Eduardo
Levy Yeyati. 19 de octubre de 2019
Cuando
hablamos de plataformas, inmediatamente pensamos en el transporte de pasajeros
(Uber) y de cosas (Glovo). Pero en las plataformas pueden distinguirse al menos
tres clases: las que venden trabajo (las mencionadas, pero también Iguana Fix o
Zolvers), las que alquilan activos ( Airbnb) y las de compra y venta de cosas (
Mercado Libre, OLX). ¿Qué tienen en común estos ejemplos (y muchos otros que no
listamos aquí)?
Cuenta
el economista Nicolás Ajzenmann que los magrebíes judíos, que en el siglo X
huyeron de Bagdad al Magreb y protagonizaron la expansión del comercio del Mediterráneo,
reemplazaron la ausencia de instituciones formales con una red social que
compartía la información de sus miembros. Con el tiempo, el boca a boca,
efectivo en grupos pequeños, pero poco escalable, fue reemplazado por
instituciones de regulación y sanción.
En
el siglo XXI, gracias a la tecnología digital, las plataformas reintrodujeron
el boca a boca a escala global con la valoración online en 360% (del vendedor y
del comprador), a lo que sumaron mecanismos complementarios de sanción y
seguro. Pero las plataformas de oferta de trabajo son híbridos especiales. En
su versión simplista, son "empresas tecnológicas" que conectan a
trabajadores independientes con potenciales clientes, modificando ingredientes
básicos del empleo asalariado como el lugar y la jornada, y dándole autonomía
al trabajador a costa de perder beneficios laborales (obra social, licencias) y
de estabilidad del ingreso.
En
la práctica, sin embargo, van más allá: muchas plataformas inhiben la
transacción directa, regulan la modalidad de oferta y hasta fijan el precio.
¿En qué se diferencian entonces de una empresa de servicios?
Independiente
a la fuerza
El
debate alrededor del trabajo en plataformas -la elusión del empleador, la
precariedad del trabajador- debe ponerse en contexto: el trabajo independiente
puede ser visto como la evolución natural del empleo, o como el síntoma de la
falta de empleo del bueno.
En
el mundo desarrollado, el trabajo asalariado es mayoritario y goza de buena
salud, y esto lleva a buscar que el empleo en plataformas emule las condiciones
del empleo en relación de dependencia. De ahí, los fallos recientes en el Reino
Unido, España o California que obligan a las plataformas a constituirse como
empleadores. De ahí, también, que los trabajadores independientes lo sean en su
mayoría por elección y como complemento de ingreso, y que presenten un alto
nivel de satisfacción laboral -sobre todo, los de plataformas- según reporta un
trabajo reciente del McKinsey Global Institute.
En
el mundo en desarrollo, el trabajo asalariado es más la excepción que la regla.
En la Argentina, la mitad de los trabajadores es independiente o informal, los
puestos de trabajo asalariado privado son los mismos que en 2012, y el trabajo
independiente suele ser primera fuente de ingresos de trabajadores no
calificados (o sobrecalificados sin opciones) con salarios bajos y alta
rotación. ¿Cuánto hay de elección y cuánto de necesidad en estos arreglos
laborales? ¿Qué sentido tiene castigar el trabajo malo sin la alternativa de
uno mejor?
Una
cuestión moral
Para
opinar sobre el trabajo en plataformas debería tomarse como referencia una
situación en el que éste no existiera, proponía el otro día un economista en
Twitter. El argumento es bastante común: un juez prohíbe las plataformas de
mensajería por incumplir con las condiciones mínimas de seguridad de tránsito y
transporte, y sus trabajadores quedan inmediatamente desocupados. Quien más
pierde con el discurso antiplataformas es el trabajador de plataformas.
Hay
al menos tres problemas con este razonamiento.
El
primer problema es que la misma lógica podría aplicarse, por ejemplo, a los
sweat shops de trabajo semiesclavo al que acuden voluntariamente trabajadores
de baja calificación que de otro modo estarían desocupados. ¿Cuál sería el
límite aceptable de explotación del trabajador independiente en un país que no
genera trabajo asalariado? ¿Y en qué dimensiones: salario, licencias,
seguridad, horas? Las normas laborales, entre otras cosas, ponen un piso a esta
explotación, que podríamos llamar moral. La relación entre oferta y demanda
tiene poco que decir al respecto.
Los
otros dos problemas son económicos.
Puja
distributiva. Lo que las reglas laborales tramitan, de manera ordenada, es una
puja distributiva de siglos entre el capital y el trabajo. Este trámite avanzó
mucho en el universo asalariado gracias a los sindicatos por rama, pero poco y
nada en un universo independiente ignorado por los sindicatos, en el que cada
trabajador negocia por su cuenta con empleadores más o menos concentrados (y
las plataformas, por sus externalidades de red que hacen que la rentabilidad
crezca con el tamaño, son particularmente propicias a la concentración).
Por
otro lado, el trabajo en plataformas, en tanto independiente, casi no aporta al
sistema previsional, agravando el problema fiscal que está detrás de nuestras
crisis quinquenales.
El
saber convencional supone que la empresa opera con márgenes normales y que no
le paga más al trabajador independiente -en salario, en beneficios y licencias,
en aportes- porque no puede. La precariedad sería condición necesaria del
modelo de negocio de las plataformas: si sus trabajadores tuvieran los
beneficios de los asalariados, el modelo no sería rentable y perderían sus
trabajos.
Es
el mismo saber que predice que una suba del salario mínimo genera desempleo, a
pesar de que, ya en 1993, los economistas David Card y Alan Krueger -y otros
después de ellos- mostraron que en muchos casos las empresas le pagan al
trabajador menos de lo que pueden y que, ante la suba del salario mínimo, aceptan
pagarle más. (No siempre es así: en mercados competitivos los márgenes son
bajos y, en cualquier caso, un aumento excesivo del salario mínimo sí
destruiría empleo.)
Salvando
las distancias, algo similar se insinúa cuando una plataforma de delivery reparte
cascos y chalecos ante una intimación judicial, sin echar a nadie (sin que esto
implique que las plataformas puedan absorber cualquier exigencia; de hecho,
tampoco es claro que sean rentables).
Una
solución de compromiso sería encuadrar estas ocupaciones en un régimen
especial, como se hizo con el personal doméstico, a mitad de camino entre la
precariedad y el convenio colectivo. Lo que seguramente no es una opción es
seguir ignorando al trabajo independiente, el único que crece en el país, en el
debate político del futuro del trabajo argentino.
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