Guillermo Borella. 26 de
octubre de 2019.
Al tiempo que precipitó el
colapso del comunismo en el bloque soviético, la caída del Muro de Berlín -de
la que en pocos días se cumplirán 30 años- simbolizó el final de la Guerra Fría
y el comienzo de un nuevo orden marcado por el avance de la democracia liberal
y la expansión de la economía de mercado bajo la hegemonía de Estados Unidos.
Todo parecía indicar que se cerraba un capítulo oscuro de la historia y se
despejaba el camino hacia un futuro mejor.
El ejemplo más claro del
espíritu de aquella época se encuentra en la famosa expresión "el fin de
la historia", acuñada por el pensador Francis Fukuyama al declarar la
derrota del comunismo así como la universalización de la democracia liberal occidental
como "la forma final de gobierno humano". Sin embargo, la historia no
terminó en 1989.
Si entonces el clima era de
ilusión y optimismo, treinta años después el panorama se presenta más sombrío.
La promesa de un mundo de creciente democracia ha dado paso al turbulento y
frágil orden internacional actual, caracterizado por el aislamiento aplicado
por Donald Trump, la exaltación del nacionalismo a través del Brexit, un mayor
proteccionismo, una desigualdad alarmante y un gran descontento frente a una
clase política que parece no dar respuesta a las crecientes demandas sociales.
Las expectativas que despertó la caída del Muro aún están lejos de ser
alcanzadas.
En este escenario, el auge de
liderazgos neopopulistas antiliberales con una retórica xenófoba y polarizante
-que prometen soluciones simples a problemas complejos- parece ser la única vía
que canaliza la frustración y el enojo de una parte creciente de la población.
En el caso alemán, esto se
refleja en la consolidación como principal fuerza opositora del partido de
extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), cuya popularidad escaló tras
la decisión de Angela Merkel de permitir que cientos de miles de refugiados
pudieran entrar al país en septiembre de 2015. La reacción en la ex Alemania
Oriental fue particularmente tóxica, y el rápido avance de la derecha populista
en el este del país despierta serias preocupaciones en Europa. El mes pasado,
AfD logró un sólido segundo puesto en las elecciones regionales de Sajonia y
Brandemburgo, superando el 25% de los votos. Paradójicamente, su lema electoral
fue "Completar la transición", la frase utilizada en 1989 en el
contexto de la llamada "revolución pacífica" que derivó en la
transición hacia la democracia liberal.
Pocos días atrás en la ciudad
de Halle, Sajonia, un joven extremista mató a dos personas afuera de una
sinagoga y grabó un "manifiesto" en el que se quejaba de la
inmigración y negaba el Holocausto.
Poco para celebrar
Por todo esto, muchos
anticipan que el próximo 9 de noviembre, cuando se conmemoren los 30 años de la
caída del Muro, habrá poco espíritu celebratorio. Diez años atrás, los líderes
políticos alemanes enfatizaban su "orgullo" por lo ocurrido en 1989,
pero esta vez se espera menos ánimo festivo y un tono más apagado en el
discurso oficial.
"Al tener que enfrentar el
creciente populismo de derecha en el país, particularmente en el antiguo Este,
los líderes alemanes ahora están más preocupados que orgullosos", apunta
Hope Harrison, profesora de Historia y Asuntos Internacionales en la
Universidad George Washington, en una entrevista que dio al Wilson Center.
"Gran parte de la dirigencia teme que muchos de sus ciudadanos apoyen
políticas de hostilidad hacia otros, en lugar de abrazar actitudes abiertas
asociadas con la caída del Muro, como la creencia de que las fronteras no
tienen lugar en la Europa contemporánea y que los muros son incompatibles con
la democracia. Incluso treinta años después de la caída del Muro, los alemanes
todavía están lidiando con su legado de violencia y división".
Según la experta, autora del libro
After the Berlin Wall (Después del Muro de Berlín. Memoria y construcción de la
nueva Alemania, de 1989 al presente), de reciente aparición, los líderes
enfrentan el temor de que partes traumáticas de la historia alemana, como el
Holocausto, aludan más a los desafíos actuales del país que al recuerdo de la
caída del Muro. "En momentos en que el presidente Trump insiste en la
extensión de un muro en la frontera con México y cuando países como Hungría,
Austria y Eslovenia han construido kilómetros de muro fronterizo para evitar la
entrada de inmigrantes, se puede afirmar que el mundo ha cambiado
dramáticamente desde 1989", concluye Harrison.
El Muro de Berlín desapareció
físicamente con extraordinaria rapidez, pero en estos años fue creciendo otro
en el corazón de muchos habitantes de los países del exbloque soviético.
"El muro todavía no ha caído en las cabezas de mucha gente", afirma
el periodista alemán Gerhard Dilger, director de la Fundación Rosa Luxemburgo
en la Argentina. Según señala, la nostalgia del socialismo todavía sigue
presente entre muchos habitantes de la Europa Central poscomunista que hoy se
vuelcan hacia la ultraderecha.
Según una encuesta difundida
esta semana por Post Bellum, organización checa sin fines de lucro, el 38% de
los checos mayores de 40 años hoy cree que durante el régimen comunista se
vivía mejor.
En una columna titulada
"¿Tiempo de una nueva liberación?", publicada la semana pasada en The
New York Review of Books, el reconocido académico inglés Timothy Garton Ash
afirmó: "En el 10° aniversario de 1989, al borde del milenio, pudimos
celebrar el triunfo original de la Revolución de Terciopelo y su gran progreso
posterior. En el 20° aniversario, en 2009, los países de Europa Central se
habían convertido en miembros de la OTAN y de la Unión Europea (UE), mientras
que los politólogos describían a Hungría como una ?democracia consolidada'. En
este 30° aniversario, por el contrario, la pregunta que se impone ante nuestros
labios consternados es ¿qué salió mal?".
Para abordar esta pregunta,
conviene recordar el proceso de transición inmediato a la caída del comunismo
en el exbloque soviético. "Los orígenes de muchas de las patologías que
exhibe Europa Central se remontan a las formas en que diferentes países
intentaron (re)crear la propiedad privada y el capital, indispensables para una
economía de mercado", explica Garton Ash, aludiendo a los errores
cometidos durante la mayor privatización en la historia europea reciente.
Páramos industriales
Tras la caída del Muro, las
empresas y fábricas anteriormente comunistas de Alemania del Este tuvieron que
competir con sus contrapartes occidentales, mucho más eficientes. El
capitalismo llegó demasiado rápido. Muchas empresas del este de Alemania se
declararon en quiebra y algunas regiones nunca se recuperaron. Hoy, los nuevos
Estados del este alemán, salvo algunas islas, son páramos industriales, tierra
de emigración. La población de este territorio bajó al nivel de 1905.
"El neoliberalismo
desenfrenado creó más ilusiones perdidas -subraya Dilger-. Gran parte de la
sociedad alemana se sintió decepcionada por el aumento de las desigualdades y
la frialdad del capitalismo ante el derrumbe de las economías de la ex Alemania
Oriental. Los ?paisajes florecientes' que prometió Helmut Kohl para el este
tardaron en llegar".
Andrés Reggiani, profesor del
Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di
Tella, sostiene que existe una relación directa entre la postergación de los
problemas del este alemán con el aumento de las agrupaciones neonazis en esta
parte del país. "Existe un sentimiento compartido de que el proceso de
reunificación inmediato a la caída del Muro no fue de igual a igual. La mayoría
de los alemanes del este todavía se sienten ciudadanos de segunda. Aunque el
Muro ya no esté, las diferencias entre ambas regiones todavía son
notables".
Asimetría
El experto cita los menores
niveles de desarrollo económico y de calidad de vida del este en comparación
con el oeste: menores salarios y jubilaciones, mayor desempleo y peor tasa de
escolaridad, entre otros.
Para poder entender los
motivos por los cuales muchos de los alemanes del este abrazan la alternativa
ultraderechista, Reggiani advierte además sobre la falta de una cultura de
ejercicio democrático liberal entre los habitantes de la vieja Alemania
comunista. "En el este de Alemania existen hoy dos generaciones completas
de alemanes que crecieron bajo dos dictaduras consecutivas: el nazismo y el
comunismo", apunta el historiador.
"La llegada masiva de
refugiados fue el pretexto para la ofensiva derechista, que aprovechó para
canalizar las frustraciones que existían en gran parte de la población. Los
líderes populistas explotaron hábilmente los temores de estas personas, que
durante cuatro décadas vivieron en una sociedad cerrada y relativamente
homogénea detrás del Telón de Acero", sostiene Dilger.
Las predicciones de Fukuyama
volvieron a mostrarse erradas en 2008, con la gran recesión desatada tras la
quiebra de Lehman Brothers, que precipitó la crisis de la eurozona a partir de
2010. Así, los excesos del sector financiero en un capitalismo globalizado
derivaron en la más grave crisis financiera desde 1929, dejando como saldo una
década de malestar económico y político.
"Todos los populismos
europeos actuales alimentan la ira por la forma en que el liberalismo se
redujo, después de 1989, a una versión extrema de un liberalismo puramente
económico. Pero el impacto de esto fue particularmente agudo en la Europa
poscomunista, con su cruda llegada del capitalismo, la sensación de injusticia
histórica y las sociedades no acostumbradas a altos niveles de desigualdad
visible", argumenta Garton Ash, para quien lo que más molesta a las
personas no es tanto la desigualdad de ingresos y riqueza, sino la desigualdad
de atención y respeto. "Una gran parte de la sociedad se siente no solo en
desventaja económica y social, sino sobre todo ignorada e irrespetada por las
élites liberales metropolitanas", apunta.
Crisis de representación
Reggiani advierte sobre la
crisis de representación política que aqueja a gran parte del mundo occidental
y que explica el estallido social que hoy se expresa en las calles, de Chile a
Hong Kong. "Mucha gente no siente que sus problemas reales sean atendidos
por los partidos tradicionales. El mejor ejemplo es la socialdemocracia, que
está en vías de extinción en Francia, mientras que en Alemania hoy reúne casi
los mismos votos que la derecha populista. Es una situación inédita, que se
explica porque no logró adecuar su discurso a los nuevos tiempos".
Ante la incapacidad de la
izquierda para proponer un horizonte, dice Reggiani, "lo que queda es el
voto castigo o bien la violencia directa, como se puede ver hoy en las calles
de muchas ciudades en el mundo".
Garton Ash advierte que, desde
la crisis financiera 2008, el capitalismo democrático perdió la atracción de
Occidente, a diferencia del capitalismo autoritario oriental. "Ahora hay
una modernidad alternativa", dice. "La China de hoy es un producto de
1989, como lo son las frágiles democracias de Europa Central. Para evitar el
destino de Gorbachov, Xi Jinping y sus compañeros han aprendido las lecciones
del colapso del comunismo en el bloque soviético".
Dilger advierte que el presente
en el este de Alemania puede ser un presagio de lo que vendrá en el resto de
Europa. "La ultraderecha ha puesto a la UE frente a una encrucijada",
afirma.
"El error de Occidente
después de 1989 no fue que celebramos lo que sucedió en Berlín, Praga, Varsovia
y Budapest como un triunfo de los valores liberales, europeos y occidentales.
Nuestro error fue imaginar que esto era ahora la norma, la nueva normalidad, la
forma en que iba la historia", admite Garton Ash. "Treinta años
después, podemos ver que, lejos de ser la nueva normalidad, lo que sucedió en
Europa en 1989 fue una gran excepción histórica, única en su clase".
De cara al futuro, según los
expertos todo dependerá de la capacidad que demuestren las democracias
liberales a la hora de ofrecer una alternativa clara de futuro a la salida
populista, que responda a los problemas reales de la población. Según parece,
es la única forma de evitar que los niveles de enojo y frustración popular
sigan aumentando.
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