que son
complementarias". Y añade: "El Nobel a unos no niega la relevancia de
otros. De hecho, hace pocos años se lo dieron a Angus Deaton, quien plantea
muchas de estas críticas". Rud remarca que el Nobel de Economía premia
avances en el conocimiento o en métodos para mejorarlo. "Siempre va a ser
incompleto e imparcial, porque así avanza el conocimiento. A veces al Nobel se
le piden cosas que no puede ser", dice.
De hecho, los galardonados
suelen resaltar en sus estudios el carácter complementario (de otras líneas de
economía del desarrollo) de su enfoque. Y las "micro-intervenciones"
en algunos casos mejoraron la vida de millones de personas. Los RCT sirvieron
para desmitificar algunas políticas (por ejemplo, la de los micro-créditos, muy
de moda en la década pasada y cuya efectividad fue relativizada por los
"randomistas") y poner en valor otras, como las acciones contra los
parásitos en África.
El solapamiento con la agenda
"nudge" de la economía del comportamiento también permitió modificar
la visión sobre la pobreza: mientras que antes se suponía que había que
corregir hábitos y conductas en las capas más vulnerables, ahora se sabe que
una situación de extrema pobreza afecta cuestiones cognitivas y, por lo tanto,
las acciones a coordinar son distintas.
Después de todo, para la
crisis sistémica actual del planeta no alcanza ni la economía de "grandes
preguntas", ni la de "pequeñas" ni la de "medianas".
Simplemente no alcanza con ninguna disciplina tomada en solitario.
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